lunes, 27 de diciembre de 2010

ANÉCDOTAS DEPORTIVAS EN EL COLEGIO

                                                                      Yo soy el que ha corrido.
                                                                          Juan Parra del Riego

   Una de las cosas que me llamó la atención cuando llegué al colegio Arnaez era su tamaño. Yo venía de la G.U.E. José María Eguren (donde se estudiaba en las mañanas a diferencia del Arnaez que era en las tardes), colegio de enormes dimensiones que tenía incluso una cancha oficial de fútbol con pista atlética. El Arnaez, comparándolo con el Eguren, era (y es) un colegio pequeño, sin embargo la rivalidad entre los dos era un asunto serio.
   En el único patio que tiene el Arnaez sólo se podía hacer algunas pruebas para el curso de Educación Física (o Psicomotriz, como algún tiempo se le llamó): gimnasia, por ejemplo. Pruebas de pista, lanzamientos y saltos teníamos que hacerlas en el Luis Gálvez Chipoco. Para ello teníamos que movilizarnos prestamente en la línea 2 de la Enatru, cuyo paradero inicial (o final, nunca supe) estaba al costado del colegio Indacochea.
   Las clases de Física eran de las más esperadas porque ellas significaban mayor libertad, despliegue físico, alegrías, risas, sobre todo. El primer año en el Arnaez tuvimos como profesor a un personaje a quien llamábamos "El ruso", un gordito coloradote, no muy alto, corte de cabello a lo militar, ojos achinados y claros que recordaba mucho a la imagen de un down, recuerdo que siempre usaba un pantalón de buzo, nunca truza, short o pantalón corto y unas impecables zapatillas blancas que parecían recién compradas. De las clases de este profesor sólo recuerdo su última evaluación: la prueba de Maratón, prueba por la que tenían que pasar todos si es que no querían reprobar el curso. Eran tiempos en que a todos metían a un mismo saco, no interesaba si alguno por allí pudiera tener algún mal cardiaco congénito: si un alumno hacía una prueba, todos tenían que hacerla. Así que había que correr nomás.
   La ruta era la siguiente: iniciabas dando una vuelta a la pista atlética del Chipoco, salías del campo deportivo y bajabas por la Quebrada de Armendáriz, continuabas por la Costa Verde corriendo a orillas del larguísimo charco que bordeaba a los barrancos (en ese entonces habían caídas de agua dulce donde los bañistas antes de retirarse se quitaban la arena y el agua salada del cuerpo), luego subías (¡oh, martirio de martirios!) por la Bajada de los Baños, pasabas por debajo del Puente de los Suspiros y trepabas por donde está la Ermita y agarrabas el Malecón de Barranco y te dirigías al Chipoco, una vez en el Chipoco, así como empezaste la terminabas, es decir, con una vuelta por la pista atlética. A la distancia lo recuerdo y me pregunto, ¿cómo es que nadie se murió?, porque la exigencia era mucha para chiquillos de doce y trece años.


                                                            La Bajada de los Baños en Barranco.

   ¿Cómo fue mi desempeño en la prueba? Pues fatal. Fui uno de los últimos en llegar, creo que llegué como a las 8:00 p.m., agotadísimo y llevando mi caja torácica como si fuera una mochila, más muerto que vivo: tenía todo el cuerpo maltratado, tan maltratado que hasta me podía sacar conejos de los parietales, mis piernas por el mucho esfuerzo temblaban como perro con distemper, vomité hasta la cena navideña del año anterior y una sed espantosa que me animaba a tomarme el agua de la piscina. Un dato que me olvidaba, cuando llegué al Chipoco, creo que "El ruso" ya se había quitado.


                                                         Debajo del Puente de los Suspiros.
   Una cosa que no olvido es que antes de que alguien lo hiciera, o se atreviera a pensarlo, el profesor nos advirtió: "Cuidadito con cortar camino por los barrancos, tengo vigías que están viendo a quienes se atrevan a hacerlo". Obviamente nadie arriesgó y todos corrimos respetando la ruta.


