sábado, 23 de abril de 2016

GRANDE, SÓCRATES...






                                                         ¡Tú enseñas a vivir y morir!
                                                                            Martín Adán







   Edipo en Colona es una tragedia de Sófocles donde se cuenta que el desdichado Edipo, ciego y anciano, muere solo, sin la compañía de ningún familiar, ante la presencia de Teseo, generoso rey de Atenas, sus restos descansarán desde entonces en territorio ateniense, allí estaría la explicación de la prosperidad de Atenas por sobre las demás ciudades griegas: el oráculo había dicho al mismo Edipo que ahí donde reposaran sus huesos, ese lugar recibiría la prosperidad y la protección de los dioses.









   Atenas, ciudad maravillosa de la antigüedad, signada por la leyenda y por la verdad histórica, cuna de grandes hombres que engrandecieron y dieron prestigio a la cuna de la cultura occidental. He aquí algunos nombres: los políticos Pisístrato, Milcíades y Pericles, el historiador Jenofonte, el poeta Píndaro, los dramaturgos Aristófanes, Eurípides y Sófocles, los filósofos Platón, Aristóteles y Sócrates. Toda una pléyade de luminarias que enriquecieron el mundo antiguo y cuya luz no se ha extinguido, a pesar de los siglos transcurridos.








   De ellos, en esta oportunidad, me interesa el misterioso Sócrates, de quien poco se sabe. De él sabemos que era poco atractivo, veamos: gordito, bajito, calvo, ojos saltones. Lo que sabemos de él es gracias a sus discípulos, sobre todo por Platón, quien en sus diálogos nos lo presenta extremadamente agudo. Sabemos también que gustaba del arte de la conversación, que le gustaba dialogar con sus discípulos no en espacios cerrados sino al aire libre y que el recurso que empleaba fue el de la mayéutica que consiste en el diálogo a través del cual el alumno descubre la verdad por sí mismo.








   Sócrates parece ser que gustaba de fingir ignorancia (recordemos esa frase que se le atribuye: “Solo sé que nada sé”) y de ser un gran tonto, con la finalidad de dejar en ridículo a través de razonamientos al que más, y lo que es peor, ante los demás. Esta “ironía socrática”, le hizo ganar antipatías y muchos enemigos que después se lo cobraron con creces. Fue acusado de introducir nuevos dioses y de llevar por malos caminos a la juventud. Como se puede ver, el hombre muy poco ha cambiado: los que tienen el poder aplastan a quien pone en peligro sus intereses, para ello se valen de la mentira y de la prepotencia. Nada nuevo en verdad.








   Jostein Gaarder publicó hace unos veinte años un libro que resulta un magnífico pie de inicio para el mundo de la filosofía, hablo de la novela El mundo de Sofía. En sus páginas encontramos pasajes que nos aclaran un poco más sobre el enigmático Sócrates, Gaarder apela a las comparaciones para saber algo más de este personaje, por ejemplo compara a Sócrates con Jesucristo y nos dice que ambos se parecieron mucho a pesar de pertenecer a culturas y tiempos diferentes. Apelaré a mi memoria. Tanto Sócrates como Cristo fueron sabios y maestros, ambos prefirieron vivir en humildad y pobreza, jamás cobraron por sus enseñanzas, nunca escribieron obra alguna, los dos murieron siendo consecuentes con sus ideas: atrevidos y desafiantes con los poderosos, a quienes criticaban y denunciaban, esta actitud decidió sus destinos, la muerte, la cual encararon con valentía.









   Tengo siempre en la memoria un par de anécdotas atribuidas al gran Sócrates, dos historias que empleo como motivación en el desarrollo del curso de Filosofía y que los alumnos oyen y celebran. La primera le he puesto el título de Las 500 dracmas y la segunda, La prueba de los tres filtros. Quiero en esta oportunidad trasladar este par de anécdotas al espacio de esta bitácora para que las disfruten y, por qué no, motivar alguna reflexión. Aquí va la primera.








  Cuenta la anécdota que Sócrates iba con sus discípulos caminando cuando de pronto un hombre se les atraviesa, era uno de los más ricos comerciantes atenienses. Se dirige a Sócrates y le dice entusiasmado: “¡Maestro, lo vengo buscando hace días!”. El sabio le responde: “¿En qué te puedo servir, buen hombre?”. “Necesito que te encargues de la educación de mi hijo y quiero saber cuánto me ha de costar tus servicios”, agitado le respondió el rico comerciante. Sócrates que nunca había cobrado por sus enseñanzas, para ponerlo a prueba le dice: “La educación de tu hijo te costará 500 dracmas”. El comerciante lo mira sorprendido y le dice al viejo filósofo: “¿500 dracmas?, pero eso es mucho, con 500 dracmas puedo comprar un burro para transportar mis mercaderías”. Sócrates lo mira y con suma tranquilidad le responde: “Entonces ve y compra ese burro, llévalo a tu casa, así tendrás dos burros”.








   La segunda anécdota cuenta que Sócrates y sus discípulos iban conversando amenamente por una plaza de la antigua Atenas, cuando de pronto un hombre extraño se les acerca y le dice al sabio ateniense: “¡Maestro, maestro, tengo algo que contarte, es sobre un amigo tuyo y recién me acabo de enterar!”. “¿Un amigo mío, dices?”, le respondió el viejo maestro. “En efecto y sé que te va a interesar”. Sócrates lo miró con desconfianza y le dice: “Antes que me digas algo sobre ese amigo mío, vamos a ver si eso que me vas a contar pasa por la prueba de los tres filtros”. Sorprendido el hombre mira a Sócrates y escucha que este le dice: “Veamos si pasa por la primera prueba que es el de la verdad, ¿estás completamente seguro que lo que me quieres decir es cierto?”. El hombre mira a Sócrates y nervioso le dice: “Creo que no, pero se…”. “O sea, no sabes si es cierto o no, bien, entonces lo que me quieres decir no ha pasado el primer filtro. Pero quizás pase la segunda prueba que es el de la bondad: ¿Eso que me quieres contar sobre ese amigo mío es algo bueno?”. “No, definitivamente no”, respondió por segunda vez el lenguaraz. “Entonces eso que me quieres contar no ha pasado por el segundo filtro, tal vez pase la tercera prueba que es el de la utilidad: ¿Lo que me quieres contar me va a ser útil? “No creo”, respondió el hombre. Sócrates entonces miró al deslenguado y con absoluta seguridad le dijo: “Si lo que quieres contarme no es cierto, tampoco es bueno ni es útil, no quiero escucharlo”. Entonces el extraño hombre se retiró avergonzado. Grande, Sócrates.









   Continuará…







                                            Morada de Barranco, 23 de abril de 2016.







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