La música en primer lugar es humana.
José María Eguren
Una de mis mayores pasiones es la música (junto con el cine, el fútbol y la literatura). Desde muy niño vivía prendido de una radio negra de baquelita, marca Zenith, que era de mis padres. Como todavía no teníamos televisor, todas las noches escuchábamos maravillados y absortos varias radionovelas: aventuras en lejanas haciendas o selvas peligrosas e intrincadas, peripecias increíbles en islas ubicadas en mares completamente desconocidos, parajes remotos que amparaban laberínticos amores torturados y torturantes, un inacabable mundo de historias que llenaron mis horas nocturnales y mi imaginación de fantasía, de aventuras imposibles de vivir a un pequeño mortal barranquino como lo era yo entonces.
El resto del día prácticamente el aparato lo manipulaba yo. Con esta pequeña y pesada radio y accionado por mi curiosidad pude captar emisoras de otros países y completamente admirado escuchaba voces lejanas en misteriosos idiomas. Pero sobre todo escuchaba música, mucha música. Con esa vieja y querida radio Zenith nació mi amor por la música de The Beatles y por la llamada música clásica (Beethoven, Mozart, Schumann, Schubert, pero sobre todo y todos, Brahms, Johannes Brahms). Han pasado ya tantos años, esa radio a tubos quedó obsoleta pues mis padres comprarían una radiola, después un moderno equipo de sonido. Así fue que en algún rincón de la casa de mis padres estuvo esa radio, durante años, arrinconada, abandonada, hasta que mi madre un día me dijo: "Voy a botar esa radio, ¿o te la quieres llevar?". "Me la llevo", le respondí, y desde hace más de diez años la vieja radio de baquelita negra está conmigo, en mi cuarto, como un viejo y apreciado trofeo, testigo de mi infancia.
El resto del día prácticamente el aparato lo manipulaba yo. Con esta pequeña y pesada radio y accionado por mi curiosidad pude captar emisoras de otros países y completamente admirado escuchaba voces lejanas en misteriosos idiomas. Pero sobre todo escuchaba música, mucha música. Con esa vieja y querida radio Zenith nació mi amor por la música de The Beatles y por la llamada música clásica (Beethoven, Mozart, Schumann, Schubert, pero sobre todo y todos, Brahms, Johannes Brahms). Han pasado ya tantos años, esa radio a tubos quedó obsoleta pues mis padres comprarían una radiola, después un moderno equipo de sonido. Así fue que en algún rincón de la casa de mis padres estuvo esa radio, durante años, arrinconada, abandonada, hasta que mi madre un día me dijo: "Voy a botar esa radio, ¿o te la quieres llevar?". "Me la llevo", le respondí, y desde hace más de diez años la vieja radio de baquelita negra está conmigo, en mi cuarto, como un viejo y apreciado trofeo, testigo de mi infancia.
Paseando por la avenida Larco.
La música siempre ha ocupado un lugar central en mi vida, soy lo que se dice un melómano: están allí para probarlo mis muchos discos, mi computadora reventando por la cantidad increíble de canciones almacenadas, mis LPs de The Beatles que me han acompañado en la mudanza reciente, un cajón repleto de casetes que se resisten al paso del tiempo. Y ahora que escribo sobre música, justamente, en la última reunión en que participé con mis ex compañeros de colegio, uno de ellos, Portocarrero, dijo algo que me llevó a escribir estas líneas: “La música de nuestra época es la mejor de todos los tiempos”. Casi todos asintieron. Yo me puse a pensar en ello y no sé si Portocarrero tuvo razón, pero tengo unas ganas de decir, si comparamos con los gustos de los jóvenes de hoy, que estamos a años luz en cuanto a calidad, y creo que no es asunto de diferencias generacionales: me he dado tiempo para escuchar esa música, digerirla, procesarla y no, definitivamente no me dice nada, me refiero sobre todo al llamado regguetón y todo aquello que se le parezca. Hay indudablemente buena música hoy en día en todos los géneros, pero si solo hablara de rock, quién puede negar la calidad de Radiohead ("The bends" y "Ok computer" son sensacionales), Coldplay (me encantan sus dos primeros discos), The Verve (¿es que alguien sensato podría desconocer o negar la calidad de "Himnos urbanos"?), algunas cosas de Keane, Travis, Snow Patrol, Muse…, pero el corazón toma partido, no puede ser imparcial y lleva agua a su molino y me jala a mi época, incluyendo la música disco que tiene ahora un encanto particular, a pesar de sus detractores (¿se acuerdan de Donna Summers, Chic, KC and the Sunshine Band, Bee Gees…?).
