De esa manera ellos
verían que también se podía aprender dejando volar la imaginación…
Edgardo Rivera Martínez
Si algo gusta a los alumnos es que se les
cuente historias, sean cuentos, leyendas, mitos, tradiciones, fábulas,
anécdotas... Siempre me ha llamado la atención cómo se preparan para escuchar:
se acomodan bien en sus carpetas y en el más absoluto silencio se abandonan al
desarrollo de la historia. Luego de contarlas, he sido (y soy) testigo de sus
bellas, más bellas que nunca, caras de complacencia y emoción, me vuelvo
depositario de sus preguntas, incluso de sus aplausos que en alguna oportunidad
han estado a punto de quebrarme de la emoción.
Otras veces sonrío o con disimulo (y a
mandíbula batiente) rompo a reír: las ocurrencias de los alumnos a veces me
desarman y la risa es inevitable. Como aquella vez en que me crucé con un
alumnito de primero de secundaria, me saluda efusivamente y percibo que a mis
espaldas y casi con timidez dice como para que escuche de refilón: “Historia”.
Obviamente en esa sola palabra expresaba un pedido: “Queremos que nos siga
contando más historias”. Y lo seguiré haciendo, pues el pedido no solo es suyo
sino de todos sus compañeros, como lo he podido comprobar.
¿Por contar historias no hago clases? Así
podría pensarse, pero no, debo y tengo que cumplir con los programas. Las
historias son el punto de partida, el inicio de una sesión de clases:
motivación, le llaman algunos. Y efectivamente, no hay mejor motivación que
inundar sus pequeñas cabezas con aventuras: experiencia que no solo sucede con los primeros grados, ocurre también con tercero, cuarto y quinto de secundaria.
Hay veces en que entro a un salón y todos en coro dicen golpeando sus carpetas: “¡His-to-ria, his-to-ria, his-to-ria…!”, solo cuando les digo que les tengo una nueva historia se calman, pero nunca falta uno (o una) que entre la multitud dice: “pero que sea larga”, incluso por allí hasta se me acercan y con cara muy formal me proponen el tema: “Que sea de terror, profe” o “que sea de griegos, por favor”. Sonrío, ¿qué más puedo hacer?
Hay veces en que entro a un salón y todos en coro dicen golpeando sus carpetas: “¡His-to-ria, his-to-ria, his-to-ria…!”, solo cuando les digo que les tengo una nueva historia se calman, pero nunca falta uno (o una) que entre la multitud dice: “pero que sea larga”, incluso por allí hasta se me acercan y con cara muy formal me proponen el tema: “Que sea de terror, profe” o “que sea de griegos, por favor”. Sonrío, ¿qué más puedo hacer?
Justo hace un par de días ocurrió algo que
me motivó una sonrisa. Entré al salón de segundo en mi colegio de Miraflores,
luego de los saludos, cogí el plumón de pizarra y escribía decidido el título
del tema cuando escuché que un alumnito le decía a una compañera suya a media
voz: “Se ha olvidado de contar la historia, va a hacer clases y no nos ha
contado una historia…”. El tono medio angustiado de su voz me llevó a dejar de escribir,
volteé, miré a Bryan (que ese es su nombre) y solo le dije: “No te preocupes,
lo hice a propósito, ya empiezo con la historia”. Y empecé, es ya de ley.
Contar historias. ¿De dónde me viene esto?
Ya alguna vez lo he contado y comentado, mi padre (“Papá Isaac”, le llama mi
hija) solía hacerlo con nosotros, me refiero a mi hermana Gloria y yo, cuando
niños. Sentados alrededor de la mesa ya de noche, mi papá se ponía a contar
historias diversas que atrapaban nuestra atención infantil, escuchábamos
emocionados la palabra de nuestro padre y nuestra mente iniciaba increíbles
viajes que no hemos olvidado. ¿Es que podrían olvidarse experiencias de ese tipo? Imposible, como lo comentábamos hace poco con Gloria, Arturo (mi otro hermano) y mi madre.
