lunes, 28 de noviembre de 2016

DE TEMBLORES Y TERREMOTOS





                                    Levantando la cabeza por encima del hombro vi la tierra…
                                                                                            Pablo Guevara







   Los peruanos vivimos con el temor constante de que ocurra un temblor o, lo que es peor, un terremoto. Por estos días se habla mucho de que en cualquier momento ocurriría (lo que no es novedad) un terremoto de grandísima magnitud, movimiento sísmico cuyo epicentro sea Lima, cosa que no ocurre en nuestra capital desde el año 1974.






   Hace cuarentaidós años ocurrió este sismo de 8 grados, fue un 3 de octubre, día feriado pues era aniversario del Gobierno Revolucionario (es probable que si hubiera sido día laborable, el número de víctimas hubiera sido mayor). El movimiento inició a las 9:21 a. m. y tuvo una duración de un minuto y medio. Fue tremendamente destructor, Barranco, mi morada, fue una de las zonas más afectadas. Aún recuerdo a muchas de sus calles donde era imposible transitar pues las paredes de ambos frentes se habían desmoronado hacia el centro de la calle. Por ahí todavía hay una que otra huella de ese terremoto, por ejemplo, en la esquina de Unión con Bregante se vino abajo la casa de un conocido sastre, hasta el día de hoy solo un cerco de adobe circunda a ese terreno, nunca más se construyó una casa en esa esquina.






   Por referencias sé que en 1746 ocurrió el mayor sismo que ha soportado la capital del Perú. Su magnitud fue de 9 grados. Quince a veinte mil fueron las víctimas fatales. El terremoto ocurrió un 28 de octubre (nuevamente octubre), a las 10:30 p. m. Prácticamente toda Lima se vino abajo. Media hora después ocurrió un maremoto que casi borró del mapa al puerto del Callao, perecieron entre cuatro a cinco mil víctimas, solo sobrevivieron un aproximado de doscientas personas.






   Otro terremoto que algunos limeños todavía recuerdan, gente muy anciana, es el ocurrido el 24 de mayo de 1940, a las 11:35 de la mañana. Su intensidad fue de 8,2 grados. Es el segundo peor terremoto ocurrido en Lima y cuyo epicentro estuvo frente a la capital. Barranco quedó muy afectado, pero el más afectado fue Chorrillos, más del 80% de sus casas se vinieron abajo, este sismo prácticamente alteró el perfil arquitectónico de este balneario que había logrado recuperarse del incendio de las huestes chilenas allá por 1881. Luego del sismo, los muchos palacetes se vinieron abajo como naipes y en su lugar, tiempo después, se levantaron estructuras modernas, sencillas, prácticas, nunca más Chorrillos volvió a ser el balneario pintoresco que lo fue hasta 1940.





   Debo recordar que en 1970 y en 2007 ocurrieron terremotos que afectaron de uno u otro modo a Lima, pero sus epicentros estuvieron alejados de la capital, el de 1970 sucedió el 31 de mayo a las 3:21 p. m. y tuvo su epicentro frente al puerto pesquero de Chimbote, en Áncash, terremoto de 7,9 grados, el más destructivo ocurrido en el Perú, pues estuvo acompañado de un aluvión que sepultó poblados como Yungay y Ranrahirca y hubo 70 000 muertos aproximadamente. El de 2007 ocurrió el 15 de agosto a las 6:40 p. m. y su epicentro fue frente a Ica. Hubo aproximadamente unas 600 víctimas fatales. Este ha sido el último terremoto que experimentamos y que, curiosamente, no provocó grandes daños ni víctimas en Lima, pero sí un gran susto.






   Si se tratara de elaborar una lista de terremotos ocurridos en el Perú, la lista sería enorme, pero de eso no se trata. Salvo el terremoto de 1746 y el 1940, todos los demás lo viví, muchas veces espantado y no era para menos. Quizá uno de los motivos de esta entrada ha sido hacer entrar en la conciencia que debemos estar preparados para un probable terremoto de carácter catastrófico, que ha de ocurrir, que ocurrirá, lamentablemente, lo que no sabemos es cuándo. Estar preparados, tomar las previsiones para evitar desgracias mayores, esa es la idea. Y como dicen por aquí, con una pizca de ironía, si el terremoto nos agarra, que nos agarre confesados.





