viernes, 4 de marzo de 2011

POR LA SENDA BRAVÍA: EN RECUERDO DE DOS VIEJOS AMIGOS

                                                  

                                               Despunta por la rambla amarillenta.
                                                             José María Eguren



   Compartí carpeta con Rolando Damián Solórzano Pariasca. Ello sucedió allá por el año de 1975, cuando estábamos en 1ro de secundaria, el querido 1ro “B”: primer piso, salón del medio, en la recta de la secretaría. Aún recuerdo ese salón, para nosotros que teníamos doce o trece años era inmenso, alto: su piso de listones de madera antigua, sus carpetas bipersonales también de madera, pesadas, pesadísimas como buques, su puerta de doble hoja con vidrios, sus inmensas ventanas que daban a la calle Pazos y que estaban cubiertas de una malla gruesa que no impedía que algunos “barracudas” escaparan del colegio. Hace un tiempo visité el colegio, con mi esposa y mi hija, nervioso llegué al recordado salón después de más de veinticinco años y comprobé que el salón no es como estaba en mis recuerdos, y no es que haya cambiado, no, es más, está igualito (salvo las ventanas que ahora son más pequeñas) pero no era tan grande como lo creía… es pequeño si bien alto, altísimo.
   De pronto sucedió que un puñado de sombras invadieron mi mente y tomaron forma y recordé emocionado al auxiliar Moncayo (el otro auxiliar, el señor Menor, más conocido como “Cebiche” todavía no había llegado), al instructor militar, un chino terrible que nos tenía en línea a punta de carajos y palos; a Loyola con su sonrisa sarcástica y su mirada cachacienta; a la señorita Jenny, recta y joven profesora, esposa del profesor Vásquez; al “chato” Alva y su “melena” setentera; a “condorito” Hidalgo que nos enseñaba Lenguaje; a la miss Belleza, la anciana profesora de Inglés; a Lancho y sus marcos geométricos y coloridos en los cuadernos de dibujo; al “Ruso” que nos enseñaba Educación Física y sus maratones finales; a una profesora jovencita y muy bonita cuyo apellido no recuerdo y le decíamos “Operación cotillón”; a Ventocilla y sus zapatos de plataforma (aún recuerdo un comentario suyo: “Ustedes pueden tener hijos, pero no deben tenerlos porque no están preparados…”), todos ellos nuestros profesores de ese ya lejano 1975 (¿se acuerdan?: pantalones campanudos, zapatos macarios, camisas “cueteadas” y coloridas de cuellos impresionantes y puntiagudos…).
   Mis ojos se complacieron en recorrer cada centímetro del querido salón: sus paredes, sus zócalos, su piso eterno, sus molduras que me distrajeron tantas veces… todo o casi todo permanecía como hace 35 años, 35 años, quién lo dijera… toda una vida. Me veía y conmigo a mis compañeros: Nervi Chacón, Salinas Puémape, “Foncho” Mezarina, “Poli”, Oshiro Shimabukuro, Macedo, Lau Choy, Tokumori Arakakiko, “Kike” Torres Rázuri, Adriano Varona, Castillo, Herrera, Matos, el “Chato” Linares, Silvera, Ibáñez, el “cholo” Tovar, Sánchez Cueto, Pantigoso, Coronado, Ipenza, Tori, Cervantes, “Clavillazo” Neyra, Cuba Aguilar, el “flaco” Vidal, el “gordo” Vásquez… y “Roli” (todavía no llegaban Javier Alvarado, Luis “Cabazorro” Bustillos, Los hermanos Sosa, el “negro” Vera, Pacheco, Contreras, Paniccia, Lezama, La Rosa, “Pitito” Madrid, Sandoval, “Jimmy Carter” Jarama, Vegas Vaccaro, “Cueto” Zavala…).
   Así partí a casa cargado de gratos recuerdos hasta que inevitablemente la muerte visitó nuestros predios y se llevó a quien entonces consideraba “el eterno adolescente”. Aún me parece ver a Rolando ya desde entonces preocupado por su apariencia personal, sus zapatos lustrosos, su billetera con una foto suya de cuando tenía diez años, su infaltable peine, su pañuelo inmaculado que doblado colocaba en el cuello de su camisa para que éste no se manchara con el sudor, siempre, siempre cuidadoso porque, como él decía, era “lo máximo” (¿te acuerdas de esa expresión Juan Carlos Coronado Aguilar?), porque era el gran conquistador, el que iba a una fiesta y “ellas” se derretían y arrasaba con todo (¿te acuerdas Adolfo Ipenza?). Increíble que haya partido, me cuesta aceptar que él ya no esté con nosotros, que no haya podido estar en su entierro para darle la última despedida porque me enteré tarde de su muerte, y hasta ahora no lo asimilo.    
   ¿Qué pasó con Roli?, no sé, no supe mucho de él al terminar el colegio, apenas si lo vi unas pocas veces, la última hace catorce años, recuerdo que nos dimos un abrazo y hablamos algunas cosas y después, nuevamente, le perdí el rastro y ahora lo de su partida que me ha llenado de una sensación de fragilidad que no me abandona, y junto a ella la nostalgia, la añoranza… la profunda tristeza de saber que ya no está físicamente entre nosotros, que partió pronto y el dolor de su familia… entonces… decidí escribir este homenaje que va en memoria de “Roli”, mi antiguo compañero de carpeta, ahora que está tan lejos y sólo me queda el consuelo de aquellos instantes compartidos allí, en el salón del primer piso, al medio, en el querido y recordado 1ro “B” del año 1975, hace ya 35 años.


