El paisaje salía de tu voz...
Carlos Oquendo de Amat
Durante mucho tiempo los nombres y las obras de escritoras estaban casi ausentes en los manuales de literatura, apenas si se les mencionaba, primaba el casi absoluto silencio y ocultamiento. Salvo especialistas y algunos curiosos lectores, hasta el día de hoy casi se desconoce la importancia, por ejemplo, de una escritora griega, una de las mayores poetas de todos los tiempos, hablo de Safo de Lesbos (c. 620-570 a. C.), en cuya obra (de la que apenas han sobrevivido fragmentos), percibimos una intensidad pocas veces igualada, sino veamos este fragmento traducido en prosa:
Me parece que es semejante a los dioses aquel hombre que se sienta frente a ti, y escucha de cerca tu dulce hablar y tu amable reír.
Esto oprime mi corazón en el pecho: porque al mirarte de repente me falta la voz, la lengua se me traba, un fuego sutil recorre mi cuerpo, nada veo, me zumban los oídos, un sudor frío me cubre y tiemblo, me pongo más verde que la hierba y a poco de morir, me hallo sin aliento…
Con palabras sencillas, Safo expresa la experiencia de esos amores que, a veces, crean desasosiego: sus palabras nos dejan en evidencia, nos desnudan y dicen lo que dentro de nosotros ocurre cuando los celos nos gobiernan.
Han habido muchas poetas, escritoras (novelistas, cuentistas), pero sus nombres estaban ausentes o eran apenas mencionados. Aquí en América, en el largo periodo del virreinato, por ejemplo, hubo poetas geniales como Sor Juana Inés de la Cruz (nacida en el siglo XVII en lo que hoy es México). Leamos este poema que aborda el tema del trato desigual a la mujer por parte de los hombres y de la sociedad:
Hombres
necios que acusáis
a la mujer sin razón
sin ver que sois
la ocasión
de lo mismo que culpáis:
si
con ansia sin igual
solicitáis su desdén
¿por qué
queréis que obren bien
si las incitáis al mal?
Combatís
su resistencia
y luego, con gravedad,
decís que fue
liviandad
lo que hizo la diligencia.
Parecer
quiere el denuedo
de vuestro parecer loco
al niño que pone
el coco
y luego le tiene miedo.
Queréis,
con presunción necia,
hallar a la que buscáis,
para
pretendida, Thais,
y en la posesión, Lucrecia.
¿Qué
humor puede ser más raro
que el que, falto de consejo,
él
mismo empaña el espejo
y siente que no esté claro?
Con
el favor y el desdén
tenéis condición igual,
quejándoos,
si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.
Opinión,
ninguna gana;
pues la que más se recata,
si no os admite,
es ingrata,
y si os admite, es liviana.
Siempre
tan necios andáis
que, con desigual nivel,
a una culpáis
por crüel
y otra por fácil culpáis.
¿Pues
cómo ha de estar templada
la que vuestro amor pretende
si
la que es ingrata, ofende,
y la que es fácil, enfada?
Mas,
entre el enfado y pena
que vuestro gusto refiere,
bien haya
la que no os quiere
y quejáos en hora buena.
Dan
vuestras amantes penas
a sus libertades alas,
y después de
hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.
¿Cuál
mayor culpa ha tenido
en una pasión errada:
la que cae de
rogada,
o el que ruega de caído?
¿O
cuál es más de culpar,
aunque cualquiera mal haga:
la que
peca por la paga,
o el que paga por pecar?
Pues
¿para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas
cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.
Dejad
de solicitar,
y después, con más razón,
acusaréis la
afición
de la que os fuere a rogar.
Bien
con muchas armas fundo
que lidia vuestra arrogancia,
pues
en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.
Más al sur, en esos años de dominación española, en estas tierras que hoy llamamos Perú, hubo dos poetas que decidieron, a través de seudónimos, mantenerse en el anonimato: Clarinda y Amarilis, esta última envió un poema (“Epístola de Amarilis a Belardo”) a Lope de Vega quien, muy halagado, respondió con otro poema a la admiradora peruviana. He aquí un fragmento del poema de esta misteriosa poeta:
El
sustentarse amor sin esperanza,
es fineza tan rara, que
quisiera
saber si en algún pecho se ha hallado,
que las
más veces la desconfianza
amortigua la llama que
pudiera
obligar con amar lo deseado;
mas nunca tuve por
dichoso estado
amar bienes posibles,
sino aquellos que son
más imposibles.
A estos ha de amar un alma osada;
pues
para más alteza fue criada
que la que el mundo enseña;
y
así quiero hacer una reseña
de amor dificultoso,
que sin
pensar desvela mi reposo,
amando a quien no veo y me
lastima:
ved qué extraños contrarios,
venidos de otro
mundo y de otro clima.
Al
fin de este, donde el Sur me esconde
oí, Belardo, tus conceptos
bellos,
tu dulzura y estilo milagroso;
vi con cuánto favor
te corresponde
el que vio de su Dafne los cabellos
trocados
de su daño en lauro umbroso
y admirando tu ingenio
portentoso,
no puedo reportarme
del descubrirme a ti, y a
mí dañarme.