Confieso que cuando escribo todos estos recuerdos, muchas veces escucho música de aquella época, para un poco refrescar y despertar la memoria, casi-casi (guardando las respectivas distancias) como en la novela de Proust (“En busca del tiempo perdido”: lo de la magdalena y los recuerdos del protagonista) y surte efecto. Si tuviera que mencionar una canción en particular, creo que se imponen Leblanc & Carr con un tema setentero y contundente “como una patada en el trasero": “Falling” (la versión que está en mi máquina me la pasó mi hermano Arturo a quien le agradezco el hacerme recordar algunas canciones que se han "perdido" en el tiempo). Ésta es una canción que en lo personal me aligera los recuerdos, refresca mi memoria que empieza a aflorar con una fluidez de viento atravesando una quebrada (espero que haya resultada poética la expresión). Qué manera de transportarme a esas lejanas épocas cuando éramos mozalbetes despreocupados o preocupados por problemas que hoy nos dibujan una sonrisa. Otro tema es “El año del gato” de Al Stewart, tema éste que cuando lo escucho me cae como un fierrazo al corazón y con los ojos empañados recuerdo la bulla del salón, la pizarra con caricaturas del “Pelo parado” de Neyra que si bien era tranquilo, era espeso y jodido como una ladilla por “sabelotodo” (recuerdo entonces al “Loco” Gallegos, profesor de Ciencias Naturales, que hablaba de algo e inmediatamente le preguntaba a Neyra: “¿Qué sabes del tema?”. Y “Clavillazo” respondía y eso me amargaba porque el tipo era una enciclopedia). Y como una suave lluvia vienen a mí los rostros adolescentes de Taqui, "Kike" Vaca, "Toku", Adolfo Ipenza, Gustavo Salinas, "Kike" Torres, Luis Bustillos, “Poli”, Lau Choy, Ricardo Nervi, Carlos Cuba, Juan Carlos Coronado, "Foncho" Mezarina, "Roli" Solórzano, Tovar, Miguel Sánchez Cueto, Adriano Varona… y un ex compañero que nunca más volví a ver: Mario Alcides Concha, a quien fastidiaba y a veces le decía cosas como: "Concha, ¡pero qué tal concha!" e inmediatamente yo salía disparado y empezaba una persecusión a toda carrera por el patio, las escaleras, el segundo piso o el salón.
Otro tema impagable es “In the morning” de Bee Gees. Aunque este tema es de los sesenta. Pero yo lo escuché en una película allá por el 74: “Melody”. La suavidad de su letra, su melodía que se desliza con la tersura de agua de manantial (¿otra vez dizque poético?). Tema propicio para transportarse a aquellos ya lejanos años, especialmente hacia aquellas horas en que el día dejaba de ser día para vestirse de noche, esas tardes de invierno cuando el frío ingresaba con sus fauces de hielo y congelaba nuestras pantorrillas y lo único que queríamos era regresar a casa y tomar el lonche. Hoy quisiéramos dejar un momento la casa y volver al colegio con trece o dieciséis años. Cambios de la vida hoy cuando nos vemos rondados, acechados por la cincuentena.
