martes, 19 de octubre de 2010

EL DIBUJANTE

                              Y, de pronto, la sombra del colegio se me mete en los ojos como la noche.
                                                                                                          Martín Adán

   Un tiempo fue nuestro tutor el  profesor Lancho, Percy Lancho. Profesor de Arte. Una exigencia suya fue que en nuestros cuadernos de dibujo se tenía que hacer unos marcos coloridos con motivos geométricos, todas las hojas tenían que estar así. Era la exigencia del curso. Yo recuerdo mucho los cuadernos de Juan Carlos Tokumori y de “Charlie” Cuba, eran cuadernos pulcros, detallistas… (recuerdo una de las “locuras” de Cuba al hacer sus cuadernos de los otros cursos, escribía con letra primorosa, con un orden y estética que causaba admiración e incluso se permitía el lujo de sólo escribir en una sola cara de cada hoja. Recuerdo mucho cómo ese estilo lo copiamos “Roly” y yo, aunque claro sin acercarnos un ápice siquiera a los maravillosos cuadernos de Carlos Antonio Cuba Aguilar, el popular CACA).
   También recuerdo que el profe Lancho apreciaba mucho a “Toku” (Juan Carlos Tokumori Arakakiko) y a Lau Choy. Los dos, en ese entonces, se sentaban juntos en la fila pegada a las ventanas que daban al pasadizo y al patio. Nuestro salón, cuando estuvimos en 3ro “B”, se ubicaba en el segundo piso, el primer salón junto a la escalera, sobre el Laboratorio. No recuerdo qué pudo pasar ese día, lo más probable es que hiciéramos mucha bulla y Lancho, saco marrón y corbata, maletín de colegio de cuero con chapa y hebillas, y siempre con una regla de madera grande en la mano, cual irascible cacique gordo, nos castigó. Justo nos tocaba a la última hora con él. El castigo fue que saldríamos a las 7:00 p.m. Pero previamente al castigo, supongo que lo tendríamos hasta el copete con nuestra joda, el profe estalló y nos empezó a llamar la atención fuertemente, pero he aquí que el buen gordo algo vio que hacían "Toku" y Lau, hasta ahora no sé qué, que enfurecido como estaba se les fue encima, ¡pac, pac, pac…!, a reglazo limpio. Aún tengo en las retinas el rostro de “Toku”, que con el brazo levantado se protegía de los temibles reglazos que el profe Lancho cual caballero medioeval le aplicaba como planchazos de espada toledana. El rostro de “Toku” era una mezcla de susto, desconcierto, angustia, sorpresa, incredulidad y muchas cosas más, parecía que había chupado un limón con cáscara y todo. No lo entendí. No entendí ni entiendo la reacción de Lancho, él siempre tuvo un trato, como ya lo dije, cordial, deferente con Cocha Tokumori, siempre hablaba bien de él, lo tenía como modelo de alumno, hasta que sucedió lo de los reglazos. Recuerdo que “Toku” (a quien conocí junto con “Foncho” Mezarina en un pequeño colegio de Jr. Mariátegui, el Bianchi, en Transición) no sólo era un magnífico alumno, inteligente, cumplido, ordenado, estudioso sino que era un persona correcta, respetuosa, formal y hasta diría bastante callada (supongo que su sangre oriental determinó esas características de su personalidad, muy semejantes a las de otro amigo nisei: Taqui). Sin embargo sucedió. Lancho se desconoció y en un abrir y cerrar de ojos olvidó todo: la cordialidad, la deferencia, el buen trato y se volvió un Sayayín.