   Ya para terminar, debo contar que, a manera de ingenua broma, suelo decir a mis alumnos, un poco para quitar el miedo a los sismos, que si ocurriera un temblor o terremoto en plena clase, el primero que debe salir es el profesor. Risas acompañan a la ocurrencia, aunque muy en el fondo, la preocupación no nos abandone. Otras veces cuento la pequeña historia de la Nota aquella que Salvador Díaz Mirón, poeta mexicano, consignó en su libro Lascas, luego de su poema Avernus, la nota ocurrente, contada a mi manera provoca sorpresa y luego viene la risa a mandíbula batiente de los alumnos, a pesar de la desgracia que ahí se cuenta. Estas son las líneas:


   En un periódico, cuyo título no recuerdo, leí, en la «sección de variedades», una prosa anónima, una relación primorosamente lúgubre. Un hombre joven, hermoso, noble y rico, habitaba en Italia un campestre palacete, en unión de su esposa, a quien adoraba, y de la cual creía ser muy querido. La mujer era bellísima; pero pérfida como la onda. Un terremoto sacudió la comarca, y echó abajo la opulenta mansión rústica. El marido estaba ausente. A su vuelta, dio con las ruinas de su casa y de su felicidad; y, haciendo enormes esfuerzos, sacó de los escombros dos cadáveres desnudos y enlazados: el de la cónyuge y el de un amante desconocido. Y perdió la razón.








   Continuará…





                            

                                         Morada de Barranco, 28 de noviembre de 2016.





sábado, 26 de noviembre de 2016

UNA HISTORIA JAPONESA Y OTRA PERUANA





                                                                          Di lo que se te ocurra…
                                                                                       Martín Adán





   Desde que empecé mi labor de profesor, no he parado de contar historias. Cuentos, leyendas, mitos, fábulas, anécdotas, en fin, todo aquello que me permita captar su atención. Debo decir que contar historias me ha servido como recurso motivador, no tiene pierde. Es más, ni bien entro a un salón, los alumnos me están esperando, en grupo golpean las carpetas y en coro dicen: “His-to-ria, his-to-ria…”. Ni vuelta que darle, a contar se dijo, no hay otra.






   Son, ya, veintidós años de labor en las aulas, veintidós años contando historias, es decir, no solo debo preparar las clases, sino que debo tener siempre una historia nueva, y lo reconozco, luego de tantos años ya se me hace un tanto difícil encontrar nuevas historias. Pero debo cumplir, he acostumbrado a mis alumnos a ellas. Como me dijo una vez un alumno cuando bromeé que ya no iba a contar historias: “Profesor, no puede dejar de contar, es una tradición y usted no puede romper esa tradición”.






   Ya lo conté alguna vez, hace unos años entré a un salón y en la pared, unos alumnos habían pegado un papelote donde aparecía el siguiente escrito: “Orlando cuenta historias”, me emocionó tanto que les pedí que me regalaran ese escrito. Y sí, hasta ahora lo tengo en casa, para mí es una victoria, cada que lo veo me conmuevo. Por estos días, esos chicos de la anécdota están terminando su educación secundaria, increíble, los vi llegar pequeños y pronto se marcharán a continuar con sus vidas por otros rumbos. Nunca tendré las palabras suficientes para agradecerles esa gran alegría que me dieron.






   Pero no fueron los únicos. Ese mismo año, en otro salón me regalaron unos cartelitos en papeles de colores y también decía casi lo mismo, la alegría se multiplicó  y como en la anécdota anterior, esos papeles los conservo, son pequeñas joyas, condecoraciones que me motivaron y motivan en esta brega de seguir contando historias.









