sábado, 24 de agosto de 2013

LA TRAGEDIA QUE NOS ESPERA




                                                                      Más allá del campo, la sierra…
                                                                                  Martín Adán

 

 

   El año 2008 tenía mi hija nueve años y un deseo grande: caminar sobre la nieve, tocarla, jugar con ella. Digamos que era un deseo propio de quien solo la ha visto por televisión o en el cine. Tenía, entonces, que cumplir con ese sueño. Conversé con mi hermano Arturo sobre la posibilidad de encontrar nieve en Canta, territorio que él conocía bien por sus muchas salidas como biólogo. Me dijo que podría ser posible en la Cordillera de la Viuda, lugar cercano a ese pueblo. Llenos de esperanza, Rita, Kathia y yo nos embarcamos a la sierra de Lima.
 
 

   Sin embargo, a pesar de los deseos y entusiasmos, no sucedió lo que esperábamos. La Cordillera de la Viuda, impresionante, estaba allí frente a nuestros ojos, pero la nieve estaba ausente a las posibilidades de tocarla, de caminarla. Consecuencias del calentamiento global, nos dijeron: había retrocedido tanto que solo se la podía ver en la cima de las montañas, a varios cientos de metros sobre nosotros y muy menguada.
 
 



   El calentamiento global, expresión que para la mayoría de los que vivimos en Lima nos suena a asunto extraño, lejano a nuestros intereses, a nuestras preocupaciones. Cuán equivocados estamos. Hace unas semanas viajé con toda mi familia, incluyendo a mis padres y mis hermanos, a Áncash: paisajes impresionantes, sobrecogedores; lagunas cuyas aguas ofrecían colores increíbles a unos ojos acostumbrados a un cielo perlino y gris; pueblos que rompen toda lógica matemática, geométrica, literalmente colgados de los abismos; montañas gigantescas y entre ellas las ruinas de chavín que emergen (tomo prestada la expresión del maese Alfonso Reyes)  “como una inmensa flor de piedra” tupidas de misterios; nevados como el Huandoy y el bicéfalo Huascarán (por mencionar solo dos cuyas dimensiones son de asombro y espanto: más de 6 000 msnm)…
 


 
 
 
 


 















   Dije nevados, digo preocupación. Preocupación porque están en peligro de desaparecer. Una prueba contundente es el nevado de Pastoruri, accesible hace unos años a las visitas: no había salón de 5to de secundaria que al hacer su viaje de promoción a Áncash, no visitara este nevado. Hoy ya no se puede disfrutar lo que hace poquísimos años el nevado ofrecía. Es tanto lo que sus nieves han retrocedido que hoy las visitas son para mostrar las consecuencias del calentamiento: en otras palabras, el Pastoruri agoniza. Es terrible.



 
   “Las estadísticas y estudios relacionados indican que el Perú es considerado el tercer país en el mundo de mayor vulnerabilidad ante el cambio climático y que si este fenómeno recrudece, será uno de los más afectados.” Y parece que a nadie le importa (salvo casos aislados). Me pregunto, ¿qué será de Lima de aquí a unos años? (algunos de estos nevados, en unos quince o veinte años solo serán recuerdo y montañas puramente rocosas).



 











   No nos queremos dar cuenta del peligro que se cierne sobre nosotros, queremos aparentar una ceguera ante el hecho real de que el agua que bebemos proviene de ríos que nacen en esos nevados, que de esos ríos obtenemos la energía eléctrica que muchas veces usamos de manera irresponsable. Y ¿cuándo esos nevados ya no existan? La respuesta es, y no hay otra, una tragedia: una ciudad (la segunda ciudad más grande del mundo situada en un desierto, después de El Cairo, en Egipto) sin agua y en la más absoluta oscuridad.


 

   Algo o mucho se tendría que hacer. Aproximadamente la Cordillera Blanca tuvo en sus buenos tiempos cerca de ochocientos kilómetros cuadrados, con el cambio climático se ha perdido casi trescientos kilómetros cuadrados de nevados. Realmente es una tragedia. Me resisto a pensar que el hombre, a estas alturas del problema, no atine a nada y que se empeñe en construir su propia destrucción.




   Es que acaso debemos resignarnos a ver cómo se contaminan los ríos, cómo los mares se han vuelto los depósitos donde recalan todos nuestros desperdicios, de cómo los aires acumulan humos negros y gases venenosos, de cómo las tierras son depredadas en ese afán voraz de obtener más riqueza monetaria o de ver cómo día a día van desapareciendo los nevados tan vitales para nuestras vidas. Lo sé, no soy un especialista, hay muchas cosas que se me escapan, yo solo expreso entre las muchas esta otra preocupación: ¿qué mundo es el que dejaremos a nuestros hijos, a los que vendrán después?




   Tendría yo unos siete años cuando le escuché contar a una profesora que Santa Rosa de Lima había profetizado que un día las aguas del mar llegarían hasta las puertas de la catedral de Lima. Cuando escuché lo que la profesora dijo con ese tono de angustia, recuerdo, que un miedo me invadió y nunca lo olvidé, aunque después a nadie más se la volví a escuchar.



 







   Allá por el 2010, caminaba por las calles de Barranco con mi amiga Rosa Cerna, dos años antes de que falleciera la gran escritora de Los días de Carbón y de El hombre de paja, cuando lleno de dudas le pregunté: “¿Qué sabes tú de una profecía de Santa Rosa que escuche cuando niño y que dice que las aguas del mar llegarán hasta las puertas de la catedral de Lima?, no se la he vuelto a escuchar a nadie.” Rosita (que así la llamaba yo), me miró y me dijo muy segura: “Es cierto, Santa Rosa lo dijo y creo que no se equivocó, tiene relación con el calentamiento global, los hielos se están derritiendo y el nivel de las aguas del mar está aumentando”. Temblé.

 


 













   Continuará…   

 

 

                               Morada de Barranco, 24 de agosto de 2013.



 

2 comentarios:

  1. El calentamiento global es una lamentable realidad de la cual una (ya para estos tiempos) inevitable sobrepoblación hace imposible frenar, sólo queda concientizar a la gente.

    Saludos

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  2. Tienes razón, una lamentable realidad. Gracias por leerme y por comentar.

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