sábado, 29 de octubre de 2016

DÍPTICO PARA BARRANCO





                                                  Malecón, el último de Barranco yendo a chorrillos…
                                                                                            Martín Adán




I.


   “A los diez minutos de este sitio (Miraflores), se atraviesa el Barranco, pequeña aldea situada entre abundante follaje, grandes árboles y mucha agua. Al dejar este oasis hasta Chorrillos, no hay sino áridas tierras...". (Flora Tristan)






   “Vengo a Barranco a lavar mi espíritu en la diafanidad del cielo y a perfumarlo luego con el perfume de los campos. Aquí, en esta encantadora y paradisíaca villa, ennoblecida con los versos de tantos poetas y la música de tantos prosadores, aquí donde resuena aunque lejana la lira multicolor de Eguren, yo he sentido rejuvenecer mi alma: he vuelto a ser infantil". (Abraham Valdelomar)






   "Cada vez que atravesamos las calles de esta risueña población (Barranco) nos vienen a la memoria los versos de Salvador Díaz Mirón: 'La flor en que se posan los insectos / es rica de matiz y de perfume'. Siendo el Barranco la flor de los balnearios limeños no podían dejar de acudir a él sacerdotes, monjas, beatos y beatas...". (Manuel González Prada)






   "De regreso, miro Barranco, con sus calles rectas pobladas de alamedas; con sus helechos arborescentes y sus pinos. Los chalets, de los más variados estilos, muestran jardines  de pulcra elegancia y los vestíbulos abiertos a las brisas vespertinas; las lujosas residencias del confort burgués.
La hora virgiliana, turquesa y verde enérgico. Y el mar de rica plata." (César Vallejo)






   "Cuando lo conocí habitaba desde hacía muchos años en el Barranco, apacible estación balnearia, a media hora de tranvía de la capital, en la Plaza de San Francisco, una casa de campo sencilla y cómoda, la típica residencia limeña de fin de siglo, cuando la gente aún creía que el hecho de vivir en el campo, es decir, fuera del centro de la capital no exigía del viandante costumbres de gitano ni una resistencia de habitante de la jungla feroz. Eguren recibía cada domingo a los intelectuales incipientes, que iban a ensayar sus casi implumes alas junto al prestigio del poeta antes de intentar, algunos, el vuelo que los llevaría lejos de la calma monótona del charco natal". (César Moro)






   "Un jardín -eucaliptos, de hoja línea; saúcos, de hoja lueñe; fresnos, de hoja lela-; ficus, de hoja de piel de la planta del pie; raros árboles, de hoja de humo o que no se ve y apenas se oye; algo más que una percepción; un giro de alma. Sobre todo, un día de Barranco es una tetera sobre una mesa: un fresco pintado en una entreventana; una paloma azulenca de la cual toda cabezada, todo paso, todo gesto conspira a esclarecer el pavón de la pluma. Aquí vivir es contener el aliento". (Martín Adán)









II.


   Los que hemos vivido siempre en Barranco, los que crecimos viendo este paisaje pequeño junto al mar, lamentamos que la desaparición de nuestro distrito continúe, sentimos tremendamente cuando destruyen una casona, un rancho, una humilde casa para levantar en su lugar “prácticos” edificios, cajones altos, gigantescos que no solo alteran el perfil arquitectónico de este distrito, sino que incluso impiden ver a la distancia lo que hasta hace poco se podía otear: algunas típicas ventanas teatinas cada vez más escasas, o las solitarias torres adornadas con balaustres y cenefas de ciertas casas, o los viejos árboles (ficus) que proporcionan su sombra generosa.











   El cemento se está imponiendo en el territorio del barro, la caña, el yeso y la madera, el impersonal cemento hace acto de presencia previa destrucción, y de manera egoísta cubre los espacios por donde podíamos ver al mar, personaje siempre presente en nuestras vidas. Esa antigua arquitectura de “ligeros naipes”, tan personal, tan propia de este pequeño territorio está desapareciendo. La zona monumental cada vez se reduce y nadie actúa, nadie hace nada, las normas y las leyes son letra muerta. ¿Hasta cuándo?












   Hace unas semanas denuncié la destrucción de un hermoso rancho ubicado en la avenida Lima, mis quejas y reclamos cayeron en saco roto: la destrucción ha continuado y con ella una sensación nos ha invadido y sentimos que Barranco es un territorio desprotegido, una suerte de jungla donde cualquiera puede hacer lo que le dé la gana. Increíble.











   Repito la pregunta: ¿Hasta cuándo seguiremos siendo testigos de la desaparición de nuestro distrito? Las irresponsables inmobiliarias logran pingües ganancias con la destrucción de nuestro patrimonio y de nuestra memoria, pero a Barranco no solo se le destruye sino que se está superpoblando y con este crecimiento demográfico crecen nuevos problemas. ¿Las autoridades? Bien, gracias.












   Mucho se habla de las potencialidades del turismo en el Perú, la “industria sin chimeneas” como se le suele llamar. El Perú bien podría obtener ingentes divisas por este concepto, su capacidad de atracción es enorme: somos un territorio milenario, tenemos una historia riquísima, poseemos hermosos paisajes, la variedad de flora y fauna hace de nuestro país un territorio único, en fin. Sin embargo, nos complacemos en destruir lo que bien puede atraer al turista. Lima, Patrimonio Cultural de la Humanidad, es un ejemplo de lo que digo. Me pregunto, ¿le podrá interesar a un turista extranjero venir a Barranco para ver solo edificios “modernos”? La respuesta la tiene cada uno de nosotros.












   Mientras tanto la indiferencia ante la destrucción de nuestro patrimonio urbano campea, llegará el día en que Barranco solo será un recuerdo, una herida, mejor dicho, como ha sucedido con Miraflores y todo lamento será en vano pues todo estará consumado, como le está ocurriendo a esta casona barranquina que ante la vista y paciencia de las autoridades la están demoliendo, prueba contundente de la incuria de nuestras autoridades y organismos pertinentes. He aquí las fotos de una destrucción denunciada.

































   






   Continuará…









                                       Morada de Barranco, 29 de octubre de 2016.






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