Mas ¿qué daño podría nadie hacerme
que tu
valer no pueda defenderme?…
Cuando uno revisa bibliografía antigua sobre literatura, resulta que entre los nombres claves del Romanticismo como Holderlin, Novalis, Byron, Shelley, Keats, Walter Scott, Victor Hugo… no se mencionan a Mary Shelley (la autora de la novela “Frankenstein”), tampoco a las hermanas Brontë (autoras de cimas novelísticas como “Jane Eyre” y “Cumbres borrascosas”), o si aparecen, sus nombres figuran como curiosidades de época.
Otro nombre clave: el de la poeta Emily Dickinson. He iniciado hace unos meses el abordaje, lápiz en mano, de los tres tomos de las Poesías completas de la insondable Emily Dickinson, poeta norteamericana que optó por vivir aislada, que en los cortos 56 años de vida fue una casi completa desconocida y cuya poesía es una permanente indagación y revelación de los misterios de la vida. Harold Bloom dijo de ella que tenía “otra manera de ver, casi en la oscuridad”. Este es uno de sus poemas:
739
Muchas
veces pensé que la paz había llegado
cuando la paz estaba muy
lejos -
como los náufragos - creen que avistan
tierra -
en el centro del mar -
y luchan sin
fuerzas
- solo para probar
tan desesperadamente
como yo -
cuántas orillas ficticias hay -
antes del puerto
-
Uno de los secretos mejor guardados de la literatura brasileña es la escritora Clarice Lispector: novelista, cuentista, periodista, traductora..., una de esas estrellas únicas que iluminan de manera diferente cualquier firmamento. De entre toda su producción, un par de cuentos: "Felicidad clandestina" y "Mejor que arder", inolvidables relatos de la inquietante Clarice Lispector quien solía escribir en los límites del abismo y del misterio, de las que se ubican valiente y temerariamente en los bordes, allí donde se alza vuelo o se cae.
Cuando en la década de los 60 surgió el Boom y se ubicaron en la cresta de la ola los nombres de Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Julio Cortázar, curiosamente se soslayaron nombres de importantes escritoras como la chilena María Luisa Bombal y la mexicana Elena Garro, autoras de notables novelas que se anticiparon a lo real maravilloso. Basta recordar La amortajada y Recuerdos del porvenir, novelas de la Bombal y la Garro, respectivamente. Un poco más atrás, Ifigenia y Memorias de Mamá Blanca, dos impecables novelas de la venezolana Teresa de la Parra. ¿Olvido?, ¿desconocimiento?...
Volvemos a la poesía norteamericana. Cada poema de Louise Glück es un deslumbramiento, uno se rinde ante su palabra de aparente sencillez. Nos sorprende cuando nos habla de su mundo cotidiano, interno, privado, ventilado en palabras que nos conducen hacia algo mayor que nos atañe a todos, será eso que en su poesía nos descubrimos y nos reconocemos. Alguna vez ella escribió: "Cuando lees algo que merece recordarse, liberas una voz humana: devuelves al mundo un espíritu compañero. Yo leo poemas para escuchar esa voz. Escribo para hablar a aquellos a quienes he escuchado”. Tuvo que ganar el Premio Nobel para que muchos se enteraran de su existencia, mejor dicho, de su obra.
CONFESIÓN
Mentiría si digo que no tengo miedo.
Le temo a la enfermedad, a la humillación.
Como todo el mundo tengo mis sueños.
Pero he aprendido a esconderlos,
a protegerme
del éxito: cualquier felicidad
atrae la ira de las Parcas.
Son hermanas y son salvajes.
No poseen ningún tipo de emoción,
solo envidia.
En fin, podríamos seguir mencionando los nombres y obras de poetas, novelistas, cuentistas mujeres, pero de eso no se trata. ¿Qué motivó, entonces, estas líneas? Que al revisar mi lista de lecturas de los últimos meses, caí en la cuenta que venía leyendo obras de mujeres. He aquí algunos nombres, aparte de las obras de Mary Shelley y Emily Dickinson:
1. “En un balneario alemán” de Katherine Mansfield.
2. “El malentendido” de Irene Némirovsky.
3. “Felicidad clandestina” de Clarice Lispector.
4. “Reflejos en tus ojos dorados” de Carson McCullers.
5. “Matar un ruiseñor” de Harpeer Lee.
6. “La última niebla” y “amortajada” de María Luisa Bombal.
7. “Ifigenia” de Teresa de la Parra.
8. “Poesía completa” de Alejandra Pizarnik.
9. “La voluntad del molle” de Karina Pacheco Medrano.
10. "Al faro" y “Las olas” de Virginia Woolf.
11. “Reencuentro de personajes” de Elena Garro.
12. “La vida de mujeres” de Alice Munro.
13. “Ximena de dos caminos” de Laura Riesco.
14. “La campana de cristal” de Silvia Plath.
Sirvan estas líneas para acercarnos a la obra de tantas mujeres que durante mucho tiempo se las mantuvo en la oscuridad y la ausencia. Es una deuda pendiente y es necesario saldar cuentas.
Continuará…
Morada de Barranco, 30 de marzo de 2024
No hay comentarios:
Publicar un comentario