domingo, 21 de julio de 2013

¡VALE UN PERÚ!


                                                                 

 
 

                                                                                        ¡Oh Perú de metal y melancolía!
                                                                                                    Federico García Lorca

 

 
   Tan lejos como puedo recordar, el Perú es un país de Luz: total antes de la llegada de los españoles, contenida y borrascosa desde el día que los conquistadores encontraron, cerca de las aguas de la costa norte (Tumbes), una barca piloteada por un indio al que preguntaron por signos y vociferaciones el nombre del país: Virú respondió, y desde entonces los grandes cataclismos comenzaron y la avidez se impone y rueda y, sedienta de oro y de sangre, vino a alcanzar la piedra y el oro que eran la materia misma del gran sueño de las civilizaciones precolombinas en el Perú desarrollándose durante siglos… Son las primeras líneas de un bello texto escrito por César Moro, el gran poeta superrealista, titulado Biografía Peruana. El Perú. Territorio milenario, mágico espacio cuya atmósfera cargada de sueños y pesadillas, alegrías y pesares sin data, nos puebla y poblamos.
 
 

 

   A raíz de la conquista, se abrió al mundo de entonces el espacio luminoso de las antiguas culturas desarrolladas en el territorio del Perú, digamos mejor la de los incas: los ingentes cargamentos de oro y plata que llevaron a Europa desde estas viejas tierras; la fama del templo del Coricancha cuyas paredes estaban recubiertas con planchas de oro y plata (sobre ellas el disco solar y el disco lunar, con los mismos materiales, para variar), sus jardines fastuosos, réplicas de la realidad real, en oro, plata y piedras preciosas; la captura de Atahualpa y su ofrecimiento de llenar dos cuartos con plata y uno con oro hasta donde llegara la punta de sus dedos para lograr su liberación; Jauja, la primera capital del Perú; los Comentarios Reales del Inca Garcilaso… alimentaron la fantasía del europeo y nació la frase de leyenda que hasta hoy se repite: “¡Vale un Perú!”, para referirse a algo único o muy valioso.



   Entre los primeros libros que yo recuerdo se encuentran los referidos a mi país. Fue un libro de historia sobre los incas mi primer libro: sus dibujos maravillosos en blanco y negro poblaron mi imaginación de niño con ese mundo desaparecido del Tahuantinsuyo. Luego vendría una antología de los Comentarios Reales del Inca Garcilaso de la Vega, en edición humilde y breve de una desaparecida editorial, hablo de Editorial Mercurio. Ya en mi adolescencia tres libros llegaron a mis manos y ojos. El primero de ellos fue La Conquista del Perú de Prescott (Borges comentó alguna vez que fue el primer libro de historia que leyó), en una edición popular y resumida.





 

   El segundo libro fue uno que entonces se mencionaba como imprescindible y del que hoy casi nadie se acuerda, me refiero al voluminoso El Imperio Socialista de los Incas de Louis Baudin.


 

   El tercer libro fue uno cuyas ilustraciones me impresionaron, me refiero a Los Incas de Victor W. Von Hagen, libro acompañado con dibujos de Alberto Beltrán.



   Por estos días he venido leyendo varios libros (cuentos, poesía, ensayo), en dos de ellos he encontrado alusiones directas a los incas y al Perú (como nos miraban y como, a pesar de los años, muchos nos siguen mirando): en El cántaro fresco (publicado en 1920), libro de prosas poéticas de Juana de Ibarbourou (la famosa Juana de América, tal como la bautizara nuestro Chocano), encontré entre sus variados textos uno que se basa en una leyenda que robó mi atención por obvias razones. De la leyenda solo sabía por una canción interpretada por la diva Yma Súmac (aunque las dos palabras del título de la canción están escritas con “s” y no con "z"). He aquí el texto de la Ibarbourou:

 



ZURAY – ZURITA
 

   Un lírico peruano amigo mío me ha contado la leyenda maravillosa de Zuray-Zurita. Y por él he sabido que en la cálida tierra de los incas la canción popular, la que se prende a los labios de la gente humilde en todo momento de emoción, la que equivale a nuestra vidalita melancólica, se llama así, de ese modo tan rítmico: Zuray-Zurita.

