Los árboles pronto romperán sus amarras.
Carlos Oquendo de Amat
La entrada anterior fue un homenaje a los
árboles. Era algo que había querido hacer hace mucho, pero no hallaba la forma.
Hay días en que por más que uno le ponga el mayor empeño a las cosas, estas no
salen. Hay otros en que sin buscarlo fluyen con una naturalidad asombrosa. Así
me sucedió con el post anterior. Sin embargo, siento que hubo algunas cosas que
quedaron en el tintero. Algunos poemas que luego recordé y creo que muy bien
pudieron estar en Árboles: altar de ramas.
Por ejemplo, este bello poema de José María Eguren que, a través de sus versos
octosílabos y endecasílabos y con su rima asonante, nos entrega su misterio:
LOS ROBLES
En la
curva del camino
dos robles lloraban como dos niños.
dos robles lloraban como dos niños.
Y había paz en los campos,
y en la mágica luz del cielo santo.
Yo recuerdo la rondalla
de la onda florida de la mañana.
En la noria de la vega,
las risas y las dulces pastorelas.
Por los lejanos olivos,
amoroso canto de caramillos.
Con la calma campesina,
como de incienso el humo subía.
Y en la curva del camino
los robles lloraban como dos niños.
Por
estos días releo, luego de muchos años, la poesía de Antonio Machado (“Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido / -ya conocéis mi torpe aliño
indumentario-…”) y al leer sus poemas siento volver a aquellos años de
adolescencia, sobre todo a esas tardes frías en las que bien abrigado leía en
mi cuarto como un poseso, abandonado a los versos sencillos y sabios del
maestro sevillano: hay poemas que te marcan como hay libros que signan una
etapa de tu vida, uno de esos libros es Campos
de Castilla, libro que me acompañó un buen trecho de mi adolescencia con
sus nostalgias y reflexiones.
Entre encinas y olivos que pueblan este
libro, hay un poema que siempre amé y es A
un olmo seco, ese “ejército de hormigas en hilera” del poema me hacía
recordar al tronco añoso de una parra que, a la puerta de la casa de mis
padres, parecía vigilarla, mientras un ejército de hormigas en hilera recorría
los recovecos de su tronco que hasta el día de hoy se mantiene, con hormigas,
claro:
A UN OLMO SECO
Al olmo viejo, hendido
por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.
¡El olmo
centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será,
cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de
hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.
Antes que te
derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
Y
en esos empeños de releer, ya no solo a Machado, cae en mis manos Sendas de Oku de Matsuo Basho (en la ya
clásica traducción de Octavio Paz y Eikichi Hayashiya) y entre sus páginas me
topo con una pequeña joya destellante, aquel haikai del mexicano José Juan
Tablada que dice:
Tierno saúz,
casi oro, casi ámbar,
casi luz.
casi oro, casi ámbar,
casi luz.
¿Haikai? Bueno, es la forma de llamar en
castellano al haiku, ese poemita de
origen japonés: tres versos, diecisiete sílabas, ausencia de rima. Cuando en
alguna oportunidad hablé de ellos a unos alumnos, recuerdo su extrañeza, sus
preguntas: “¿Qué?”, “¿Es que algo se puede decir en solo tres líneas?”…
Acostumbrados como estamos a la palabrería, a cualquiera sorprende la brevedad
del haiku.
Estos pequeños poemas más
que decir, callan: sus silencios hablan por cada uno de ellos. Yo acudo a los haikus como quien a un manantial: sus
aguas frescas, cristalinas, refrescan y brindan esa quietud necesaria para
alguien que, atiborrado de problemas y responsabilidades propias de una vida
práctica y urbana, necesita de un momento de reflexión.
Allí están los haikus y su profunda sabiduría, sus frescos aires para ventilar las
cargadas atmósferas, sino recordemos, para comprobarlo, este par que incluí en
mi entrada anterior:
Vuelvo irritado
-mas luego, en el jardín:
El joven sauce.
Oshima Ryota
Mientras lo corto
veo que el árbol tiene
serenidad.
Issekiro
Luego de releer varios libros de
poesía japonesa, encuentro que muchos de estos brevísimos poemas, que ya de por
sí están relacionados con la naturaleza, tienen a los árboles como motivo. Me
he permitido seleccionar algunos de ellos. Es, digamos, una invitación a
frecuentarlos para disfrutar de su silenciosa sabiduría.
Se siente más frío
al ver una rama de pino quebrada
bajo una carga de nieve.
Sampu
Contra la noche
la luna azules pinos
pinta de luna.
Ransetsu
En el vasto espacio
alzándose inclinados
árboles de invierno.
Takahama
Arboleda de invierno.
Noche en que la luna
hasta la médula penetra.
Kito
En la arboleda de invierno
cierto pájaro se dignó
cantar para que yo lo oyera.
Eikido
Crece inclinándose
al cielo inmenso,
árbol de invierno.
Takahama
Kyoshi
Peral florido:
donde hubo una batalla
reina el olvido.
Shiki
El sauce verde
pinta cejas al mar
sobre la fuente.
Moritake
Se ve de noche
la fogata de un templo.
Bosque invernal.
Taigui
El dulce aroma,
¿de qué flores vendrá?
Bosque estival.
Taigui
En una nevada mañana
el árbol
esparce sus bayas.
Tsuboi Tokoku
Anoche nevó.
Amanece.
¡Cómo reluce la arboleda!
Roka
Leer o releer haikus, a Eguren, a Machado, a
Tablada. Pero también reflexionar sobre lo que comentaba en la anterior
entrada: la importancia de respetar a nuestro planeta y que, en nombre de una supuesta modernidad, el cemento no se imponga y no se mate impunemente a los árboles, aquellos gigantes indefensos que entre sus intrincadas ramas tanto
cobijan.
Leñador,
no tales el pino,
que un hogar
hay dormido
en su copa…
Continuará…
Morada
de Barranco, 09 de junio de 2012.
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