(a este bueno aventurero de emociones)
Carlos Oquendo de Amat
Carlos Oquendo de Amat
Se acercan las fiestas, estamos apenas a un
mes. La temperatura está cambiando de a pocos. Por momentos se siente calor,
aunque hay días en que amanece preciosamente nublado. Por estas fechas, el
trabajo suele aumentar: hay que corregir informes, preparar exámenes, elaborar
registros, en fin, toda esa labor propia para dar término al año lectivo. En
medio de tanto trabajo agotador y estresante, los libros me acompañan y brindan
momentos de relajación, de soberano placer en casa. Entonces sucede lo de siempre:
cada que pienso en las lecturas en las que estoy embarcado, se me hace
imposible no recordar y citar ese soneto endecasílabo del maese Quevedo:
Retirado en la paz de
estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos.
Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.
Las grandes almas que la muerte ausenta,
de injurias de los años vengadora,
libra, ¡oh gran don Joseph!, docta la imprenta.
En fuga irrevocable huye la hora;
pero aquella el mejor cálculo cuenta,
que en la lección y estudios nos mejora.
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos.
Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.
Las grandes almas que la muerte ausenta,
de injurias de los años vengadora,
libra, ¡oh gran don Joseph!, docta la imprenta.
En fuga irrevocable huye la hora;
pero aquella el mejor cálculo cuenta,
que en la lección y estudios nos mejora.
Mencioné a la lectura (la relectura, en realidad),
a los libros que me permiten (voy a parafrasear a Quevedo) conversar con los
difuntos y escuchar con mis ojos a los muertos: Diario educar, por ejemplo, ese libro tan lleno de sabiduría y vida del gran Constantino Carvallo
que siempre tiene algo nuevo que decirnos para los que bregamos a diario con
los escolares; La realidad y el deseo,
fabuloso título que recoge toda (o casi toda) la producción poética del
irascible y solitario Luis Cernuda: hay palabras escritas con dolor, con sangre,
con urgencia y cuyas huellas son indelebles, incluso para los lectores y a
ellas regresamos cada que podemos, cual si fuera una cita que siempre queda
inconclusa, como con este poema de Cernuda, el eterno insatisfecho:
DONDE
HABITE EL OLVIDO
Donde habite
el olvido,
en los vastos jardines sin aurora;
donde yo sólo sea
memoria de una piedra sepultada entre ortigas
sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.
Donde mi nombre deje
al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
donde el deseo no exista.
En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
no esconda como acero
en mi pecho
su ala, en los vastos jardines sin aurora;
donde yo sólo sea
memoria de una piedra sepultada entre ortigas
sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.
Donde mi nombre deje
al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
donde el deseo no exista.
En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
no esconda como acero
sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.
Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
sometiendo a otra vida su vida,
sin más horizonte que otros ojos frente a frente.
Donde penas y dichas no sean más que nombres,
cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
disuelto en niebla, ausencia,
ausencia leve como carne de niño.
Allá, allá lejos;
donde habite el olvido.
He mencionado dos libros, no son los únicos,
cerca a mi cama, en el escritorio, andan los libros que leo o que están en compás
de espera, listos a recibir la curiosidad de mis ojos, puedo mencionar El mundo de ayer, las memorias de Stefan
Zweig, hoy en día un escritor algo olvidado (injustamente, por cierto) al que mis
alumnos de 5to han descubierto y sabido disfrutar a través de Carta de una desconocida y Mendel, el de los libros. Debo también mencionar a Leyendas medievales de Hermann Hesse, Ensayos de Luis Loayza y 5 metros de poemas del apasionante y elusivo
Carlos Oquendo de Amat. Son algunos de los varios libros que voy leyendo,
saboreando sus palabras, disfrutando de esa gran fiesta que es la aventura de
leer.
Pero también tendría que mencionar al cine. Soy
un incondicional, un apasionado de este arte, pero hablo del buen cine, no del
otro, del descartable, el que se complace en las piruetas y en piruetas se
queda, soy de los que no están dispuestos a perder su tiempo con películas
insustanciales, aquellos filmes que lo único que quieren es tontearte con
historias que responden a esquemas de los que nunca salen.
Amo el cine, sí, sé que este es el espacio en
el que transito abandonado a “las grandes felicidades”, territorio en el que
completamente sumido en sus imágenes navego feliz y realizado, sus predios no
solo me prodigan diversión sino reflexión, descubrimiento, reconocimiento de
nuestras múltiples máscaras: lo reconozco, en él “vivo” la intensidad y el
fuego de esas vidas ficticias, pero tan conmovedoras, tan inquietantes y tan reales.
Algo que me propuse este año, como profesor,
fue introducir el cine, lo reitero, el buen cine en las aulas: que las grandes
películas entren en la vida de mis alumnos. Es así que este año, estos jóvenes adolescentes
han disfrutado, se han conmovido con películas como Los olvidados y Un perro
andaluz de Luis Buñuel, El gabinete
del doctor Caligari de Robert Wiene, M
(El vampiro de Düsseldorf) de Fritz Lang, Los cuatrocientos
golpes de Francois Truffaut, La noche
del cazador de Charles Laughton, Tiempos
modernos, El pibe, Luces de la ciudad, La quimera del oro de Charles
Chaplin, El hombre mosca de Harold
Lloyd, Ser o no ser de Ernst Lubitsch
y ahora, quizá como última película, ¡Qué
bello es vivir! de Frank Capra.
Han quedado esperando su turno (el próximo año será su tiempo) películas tan
hermosas como Stromboli y Alemania, año
cero de Roberto Rossellini, Tuyo es
mi corazón (Notorius) y Sombra de una duda
de Alfred Hitchcock, El hombre quieto
y Que verde era mi valle de John
Ford, alguna película de Éric Rohmer, pienso en Cuento de invierno y por cierto, algún western, supongo que Río Bravo de Howard Hawks o Centauros del desierto de John Ford, por
mencionar solo dos.
Pero se trata de no correr, de avanzar con
paso lento y seguro. Sé que sucederá dentro de poco, que seguiré escuchando,
como en este año, a los jóvenes hablar sobre las películas que han visionado: sus comentarios apasionados, sus afectos o desafectos por determinados personajes... En silencio me quedaba escuchando sus palabras y
sonreía y celebraba el triunfo, no mío por cierto, sino
de ellos, de estos jóvenes que tienen el atrevimiento de transponer las barreras de un cine
conformista y puramente comercial, hueco.
Falta exactamente un mes para la Navidad,
los días irán pasando (“como tranvías”, decía el poeta Francisco Bendezú),
mientras de a pocos iré saliendo del trabajo que se agolpa por esta temporada y,
para variar, continuaré embarcándome en ciertos libros y en ciertas películas
que me depararán el edén aquí en el tercer planeta, eso lo tengo más que
seguro.
Continuará…
Morada
de Barranco, 24 de noviembre de 2013.
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