CODA: Hace varios meses recibí un correo de Ricardo Nervi Chacón, mi apreciado ex compañero. En él me informaba de una noticia triste: el fallecimiento de otro ex compañero, me refiero a Miguel Cervantes, una pena. Pasó desapercibido. Justo recordaba, hace unos días, que cuando recién teníamos unas semanas de conocernos muchos de los que estudiamos en 1ro “B”, allá por el ’75, Cervantes, sin mayores problemas, camorrero como era,  tenía la costumbre de burlarse de los nombres extraños y de los apellidos, encima “choleaba” a todo el mundo: “Que cholo por aquí, que cholo por allá…”. Era cargoso y hasta abusivo con los más débiles, pero también compartimos experiencias deportivas, entusiasmos de adolescentes, asuntos que no se olvidan y perviven en el recuerdo.
   Justamente, hablando de recuerdos sucedió que una tarde entró al salón el auxiliar Moncayo y dijo: “Conforme los voy llamando se paran y escuchan si sus nombres y apellidos están completos y correctos”. Cervantes en su garbanzal al comienzo (choleando a todo el mundo), pero conforme avanzaba la lista lo empecé a notar nervioso (recuerdo que se sentaba en la fila de mi costado, a la misma altura), cuando la lista llegó a él, se paró nervioso y colorado, escuchó (y todos escuchamos) que el señor Moncayo voz en cuello dijo: ¡Miguel Cervantes CHOLÁN!, y todos empezamos automáticamente a reírnos y a burlarnos, era la primera vez que escuchábamos su apellido materno. Y como nunca, lo vimos avergonzado, como queriendo ocultarse en cualquier lugar y escapar a la humillación de ver como aquellos que lo sufrían ahora se reían en su cara. Santo remedio: dejó de joder. Descansa en paz, Miguel.


   Continuará…

                                         Morada de Barranco, 4 de marzo de 2011.

4 comentarios:

  1. Hola, Orlando, te vi como seguidor del blog de un amigo y decidí visitarte, me pareció muy bueno tu espacio, así que voy a quedarme por aquí como seguidor.
    Si tienes ganas, te invito a pasar por el mío.
    Un saludo desde Argentina.
    Humberto.

    www.humbertodib.blogspot.com

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  2. Hola, Humberto. Gracias por tus palabras. Visitaré tu blog. Un abrazo desde mi morada en Barranco.

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  3. Hola Orlando te escribe "clavillazo" Neira,de Madrid, me encantó la narración de nuestra experiencia vivida cuando estudiamos en 1º b, me has hecho revivir con nostalgia recuerdos imborrables ,muchas gracias

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  4. Que sorpresa, que agradable sorpresa saber de ti, después de tantos años. Un abrazo fuerte va hasta Madrid, apreciado amigo. Gracias por leerme y por comentar.

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