   De todo esto, lo que quizá me llena de un gozo especial es cuando cuento las historias y se produce un silencio cómplice. Los alumnos se acomodan en sus carpetas, algunos cierran los ojos, dicen que así imaginan mejor lo que les estoy contando, otros me miran como embrujados por las aventuras que cuento y cuando termino, sus aplausos, porque aplauden muy entusiasmados y yo, en mis fueros internos, estoy más complacido que nadie. Son experiencias impagables que debo agradecer a la vida, como dice la canción.






   Bien, comentaré que en la semana que ya termina he contado una historia japonesa muy antigua, algunos dicen que viene desde el siglo VII, una historia que siendo niño descubrí en una de esa viejas enciclopedias que los escolares de primaria llevábamos por esos años, recuerdo que la historia me dejó muy inquieto. Pasados los años, la historia la recordaba, pero no el título, así que en la búsqueda de una historia que contar me tropecé con Urashima, que así es el título de esta leyenda y al releerla fue como volver a mi infancia.






   Cuando terminé de contarla, como yo hace muchos años, muchos quedaron impactados, es una historia de viaje en el tiempo, de mundos paralelos donde el tiempo no es el mismo. Lo curioso fue que después de contarla, se me vino al recuerdo un cuento de Carlota Carvallo (que por cierto, también he contado), en efecto, tanto Urashima y Ostha y el duende tienen mucho en común, como me lo hicieron saber, después, varios alumnos. Aprovecho de este espacio para colgar las dos narraciones y que constaten la singularidad de ambas historias y sus semejanzas. He aquí las dos historias.







LA LEYENDA DE URASHIMA




   Hace muchos y muchos años, vivía Urashima en una isla del Japón. Era el único hijo de un matrimonio de pescadores muy pobres cuyas únicas pertenencias eran una red, una pequeña barca y una casita cerca de la playa. Pese a ser tan pobres, los padres de Urashima querían mucho a su hijo, un muchacho sencillo y muy bueno.
   Un día, cuando Urashima volvía de pescar vio como unos niños estaban pegando a una enorme tortuga. En ese momento Urashima se enfadó muchísimo y fue hacía los críos para reprenderlos y salvar la tortuga. Cuando acabó de hablar con los niños y estos se fueron cabizbajos, cogió la tortuga y la llevó al mar. Cuando vió que la tortuga reaccionaba al contacto con el agua y se podía mover y nadar, regreso a casa la mar de contento.
   Al cabo de un tiempo, Urashima se fue a pescar. Todo estaba tranquilo en el mar y Urasima tiraba al agua y recogía su red con entusiasmo. Una de las veces, al subir la red vio que estaba la tortuga que el había echado al mar unos días antes. Ésta le dijo: "Urashima, el gran señor de los mares se ha maravillado con la buena acción que hiciste conmigo, y me ha enviado para que te conduzca a su palacio. Además te quiere dar la mano de su hija, la hermosa princesa Otohime". Urashima accedió gustoso y juntos se fueron mar adentro, hasta que llegaron a Riugú, la ciudad del reino del mar. Era maravillosa. Sus casas eran de esmeralda y los tejidos de oro; el suelo estaba cubierto de perlas y grandes árboles de coral daban sombra en los jardines; sus hojas eran de nácar y sus frutos de las más bellas pedrería.
   Urashima se casó con Otohime, la hija del rey del mar, y pasaron una semana de una felicidad completa. Pero al cabo de esos días, Urashima pensó que sus padre debían de estar preocupados por él, y decidió subir a la superficie para decirles que se encontraba bien y que se había casado. Otohime comprendió a su marido, y dio un pequeña caja de laca atada con un cordón de seda. Cuando se la dio, le dijo que si quería volver a verla no la abriera.
   Cuando Urashima llegó al pueblo, todo había cambiado, ya no reconocía ni las casas ni a las personas. Y cuando busco la casita de sus padres sólo vio un gran edificio en el que nadie sabía nada de unos ancianos. Finalmente, un señor viajo, viendo la desesperación de Urashima empezó a recordar y le explicó que no lo recordaba muy bien, porque había pasado mucho tiempo atrás, pero que recordaba a su madre explicarle la desdichada suerte de un par de ancianitos cuyo único hijo salió a pescar y no regresó jamás. Urashima empezó a comprender: mientras vivió en la ciudad del mar había perdido la noción del tiempo. Lo que le habían parecido sólo unos cuantos días habían sido más de cien años.
   Se dirigió a la playa, y sin saber que hacer abrió la caja que le había dado su mujer. Al instante un viento frío salió de la caja y envolvió a Urashima. Éste recordó lo que le había dicho su mujer pero de pronto se sintió muy cansado, sus cabellos se volvieron blancos y cayó al suelo. Cuando a la mañana siguiente fueron los muchachos a bañarse, vieron tendido en la arena a un anciano sin vida. Era Urashima que había muerto de viejo.