Allí está la semilla que luego fue creciendo
hasta volverse en un árbol saludable, bajo su sombra me atreví a contar
historias inventadas para la ocasión (como cuando bajábamos a la playa) a mi
pequeño hermano “Paco”, quien algunas veces molesto me reclamaba cuando la
historia era breve: “¡Tan cortito!”. Hasta que un día, después de muchas
historias y apenas aprendió a leer se atrevió con su primer libro: El principito, por sugerencia mía. Y
llegó el día en que me pidió un libro, aún lo recuerdo, muy de mañana: “¿Tienes
Los tres mosqueteros?”, me soltó a boca
de jarro. “Sí”, le dije, incrédulo, “chapando” el disparo, mientras en mis
fueros internos me decía que era un libro muy grueso, imposible que lo
terminara de leer, sobre todo porque era un niño que no llegaba a los siete
años. Prejuicios míos. Me equivoqué, no solo lo terminó sino que siguió
pidiéndome libro tras libro. Como conmigo, las historias habían surtido efecto,
mi hermano se había convertido en lector. Ahora continúo en la brega con mi
hija y con mis alumnos que son otros hijos míos.
Si los padres (y los profesores) comprendieran
las bondades del contar historias, tal vez ahora no estaríamos lamentándonos
del porqué hay tanto joven en el Perú alejado de la lectura, es más, tanto
joven manejando prejuicios como el de que la lectura es una actividad aburrida
y para marcianos. Contemos historias, seamos cómplices de nuestros hijos cuando
los lancemos a los espacios de la imaginación y nos dejaremos de lamentar por
algunas cosas. Pero si queremos “lectores mínimos”, como los llamaba un
escritor chileno, continuemos como hasta ahora, alejados de ellos y dejándolos
en manos de los “aparatitos” que les vienen a solucionar su poco compromiso con
la formación de sus hijos.
Pero hay algunos que no lo comprenden, hasta
se atreven a pontificar en territorios que no son los suyos. Alguna vez tuve un
problema por contar historias en los salones. Un ignorante dueño de colegio me
objetó el que yo “perdiera valioso tiempo por contar historias en lugar de
avanzar con el programa, con los contenidos”. Debo reconocer que su reproche me
hizo dudar en un primer momento, pero luego me daría cuenta que quien andaba
rotundamente extraviado era el personajillo de marras de ingrata recordación,
quien a la fecha debe seguir pensando que la educación es solo un asunto de engordar el cuaderno con temas y
temas para así justificar la pensión que cobra.
Hace poco leí una entrada en el blog de
Daniel Domínguez, con la lucidez muy propia en él escribió: “Nadie se
atreve a reconocer que no existe Educación sin Relato. El cuento de quiénes
somos, de dónde venimos, adónde vamos. Una historia de certezas y
perplejidades, dudas y deslumbramientos, abismos y epifanías. Y justamente eso
es lo que los maestros se han dejado arrebatar en los últimos treinta años: ya
no tienen nada que contar porque han abdicado de su condición de narradores,
aquellos que traían a la escuela una historia valiosa que habían vivido o que
habían escuchado contar en el viaje de la vida. No contenidos, sino
experiencias cardinales. No asignaturas, sino umbrales de descubrimiento. Las
pizarras digitales, las TICs, las no sé cuántas materias... son sólo síntomas
de una deriva aberrante…”. Me sentí tan bien al leerlo, sobre todo acompañado o acompañante.
Hace unas semanas me ocurrieron dos cosas, ambas muy importantes para cualquier
profesor que piensa que la educación no solo es asunto de notas o
cuadernos con más o menos hojas. Resulta que un día lunes llegué muy temprano a
mi colegio de Barranco, pocos alumnos habían llegado. Ingresé al salón de
segundo, donde me tocaban las primeras horas, y veo en una de sus paredes un
collage pegado. En el papel, junto a muchos nombres de personajes (actores,
actrices, cantantes…), se encontraba mi nombre acompañado de un apelativo: “Orlando
cuenta historias”. Me emocioné como pocas veces. Cuando el papelote cumplió su
función, les pedí a los chicos (María José, Antonella, Valeria, Luana,
Brigitte) que me lo regalaran y cual si fuera un trofeo lo llevé a casa y se lo
mostré a Rita.
