y en un
rincón
LA
LUNA CRECERÁ COMO UNA PLANTA
Carlos Oquendo de Amat
Siempre
he pensado que no hay mejor forma para iniciar una clase que contar alguna
historia: una leyenda, un mito, una fábula, en fin, historias que permitan a
los alumnos echar a volar su imaginación.
Una de las mejores
experiencias es ver sus jóvenes rostros
perdidos gratamente en
los vericuetos del relato.
Como alguna vez me lo
dijera un alumno: “Cuando lo escucho contar una historia, lo imagino todo, es
como ver una película en mi cabeza: imagino los rostros, los paisajes, todo”. Lo
vengo haciendo desde siempre, son ya veintidós años de historias, veintidós
años viendo sus rostros, escuchando cómo sus manos golpean las carpetas
mientras que sus voces repiten con insistencia: “¡Historia, historia, historia…!”.
Hace unos días dije en un salón a manera de broma, de paso para ver sus
reacciones: “Hoy no contaré nada, no me sé una historia nueva”. De pronto la
voz de un alumno se dejó escuchar: “No, usted tiene que contar una historia, no
puede romper la tradición”. Impagable.
Por estos días he venido contando un par de historias que tienen un tema en común: la Luna, la Luna y sus manchas. Hace mucho, una alumna me preguntó a boca de jarro: "Profesor, ¿por qué la Luna tiene manchas?". En el momento no supe responder, pero le prometí que averiguaría. Lo hice, solo que lo mío no fue una explicación científica, acudí a algunas leyendas y zanjé el asunto.
Muchas culturas en el mundo han creado diversas leyendas que cuentan cómo es que le aparecieron estas manchas a la Luna. Historias muy antiguas algunas de ellas, pero que a pesar del tiempo transcurrido no han perdido su encanto, para nada. Por ejemplo, los antiguos mexicanos contaban historias como esta:
Muchas culturas en el mundo han creado diversas leyendas que cuentan cómo es que le aparecieron estas manchas a la Luna. Historias muy antiguas algunas de ellas, pero que a pesar del tiempo transcurrido no han perdido su encanto, para nada. Por ejemplo, los antiguos mexicanos contaban historias como esta:
QUETZALCOATL, EL CONEJO
Y LA LUNA
El dios Quetzalcoatl (la Serpiente Emplumada) se había disfrazado de hombre, así
disfrazado se fue a recorrer el mundo. Una noche, cansado y hambriento por la
larga caminata se sentó bajo un árbol. De pronto vio junto a él a un conejo que
comía hierba. El conejo, al ver al hombre hambriento, invitó a Quetzalcóatl
para comer un poco de ella, pero el dios le dijo que él no comía hierba. Entonces,
generosamente, el roedor le dijo que si no le apetecía la hierba que comiera de
su cuerpo, aquella sugerencia sorprendió al dios. Como una forma de agradecimiento,
el dios Quetzalcoatl quiso que todo el mundo supiera de este pequeño y generoso
animal, que se acordaran por siempre de él, así fue que elevó al conejo hasta
el cielo, tan alto que con el cuerpo del animal tocó la Luna y quedó su silueta
marcada en ella. Desde entonces la Luna lleva esa mancha para siempre.
Nuestro país no podía ser ajeno a este tipo de relatos. El nuestro es un
territorio milenario donde se han tejido muchos mitos, leyendas y fábulas que han llegado hasta nuestros días y conservan asombrosamente toda su frescura.
Precisamente, hace un par de días he venido contado a mis alumnos una de esas historias del antiguo Perú y quedaron encantados, sus comentarios lo demostraban. Esta es la historia:
EL ZORRO Y LA LUNA
El zorro andaba preocupado, no encontraba la
solución para un problema suyo. Buscó ayuda y la encontró. Bajo un árbol de
pacae, se encontraba un anciano disfrutando de esta dulce fruta que crece en
vainas a manera de pequeños algodones blancos con pepa negra del tamaño del
pallar. El zorro se le acerca al anciano y le dice que está buscando consejo.
El anciano deja de comer y mirándolo fijamente le pregunta cuál es su problema.
El astuto animal le responde que andaba enamorado y que el ser que ama está
distante y que por más que grite para declarar su amor, por la distancia que
hay entre los dos, no le escucharía. ¿Qué puedo hacer?, preguntó el zorro al
anciano. Este le respondió de esta manera:
-Y ¿quién es la
afortunada?
-Es la Luna, respondió
el zorro.
-Bien, lo que vas a
hacer es lo siguiente: sube a la cima de una montaña y verifica que sea la más
alta, si no lo es, baja y sube hasta encontrar “El techo del cielo”; es decir,
la montaña más alta, una vez ahí, espera a que se esconda el Sol y aparezca la
noche. Cuando la noche llegue, verás el espectáculo más hermoso de tu vida:
tendrás a tu amada frente a ti y ahí le declararás tu amor.
El zorro agradecido se despidió del anciano
y ni bien vio la primera montaña la subió entusiasmado. Una vez en la cima, vio
a su alrededor y comprobó que había una montaña más alta. Rápidamente bajó y
subió a otra, una vez arriba, volvió a comprobar que había otra montaña más
alta. Y así estuvo un largo rato, subiendo y bajando hasta que, a pesar de su
cansancio, subió a una montaña que resultó ser la más alta, había llegado a lo
que el anciano llamaba “El techo del cielo”. Nervioso se sentó en la cima y
esperó que el Sol se ocultara. Cuando el día se fue y llegó a noche, pudo ver
el espectáculo más hermoso de toda su vida: tenía frente a él el enorme disco
plateado de la luna. Temblando y casi tartamudo empezó a hablarle a Luna, dio
unos pasos y cayó al vacío. Como la Luna quería seguir escuchando lo que el
zorro le decía, alargó sus brazos y agarró al zorro en el aire, lo levantó
hasta la altura de sus ojos y al ver su tamaño pequeño, sus facciones finas, lo
abrazo. Desde entonces el zorro no ha querido bajar y está junto a su amada.
Por esa razón es que desde entonces, cuando sale la luna llena, uno puede verle
una mancha, es la silueta del zorro que vive feliz su amor con la Luna.
Ambas historias son leyendas antiguas, ambas
historias expresan a su manera los afanes del hombre por explicar lo que ante
sus ojos les resultaba un misterio. Al no contar con la ciencia y tecnología, apelaron
a su mentalidad mágica, religiosa para explicar el origen, en este caso, de las
manchas de la Luna, como lo dije, ambas historias las he contado y los alumnos han
disfrutado al escucharlas, les ha gustado, en la primera, la generosidad del pequeño
animalito y en la segunda, la persistencia del amor del zorro hasta lograr su
felicidad. Bien por los alumnos y su disfrute que a mí me deja, todavía, más contento.
Continuará…
Morada
de Barranco, 29 de setiembre de 2016.
me encanto bueno mejor dicho me fascino hace rato que no escuchaba una de esas muchas gracias por hacerme recordar esos viejos tiempos y espero y estés feliz por el trabajo que has hecho
ResponderEliminarGracias a ti. Espero leer comentarios tuyos. Un abrazo virtual.
ResponderEliminarAlguien me ayuda a planificar la historia
ResponderEliminarShssssssshs
ResponderEliminarGracias por el comentario. Saludos desde el Perú.
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