ETERNA Juventud Vejez ETERNA
Carlos Oquendo de Amat
Hace unos días me reuní con algunos de mis
ex compañeros de colegio (Alfredo Sosa, "Lito" Flores, "Quique" Vaca y el "Loquito" Herrera). Buen momento para conversar y recordar los tiempos en
que fuimos mozos indocumentados y atrevidos: desfilaron inevitablemente en
nuestra charla los nombres de nuestros antiguos profesores, sus curiosos sobrenombres,
algunas anécdotas que motivaron las risas; infaltables fueron los comentarios
apasionados sobre las tristezas que desde hace mucho nos deja el fútbol peruano
que no clasifica a un mundial desde el año 1982. Pero sí un momento hubo en que
la nostalgia nos embargó, fue cuando hablamos sobre los cinco cines que antes
existieron en Barranco y que alimentaron con sueños y fantasías a los niños y
adolescentes que fuimos, y que hoy ya adultos otoñales, lamentablemente, solo nos
queda recordarlos: Premier, Barranco, Raimondi, Zenith, Balta. El día de
hoy, si se quiere ver alguna película reciente, hay que ir hasta Chorrillos o
Miraflores ya que Barranco no tiene ni un cine.
Por coincidencia (¿coincidencia?), muy temprano, el día de hoy visioné por segunda vez, luego de algunos meses, una película de Yazujiro Ozu: El sabor del sake, film de 1962. Llamó mi atención aquellas escenas donde, tal como me ocurriera a mí hace unos días, se reúnen varios ex compañeros de colegio, adultos ya, otoñales, con nietos algunos. Entre botellas de cerveza, whisky y sake, en una de esas reuniones conversan, beben y ríen con un antiguo profesor a quien apodaban Calabaza. Es probablemente de entre todos, el personaje más conmovedor: un hombre ya anciano, frágil, con una hija solterona y una vida sumida en la mediocridad. Es este profesor quien embriagado dice ante sus ex alumnos estas palabras que caen como un mazazo: “Al final de la vida el hombre se queda solo”. Inquietante frase, para alguien que, como yo, ya ha empezado a pintar canas. Es así el cine: a veces nos remite hacia algunos instantes de nuestras vidas o nos pinta por adelantado lo que nos espera.
Hace unos instantes mencioné la palabra “coincidencia”,
no sé realmente si sucedan. Pero al mencionar esta palabrita se vino al
instante un recuerdo que, a pesar de mis dudas, me lleva a pensar que a veces sí suceden. Corría el
año 1999, verano de 1999. Rita y yo estábamos en todos los ajetreos de nuestro
matrimonio. Habíamos decidido casarnos en un templo colonial. Lamentablemente
la iglesia del Monasterio de Jesús, María y José del centro de Lima quedó
descartada. Así que, luego de analizar las posibilidades, decidimos que el matrimonio tenía que ser en la iglesia Santiago Apóstol
de Surco, iglesia sobreviviente a la guerra con Chile. El problema era que ninguno de los dos
vivía en ese distrito, y para casarnos allí, teníamos que presentar un recibo
de consumo de agua o luz de Surco como prueba de que pertenecíamos a esa
jurisdicción.
Inmediatamente pensamos en una ex compañera
de trabajo que vivía en ese distrito, ella podría prestarnos el recibo, pero no
sabíamos exactamente dónde residía. El plazo para presentar el documento se
vencía, si no cumplíamos con ese requisito tendríamos que buscar otra iglesia y
nuestro matrimonio ya no podría ser en febrero, último mes de vacaciones. Recuerdo
que caminábamos por la plaza de Surco viejo, desesperados porque no sabíamos cómo
encontrar a Carmen, a quien hacía buen tiempo que no veíamos. Pensábamos que un
golpe de suerte (¿existe la suerte?) haría que coincidiéramos en alguna calle
con ella.
