Los niños juegan al aro / con la luna
Carlos Oquendo de Amat
El verano despliega todo su poder y recién
estamos a mediados de enero. Febrero ha de ser peor, supongo, lo pienso y ya
siento un dolor de cabeza que el calor despierta en mí por estas temporadas. Me
queda solo la resignación y soportar el calor, el bochorno y extrañar el
invierno, la niebla, la garúa, el paisaje difuso que se ofrece lleno de
misterios a nuestros ojos. De vacaciones, sin embargo. Así que por estos días
me he vuelto un feroz consumidor de películas, quizá ya no como hace seis años
en que veía tres o cuatro películas continuadas y terminaba más confundido que
chino en Francia. Pero una o dos películas por día no está mal.
Por ejemplo, hace unos días visioné Que el cielo la juzgue por tercera vez. Debo reconocer que la
película crece en mi gusto cada vez que la veo. Este melodrama de buena ley,
dirigido por John M. Stahl allá por 1945, contó con la presencia perturbadora de una de las
mujeres más bellas del cine, la nunca bien ponderada Gene Tierney (¿es que alguien podría olvidar sus personajes en El
fantasma y la señora Muir o en Laura
o en Al filo de la navaja, por
mencionar tres de sus películas?). La actuación de mujer malvada y posesiva que hizo en el film, la llevó a ser considerada como candidata al premio Oscar, lo que de alguna manera demostraría que no solo era una cara bonita sino una actriz talentosa. Estamos, pues, ante una película impagable y que no envejece, a pesar de los casi setenta años que han transcurrido desde su filmación.
En estos afanes cinéfilos han desfilado
filmes como Susana (carne y demonio)
de 1950, Él de 1952 y Ensayo de un crimen
de 1955, los tres de Luis Buñuel; Annie
Hall de 1977, Manhattan de 1979 y
Zelig de 1983 del prolífico Woody
Allen; Que verde era mi valle de
1941, El hombre quieto de 1952, ambas
de uno de los más grandes directores de todos los tiempos, si no el más grande,
me refiero a John Ford; Triple agente de 2004 de Éric Rohmer; un film de 1929, cine mudo y experimental, El hombre de la cámara del ruso Dziga
Vertov; Alfred Hitchcock no podía estar ausente, de él visioné Los pájaros de 1963 con Tippi Hedren (la
madre de Melanie Griffith) en
el protagónico; Los inocentes de Jack
Clayton de 1961, que es la mejor versión fílmica de la novela corta de Henry
James: Otra vuelta de tuerca. Bueno,
son algunas de las películas que en estos días he vuelto a ver junto a Rita, pero como no se trata de elaborar una lista exhaustiva, menciono las que acudieron
prestamente a mi recuerdo y con la esperanza de que lo tomen como una invitación a frecuentar estos gradísimos filmes.
Tal vez me esté exigiendo mucho, pero lo
intentaré. Quizá el contar con más tiempo libre me ha hecho tomar la decisión
de seleccionar en mi biblioteca un grupo de novelas que esperó releer en estos
días calurosos. Tal vez sean ideas mías, pero me parece que la hora más
conveniente para abordar la lectura es de madrugada, cuando Rita y Kathia aún
duermen merecidamente. Son momentos tranquilos y silenciosos donde la
temperatura agradable y propicia permite sumergirse en las páginas de estos
libros, en realidad, de lo que se quiera leer. La lista de novelas es la siguiente:
1. El juguete rabioso de Roberto Arlt.
2. La condición humana de André Malraux.
3. Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar.
4. Paisaje de nieve de Yasunari Kawabata.
5. Confusión de sentimientos de Stefan Zweig.
6. Los monederos falsos de André Gide.
7. Las palmeras salvajes de William Faulkner.
8. Los cuadernos de Malte Laurids Brigge de Rainer María Rilke.
9. El gran Gatsby de Scott
Fitzgerald.
Por
estos días ando leyendo con deleite, ya que hablamos de lecturas, el reciente
libro de Jorge Eslava: Un placer ausente
(apuntes de un profesor sobre la lectura escolar). El libro es curioso,
contiene una novela, un cuento, entrevistas, conferencias muy bien entrelazados
y de lectura agradable. Entre la mucha información que contiene, hay una que se
llevó mi atención y curiosidad, en la página 143, en una nota a pie de página, el
autor menciona a un cuadro de 1560 cuyo autor es Pieter Brueghel, el Viejo, el cuadro en mención es el impresionante Juego de niños, óleo sobre madera cuya
dimensión es de 118 X 161 cm. En él podemos ver una vista panorámica de un
pueblo donde unos doscientos cincuenta niños juegan.
