sábado, 30 de abril de 2016

ÚLTIMOS DÍAS DE ABRIL...





                                                           Ya ha principiado el invierno en Barranco…
                                                                                                Martín Adán






   El insoportable verano se aleja de a pocos, se resiste, pero se va alejando en tanto un tímido otoño “asoma” inseguro, poco decidido; pareciera temeroso, sin personalidad, pero en los días de su atrevimiento, la neblina hace acto de presencia y cubre con misterio el paisaje. Los días fríos son un anticipo de la estación que tanto amo, los disfruto: siempre preferí al verano el invierno, no es una novedad.









   Cómo se hace extrañar el invierno que es capaz de crear atmósferas íntimas. La esperanza de su llegada me hace anticipar con nostalgia e imaginación mañanas y tardes, aquí en mi faro del cuarto piso, de lecturas impagables y de jornadas de películas bien abrigado y con una inseparable taza de café recién pasado que llegarán y serán bienvenidas, recibidas con los brazos abiertos, como en los viejos tiempos.









   Si la experiencia de la relectura de ciertos libros le proporciona a uno momentos de descubrimiento y crecimiento, visionar nuevamente ciertas películas, y en invierno,  tiene un encanto insuperable pues crea momentos íntimos y de complicidad con Rita, o sea, de felicidad, trozos de paraíso en el tercer planeta: ¿es que acaso El hombre quieto del maese John Ford o alguna otra joya no justifican una mañana o una tarde de abandono y admiración, por ejemplo, de la eternamente bella Maureen O’Hara (esa su inolvidable cabellera roja) o de algunas de las heroínas de El rayo verde o Cuento de verano de ese maestro del diálogo que fue Eric Rohmer?











   Para este invierno tengo ya el firme propósito de embarcarme en algunas sesiones de lectura de dos o tres novelas breves del frágil y siempre grandioso Stefan Zweig: pienso en Amok, tantas veces postergada, en Ardiente secreto y en Carta de una desconocida, toda una joya narrativa, esta sí relectura. A raíz de haber visionado, en estos días, En el corazón del mar, una película que cuenta la historia trágica del Essex, barco hundido por un cachalote, se me despertó el afán de releer una monumental novela de Herman Melville que hace muchísimos años no visito: Moby Dick y varios de sus cuentos (el ineludible Bartleby el escribiente, Billy Budd, marinero y Benito Cereno) y poesía, mucha poesía: Vallejo, Celan, Pessoa.








   Mientras tanto voy transitando por algunos libros de poesía que hace una buena punta de años no frecuentaba (a no ser de manera aislada o uno que otro poema), clásicos latinoamericanos que desde la segunda década del siglo XX irrumpieron con su voz novedosa y que desde hace unos meses literalmente devoro: Pablo Neruda, Vicente Huidobro, José María Eguren, Martín Adán, José Lezama Lima, Oliverio Girondo, Octavio Paz, y el mismo César Vallejo, antes nombrado, todos ellos con libros fundamentales, pilares que sostienen con solidez la riqueza y variedad de la poesía de este lado del mundo (¿alguien podría negar la importancia y el valor de Poemas humanos, Residencia en la Tierra, Altazor, Escrito a ciegas o Canción de las figuras?).


























    Hay un libro que no es de poesía, que voy leyendo de manera desordenada, cada que puedo, sin prisa, sin esa disciplina de lectura de la obra de los poetas anteriormente mencionados. Hablo de un libro de un autor a quien muy pocos ahora leen: José Augusto Trinidad Martínez Ruiz, conocido como Azorín, el libro a que hago referencia es Al margen de los clásicos, un libro que recoge pequeños apuntes, glosas sobre algunos de los personajes más representativos de la literatura española de siglos pasados (Fray Luis de León, Garcilaso de la Vega, Góngora, Quevedo, Bécquer, entre otros). 










   Su prosa de frases breves, sencillas, delicadas, describe con rápidas pinceladas, por ejemplo, el retrato de algún escritor, poeta o con notable maestría describe un ambiente o un paisaje como el que se dibuja ante los ojos de un absorto Gonzalo de Berceo frente a la perfección de la naturaleza: "Desde la ventanilla de la celda se ve el paisaje fino y elegante: Se ven unos prados verdes, aterciopelados, un riachuelo que se desliza lento y claro, y un grupo de álamos que se espejean en las aguas límpidas del arroyo". Pintura con palabras, no encuentro otra definición para los textos de este bello libro.










   Junto a las lecturas mencionadas, el empeño y la curiosidad para conocer un poco más sobre pintura (estoy escribiendo un libro donde la pintura es, diría, el leivmotiv) me lleva por caminos donde descubro la sorprendente obra de personajes como el norteamericano-alemán Lyonel Feininger (Nueva York, 1871 - 1956), personaje de quien antes nunca supe nada, pero que, investigando algo sobre su vida, me entero que fue compañero de ruta de uno de los pintores que más admiro: Paul Klee, cuya pintura la emparento, salvando distancias, con la poesía del peruano José María Eguren: hay en ambos un espíritu de infante que se expresa y bucea por extraños mundos y atmósferas inquietantes, irreales, oníricas. Veamos.




