sábado, 9 de junio de 2012

ÁRBOLES Y ALGUNOS POEMAS


                                                                          



                                                                        Los árboles pronto romperán sus amarras.
                                                                                                Carlos Oquendo de Amat



   La entrada anterior fue un homenaje a los árboles. Era algo que había querido hacer hace mucho, pero no hallaba la forma. Hay días en que por más que uno le ponga el mayor empeño a las cosas, estas no salen. Hay otros en que sin buscarlo fluyen con una naturalidad asombrosa. Así me sucedió con el post anterior. Sin embargo, siento que hubo algunas cosas que quedaron en el tintero. Algunos poemas que luego recordé y creo que muy bien pudieron estar en Árboles: altar de ramas. Por ejemplo, este bello poema de José María Eguren que, a través de sus versos octosílabos y endecasílabos y con su rima asonante, nos entrega su misterio:

LOS ROBLES

En la curva del camino
dos robles lloraban como dos niños.

Y había paz en los campos,
y en la mágica luz del cielo santo.

Yo recuerdo la rondalla
de la onda florida de la mañana.

En la noria de la vega,
las risas y las dulces pastorelas.

Por los lejanos olivos,
amoroso canto de caramillos.

Con la calma campesina,
como de incienso el humo subía.

Y en la curva del camino
los robles lloraban como dos niños.


     Por estos días releo, luego de muchos años, la poesía de Antonio Machado (“Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido / -ya conocéis mi torpe aliño indumentario-…”) y al leer sus poemas siento volver a aquellos años de adolescencia, sobre todo a esas tardes frías en las que bien abrigado leía en mi cuarto como un poseso, abandonado a los versos sencillos y sabios del maestro sevillano: hay poemas que te marcan como hay libros que signan una etapa de tu vida, uno de esos libros es Campos de Castilla, libro que me acompañó un buen trecho de mi adolescencia con sus nostalgias y reflexiones.



   


   
   Entre encinas y olivos que pueblan este libro, hay un poema que siempre amé y es A un olmo seco, ese “ejército de hormigas en hilera” del poema me hacía recordar al tronco añoso de una parra que, a la puerta de la casa de mis padres, parecía vigilarla, mientras un ejército de hormigas en hilera recorría los recovecos de su tronco que hasta el día de hoy se mantiene, con hormigas, claro:


A UN OLMO SECO

Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.
¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.


      Y en esos empeños de releer, ya no solo a Machado, cae en mis manos Sendas de Oku de Matsuo Basho (en la ya clásica traducción de Octavio Paz y Eikichi Hayashiya) y entre sus páginas me topo con una pequeña joya destellante, aquel haikai del mexicano José Juan Tablada que dice:

Tierno saúz, 
casi oro, casi ámbar, 
casi luz.


   ¿Haikai? Bueno, es la forma de llamar en castellano al haiku, ese poemita de origen japonés: tres versos, diecisiete sílabas, ausencia de rima. Cuando en alguna oportunidad hablé de ellos a unos alumnos, recuerdo su extrañeza, sus preguntas: “¿Qué?”, “¿Es que algo se puede decir en solo tres líneas?”… Acostumbrados como estamos a la palabrería, a cualquiera sorprende la brevedad del haiku.



   
    


   Estos pequeños poemas más que decir, callan: sus silencios hablan por cada uno de ellos. Yo acudo a los haikus como quien a un manantial: sus aguas frescas, cristalinas, refrescan y brindan esa quietud necesaria para alguien que, atiborrado de problemas y responsabilidades propias de una vida práctica y urbana, necesita de un momento de reflexión.



   


   
   Allí están los haikus y su profunda sabiduría, sus frescos aires para ventilar las cargadas atmósferas, sino recordemos, para comprobarlo, este par que incluí en mi entrada anterior:


Vuelvo irritado
-mas luego, en el jardín:
El joven sauce.

              Oshima Ryota



Mientras lo corto
veo que el árbol tiene
serenidad.

             Issekiro


    Luego de releer varios libros de poesía japonesa, encuentro que muchos de estos brevísimos poemas, que ya de por sí están relacionados con la naturaleza, tienen a los árboles como motivo. Me he permitido seleccionar algunos de ellos. Es, digamos, una invitación a frecuentarlos para disfrutar de su silenciosa sabiduría.


Se siente más frío
al ver una rama de pino quebrada
bajo una carga de nieve.

                 Sampu


Contra la noche
la luna azules pinos
pinta de luna.

                     Ransetsu


En el vasto espacio
alzándose inclinados
árboles de invierno.

                       Takahama


Arboleda de invierno.
Noche en que la luna
hasta la médula penetra.

               Kito


En la arboleda de invierno
cierto pájaro se dignó
cantar para que yo lo oyera.

                    Eikido


Crece inclinándose
al cielo inmenso,
árbol de invierno.

                                      Takahama Kyoshi


Peral florido:
donde hubo una batalla
reina el olvido.

                Shiki


El sauce verde
pinta cejas al mar
sobre la fuente.

                     Moritake


Se ve de noche
la fogata de un templo.
Bosque invernal.

                  Taigui


El dulce aroma,
¿de qué flores vendrá?
Bosque estival.

               Taigui


En una nevada mañana
el árbol
esparce sus bayas.

                            Tsuboi Tokoku


Anoche nevó.
Amanece.
¡Cómo reluce la arboleda!

              Roka


   Leer o releer haikus, a Eguren, a Machado, a Tablada. Pero también reflexionar sobre lo que comentaba en la anterior entrada: la importancia de respetar a nuestro planeta y que, en nombre de una supuesta modernidad, el cemento no se imponga y no se mate impunemente  a los árboles, aquellos gigantes indefensos que entre sus intrincadas ramas tanto cobijan.


Leñador,
no tales el pino,
que un hogar
hay dormido
en su copa…









      
   Continuará…


                                              Morada de Barranco, 09 de junio de 2012.

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