Algo semejante me sucede cuando a mis oídos llega un tema como “Claire” de Gilbert O’Sullivan. El tema me remonta a aquellos días cuando allá por el 75 hacíamos las clases de Física con el “Ruso” en el Gálvez Chipoco. Esas tardes que en realidad ya eran noches, cuando en lugar de regresar a casa (recuerdo que Educación Física o Psicomotriz nos tocaba las dos últimas horas) nos íbamos con energías suficientes para jugarnos un partidito de fútbol, sea en la pista o en el parque Las Mimosas (hoy parque 14 de Enero) hasta las 7:00 o 7:30 p.m., si es que no más. Incluso se suscitaban algunos problemas para regresar a casa por lo tarde que era (siempre en la línea de 2 de la Enatru), pues como ya era de noche ya no te querían cobrar pasaje escolar. Recuerdo que en alguna oportunidad uno de estos choferes-cobradores me hizo bajar del carro porque no tenía para pagar pasaje completo y… caballero nomás, regresé a casa “a pata” por la avenida San Martín, allí fue que coincidí con Javier Alvarado y nos regresamos conversando y conversando, era la primera vez que lo hacíamos, después lo seguiríamos haciendo: historia, política, arte, religión eran motivos para esas inolvidables charlas.
Portocarrero tal vez no haya tenido razón (¿o tal vez sí?), pero su afirmación me hizo desplegar estas líneas “nostalgiosas”. Cómo es la vida, aquel día en que expresó su opinión sobre la música de nuestra época, le pregunté por la edad de su hijo, ya que orgulloso contaba el ingreso de uno de ellos, no recuerdo exactamente dónde, pero él estaba orgulloso. Creo que me respondió que su hijo tenía 22 años. Curioso, su hijo tiene más edad que nosotros cuando hace treinta años culminábamos nuestra etapa escolar. Algunas cosas hablé con Portocarrero con quien nunca hablé nada en el colegio (él estaba en 5to "C" y yo estaba en 5to "B"). Yo sólo sabía que le decían no sé si “Hechizada” o “Samantha” (ahora recuerdo que también le decían o dicen “Viviana”). Nunca hablamos nada en el colegio, es cierto, pero hay un espíritu común entre ambos, mejor dicho entre todos “los muchachos del 79”, una hermandad que me conmueve, a pesar de que entre nosotros haya habido algunos que jamás se dirigieron siquiera una palabra en los viejos tiempos escolares.
Pero continúo con la música: ¿La música de nuestra época fue la mejor?, tal vez (aunque en verdad hablando, todo el mundo dice eso sobre la música de su tiempo, allí esta el verso del poeta que dice: "Todo tiempo pasado fue mejor", lo tomo como una ironía). Y la verdad es que quisiera decir: “Sí, es cierto” y basta escuchar a Cat Stevens cuando canta “Morning has broken” para decir que esa afirmación es cierta. Qué magia la que despliega ese tema con sólo una guitarra y un piano y por allí un ocasional coro. La escucho y desfilan ante mí algunas anécdotas, algunos rostros. Por ejemplo, la vez aquella que con Taqui vimos en el último piso del colegio algo que nos sobrecogió y nos puso los pelos de punta, nunca más lo volvimos a hablar ni comentar. Fue una tarde en que la puerta de fierro (que lleva al tercer piso, no el "gallinero") estaba abierta y nos atrevimos a subir los dos, curiosos, medio asustados de que la “tía” (la esposa del portero Ramírez) nos descubriera... Pero ya habrá ocasión para escribir sobre ese hecho.
Y así, podría mencionar tantos temas: Leo Sayer y su “When I Need You”, Lobo y su “I’d love you to want me”, “Right down the line” de Gerry Rafferty, “More than a woman” de los Bee Gees, Captain and Tenille y su “Love will keep us together”, Bidú y su "Girl you'll be a woman", “Dust in the wind” de Kansas, "Baby, i love your way" del rubio y melenudo Peter Frampton, Nicolette Larson y su "Lotta love", Jesse Green, Tina Charles, Player, en fin, una lista interminable de canciones que acompañaron nuestras alegrías y tristezas de niños y adolescentes.
Quién tuviera la palabra clave, la máquina (como en la novela de H. G. Wells) que nos regresara a esos años que nos han marcado la vida con una persistencia de tatuaje, de cicatriz queloide, aunque sea unos cinco minutos (como les digo ahora a mis alumnos). Imposible. Nada se puede hacer sino recordar, reunirse con los que compartieron esos instantes, esos años, revivir lo que está dormido y nos ha modelado tal y como somos ahora, con nuestras particularidades, nuestras semejanzas, nuestras diferencias.
Continuará…
Morada de Barranco, 16 de febrero de 2011.
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