EL CABALLO



Viene por las calles,
a la luna parva,
un caballo muerto
en antigua batalla.

Sus cascos sombríos...
trepida, resbala;
da un hosco relincho,
con sus voces lejanas.

En la plúmbea esquina
de la barricada,
con ojos vacíos
y con horror, se para.

Más tarde se escuchan
sus lentas pisadas,
por vías desiertas
y por ruinosas plazas.




FAVILA



En la arena
se ha bañado la sombra.
Una, dos
libélulas fantasmas...

Aves de humo
van a la penumbra
del bosque.

Medio siglo
y en el límite blanco
esperamos la noche.

El pórtico
con perfume de algas,
el último mar.

En la sombra
ríen los triángulos.





PEREGRÍN CAZADOR DE FIGURAS



En el mirador de la fantasía,
al brillar del perfume
tembloroso de armonía;
en la noche que llamas consume;
cuando duerme el ánade implume,
Los órficos insectos se abruman
y luciérnagas fuman;
cuando lucen los silfos galones, entorcho
y vuelan mariposas de corcho
o los rubios vampiros cecean,
o las firmes jorobas campean;
por la noche de los matices,
de ojos muertos y largas narices;
en el mirador distante,
por las llanuras;
Peregrín cazador de figuras,
con ojos de diamante
mira desde las ciegas alturas.




EL DIOS CANSADO



Plomizo, caminando
y con la barba verde,
el ritmo pierde
el dios cansado.

Y va con tristes ojos
por los desiertos rojos,
de los beduinos
y peregrinos.

Sigue por las obscuras
y ciegas capitales
de negros males
y desventuras.

Reinante el día estuoso,
camina sin reposo
tras los inventos
y pensamientos.

Continúa ignorado
por la región atea;
y nada crea
el dios cansado.




















   De la  pintura de Feininger he de decir que está influenciada por varios movimientos vanguardistas (fauvismo, cubismo, expresionismo), pero no se puede decir que sea un fiel adscrito de tal o cual movimiento innovador, su obra es independiente, y más que pertenecer al cubismo, por ejemplo, su estilo pertenecía a lo que él mismo llamó como prismaísmo, ese afán por fracturar o quebrar la realidad de sus cuadros (sea a través de líneas o trazos o con los mismos colores). No quiero profundizar mucho sobre la obra de este magnífico pintor, ya habrá oportunidad para ello, quiero sí mostrar algunas de sus pinturas y compartir el asombro ante una obra tan poco mencionada, pero de notable personalidad.















































   En fin, los días pasan, el tiempo va cambiando y uno aquí, en su morada, esperando el cambio definitivo: “Nieblecita del pequeño invierno, cosa del alma, soplos del mar, garúas de viaje en bote de un muelle a otro, aleteo sonoro de beatas retardadas, opaco rumor de misas, invierno recién entrando…”, como escribiera, hace muchos años, un jovencito genial llamado Rafael de la Fuente Benavides, más conocido como Martín Adán.









   Continuará…









                                       Morada de Barranco, 30 de abril de 2016.





sábado, 23 de abril de 2016

GRANDE, SÓCRATES...






                                                         ¡Tú enseñas a vivir y morir!
                                                                            Martín Adán







   Edipo en Colona es una tragedia de Sófocles donde se cuenta que el desdichado Edipo, ciego y anciano, muere solo, sin la compañía de ningún familiar, ante la presencia de Teseo, generoso rey de Atenas, sus restos descansarán desde entonces en territorio ateniense, allí estaría la explicación de la prosperidad de Atenas por sobre las demás ciudades griegas: el oráculo había dicho al mismo Edipo que ahí donde reposaran sus huesos, ese lugar recibiría la prosperidad y la protección de los dioses.









   Atenas, ciudad maravillosa de la antigüedad, signada por la leyenda y por la verdad histórica, cuna de grandes hombres que engrandecieron y dieron prestigio a la cuna de la cultura occidental. He aquí algunos nombres: los políticos Pisístrato, Milcíades y Pericles, el historiador Jenofonte, el poeta Píndaro, los dramaturgos Aristófanes, Eurípides y Sófocles, los filósofos Platón, Aristóteles y Sócrates. Toda una pléyade de luminarias que enriquecieron el mundo antiguo y cuya luz no se ha extinguido, a pesar de los siglos transcurridos.








   De ellos, en esta oportunidad, me interesa el misterioso Sócrates, de quien poco se sabe. De él sabemos que era poco atractivo, veamos: gordito, bajito, calvo, ojos saltones. Lo que sabemos de él es gracias a sus discípulos, sobre todo por Platón, quien en sus diálogos nos lo presenta extremadamente agudo. Sabemos también que gustaba del arte de la conversación, que le gustaba dialogar con sus discípulos no en espacios cerrados sino al aire libre y que el recurso que empleaba fue el de la mayéutica que consiste en el diálogo a través del cual el alumno descubre la verdad por sí mismo.








