domingo, 26 de julio de 2015

EL TRISTE CASO DE ERNEST LISSAUER





                                                                           Tan sólo el ruido obsceno de las armas…
                                                                                                                  Wilfred Owen






   Hay personajes que aparecen de manera oportuna y alcanzan la cima: la admiración y el aprecio les llega a raudales, como una marea incontenible. Pero de pronto se ven invadidos por la oscuridad del rechazo, entonces el desprecio y el olvido se ceban en ellos y desaparecen, como es natural, de manera triste, lamentable. Es el caso de Ernest Lissauer.







   Ernest Lissauer, poeta, dramaturgo, músico alemán de raíces judías, nació en la capital alemana el 16 de diciembre de 1882. Hijo de familia adinerada, fue educado en el Gimnasio Federico Guillermo de Berlín. Cuentan de él que era un hombre entrado en carnes, pesado de movimientos, amante de su país con una intensidad que lo llevó a “cometer” la creación de un poema tristemente célebre: su Canto de odio a Inglaterra. Poema que se convirtió en una suerte de himno bélico en su país antes y durante la Primera Guerra Mundial.











   Stefan Zweig lo llegó a conocer y escribió sobre él lo siguiente: “El caso más típico, más conmovedor de éxtasis sincero y a la vez insensato fue, a mi juicio, el de Ernest Lissauer. Lo conocía bien. Componía poesías breves, escuetas, duras, y era, sin embargo, el hombre más bonachón que es dable imaginar. Aún hoy recuerdo que hube de apretar los labios para disimular una sonrisa cuando me visitó por primera vez. Me lo había imaginado un hombre joven, delgado, huesudo, de acuerdo con sus versos germanos, medulares, que se caracterizaban en todo por su concisión extrema. En cambio, vi entrar en mi habitación a un hombrecito de carnes abundantes, grueso como un barril, con doble papada, algo tartamudo, desbordante de celo y amor propio, poseído por la poesía y a quien ninguna defensa ni medida lograba hacer desistir de su afán de recitar una y otra vez sus versos. Pese a todas sus ridiculeces, uno terminaba, sin embargo, por quererlo, porque era sumamente cordial, buen camarada, sincero y de una pasión casi demoniaca por su arte…”, por su arte y por Alemania, agregaría.











   Rechazado para servir a Alemania como soldado por su sobrepeso y algunos males que arrastraba, la desesperación lo invadió. Deseoso de servir a su patria, entonces hizo lo que mejor sabía: escribir un poema, el mencionado  Habgesang gegen England o Canto de odio a Inglaterra. Tan popular se hizo el mencionado poema que, en los colegios alemanes, los profesores hacían memorizar sus versos a los alumnos, no había ciudadano alemán de a pie (y de los otros) que no se supiera de memoria y recitara el poema, incluso se le puso música y se cantaba en los teatros, en los colegios, en las calles, en toda actividad pública y privada. Los diarios de la época estaban obligados a publicar el poema y lo hicieron… Ernest Lissauer se convirtió en una celebridad, fue el poeta de la nación alemana, el que encarnaba a través de sus versos al espíritu alemán anhelante de justicia: castigar con la derrota a Inglaterra, causante, según muchos alemanes (incluido Lissauer), de esta guerra.












   Poeta de la nación alemana. Increíble. Incluso fue condecorado con la Orden del Águila Roja por el mismísimo Kaiser Guillermo II. No contento con pergeñar esos oscuros y ahora, con justicia, olvidados versos de odio y venganza, Ernest Lissauer creo algunos lemas, el de más éxito fue: “Gott Strafen England”, o sea: “Dios castigue a Inglaterra”. La frasecita tuvo tanta acogida que los soldados y el pueblo alemán lo llevaban impresa en los gemelos y en diversos pines en señal de adhesión a la causa alemana. Incluso salieron estampillas con el lema mencionado. La fiebre bélica estaba en su apogeo.   























   Sin embargo, la gloria le duró muy poco tiempo: cuatro o cinco años. Apenas terminada la guerra, con la consiguiente derrota alemana, Ernest Lissauer cayó en desgracia y fue expulsado del olimpo. Se volvió o lo volvieron un apestado, un ser indeseable a quien, entre otras cosas, le achacaban ser el origen de ese odio a Inglaterra que ahora, acabada la guerra, por conveniencias comerciales y políticas, buscaban los alemanes olvidar o, en todo caso, hallar una "cabeza de turco", culpar a uno solo: “el Lissauer del odio”, como dice Stefan Zweig que lo llamaron, cargó con la culpa, incluso sus antiguos amigos le dieron la espalda. El poeta en desgracia abandonó Alemania y se afincó en Viena desde 1923.