Los
estudiosos de esta maravillosa pintura han identificado ochentaiséis juegos. Si
uno aguza bien la vista, reconocerá en ella juegos tan populares como el del
trompo (figuras 58 y 59), los zancos (figuras 47 y 66), el caballito de palo
(figura 11), montar caballo en una baranda (figura 44), el capachún (figura 31),
las bolitas o canicas (figura 55), la gallinita ciega (figura 25), equilibrio
con un palo (figura 63), trepar árboles (figura 54), jugar con aros (figura 17),
lingo (figura 32), hacer burbujas con jabón (figura 5) y muchos más. Como se
verá, cuatrocientos cincuenta años después, algunos de esos juegos todavía se
practican hasta el día de hoy (quiero creer que esto es cierto).
El
cuadro de Brueghel me hizo recordar que aquí en el Perú, tanto Huamán Poma de
Ayala como Martínez Compañón dejaron documentos visuales (dibujos y pinturas)
sobre algunos juegos que se practicaban en el antiguo Perú. Hay un dibujo de
Huamán Poma que representa a un joven lanzando un trompo (o peonza) y Martínez
Compañón tiene una pintura donde unos jóvenes juegan Tres en Raya que según he
averiguado es muy parecido a ese juego que nosotros llamamos como Michi.
Ahora
que hablamos de juegos y de los juguetes, se me viene al recuerdo uno de los
grandes pintores peruanos contemporáneos, Gerardo Chávez, él tuvo la ocurrencia
de comprar una casona colonial en Trujillo, acondicionarla para que en ella
funcione el único museo dedicado al juguete no solo del país sino de toda Latinoamérica,
en él se exhiben juguetes de diversa procedencia y muy antiguos que el mismo
pintor fue adquiriendo en sus múltiples viajes o que llegaron al museo producto de donaciones: así podemos encontrar
juguetes prehispánicos, soldaditos de
plomo, carros de cuerda, muñecas de porcelana, trencitos de metal, caballos
de madera policromada y muchos otros juguetes más, en algunos casos, únicos. Fascinante.
Recuerdo que cuando niño casi no había espacio para el aburrimiento, contábamos con diversos juegos y con juguetes que muchas
veces uno mismo los fabricaba (la cometa de carrizo o sacuara, el cambucho de papel periódico o de hoja de cuaderno, el run run de chapa y pabilo, la canga de palo de escoba…). En esos tiempos había, por lo demás, un sentido de pertenencia a un grupo y compartíamos juegos
con los amigos. En ese aspecto desarrollábamos más y mejor nuestra
sociabilidad, incluso, como había la sensación de una mayor seguridad en las
calles, podíamos jugar en ellas con la certeza que después regresaríamos a
casa sanos y salvos. Jamás olvidaré que hubo días en que los padres parecía que se habían
olvidado de los hijos y no nos llamaban, nosotros complacidos aprovechábamos de esas
oportunidades para sentarnos en círculo todos los mozalbetes y, en medio de la
oscuridad de la noche, meternos miedo al contarnos
escalofriantes historias de terror: el padre sin cabeza, María Marimacha, la
Viuda Negra, La Llorona, por ejemplo.
Mencioné que los niños de entonces teníamos diversos juegos.
Efectivamente, los hubo, y espero que los siga habiendo, a pesar de la
presencia dominante de la tecnología que más que ayudar a relacionarnos con los demás, pareciera que nos
aísla y nos vuelve muchas veces peligrosamente dependientes (no la tecnología al servicio del hombre, sino el hombre al servicio de la tecnología). Entre los muchos
juegos que recuerdo estaban aquellos que, digamos, eran casi territorio de los
varones, mencionaré a la canga o también llamado palito chino, el trompo, el
bolero, las cometas, el lingo, las canicas. Juegos de mujeres eran los yaxes,
la liga, el famoso Don Sequi, las clásicas muñecas y las cocinitas. Los juegos
compartidos tanto por niños y niñas eran la pega, las escondidas, matagente, bata,
el yo-yo, la gallinita ciega, el Matatiru Tiru La, el run run, el mundo (que en
otros lares llaman rayuela o avión), las rondas (el famoso Arroz con leche), los siete pecados.
Aparte
de los juegos mencionados, estaban los deportes como el fútbol y el vóley (que a
falta de lugares aparentes se jugaban en las pistas o en algunas de las muchas
pampas que por entonces habían) o lo que entonces se conocían como chistes, que
era la manera antigua como se llamaban a los comics, recuerdo que por esos años circulaban sobre
todo los de editorial Novaro hasta que fueron prohibidos por el gobierno del general Velasco Alvarado acusándolos de alienantes.
Como
una suerte de pequeño homenaje a esos viejos tiempos de la infancia, tengo en
mi escritorio una diminuta canga que yo mismo fabriqué (asunto no muy difícil
por cierto) y un pequeño trompo o peonza obsequio de un alumno. Junto a ellos
tengo ahora, lo que podría ser el inicio de una pequeña colección, a Flash (un obsequio
de cumpleaños de mi hermano Arturo), personaje de mi infancia cuyas aventuras
alimentaron mi imaginación de niño a través de los chistes. Sirvan, pues, estas
líneas para recordar a esos juegos y juguetes que tanto tuvieron que ver con
nuestras vidas.
Continuará…
Morada de Barranco, 17 de enero de 2014.
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