viernes, 17 de enero de 2014

ESOS JUEGOS DE ANTAÑO






                                                                                  Los niños juegan al aro / con la luna
                                                                                                Carlos Oquendo de Amat





   El verano despliega todo su poder y recién estamos a mediados de enero. Febrero ha de ser peor, supongo, lo pienso y ya siento un dolor de cabeza que el calor despierta en mí por estas temporadas. Me queda solo la resignación y soportar el calor, el bochorno y extrañar el invierno, la niebla, la garúa, el paisaje difuso que se ofrece lleno de misterios a nuestros ojos. De vacaciones, sin embargo. Así que por estos días me he vuelto un feroz consumidor de películas, quizá ya no como hace seis años en que veía tres o cuatro películas continuadas y terminaba más confundido que chino en Francia. Pero una o dos películas por día no está mal.










   Por ejemplo, hace unos días visioné Que el cielo la juzgue por tercera vez. Debo reconocer que la película crece en mi gusto cada vez que la veo. Este melodrama de buena ley, dirigido por John M. Stahl allá por 1945, contó con la presencia perturbadora de una de las mujeres más bellas del cine, la nunca bien ponderada Gene Tierney (¿es que alguien podría olvidar sus personajes en El fantasma y la señora Muir o en Laura o en Al filo de la navaja, por mencionar tres de sus películas?). La actuación de mujer malvada y posesiva que hizo en el film, la llevó a ser considerada como candidata al premio Oscar, lo que de alguna manera demostraría que no solo era una cara bonita sino una actriz talentosa. Estamos, pues, ante una película impagable y que no envejece, a pesar de los casi setenta años que han transcurrido desde su filmación.













   En estos afanes cinéfilos han desfilado filmes como Susana (carne y demonio) de 1950, Él de 1952 y Ensayo de un crimen de 1955, los tres de Luis Buñuel; Annie Hall de 1977, Manhattan de 1979 y Zelig de 1983 del prolífico Woody Allen; Que verde era mi valle de 1941, El hombre quieto de 1952, ambas de uno de los más grandes directores de todos los tiempos, si no el más grande, me refiero a John Ford; Triple agente de 2004 de Éric Rohmer; un film de 1929, cine mudo y experimental, El hombre de la cámara del ruso Dziga Vertov; Alfred Hitchcock no podía estar ausente, de él visioné Los pájaros de 1963 con Tippi Hedren (la madre de Melanie Griffith) en el protagónico; Los inocentes de Jack Clayton de 1961, que es la mejor versión fílmica de la novela corta de Henry James: Otra vuelta de tuerca. Bueno, son algunas de las películas que en estos días he vuelto a ver junto a Rita,  pero como no se trata de elaborar una lista exhaustiva, menciono las que acudieron prestamente a mi recuerdo y con la esperanza de que lo tomen como una invitación a frecuentar estos gradísimos filmes.
















   Tal vez me esté exigiendo mucho, pero lo intentaré. Quizá el contar con más tiempo libre me ha hecho tomar la decisión de seleccionar en mi biblioteca un grupo de novelas que esperó releer en estos días calurosos. Tal vez sean ideas mías, pero me parece que la hora más conveniente para abordar la lectura es de madrugada, cuando Rita y Kathia aún duermen merecidamente. Son momentos tranquilos y silenciosos donde la temperatura agradable y propicia permite sumergirse en las páginas de estos libros, en realidad, de lo que se quiera leer. La lista de novelas es la siguiente:

1. El juguete rabioso de Roberto Arlt.
2. La condición humana de André Malraux.
3. Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar.
4. Paisaje de nieve de Yasunari Kawabata.
5. Confusión de sentimientos de Stefan Zweig.
6. Los monederos falsos de André Gide.
7. Las palmeras salvajes de William Faulkner.
8. Los cuadernos de Malte Laurids Brigge de Rainer María Rilke.
9. El gran Gatsby de Scott Fitzgerald.




   Por estos días ando leyendo con deleite, ya que hablamos de lecturas, el reciente libro de Jorge Eslava: Un placer ausente (apuntes de un profesor sobre la lectura escolar). El libro es curioso, contiene una novela, un cuento, entrevistas, conferencias muy bien entrelazados y de lectura agradable. Entre la mucha información que contiene, hay una que se llevó mi atención y curiosidad, en la página 143, en una nota a pie de página, el autor menciona a un cuadro de 1560 cuyo autor es  Pieter Brueghel, el Viejo, el cuadro en mención es el impresionante Juego de niños, óleo sobre madera cuya dimensión es de 118 X 161 cm. En él podemos ver una vista panorámica de un pueblo donde unos doscientos cincuenta niños juegan.  