OSHTA Y EL DUENDE




   Era una mañana muy fría. Los altos pinachos de la cordillera se hallaban cubiertos de nieve. Unas cuantas ovejas y llamas pastaban, mientras que la mujer hilaba. Oshta su hijo, arrebujado dentro de su poncho contemplaba el cielo intensamente azul. De pronto la mujer le dijo:
-Es preciso, que hoy te quedes cuidando las ovejas, mientras que yo vuelvo a la choza. Mira bien que no se vaya a perder algún animal, o se los lleven los pumas o los zorros.
   Pero el niño no quería quedarse solo. Tenía miedo, miedo de escuchar el viento que soplaba sobre el ichu y de no ver en torno suyo otra cosa que las elevadas montañas.
-¿A qué tienes miedo? -insistía la madre- ¿Acaso has visto otras cosa desde que naciste? ¿No has escuchado a menudo el ruido de las tempestades?
-Es que ahora has crecido y puedes quedarte solo y ayudarme. Tú cuidarás el rebaño mientras que yo lavo y remiendo nuestros vestidos. Si te da miedo, canta. Canta cualquier cosa y así, al oír tu voz, te sentirás más acompañado...
-¿Y si me aburro de estar aquí sentado, sin correr ni jugar?
-Mira el cielo y piensa que es un gran camino azul. Sobre él las nubes blancas te parecerán borreguitas que se les han perdido a los pastores. Búscalas con paciencia. Así irás descubriendo la barriguita de una, la colita de otra. Sin darte cuenta, el tiempo habrá pasado y yo estaré esperándote para volver a nuestra choza.
   Pero Oshta no se decidía a permanecer solo.
-¿Qué hago si viene el zorro?- preguntó.
-Del zorro teme los embustes- le aconsejó la madre. Al zorro debes engañarlo antes de que te engañe a ti.
-¿Y si viene el puma?
-Si llegara el puma te pones la mano junto a la boca para que se te oiga mejor y grita por tres veces: ¡Mamá Silveriaaaa! Y yo vendré con un garrote para librarte de él.
-¿Y a qué otra cosa debo temer'- insistió el niño...
   Y la buena mujer le explicó que también a veces solían aparecer por aquellos lugares duendes que se burlaban de los humanos, pero no era muy común encontrarlos.
   Finalmente le dio un atado con papas y queso para su almuerzo. También había envuelto una pierna de pollo que le arrebató la noche anterior a un zorro cuando se metió al corral.
   Después de muchas recomendaciones, la madre se fue y Oshta se quedó solo, mirando los altos cerros nevados en la lejanía. Cuando empezó a sentir miedo, se dijo a sí mismo que ya era hora de mostrarse valiente como los hombres grandes y para ahuyentar sus temores se puso a cantar:


Ovejas más, venid,
Ved que tan solo me encuentro
Y soplad con vuestro aliento,
Ahuyentando el frío así.
Decid al sol que por mí
Hoy se acueste más temprano
Y mi madre de la mano
vendrá a llevarme de aquí.