En la vida, hay ocasiones en que uno
hace cosas que después no se atrevería a volver a hacer. Pero hoy que
recuerdo, me parece ver todo como en una película: cruzábamos por una esquina de
la Plaza de Surco, cuando a manera de broma se me ocurrió, a la luz del día,
empezar a gritar el nombre de Carmen. Supongo que los viandantes me escucharían
sorprendidos. Yo me desgañitaba, mientras Rita, nerviosa, me decía que me
callara: “¡Car-men, Car-men, Car-men…!", gritaba. De pronto, a mitad de pista,
un taxi se para sorpresivamente junto a mí y del carro baja, oh sorpresa,
Carmen. No nos quedó más que reír con Rita por lo que acababa de ocurrir, ¿coincidencia?
Hace unas semanas, al preparar algunas
clases, encontré este texto entre varios recortes de periódicos que conservo como material pedagógico, ¿el tema?, por
coincidencia, coincidencias:
COINCIDENCIAS
HISTÓRICAS
El
secretario de Lincoln, de apellido Kennedy, le aconsejó no ir al teatro donde
lo asesinarían. La secretaria de Kennedy, de apellido Lincoln, le aconsejó
insistentemente no ir a Dallas donde lo matarían. Lincoln fue elegido
congresista en 1846. Kennedy en 1946. Lincoln fue elegido presidente en 1860.
Kennedy en 1960. Las esposas de ambos perdieron hijos en la Casa Blanca. Ambos
presidentes fueron asesinados por sureños y ambos presidentes fueron sucedidos
por sureños de un mismo apellido: Andrew Johnson, que sucedió a Lincoln, nació
en 1808. Lindon Johnson, que sucedió a Kennedy, nació en 1908. Ambos
presidentes murieron de un balazo en la cabeza y ambos fueron asesinados un
viernes. John Wilkes Booth, asesino de Lincoln, nació en 1839. Lee Harvey
Oswald, asesino de Kennedy, nació en 1939. Lincoln fue muerto en un teatro
llamado Kennedy. Kennedy fue asesinado en un auto marca Lincoln. Booth asesinó
a Lincoln en un teatro y corrió para esconderse en un almacén donde fue
capturado. Oswald asesinó a Kennedy desde un almacén y corrió a esconderse a un
teatro donde fue capturado. Ambos asesinos fueron asesinados antes de sus
juicios.
Podría pensarse, como muchos dicen, el mundo es chico, así que cruzarse con personas o ciertos sucesos son naturales que ocurran: como lo que posteé hace unas semanas sobre el trébol de cuatro hojas y una hojita de calendario con la fecha de mi cumpleaños que los encontré sorprendentemente en un libro de 1866. O como aquella vez cuando trabajé en Bruño como personal estable y entre los compañeros me topé con dos personas ligadas de una u otra manera a mi vida: una chiquilla de 22 años, Carmen Noblecilla, cuyo novio (y ahora esposo) había sido mi compañero de estudios y, sorpresas que te da la vida, una antigua amiga de infancia de Rita a quien ella no veía hacía muchas lunas. O si de sorpresas se trata, tengo como tutoriada a una alumna que estoy seguro que dentro de poco será una aplicada y brillante estudiante de medicina, Vesna Striseo, cuyo padre resultó ser, y nos dimos cuenta luego de que le contara algunas experiencias escolares que por coincidencia "Tito" también se las había contado, un ex compañero de primaria con quien estudié tres años y a quien dejé de ver casi cuarenta años y hoy, ¿pequeño es el mundo?, lo veo más a menudo, como no lo hice durante cuatro décadas. ¿Coincidencias de la vida? Vaya uno a saber. Pero suceden y uno acaba soberanamente sorprendido.
Continuará…
Morada de Barranco, 14 de noviembre de 2013.
Bien, Olguer, buena, como siempre disfrutando de tus apuntes ,verdaderamente una bendicion, el rememorar estos recuerdos primaverales, en este otoño que nos acoge....un abrazo.
ResponderEliminarGracias, amigo, por leerme y comentar mis entradas. Un abrazo a la distancia y con la esperanza de verte pronto para conversar.
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