Unos días después, en mi colegio de Miraflores, Christie, una alumna de
segundo (por coincidencia) me buscó y me entregó en un pasadizo un cuadernillo
de hojas de colores con palabras muy bonitas por mi labor y entre ellas,
nuevamente el apelativo “cuenta historias”. Como en la oportunidad anterior,
llegué a casa y entre mis manos llevaba este bello trofeo y sonrisa de por medio se
lo mostré a Rita. Supongo que uno de estos días ambos papeles se lucirán enmarcados en
una pared del departamento: “Orlando cuenta historias”. Suena bien. Como me dijo Rita: "Suena a triunfo". Y yo feliz, y ellos,
mis alumnos, más felices aún.
Continuará…
Morada de Barranco, 30 de junio de 2013.
Oww chinito :) que alegría y orgullo me da leer estas palabritas dedicadas a nosotros sus aprendices :) me da mucha emoción recordar sus historias "Patito" :) recuerda?! no son solo sus historias sino es la dedicación, atención y toda la emocion que tambien transmite al contarlas.. la preocupación de ud hacia nosotros y como ud dice la cara de alegria y de querer escuchar mas historias ud es un profesor unico y de verdad que no e conocido alguien como ud tan dedicado a sus alumnos ud es un verdader maestro, siempre le dije que lo iría a visitar y e pasado unas cuantas veces por el colegio :( pero no e tenido oportunidad de entrar ya que era muy tarde .. espero poder conversar con ud. Gracias por los consejos, recuerdo el dia en que le dije Papá de casualidad pero es cierto ud fue un padre para nosotros el unico que nos supo escuchar y aconsejar muchas gracias por lo compartido lo vere pronto
ResponderEliminarLo que más me sorprende es que a pesar de que a contado una historia "larga" Sobra tiempo para hacer clase, y mucha clase.
ResponderEliminarPues la verdad es que hasta a mi me causa mucha gracia ver como todos se quedan callados y prestan atención a sus historias, eso no lo logra cualquiera :3 Menos con lo inquietos que son en mi clase.
La vez pasada mientras usted contaba una historia, oí a alguien comentar "Que aburrido" y yo quede estupefacta ¿en serio a alguien le parecía aburrido? ¿Sus historias aburridas? ¿Qué sigue, chanchos voladores? ¿Yo haciendo mis tareas? xD
Bueno, felicitaciones por todo, se lo merece "Orlando cuenta historias"
PD: Que sea de griegos, por favor ^-^
bien profe buena recompensa, lo merece
ResponderEliminarla próxima vez que te pidan una historia de terror cuenta esa: la del dueño del colegio que te pide que avances en el programa en vez de perder el tiempo en contar historias.
ResponderEliminarMe gustó su blog profe como extraño sus relatos la verdad que cuando las contaba la imaginacion comienza a fluir siempre me quedaba con ganas de oir otros pero ya comenzaba con la clase y sus cuadros y como olvidar "Trabajo autónomo" jajaja
ResponderEliminarSaludos profe espero volver a escuchar una de sus historias :)!
Querida Norma, gracias por tus palabras bonitas. Un abrazo y espero seguir leyendo tus comentarios.
ResponderEliminarDe griegos será, Dime Lexie. Gracias por tu comentario tan alentador. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias, Miguel. Un abrazo a la distancia.
ResponderEliminarEfectivamente, querida Mercedes, ese es el "mejor" cuento de terror que podría contar. Gracias por tu comentario y por leerme. Un abrazo va hasta Uruguay.
ResponderEliminarEduardo, gracias por tus palabras, por leerme. Un abrazo y mis mejores deseos para ti y tu familia (Yzavo y el pequeño).
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