   No todo quedó allí. Todo el colegio ya había salido. Sólo nosotros estábamos, silenciosos, escuchando las imprecaciones interminables de Lancho. Como el profe hablaba y hablaba, decidí coger mi cuaderno de block y empecé a hacer dibujos con mi lapicero, básicamente caricaturas. En ese corto tiempo de castigo hice muchísimas caricaturas. Por esos ya lejanos tiempos le daba duro al dibujo (hasta pensé ser pintor) y tenía, como lo dije alguna vez, una inmerecida fama de dibujante. Y bueno, como suele suceder, Lancho, apiadado de nosotros empezó a dejar salir de uno en uno, de dos en dos a los que él consideraba los más callados y tranquilos del momento. Yo seguía empeñado en mis dibujos. “Ya me va a ver”, me decía, “ya me va a ver”. Supongo que en ese momento tenía en mente dos cosas: como estaba dibujando estaba digamos “tranquilo” y Lancho me dejaría salir, no fue así. Primer chasco. El otro motivo, supongo, era que si él era profesor de arte, en algún momento al ver esos dibujos que hacía en mi block se sorprendería y los alabaría: la maestría de mi trazo (¡aaaaaasuuuuuu!), la inspiración de los motivos (otro ¡aaaaaasuuuuuu!), en fin, que apreciaría y le reventaría “cuetes” a mi habilidad… e inmediatamente me dejaría salir, no fue así. Segundo chasco. Fui, más bien, de los últimos en salir del salón. Contaré ahora el porqué: Había ya salido casi la mitad del salón, era ya de noche, cuando Lancho clava su mirada en mí (como yo lo esperaba desde hacía buen rato), y dice: “¿Quién es ése que cuando yo hablo esta escribiendo?…, ¡venga para acá y traiga su cuaderno!”. Me acerqué cuaderno en mano, esperanzado en que reconociera mi talento. Ni bien Lancho vio que había hecho un montón de caricaturas en el cuaderno me dijo: “Así que usted es de esos vagos que en lugar de estudiar pierde su tiempo haciendo garabatos…” Y hojeando el cuaderno, me apabulló: “Mire pues cómo desperdicia su cuaderno en tonteras…”, y mirándome a los ojos me remató: “¿Y sus padres? Seguro que confiados en usted y usted malgastando lo que sus padres buenamente le proporcionan”. Y ¡fua!, rompió el cuaderno, ante mi estupor, y lo botó como cualquier cosa al tacho y me mandó a sentar “si es que no quería que…”. ¡Cu-ra-do! Ya no dibujé ni nada, sentía así como dicen algunos cantantes peruanos, "que no había apoyo para el elemento nacional". Y como era de suponer, cuando sólo habían cuatro o cinco alumnos en el salón (uno de ellos era yo), Lancho, cansado y aburrido, dijo: “¡Ya, váyanse!”. Salimos disparados. Pero yo no me fui a mi casa, todavía. Crucé la Av. Lima y esperé en la esquina de lo que ahora son las Torres de Barranco y que en ese entonces era un pampón lleno de desmonte. Una vez que vi salir a Lancho, en medio de la noche, corriendo me metí al colegio y al subir las gradas de la escalera que estaba oscura tropecé y salí disparado como corcho de champán recontra movido, me di un tremendo porrazo. Todavía hoy que recuerdo esa caída me vuelve el dolor y viene a mi memoria esos versos de Vallejo: “Hay golpes en la vida, tan fuertes, yo no sé”. Descuajeringado por el golpe y con un dolor insoportable terminé de subir la escalera, e hice todo lo posible para olvidar ese dolor y el hecho de que sentía a mi rótula no en mi rodilla sino en mi talón como un yo-yo roto, así llegué a mi salón, y es que tenía que recuperar mi pobre cuaderno afrentado, pues en él había algunos dibujos que consideraba buenos (justo un par de ellos los usaría dos años después en mi camisa de promoción) y el “arte” de repente podía no ser apreciado por algunos, cosa bastante común en nuestro país, pero jamás tenía que estar en un tacho de basura. Y recién con el cuaderno roto, mientras una finísima garúa caía, regresé a casa, cojeando. Tenía entonces catorce años.

  Continuará...

                                                       Morada de Barranco, 19 de octubre de 2010.

4 comentarios:

  1. Que buena!!! Un abrazo. Raúl "Lito"

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  2. "Lito", hola. Justo ahora, aprovechando unas breves vacaciones, voy a colgar una historia sobre la banda, aquella experiencia que pasamos en el Morro Solar con los compañeros, una jornada épica. Obviamente estás allí. Un abrazo jefe.

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  3. Este fue el dia que tome cuenta de tu existencia; era mi primer año en el Colegio y junto a mi hermano Alfredo; que estabamos mas cerca pudimos apreciar esta anecdota tan graciosa.

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  4. ¡Ah!, los viejos tiempos, querido amigo. Se fueron tan rápido, como tú dices. Quedan los recuerdos y la amistad, y más que eso, la hermandad. Un abrazo a la distancia.

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