   Pero aún le faltaba mayores desgracias al pobre y olvidado Lissauer, a quien ya nadie leía ni querían publicar desde 1919: los diarios, por ejemplo, lo boicotearon. Por ahí tuvo algún éxito teatral pero nada comparable con su momento de gloria ardiente, apenas si un pálido reflejo. Unos años después, con la ascensión de los nazis al poder, Ernest Lissauer fue condenado formalmente al destierro y a no ser publicado por su condición de judío: él, que durante un tiempo fue el poeta de la nación alemana, ahora era un paria despreciado por sus orígenes.












   Ernesnest Lissauer murió de neumonía, olvidado y en el más absoluto silencio, el 10 de diciembre de 1937. Fue enterrado en el cementerio judío de Viena. Sus ojos no verían la Segunda Guerra Mundial ni las mayores desgracias que sufriría Alemania, el país que amó ardientemente y por cuyo amor equivocado ocasionaría su propia desgracia al optar por la senda del odio y la venganza.












CANTO DE ODIO A INGLATERRA


¿Qué nos importan los rusos y los franceses?
¡Disparo por disparo y golpe por golpe!
No los amamos,
No los odiamos,
Defendemos el Vístula y el Wasgaupass,-
Tenemos un solo y único odio,
Amamos todos a una,
Odiamos todos a una,
Tenemos un solo y único enemigo:
Pues todos lo sabéis,
Pues todos lo sabéis,
Se agazapa tras la marea gris,
Lleno de envidia, lleno de rabia,
Lleno de astucia, lleno de ingenio,
Separado por las aguas,
Más espesas que la sangre.
Queremos entrar en un tribunal,
Pronunciar un juramento, cara a cara,
Un juramento mineral, que ningún viento se lleve,
Un juramento para hijos y nietos,
Oíd la palabra, repetid la palabra,
Resuena por toda Alemania:
No queremos cejar en nuestro odio,
Todos tenemos un único odio,
Amamos todos a una,
Odiamos todos a una,
Todos tenemos un único enemigo:
¡Inglaterra!

En el camarote de a bordo, en el salón de gala,
Los oficiales del barco se sentaron al banquete,
Como un golpe de sable, como un impulso de las velas,
Alguien, saludando, elevó su vaso,
Como un golpe de remo, lanzó tan solo
Tres sonoras palabras: “¡Por el día!”
¿Por quién iba ese brindis?
Todos tienen un único odio
¿A quién se refería?
Todos tienen un único enemigo:
¡Inglaterra!

Toma los pueblos de la Tierra en prenda,
Construye murallas con lingotes de oro,
Cubre las aguas del océano, con proa sobre proa,
Calculas con astucia, pero no la suficiente.
¿Qué nos importan los rusos y los franceses?
¡Disparo por disparo y golpe por golpe!
Afrontamos la lucha con bronce y acero,
Y quizá algún día firmemos la paz,-
Te odiaremos con odio duradero,
No cejaremos en nuestro odio,
Odio por tierra y por mar, odio de la cabeza
Y odio de la mano, odio del martillo
Y odio de la corona, odio sordo
De setenta millones,
Aman todos a una, odian todos a una,
Todos tienen un único enemigo:
¡Inglaterra!

(Traducción de Javier Granda y Begoña Belloch)









   Continuará…






                                                Morada de Barranco, 26 de julio de 2015.






martes, 21 de julio de 2015

GREGUERÍAS, VANGUARDIA Y ANIMALES







                                                                            La leche es el agua vestida de novia.
                                                                                        Ramón Gómez de la Serna






   Un texto breve como breve son las greguerías. ¿Greguerías? En efecto, esos pequeños pensamientos, reflexiones diminutas, aforismos cargados de humor (humor deliberado, por cierto) que tan famosos hiciera el “más grande de los grandes ramones de españa” (transcribo como como está en la carátula de Química del espíritu, libro de Alberto Hidalgo): Ramón Gómez de la Serna. Decía él de las greguerías: “Humorismo más metáfora igual greguería”, no sé cuán precisa pudiera ser esta particular definición, ocurrencia, en realidad.











