viernes, 26 de enero de 2024

DOS VIEJOS Y MISTERIOSOS RECUERDOS

 


                                                          ...Siento miedo de oírme a mí mismo.

                                                                                      Martín Adán



I.



   Hay un hecho que me ocurrió por esos años de infancia y colegio, un suceso teñido de misterio. Sucedió que me habían comprado un buzo de franela de color guinda para hacer Educación Física. Al año siguiente, lo dejé de usar y entre ropas viejas o de otra estación se confundió, por lo menos eso es lo que recuerdo. Corría el nuevo año, habían transcurrido ya varios meses cuando me acordé del buzo y decidí volverlo a usar. Busqué donde suponía debería estar, donde siempre lo había visto, pero no lo hallé. Busqué y busqué incansablemente. Rebusqué por los lugares más increíbles de la casa y no daba con el bendito buzo. Incluso mi mamá me ayudó, nunca lo encontramos, y eso que pusimos, como se dice, la casa patas arriba. Tan empecinado estaba en hallar el buzo que de impotencia lloré y zapateé como un condenado. Nunca hallé el buzo de franela de color guinda.





   Ya calmado y resignado, cuando llegó la noche, me acosté: al día siguiente tenía que ir al colegio… Unas horas después la voz de mi madre me despertó para alistarme y desayunar. Salí de la cama y para sorpresa mía llevaba puesto el buzo de franela guinda que infructuosamente había buscado el día anterior. ¿Qué había sucedido? No sé explicarlo hasta ahora, pero el bendito buzo lo tenía puesto. Mi madre, al verme, no lo podía creer, pero inmediatamente me dijo algo que me dejó más sorprendido y helado, muy helado: “Tú eres sonámbulo”. “¿Quééééééé? ¿Qué es eso, mamá?”, le pregunté con suma curiosidad. “Sonámbulo, hijo, es una persona que camina dormida y dormida hace cosas”. Me asusté. Y más cuando me dijo como si no fuera importante: “No se les debe despertar porque sino se vuelven locos”. ¡Caraaaaaajo!, yo sonámbulo y no lo sabía. A un paso de la locura, si es que alguien por descuido me despertaba, y nunca me lo habían dicho. Entonces, había ocurrido que ¿guiado por mi subconsciente había buscado el buzo, lo había encontrado y me lo había puesto? ¿Eso era lo que había pasado? ¿Eso era lo que mi madre me estaba tratando de decir? Literalmente temblé. Me resistía a creerlo: ¡yo, sonámbulo! Recuerdo que casi para concluir, mi madre me contó que en ciertas noches ella había escuchado unos ruidos en casa. En medio de la más completa y absoluta oscuridad se levantaba de su cama y con sigilo se dirigía de donde provenían los ruidos… o sea a la cocina. Allí ella me vio varias noches que movía tazas y platos y luego me regresaba a mi cama. Me di miedo. No quise indagar más, no quise saber nada más sobre el asunto. Pero cada vez que lo recuerdo, los pelos se me erizan como alfileres y un escalofrío me invade y sacude mi cuerpo, aunque suene exagerado.






II.


   Hace pocos días recordé esta anécdota extraña, misteriosa, relacionada con la fecha de mi cumpleaños. Ocurrió hace una buena punta de años. Era entonces un joven universitario cuando me aconteció con la compra de un libro. Caminaba por el jirón Lampa, cuando observé en una esquina que un ambulante ofrecía a precios regalados una ruma de libros. Muchos de esos libros estaban empastados en cuero y con letras doradas en los lomos, algunos en buenas condiciones; otros, picados. Otra cosa más, todos ellos habían pertenecido, según el Ex Libris, a un mismo dueño, un tal Manuel Cubillus. Escogí un libro pequeño empastado en cuero y en regular condición: “Últimas confidencias” del poeta romántico francés Alfonso de Lamartine, publicado en Madrid en el año 1866; es decir, un libro contemporáneo del Combate del 2 de Mayo.





   El libro me costó, digamos, nada, barato, baratísimo. Ya en el carro y de regreso a casa empecé a hojearlo y para mi sorpresa encontré entre sus hojas un trébol de cuatro hojas (señal, dicen, de buena suerte), y unas páginas más adelante, una pequeña hojita rectangular con varios datos: el mes, el día, el tipo de luna y el santo: “14 de enero”, esa era la fecha de la hojita de ese viejo calendario. Lo extraño del asunto es que esa fecha es la de mi cumpleaños. ¿Coincidencia? Tal vez. Decidí tomar estos hallazgos como el anuncio de buenos tiempos. Quiero y lo pienso así (todavía).





   Ahí donde encontré el trébol y la hojita del calendario, ahí se quedaron. El librito está cerca a mí, en mi escritorio, es una de mis joyas bibliográficas más preciadas, me acompaña ya más de treintaicinco años, como verán, casi nada…





   Continuará…



                                          Morada de Barranco, 26 de enero de 2024