Más allá del
campo, la sierra…
Martín
Adán
El año 2008 tenía mi hija nueve años y un
deseo grande: caminar sobre la nieve, tocarla, jugar con ella. Digamos que era
un deseo propio de quien solo la ha visto por televisión o en el cine. Tenía,
entonces, que cumplir con ese sueño. Conversé con mi hermano Arturo sobre la
posibilidad de encontrar nieve en Canta, territorio que él conocía bien por sus
muchas salidas como biólogo. Me dijo que podría ser posible en la Cordillera de
la Viuda, lugar cercano a ese pueblo. Llenos de esperanza, Rita, Kathia y yo nos
embarcamos a la sierra de Lima.
Sin embargo, a pesar de los deseos y
entusiasmos, no sucedió lo que esperábamos. La Cordillera de la Viuda,
impresionante, estaba allí frente a nuestros ojos, pero la nieve estaba ausente
a las posibilidades de tocarla, de caminarla. Consecuencias del calentamiento
global, nos dijeron: había retrocedido tanto que solo se la podía ver en la
cima de las montañas, a varios cientos de metros sobre nosotros y muy menguada.
El calentamiento global, expresión que para la
mayoría de los que vivimos en Lima nos suena a asunto extraño, lejano a
nuestros intereses, a nuestras preocupaciones. Cuán equivocados estamos. Hace
unas semanas viajé con toda mi familia, incluyendo a mis padres y mis hermanos,
a Áncash: paisajes impresionantes, sobrecogedores; lagunas cuyas aguas ofrecían
colores increíbles a unos ojos acostumbrados a un cielo perlino y gris; pueblos
que rompen toda lógica matemática, geométrica, literalmente colgados de los
abismos; montañas gigantescas y entre ellas las ruinas de chavín que emergen (tomo
prestada la expresión del maese Alfonso Reyes) “como una inmensa flor de piedra” tupidas de
misterios; nevados como el Huandoy y el bicéfalo Huascarán (por mencionar solo
dos cuyas dimensiones son de asombro y espanto: más de 6 000 msnm)…
Dije nevados, digo preocupación. Preocupación
porque están en peligro de desaparecer. Una prueba contundente es el nevado de
Pastoruri, accesible hace unos años a las visitas: no había salón de 5to de
secundaria que al hacer su viaje de promoción a Áncash, no visitara este
nevado. Hoy ya no se puede disfrutar lo que hace poquísimos años el nevado
ofrecía. Es tanto lo que sus nieves han retrocedido que hoy las visitas son
para mostrar las consecuencias del calentamiento: en otras palabras, el
Pastoruri agoniza. Es terrible.
“Las
estadísticas y estudios relacionados indican que el Perú es considerado el
tercer país en el mundo de mayor vulnerabilidad ante el cambio climático y que
si este fenómeno recrudece, será uno de los más afectados.” Y parece que a nadie
le importa (salvo casos aislados). Me pregunto, ¿qué será de Lima de aquí a
unos años? (algunos de estos nevados, en unos quince o veinte años solo serán recuerdo
y montañas puramente rocosas).
No nos queremos dar cuenta del peligro que
se cierne sobre nosotros, queremos aparentar una ceguera ante el hecho real de que
el agua que bebemos proviene de ríos que nacen en esos nevados, que de esos
ríos obtenemos la energía eléctrica que muchas veces usamos de manera
irresponsable. Y ¿cuándo esos nevados ya no existan? La respuesta es, y no hay
otra, una tragedia: una ciudad (la segunda ciudad más grande del mundo situada
en un desierto, después de El Cairo, en Egipto) sin agua y en la más absoluta
oscuridad.
Algo o mucho se tendría que hacer. Aproximadamente la Cordillera Blanca tuvo en sus buenos tiempos cerca de ochocientos kilómetros cuadrados, con el cambio climático se ha perdido casi trescientos kilómetros cuadrados de nevados. Realmente es una tragedia. Me resisto a pensar que el hombre, a estas alturas del problema, no atine a nada y que se empeñe en construir su propia destrucción.
Es que acaso debemos resignarnos a ver cómo
se contaminan los ríos, cómo los mares se han vuelto los depósitos donde
recalan todos nuestros desperdicios, de cómo los aires acumulan humos negros y
gases venenosos, de cómo las tierras son depredadas en ese afán voraz de
obtener más riqueza monetaria o de ver cómo día a día van desapareciendo los nevados
tan vitales para nuestras vidas. Lo sé, no soy un especialista, hay muchas
cosas que se me escapan, yo solo expreso entre las muchas esta otra preocupación:
¿qué mundo es el que dejaremos a nuestros hijos, a los que vendrán después?
Tendría yo unos siete años cuando le escuché contar a una profesora que Santa Rosa de Lima había profetizado que un día las aguas del mar llegarían hasta las puertas de la catedral de Lima. Cuando escuché lo que la profesora dijo con ese tono de angustia, recuerdo, que un miedo me invadió y nunca lo olvidé, aunque después a nadie más se la volví a escuchar.
Allá por el 2010, caminaba por las calles de Barranco con mi amiga Rosa Cerna, dos años antes de que falleciera la gran
escritora de Los días de Carbón y de El hombre de paja, cuando lleno de dudas
le pregunté: “¿Qué sabes tú de una profecía de Santa Rosa que escuche cuando
niño y que dice que las aguas del mar llegarán hasta las puertas de la catedral
de Lima?, no se la he vuelto a escuchar a nadie.” Rosita (que así la llamaba
yo), me miró y me dijo muy segura: “Es cierto, Santa Rosa lo dijo y creo que no
se equivocó, tiene relación con el calentamiento global, los hielos se están
derritiendo y el nivel de las aguas del mar está aumentando”. Temblé.
Continuará…
Morada de Barranco, 24 de
agosto de 2013.
El calentamiento global es una lamentable realidad de la cual una (ya para estos tiempos) inevitable sobrepoblación hace imposible frenar, sólo queda concientizar a la gente.
ResponderEliminarSaludos
Tienes razón, una lamentable realidad. Gracias por leerme y por comentar.
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