   Un zorro que le estaba escuchando se acercó astutamente para felicitarlo por lo bien que cantaba.
-¡Buenos dias, Oshta – le dijo- ¡Qué bien cantas!
Pero Oshta lo reconoció en seguida y le contestó:
-Mi madre me ha dicho que no me fíe de ti.
   A lo que el zorro repuso:
-¡Ah, las madres! Siempre tan desconfíadas. Escúchame Oshta: Justamente estoy necesitando un buen cantor para que le dé una serenata a mi novia, porque mañana es su santo. Ya tengo quien toque el charango. ¿Tú no querrías venir a cantar?
-¿Y dónde vive tu novia?- Le preguntó Oshta.
-Allá abajito, en esa quebrada...
-¿Y quién cuidará mientras tanto mis ovejas?
   Y el zorro, relamiéndose ya de antemano, le contestó: -¿Quién va a ser, sino yo?
- ¿Y cómo voy a dejar esas ovejitas tiernas que nacieron anoche?
   Y el muy malvado piensa que justamente esas son las que más le gustaría cuidar.
   Pero Oshta, adivinando su intención le dice:
-¿Pero tú crees que yo soy tonto? Lo que quieres es comerte mis ovejas...
   El zorro lo calificó de mal pensado y trató de convencerlo que tenía buenas intenciones:
-Todavía se tratara de alguna gallinita... –le replicó- Y a propósito de gallinas, dime Oshta, ¿no es una de ellas lo que llevas en ese atadito? Ah, yo sé que tu buena madre te cuida y te engríe y te ha puesto una pollita tiernecita en el atado. ¡Quién como tú que tienes a tu madre para que te alimente, te teja tus ponchos y te lave la ropa! ... En cambio yo... estoy solo en el mundo.
   Y empezó a llorar con gran desconsuelo.
   Oshta le respondió que no debía sentirse tan solo si tenía su novia, pero el zorro fue de opinión que las novias eran unas inútiles y no servían para estos menesteres.
   Oshta le explicó que el atadito que le había dado su madre no contenía una gallina entera sino los restos de la que se había comido la noche anterior un zorro, que a lo mejor no era otro que el que tenía delante. El zorro protestó muy resentido, pues justamente la noche pasada, se quedó en cama con una tremenda jaqueca, y mal podría haber estado merodeando por los corrales. En cuanto a aquello de que le gustaban las gallinas, era sincero en reconocerlo, y aún más, le rogaba que le diese a probar de aquel pedazo que guardaba para su almuerzo.
-Te convido con una condición –le dijo Oshta- que te dejes vendar los ojos. Entonces abrirás el hocico y yo te pondré en él un buen bocado.
   Mas el zorro respondió que no se explicaba el motivo de tanta desconfianza.
-Es que así estaré seguro de la cantidad que te comes –le respondió Oshta.
   Al fin el zorro accedió a que le vendara los ojos, aunque le parecía francamente vergonzoso. Entonces Oshta le metió en el hocico una gran piedra, con la cual el zorro murió atragantado.
Oshta, al verlo muerto, palmoteó lleno de alegría.
-Ya maté a este pícaro -se dijo.
   Y luego le saco la piel para guardársela a su madre. Razón tenía la buena mujer al aconsejarle: "Hay que engañar al zorro antes de que te engañe a ti".
   No bien había guardado la piel del zorro dentro de un saco, oyó una voz ronca y desconocida que lo saludaba:
- ¡Buenos días, Oshta!
- ¿Quién me habla?
- Yo, el puma –contestó la voz.
- ¿Qué se te ofrece?
-Tengo hambre y voy a comerme una de tus ovejas.
-Más despacio amigo –replicó Oshta- eso tenemos que discutirlo.
   Pero el puma opinó que no era preciso ninguna discusión, pues él cogería la oveja para comérsela y Oshta tendría que conformarse.
   Oshta le respondió que no lo tomaba de sorpresa, pues estaba advertido de su llegada.
-¿Cómo lo sabías?
-Me lo avisó el cernícalo y como tú mereces tantas consideraciones te adelante el trabajo. Mira, maté la mejor de mis ovejas y la degollé para ti.
