viernes, 30 de agosto de 2024

UN APUNTE INVERNAL

 


                                                                  En el mirador de la fantasía…

                                                                            José María Eguren



   Es uno de los inviernos más fríos que recuerde. Los días suelen amanecer con lluvia, esa lluvia menuda, pertinaz, filuda, penetrante que aquí llamamos garúa. Las noches son más frías aún, por lo menos esa es la sensación. Los niveles de humedad son asombrosos, estamos cerca al 100%, vivimos sinceramente sumergidos en el agua. Nos abrigamos más que nunca, pero pareciera en vano, el frío cala...





  El párrafo anterior podrían parecer una queja, pero ya lo he expresado muchas veces, prefiero el invierno, su atmósfera brumosa… El verano limeño con ese sol que se inmiscuye en todo y el insoportable bochorno que incomoda, entre otras cosas, me aturde, me produce dolor de cabeza.





   A pesar de las bajas temperaturas, por cierto, nada comparables al invierno del hemisferio norte, cada que podemos (fines de semana, feriados) salimos a caminar muy temprano por algunas calles barranquinas (el arbolado Domeyer, Colina…) y por el serpenteante malecón. Se nos ha hecho hábito desde el año 2022, año en el que salíamos todavía con mascarillas. Precisamente fue en ese año que ocurrió una anécdota que hoy quiero recordar.





   Corrían los últimos días de octubre de ese año. En una de esas caminatas por el malecón junto a Rita (muy de mañana) descubrí un pequeño árbol al borde del acantilado, parecía resistir los embates del viento marino que suele ser persistente, tanto que varios de los árboles del malecón estaban curiosamente inclinados hacia el este, como si el viento los hubiera vencido. 





   Imaginé al arbolillo como un solitario lector empeñado en descifrar los mensajes de un mar misterioso, muchas veces cubierto por una bruma que lo torna fantasmal; es decir, el arbolito como un solitario escucha, imaginaba, complacido con el sonido de las olas marinas y sus secretos venidos desde lejanas profundidades, un lector, me decía, como lo he sido yo en diversas momentos de mi vida, como lo sigo siendo.





   De tanto verlo, vino a mi memoria las pinturas del romántico alemán Caspar David Friedrich, quien solía pintar a sus personajes de espaldas, con sus miradas perdidas a la distancia, como tratando de desentrañar misteriosos mensajes en el horizonte, como creo que el arbolillo lo hace o como cualquiera de nosotros lo podría hacer... si tuviera la voluntad de mirar (no solo de ver). Sea como fuere, este arbolillo solitario me permitía, en un juego de imaginación, muchas conjeturas.





   Entonces decidí hacer algo en homenaje al solitario arbolillo. Por esos días me hallaba enfrascado en la lectura de poesía japonesa y este haiku me había impresionado:


Crece inclinándose

al cielo inmenso,

árbol de invierno.


Lo leí una y otra vez, casi paladeando cada verso, cada palabra, cada sílaba. Sus versos resonaban en mí, una sensación agradable me invadía y el deseo de hacer lo que los "haijin", antiguos maestros de haiku hacían: copiar el poema y dejarlo colgado en el arbolito solitario ubicado frente al mar. Me armé de valor, lo hice, una mañana brumosa colgué el bello haiku de Takahama Kyoshide entre sus ramas...





   Tal vez alguno se preguntará: “¿Un haiku?, ¿qué es un haiku?” Para echar un poco de luces, diré que es un poema breve, probablemente el más breve del mundo. Lo maravilloso de estos poemas diminutos son sus versos precisos y profundos en la sencillez de sus palabras (solo tres versos, solo diecisiete sílabas: 5 / 7 / 5). Poesía esencial, desnuda, sutil: minúsculas capturas de algunas aristas de la realidad que no se perciben con facilidad o que a muchos se les escapa: la eternidad de los instantes, los llamé alguna vez. Su lectura nos llena de asombro (que nos recuerda a nuestros primeros descubrimientos de cuando niños). Los japoneses llaman "satori" a esa experiencia de iluminación que nos lleva a descubrir y a entender un poco más el sentido de nuestra existencia. No es poca cosa.





   Ahora, casi dos años después, recuerdo esa anécdota, pienso en ese pequeño arbolito y en ese diminuto texto: un poema sencillo, sí, pero en apariencia. Como todo arte que se respete, este haiku de buena ley exige esfuerzo, en este caso del lector. "Crece inclinándose / al cielo inmenso / árbol de invierno", repito hoy lo versos lentamente con la esperanza de hallar una puerta, una ventana, un pequeño resquicio por donde entrar y desentrañar lo que en su sencillez se me oculta. Su dificultad es una invitación para enfrentarla, como suele ocurrir en realidad con la vida misma, con todo aquello que vale la pena en la vida de un hombre.






   Continuará…



                                           Morada de Barranco, 30 de agosto de 2024




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