   Los estudiosos de esta maravillosa pintura han identificado ochentaiséis juegos. Si uno aguza bien la vista, reconocerá en ella juegos tan populares como el del trompo (figuras 58 y 59), los zancos (figuras 47 y 66), el caballito de palo (figura 11), montar caballo en una baranda (figura 44), el capachún (figura 31), las bolitas o canicas (figura 55), la gallinita ciega (figura 25), equilibrio con un palo (figura 63), trepar árboles (figura 54), jugar con aros (figura 17), lingo (figura 32), hacer burbujas con jabón (figura 5) y muchos más. Como se verá, cuatrocientos cincuenta años después, algunos de esos juegos todavía se practican hasta el día de hoy (quiero creer que esto es cierto).






















   El cuadro de Brueghel me hizo recordar que aquí en el Perú, tanto Huamán Poma de Ayala como Martínez Compañón dejaron documentos visuales (dibujos y pinturas) sobre algunos juegos que se practicaban en el antiguo Perú. Hay un dibujo de Huamán Poma que representa a un joven lanzando un trompo (o peonza) y Martínez Compañón tiene una pintura donde unos jóvenes juegan Tres en Raya que según he averiguado es muy parecido a ese juego que nosotros llamamos como Michi.








   Ahora que hablamos de juegos y de los juguetes, se me viene al recuerdo uno de los grandes pintores peruanos contemporáneos, Gerardo Chávez, él tuvo la ocurrencia de comprar una casona colonial en Trujillo, acondicionarla para que en ella funcione el único museo dedicado al juguete no solo del país sino de toda Latinoamérica, en él se exhiben juguetes de diversa procedencia y muy antiguos que el mismo pintor fue adquiriendo en sus múltiples viajes o que llegaron al museo  producto de donaciones: así podemos encontrar juguetes prehispánicos, soldaditos de plomo, carros de cuerda, muñecas de porcelana, trencitos de metal, caballos de madera policromada y muchos otros juguetes más, en algunos casos, únicos. Fascinante.













   Recuerdo que cuando niño casi no había espacio para el aburrimiento, contábamos con diversos juegos y con juguetes que muchas veces uno mismo los fabricaba (la cometa de carrizo o sacuara, el cambucho de papel periódico o de hoja de cuaderno, el run run de chapa y pabilo, la canga de palo de escoba…). En esos tiempos había, por lo demás, un sentido de pertenencia a un grupo y compartíamos juegos con los amigos. En ese aspecto desarrollábamos más y mejor nuestra sociabilidad, incluso, como había la sensación de una mayor seguridad en las calles, podíamos jugar en ellas con la certeza que después regresaríamos a casa sanos y salvos. Jamás olvidaré que hubo días en que los padres parecía que se habían olvidado de los hijos y no nos llamaban, nosotros complacidos aprovechábamos de esas oportunidades para sentarnos en círculo todos los mozalbetes y, en medio de la oscuridad de la noche, meternos miedo al contarnos escalofriantes historias de terror: el padre sin cabeza, María Marimacha, la Viuda Negra, La Llorona, por ejemplo.







   Mencioné que los niños de entonces teníamos diversos juegos. Efectivamente, los hubo, y espero que los siga habiendo, a pesar de la presencia dominante de la tecnología que más que ayudar a relacionarnos con los demás, pareciera que nos aísla y nos vuelve muchas veces peligrosamente dependientes (no la tecnología al servicio del hombre, sino el hombre al servicio de la tecnología). Entre los muchos juegos que recuerdo estaban aquellos que, digamos, eran casi territorio de los varones, mencionaré a la canga o también llamado palito chino, el trompo, el bolero, las cometas, el lingo, las canicas. Juegos de mujeres eran los yaxes, la liga, el famoso Don Sequi, las clásicas muñecas y las cocinitas. Los juegos compartidos tanto por niños y niñas eran la pega, las escondidas, matagente, bata, el yo-yo, la gallinita ciega, el Matatiru Tiru La, el run run, el mundo (que en otros lares llaman rayuela o avión), las rondas (el famoso Arroz con leche), los siete pecados.







   Aparte de los juegos mencionados, estaban los deportes como el fútbol y el vóley (que a falta de lugares aparentes se jugaban en las pistas o en algunas de las muchas pampas que por entonces habían) o lo que entonces se conocían como chistes, que era la manera antigua como se llamaban a los comics, recuerdo que por esos años circulaban sobre todo los de editorial Novaro hasta que fueron prohibidos por el gobierno del general Velasco Alvarado acusándolos de alienantes.







   Como una suerte de pequeño homenaje a esos viejos tiempos de la infancia, tengo en mi escritorio una diminuta canga que yo mismo fabriqué (asunto no muy difícil por cierto) y un pequeño trompo o peonza obsequio de un alumno. Junto a ellos tengo ahora, lo que podría ser el inicio de una pequeña colección, a Flash (un obsequio de cumpleaños de mi hermano Arturo), personaje de mi infancia cuyas aventuras alimentaron mi imaginación de niño a través de los chistes. Sirvan, pues, estas líneas para recordar a esos juegos y juguetes que tanto tuvieron que ver con nuestras vidas.










   Continuará…




                                              Morada de Barranco, 17 de enero de 2014.






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