   Sócrates parece ser que gustaba de fingir ignorancia (recordemos esa frase que se le atribuye: “Solo sé que nada sé”) y de ser un gran tonto, con la finalidad de dejar en ridículo a través de razonamientos al que más, y lo que es peor, ante los demás. Esta “ironía socrática”, le hizo ganar antipatías y muchos enemigos que después se lo cobraron con creces. Fue acusado de introducir nuevos dioses y de llevar por malos caminos a la juventud. Como se puede ver, el hombre muy poco ha cambiado: los que tienen el poder aplastan a quien pone en peligro sus intereses, para ello se valen de la mentira y de la prepotencia. Nada nuevo en verdad.








   Jostein Gaarder publicó hace unos veinte años un libro que resulta un magnífico pie de inicio para el mundo de la filosofía, hablo de la novela El mundo de Sofía. En sus páginas encontramos pasajes que nos aclaran un poco más sobre el enigmático Sócrates, Gaarder apela a las comparaciones para saber algo más de este personaje, por ejemplo compara a Sócrates con Jesucristo y nos dice que ambos se parecieron mucho a pesar de pertenecer a culturas y tiempos diferentes. Apelaré a mi memoria. Tanto Sócrates como Cristo fueron sabios y maestros, ambos prefirieron vivir en humildad y pobreza, jamás cobraron por sus enseñanzas, nunca escribieron obra alguna, los dos murieron siendo consecuentes con sus ideas: atrevidos y desafiantes con los poderosos, a quienes criticaban y denunciaban, esta actitud decidió sus destinos, la muerte, la cual encararon con valentía.









   Tengo siempre en la memoria un par de anécdotas atribuidas al gran Sócrates, dos historias que empleo como motivación en el desarrollo del curso de Filosofía y que los alumnos oyen y celebran. La primera le he puesto el título de Las 500 dracmas y la segunda, La prueba de los tres filtros. Quiero en esta oportunidad trasladar este par de anécdotas al espacio de esta bitácora para que las disfruten y, por qué no, motivar alguna reflexión. Aquí va la primera.








  Cuenta la anécdota que Sócrates iba con sus discípulos caminando cuando de pronto un hombre se les atraviesa, era uno de los más ricos comerciantes atenienses. Se dirige a Sócrates y le dice entusiasmado: “¡Maestro, lo vengo buscando hace días!”. El sabio le responde: “¿En qué te puedo servir, buen hombre?”. “Necesito que te encargues de la educación de mi hijo y quiero saber cuánto me ha de costar tus servicios”, agitado le respondió el rico comerciante. Sócrates que nunca había cobrado por sus enseñanzas, para ponerlo a prueba le dice: “La educación de tu hijo te costará 500 dracmas”. El comerciante lo mira sorprendido y le dice al viejo filósofo: “¿500 dracmas?, pero eso es mucho, con 500 dracmas puedo comprar un burro para transportar mis mercaderías”. Sócrates lo mira y con suma tranquilidad le responde: “Entonces ve y compra ese burro, llévalo a tu casa, así tendrás dos burros”.








   La segunda anécdota cuenta que Sócrates y sus discípulos iban conversando amenamente por una plaza de la antigua Atenas, cuando de pronto un hombre extraño se les acerca y le dice al sabio ateniense: “¡Maestro, maestro, tengo algo que contarte, es sobre un amigo tuyo y recién me acabo de enterar!”. “¿Un amigo mío, dices?”, le respondió el viejo maestro. “En efecto y sé que te va a interesar”. Sócrates lo miró con desconfianza y le dice: “Antes que me digas algo sobre ese amigo mío, vamos a ver si eso que me vas a contar pasa por la prueba de los tres filtros”. Sorprendido el hombre mira a Sócrates y escucha que este le dice: “Veamos si pasa por la primera prueba que es el de la verdad, ¿estás completamente seguro que lo que me quieres decir es cierto?”. El hombre mira a Sócrates y nervioso le dice: “Creo que no, pero se…”. “O sea, no sabes si es cierto o no, bien, entonces lo que me quieres decir no ha pasado el primer filtro. Pero quizás pase la segunda prueba que es el de la bondad: ¿Eso que me quieres contar sobre ese amigo mío es algo bueno?”. “No, definitivamente no”, respondió por segunda vez el lenguaraz. “Entonces eso que me quieres contar no ha pasado por el segundo filtro, tal vez pase la tercera prueba que es el de la utilidad: ¿Lo que me quieres contar me va a ser útil? “No creo”, respondió el hombre. Sócrates entonces miró al deslenguado y con absoluta seguridad le dijo: “Si lo que quieres contarme no es cierto, tampoco es bueno ni es útil, no quiero escucharlo”. Entonces el extraño hombre se retiró avergonzado. Grande, Sócrates.









   Continuará…







                                            Morada de Barranco, 23 de abril de 2016.