   El puma no sabía como agradecer tanta amabilidad. En realidad lo que le ofrecía Oshta, era el cuerpo del zorro al que había quitado la piel y la cabeza.
- Llévatela pronto –le dijo Oshta- no sea que venga mi madre y te la quite.
   Mas el puma se preguntaba por qué aquella oveja tenía un olor tan penetrante. Oshta, que sospechó su preocupación, se adelantó a decirle que había desollado la oveja con el cuchillo, con que había matado a un zorro y que tal vez por eso aún se notaba cierto olorcillo desagradable.
-Todo está muy bien –dijo el puma- pero otra vez deja que yo mismo escoja la oveja para comérmela. Si no fuera porque has tenido la gentileza de preparármela, yo la cambiaría por otra...
   Eso, amigo puma, sería un gran desarie –repuso Oshta.
   La comeré aunque se me atragante. –replicó el puma.
   Y dicho esto se fue arrastrando la oveja para comérsela en unos matorrales.
   Oshta estaba muy regocijado por habérsele ocurrido semejante estrategema, cuando oyó una risita burlona cerca de él.
- ¡Ji, ji, ji ! ¡Qué bien has aprendido la lección, Oshta. ¡Tú, el miedoso, el pequeño, has vencido al zorro y al puma!
- ¿Quién eres?- pregunó Oshta.
-No me extraña que no me conozcas. Eres un simple mortal, en cambio yo soy un espíritu de la Tierra –dijo la misma voz.
-¿Vives siempre?
-Duraré todo lo que dure la tierra y soy tan viejo como ella. Tú eres tan insignificante a mi lado... ¿Qué son tus días junto a los míos?
-¿Y para qué has venido?- preguntó Oshta.
-Porque vi que te aburrías de estar solo. ¿No es ridículo que te aburras de cuidar el ganado? ¿Qué harías si tuvieras que estar como yo ocioso, un siglo tras otro?
-¿Y en que te entretienes?- le preguntó Oshta con curiosidad.
-Vago de aquí para allá. Cuando sopla el viento sobre las montañas, yo silbo con él y nadie me siente. Cuando caen los huaycos, yo cabalgo sobre peñascos y aplasto con ellos caminos y sementeras –repuso la voz. ¿Y cómo no te oído nunca?
-Porque mi risa se confunde con el estruendo de las piedras. Durante las tempestades es mi voz la que retumba junto con el trueno, es mi saliva la que se mezcla con la lluvia. Mi voz también la que se escucha junto con la creciente de los ríos, y mientras tanto ustedes, pobre mortales, no me ven ni me escuchan.
-¿Dónde estás? ¿Por qué no me permites verte? –le preguntó Oshta.
   Y el duende le respondió que iba a complacerlo, para lo cual bebería del agua de su cantimplora y así tendría apariencia humana.
   Entonces podrían ser amigos. Se oyó como bebía: Cluc, gluc, clug y apareció un enanito feo. Tenía orejas, nariz encorvada y ojos oblicuos. Su color era oscuro como el de la Tierra.
   Oshta se frotó los ojos y dijo:
-Pero qué feo eres, duende!
-Al menos eres franco. Me has caído en gracia porque te mostraste astuto engañando al zorro y al puma y me has divertido con ello. Por eso voy a recompensarte distrayendo tu aburrimiento.
   Y sacó de una bolsita muchas hermosas piedras de colores, aquellas que entre los hombres valen mucho dinero. Eran piedras preciosas. Le propuso jugar con ellas y dárselas si las ganaba. Oshta respondió que él no sabía jugar, pero el duende le explicó:
-Saco una piedra y la pongo dentro de mi mano. Tú debes adivinar de qué color es y si aciertas te la regalo. Si te equivocas, pierdes y me pagas con lo que hayas ganado anteriormente. Por ejemplo, si yo tengo una esmeralda y tú dices "verde", es para ti. Si dices "rojo", me la guardo y además me das otra que hayas ganado anteriormente.