                                                          La subida frente a la Ermita de Barranco.
   Al año siguiente ya no estaba "El ruso". El profesor de Física era Huarachi, un profesor que ya para entonces su frente anunciaba una calvicie agresiva, bigotes gruesos y unos dientes desordenados, es lo que recuerdo de su apariencia. Hace poco lo he visto y su apariencia mucho no ha cambiado.
   Una de las primeras exigencias del nuevo profesor es que todos teníamos que tener suspensores porque, como decía él, el peligro de que se te descolgaran los testículos al hacer pruebas físicas eran grande, así que todos con esa advertencia, al toque lo compramos, no fuera que por desobedientes nos quedasemos sin ellos. Para entonces el uniforme de física era éste: polo blanco con cuello y bordes de la manga de color rojo, tres lineas rojas partían desde el cuello e iban por el hombro y terminaban en la manga, en el pecho estaba estampado el nombre del colegio con letras igualmente rojas. La truza tenía que ser azul (o azulino), zapatillas y medias blancas. El buzo debía ser de color azul.
   De las muchas anécdotas con Huarachi, ahora recuerdo dos: la primera es aquella donde antes de realizar la prueba de salto largo, Huarachi ve por primera vez la estampa del "Negro" Vera: delgado, alto, altísimo en realidad, gigantescas calancas, un prospecto de atleta. Aún recuerdo sus palabras: "Vera, yo te invito formalmente a que integres la selección de atletismo del colegio, tienes todo para ser un gran atleta". El "Negro" agradeció. Cuando llegó la prueba de salto, todos estábamos espectantes para ver la participación de Vera. Hasta que le tocó su turno. Grandísima decepción nos llevabamos todos, incluido Huarachi. El negro era delgado, alto, piernas larguísimas pero sus dos piernas eran izquierdas (o derechas), cuando corría parecía doña Huaraca; es decir, sus piernas se cruzaban entre sí, se trababan, armaban tamaño laberinto que parecía que terminaban haciéndose un nudo, en otras palabras: un desastre. Pero Huarachi tenía esperanzas, así que lo probó en fútbol, nada: el negro era más malo que mi abuelita. Lo probó en básquet, su alta estatura lo hacía ver como esos grandes basquebolistas norteamericanos, pero el negro era torpe no sólo con los pies sino también con las manos. Creo que Huarachi lo probó hasta en canicas, pero la realidad era que Vera estaba negado para los deportes, ya lo dice el dicho: "Lo que Dios no da, Salamanca no brinda". Una vez que que Huarachi comprobó que el negro no había sido signado para ser un grandioso deportista, se olvidó de él, practicamente lo ignoró y si por allí alguna vez lo miraba, lo hacía con una mirada despectiva que dificilmente lo podía disimular. Pero si Vera no pudo ser deportista, el negro si tenía voz y amaba la salsa: así que se convirtió en cantante de un grupo salsero de Barranco. Hoy no sé nada de él.
   La otra anécdota que recuerdo sucedió con un compañero en tercero de secundaria: Herrera, ése era su apellido. Todavía me cruzo con él (ahora lleva gafas con gruesos lentes) por alguna calle de Barranco. Como entonces, aún vive en la avenida Lima y se mantiene soltero. Herrera era (o es) un moreno atípico: callado, tímido, apocado y encima miope, extremadamente miope. Para colmo de males, en esa época no usaba anteojos, así que creo que lo único que podía ver era su nariz. Todo lo demás supongo que sería para él un mundo de incógnitas y misterios. Recuerdo que estábamos en el Chipoco, en una clase de lanzamiento de jabalina. Huarachi nos explico cómo debíamos lanzar, los cuidados que teníamos que tener cuando ejecutaramos un lanzamiento, etc, y etc. Entonces pasamos a la práctica. Cada uno ejecutaba su lanzamiento tratando de arrojarla lo más lejos posible para arrancar un comentario aprobatorio del profesor, pero he aquí que le toca a Herrera. Éste agarra, como pudo, la jabalina, se posisiona e inicia su pequeña carrera y la arroja con tan mala puntería que la jabalina fue a dar a la pista atlética (menos mal que ningún atleta pasaba entonces). Huarachi no dijo nada, total, a cualquiera le podía pasar. En la segunda oportunidad que Herrera lanza,  todo el mundo se desternillaba de risa, incluido yo, ¿qué había sucedido?, que Herrera, miope como era, había cogido la jabalina con la punta para atrás y así la había lanzado. Cuando Huarachi se percató de lo que había hecho, en lugar de preguntar, averiguar por qué la había lanzado así, lo miró con un desprecio como diciéndole: "Puta, que huevón que eres" (eran los aires de época: si eras varón, como tal te tenían que tratar, decían entonces). Pero Herrera que nada veía ni cuenta se dio de la situación. Creo que nunca (o muy tarde) se enteró que había lanzado la jabalina volteada ni menos se percató de la mirada con desprecio del profesor.

Continuará...

                                Morada de Barranco, 27 de diciembre de 2010.

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