   Ramón Gómez de la Serna, español, prolífico escritor (¡qué no escribió!), pergeñó incansablemente sus greguerías con que llenó el mundo de ese humor que no ha perdido (a pesar de los años) su encanto. Apeló a lo que los vanguardistas pusieron en práctica en las primeras décadas del siglo XX para “epatar a los burgueses”: crear una nueva realidad con el perturbador encuentro de dos realidades distintas y fusionadas de manera exprofesa, deliberada, llámese metáfora o en este caso greguería. He aquí algunos ejemplos:






¡Qué tragedia! Envejecían sus manos y no envejecían sus sortijas.



El fotógrafo nos coloca en la postura más difícil con la intención de que salgamos más naturales.



Los tornillos son clavos peinados con la raya al medio.



En cuanto se abre la rosa comienza a dictar testamento.



Las flores que no huelen son flores mudas.



Lo malo de los nudistas es que cuando se sientan se pegan a las sillas.



El tenedor es el peine de los tallarines.



Lo que más le duele al árbol de los hachazos es que el hacha tenga mango de palo.







   Hablo de greguerías y viene a mi mente algunos de los más grandes poetas peruanos, algunos de sus libros cobijados bajo la impronta del vanguardismo. Pienso, por ejemplo, en Alberto Hidalgo y en un libro suyo que fue prologado por el gran Ramón, el mencionado Química del espíritu del año 1923 o de su Antología personal del año 1967 donde entre sus poemas puede encontrarse algunas greguerías, muestra de la influencia del escritor español:





Todos los ascensores saben que están en la cárcel.



El sol es mi moneda cotidiana
antes de caer en esa otra alcancía voraz del horizonte.



El horizonte es insaciable:
se traga las miradas…



Lo que no deja al hombre crecer es la cabeza
pesa sobre él como si fuese un mundo...










   En 1931, Xavier Abril publica en España su libro Hollywood con un grabado de su amiga, la pintora superrealista Maruja Mallo (colaboradora de Un perro andaluz, corto de Buñuel y Dalí). La última sección del libro titulada Pequeña estética, recoge las greguerías que el autor escribiera entre los años de 1923 a 1926. Abril admiró la obra de Ramón Gómez de la Serna y fue su amigo. El autor de las greguerías debió escribir el prólogo de este libro, pero a raíz de un viaje, al escritor español le fue imposible hacerlo. Abril recordaría siempre esta anécdota: muchos años después se encontrarían en una librería de Buenos Aires, el escritor español lo miró desde lejos y repitió una greguería del peruano: "El gato es gótico", señal de la buena memoria del gran Ramón y una aprobación a la incursión del poeta limeño en los territorios de la greguería. He aquí algunas de ellas:







Las orejas son interrogaciones. ¿Contestarán?



La curva es la embriaguez de la recta.



La B se ha comido la estética.



Al pensador de Rodin le falta escribir lo que piensa.



Hay espectadores que hasta se creen el deber de hacerse los que piensan oyendo música. 







   Martín Adán, seudónimo de Rafael de la Fuente Benavides, escribió siendo escolar unas prosas poéticas que tenían como referente a Barranco y a dos adolescentes: Ramón (¿coincidencia?) y al observador y sensible narrador. A los veinte años, Martín Adán seleccionó estas prosas y lo publicó como libro, estamos hablando del año 1928, el libro se tituló La casa de cartón. Entre las páginas de esta obra sin género podemos encontrar muchos ejemplos de su admiración por la obra de Ramón Gómez de la Serna, en especial por la greguería, por ejemplo:





Las yanquis tienen la carne demasiado fresca, casi fría, casi muerta.



Las gallinas son buenas madres de familia que se empeñan en gustar al marido todavía.



Los cuyes, todos, hembras y machos, son hembras.



(El chivo) es cornudo, pero no casado.







   En las constantes relecturas de 5 metros de poemas, del poeta Carlos Oquendo de Amat, se me quedó grabada esta greguería, me parece que la única del libro, pero que respeta el espíritu juguetón, irreverente, presente en todo el poemario, ejemplo alto de la vanguardia no solo en el Perú:





Las nubes  
son el escape de gas de automóviles invisibles 






   Entre las miles de greguerías creadas por el genial Ramón (algunos dicen que son más de diez mil; otros, más de cien mil, lo cierto es que ni el mismo autor lo sabía), siempre llamaron mi atención los dedicados a los animales. Digamos que son los que me gustan más, una cuestión puramente personal ya que no desdeño las greguerías con otra temática (pues las disfruto sobre todo cuando descubro una nueva). Circula por ahí una bella edición con greguerías sobre animales que asegura buenos momentos de lectura y sorpresa.