   Y así empezaron a jugar. El duende tenía turquesas, diamantes, amatistas, rubíes, esmeraldas y topacios. Se escuchaban sus voces ya contentas cuando ganaban, ya enfurecidas cuando perdían. De pronto la madre empezó a llamarlo desde muy lejos:
-¡Oshtaaaa!
   Entonces Oshta le dijo al duende que ya era tarde y debía marcharse, pero éste le respondió:
-No te puedes ir. Me debes todavía.
   Oshta le dijo: -He jugado toda la tarde y estamos como al principio. Ya te has llevado todo lo que gané.
   Pero el duende insistía en que debían jugar más porque las deudas de juego son sagradas. Y como la madre seguía llamando a Oshta, el duende le propuso que bebieran del agua de su cantimplora para hacerse ambos invisibles. Oshta aceptó y ambos desaparecieron. Sólo se escuchaban sus voces.
-¡Verde...gané! ¡Azul! ¡Perdiste!
-¡Amarillo! ¡Rojo! ¡Blanco!... ¡Negro! ¡Morado!... ¡Celeste! Oshta rogaba:
-¡No quiero jugar más! Es tarde... ¿Qué dirá mi madre? Ya te ha gané toda la bolsa de tus piedras. Ahora déjame beber otra vez de tu agua maravillosa para recobrar mi apariencia humana.
   Y la voz del duende replicó en tono burlón:
-Je, je, je, no bebas Oshta, ven, sigamos jugando.
   Ya me lo has dicho muchas veces y te he complacido. Estoy cansado...-Sólo una vez más –le decía el duende.
-Eso no es justo. Quieres arrebatarme lo que he ganado. Yo quiero volver a mi casa- insistía la voz de Oshta.
-Je, je, je ¿No sabes lo que te aguarda?
-¿Qué me va a aguardar? –dijo Oshta- lo de siempre: mi madre, mis hermanos, mi choza...
-Oshta, no bebas. Ya no vale la pena- repetía el duende.
-¿Por qué?
-Je, je, je, ¿Sabes tú, pobre mortal, cuánto tiempo has estado jugando?
-¿Cómo no lo he de saber? Hemos jugado toda una tarde. Mira, ya ha caído la noche... Es hora de guardar el rebaño.
-Mucho tiempo para un mortal como tú. Has jugado 58 años y medio.
   Oshta no pudo reprimir su impaciencia y arrebatándole la cantimplora volvió a beber de ella para adquirir su apariencia humana. Poco después el pequeño Oshta, echaba a andar en busca de sus ovejas.
-Por fin me libré de ese maldito duende! –exclamó- ahora encontraré a mi madre para volver a nuestra choza.
   Pero sólo halló a una mujer muy vieja recostada en una piedra. Al acercarse, ella entreabrió los ojos y con voz débil dijo:
-¡Oshta! ¡Mi querido Oshta!
-¿Quién me llama?- preguntó él...
-Yo, tu madre –respondió la anciana.
   Oshta movió la cabeza:
-Tú, buena mujer, no puedes ser mi madre. Ella tiene los ojos negros y hermosos como los de las llamas... Tú los tienes tan pequeños y cansados...
   Ella tiene el pelo negro y brillante, con las trenzas gruesas que le caen sobre los hombros. Tú tienes el cabello blanco como los vellones de mis ovejas...
   Y la anciana respondió:
-Créeme lo que te digo. Yo soy tu madre, hijo mío. ¿Aún no me reconoces?
   Y Oshta le preguntaba:
-¿Pero cómo es posible, madre? ¿Qué ha sucedido?
-¡Ha pasado tanto tiempo desde que te fuiste!... ¡58 años y medio...! Desde entonces yo he tenido que trabajar sola, cuidar el rebaño y cultivar la tierra...-dijo la buena mujer.
-¿Y nuestras ovejitas?- preguntó Oshta.
-Ahora gracias a mi cuidado ha aumentado el rebaño.
-¿Y nuestra choza?
-Levanté otra choza, porque la vieja se derrumbó... Pero dime, ¿en dónde estuviste durante tanto tiempo? ¿Por qué no venías?
-Un duende me tenía encantado... Perdóname mamá, por haberte dejado sola... Desde hoy yo seré el que trabaje para que tú puedas descansar.
-Lo que me importa es que hayas vuelto, mi querido Oshta – dijo la anciana, mientras se enjugaba unas lágrimas que le rodeaban por las mejillas de pura felicidad.










   Continuará…







                                           Morada de Barranco, 26 de noviembre de 2016.