   Parece una queja de paloma, tiene algo de onomatopéyico, como si en realidad el indio hubiera recogido ese nombre de la garganta de un pájaro triste y arrullador como él. ¿Por qué la vidalita se llama vidalita? No conozco sobre esto ninguna leyenda, pero me sorprende el acierto del pueblo para dar nombre a las canciones donde vierte su alma. También vidalita suena de un modo rítmico y extraño como si las cuatro sílabas se quejaran cantando o como si formaran un lírico racimo estrujado.

   Zuray-Zurita… Vidalita… Copla… Ahí está la poesía verdadera, la honda, la eterna, la viva, el manantial. Entre ella y la que hacemos nosotros, cazadores de imágenes llenos de pretensiones y avideces, hay la diferencia enorme que existe entre una botella de agua mineral y una cachimba.

   Cada copla tiene a su espalda una historia sentimental; de cada corazón de criollo desgraciado en amor, ha nacido una vidalita; cada Zuray-Zurita es un lamento, un gemido mielado, un arrullo de torcaz dolorida. Pero el canto indio se alza sobre una raíz maravillosa: la leyenda de la virgen incásica torturada por los conquistadores, para que revelase el sitio donde fueron escondidas por sus hermanos las esmeraldas del templo del Sol. Mas Zuray-Zurita murió sin traicionar a los de su raza. Y los gemidos de la mártir cobriza y solar los recogió el pueblo para inmortalizarlos en lo mejor y más bello de sí mismo: sus cantares.

   Zuray-Zurita vivirá por siempre en la cálida tierra peruana, porque su nombre se ha fijado en un monumento que nunca derrumbará los siglos: la poesía popular.

 

 
   Debo suponer que ese lírico peruano mencionado no debe ser otro que Juan Parra del Riego, poeta nacido en Huancayo y que se fue a vivir a Uruguay. Allí vivió varios años casado con Blanca Luz Brum, bella poeta uruguaya con quien tuvo un hijo. En ese país estuvo bien considerado y fue amigo de muchos intelectuales orientales, uno de esos personajes debió ser Juana de Ibarbourou. Parra, que escribió polirritmos futuristas al fútbol y a la velocidad, en realidad no vivió mucho, pues la tuberculosis acabó con su vida a los treinta y un años. Hoy se le recuerda en Uruguay con una calle y una pequeña plaza. Aquí en el Perú, en Barranco, una bella casona alberga a un centro cultural que lleva su nombre y bajo el Puente de los Suspiros, una placa de mármol lo recuerda con un poema suyo.




 


   Luego de leer el libro de la poeta uruguaya, tomé un libro que no leía desde hace mucho, por coincidencia hallé en ese libro de Gustave Flaubert, donde se reúnen Tres Cuentos, un apéndice sustancioso cuyo título en francés es Dictionnaire des idées recues (una traducción aproximada sería Diccionario de tópicos), condensada en menos de una línea toda esa leyenda áurea que nos ha acompañado desde hace más de quinientos años y que ha motivado esta entrada:
 




Perú: País en el que todo es de oro.


 



   Así sucede con ciertos países, por mencionar a uno, a Egipto se le llama desde Herodoto como “el don del Nilo”, por obvias razones, la frase no requiere mayor explicación: lo que se dice de Egipto corresponde a la realidad. En un país como el nuestro, donde no se ha podido erradicar todavía la pobreza y existe mucha desigualdad, donde la distribución de la riqueza no es justa, resulta imposible pensar como la ironía de Flaubert, aunque se venga al recuerdo esto que alguna vez leí: que con toda la plata que sacaron del Perú, fácilmente se podría construir un puente de ese metal que uniera Sudamérica con España. Bueno, esto no es extraño, el Perú ha sido desde siempre un país de leyendas e hipérboles. Leyendas e hipérboles de lado, siempre he pensado que la mayor riqueza del Perú ha sido su gente, su capacidad para enfrentar y sobrevivir a situaciones extremas, una de ellas es justamente la conquista: con ella desapareció el Tahuantinsuyo pero sobrevivió el mundo andino.


 

   En todo caso, antes de pensar en el Perú como el “país en el que todo es de oro”, habría que pensarlo como el país donde todavía hay mucho por hacer, como el famoso verso de César Vallejo.


 
  




   Continuará…

 


                                                              Morada de Barranco, 21 de julio de 2013.



 

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