   Tres experiencias de mi niñez están relacionadas con los animales. La primera de ellas tiene que ver con los zoológicos. Hace mucho, muy niño aún, un tío me llevó al Zoológico de Barranco, que entonces ya se jugaba los descuentos, fue allí que con cinco años vi por primera vez a animales de los que solo había oído. Dos animales captaron mi atención y no los he podido olvidar: el elefante y el lince. Uno me sorprendió por su tamaño y porque era muy sociable; el otro era silencioso y, agazapado, miraba con desconfianza y hasta me atrevería a decir, con miedo.










   Unos años después, me ocurrió una ingrata experiencia en el colegio. Desde muy niño fui muy dado a ver imágenes (quizá por eso ame el cine): constantemente veía revistas, periódicos (antes de aprender a leer) y un diccionario Rancés que mi padre nos había comprado uno para mi hermana Gloria y otro para mí. El diccionario tenía hermosos dibujos en blanco y negro, allí descubrí muchas cosas, entre ellas a un molusco cefalópodo cuyo nombre es argonauta. Tenía nueve años de edad cuando un profesor de Ciencias Naturales (que así se llamaba el curso) pidió en una evaluación escrita mencionar a varios moluscos. Escribí “argonauta” y cuando por lo menos esperaba que el profesor me felicitara por el "animalito extraño", anuló mi respuesta. El profesor no conocía ese animal y todo hacía suponer que no tenía intención de conocerlo. La sensación de injusticia no se borró, la manera como me respondió cuando le reclamé dejó si no la herida, por lo menos una cicatriz. Curioso, nunca olvidé el nombre del molusco, en cambio el nombre del profesor, y no miento, ya ni me acuerdo.











   Tendría unos doce años cuando mi hermano menor, Arturo, le pidió a mis padres que le compraran unos fascículos coleccionables sobre animales. Los dibujos eran impresionantes y por la perfección de ellos y los detalles, te transportaban a esas regiones extrañas del mundo, sobre todo África. Allí conocí a cuatro animales cuyos nombres no he podido olvidar: el jerbo (una suerte de roedor canguro), el serpentario (ave cuyo nombre viene del hecho de comer ofidios), el okapi (extraño animal mezcla de jirafa con cebra) y el ornitorrinco (extraño como pocos: con algo de pato, de nutria y de castor). Lamentablemente la colección nunca se completó, pero lo que allí aprendí jamás lo olvidé (mi hermano tampoco).














   Este texto tenía que ser breve. Era la idea. Se deja uno ganar por los recuerdos. Aquí termina, entonces, esta entrada con una selección de greguerías de animales producto de la mente creativa del gran Ramón Gómez de la Serna y que a mí me sorprenden con su humor y particular encanto cada que las leo.




El camello tiene cara de cordero jorobado.






El camello lleva a cuestas el horizonte y su montaña.






El más pequeño ferrocarril del mundo es la oruga.






Lo que pierde al ratón es arrastrar tan largo rabo.






El gato tiene el pelo de presidiario.    




    

La mariposa lleva a su gusano de viaje.






La cebra es el animal que luce por fuera su radiografía interior.






Los elefantes parece que tienen en las patas las muelas que no tienen en la boca.






El dolor más grande del mundo es el dolor de colmillo de elefante.






Ningún pájaro ha logrado sacar las manos de las mangas de las alas, salvo el murciélago.






Lo más terrible del perro con bozal es que no puede bostezar.







La pulga hace guitarrista al perro.        






El pez está siempre de perfil.






El jabalí es el cerdo que defiende sus jamones.     




     

Las gaviotas nacieron de los pañuelos que dicen ¡adiós! en los puertos.






Hay tanta gente alrededor de la jaula de los monos que parece que dan conferencias.






No se sabe cuál es peor, si la mosca del sueño o la mosca que no tiene sueño.






Pingüino es una palabra atacada por las moscas.






La jirafa tiene abrigo de piel de leopardo.





La leona es un león que hubiese ido a la peluquería.






Eso de creer que el loro no sabe lo que dice es no querer ofender, pero el loro nos mira cuando nos insulta.






El cocodrilo es una maleta que viaja por su cuenta.






Cuando escarba el toro en la arena parece estar cavando la fosa del torero.






El ciervo es el hijo del rayo y del árbol.






Las hormigas llevan el paso apresurado como si les fuesen a cerrar la tienda.






Búho: gato emplumado.






   Continuará…






                                           Morada de Barranco, 21 de julio de 2015.