miércoles, 29 de junio de 2016

DOS POETAS PERUANOS







                                                     Y he de ser el Eterno, raro entre los humanos…
                                                                                                  Martín Adán






   Hace unas semanas recibí un mensaje de mi amigo el poeta Omar Aramayo. En él me preguntaba si tenía los versos que el gran Martín Adán le había escrito allá por 1936 a Carlos Oquendo de Amat, porque en alguna de sus mudanzas se le había extraviado (o traspapelado), como suele ocurrir cuando de mudanzas se trata: uno pierde cosas y encuentra otras. Respondí que sí los tenía y le prometí a Omar que apenas los encontrara se los enviaría.






   Conocía los versos de Adán, los había leído hacía una buena punta de años y sabía que los tenía, pero no recordaba dónde, porque en el libro Obra poética de Martín Adán publicada por el Instituto Nacional de Cultura, del año 1976, aparece el poema La campana Catalina (del cual forma parte los versos dedicados a Oquendo), mas no figuran tales versos. Entonces recurrí a Poemas escogidos publicado por Mosca azul editores, del año 1983 (una selección de Mirko Lauer y Abelardo Oquendo) y en el libro no aparece siquiera La campana Catalina. ¿Dónde estaban, entonces, esos versos que Omar me pedía y que yo recordaba tener?





   Varias tardes revolví mi biblioteca, me embarqué en búsquedas lamentablemente infructuosas en cajas con un universo de recortes periodísticos amarillentos y de diarios que incluso son ahora historia, luego me perdí en revistas que ya ni recordaba que tenía, revisé posteriormente las dos biografías de Oquendo que poseo, nada, los versos de Adán no aparecían por ningún lado. Fue entonces que recordé que yo también me había mudado como cuatro veces, ¿es que lo que le había sucedido a Omar me había pasado a mí y yo ni enterado? No cejé en mi búsqueda.






   La pura constancia me permitió dar con los versos. Como suele suceder en estas situaciones: de manera sorpresiva, inesperada aparecieron ante mis ojos justo cuando estaba a punto de dar por terminada la búsqueda, cansado y con alergia, así, en esa situación "hallé" una caja en cuyo interior descubrí una papelería antediluviana: fichas, fotocopias, recortes periodísticos, apuntes, borradores, casi todos subrayados o resaltados, en fin, todo aquello que pude recopilar hace casi treinta años para elaborar mi tesis. Obviamente todos estos documentos estaban referidos a uno de los poetas que más admiro: Carlos Oquendo de Amat, “Carlitos”, como suelo llamarlo familiarmente.






   Algo me decía que en ese lugar podrían estar esos octosílabos. Mi intuición no me engañó. Estaban ahí, en un papel que alguna vez fue blanco, los versos habían sido tipeados, mejor dicho, los había tipeado en mi vieja máquina de escribir Remington, de grata recordación, lo curioso es que en la hoja no se indica la fuente de dónde lo copié y la verdad es que a estas alturas ni lo recuerdo ni tampoco me acuerdo haberlo tipeado. Pero estaban ahí, en mis manos, luego de una ardua labor que parecía ser en vano.






   Inmediatamente se los envié a Omar quien debió saltar de alegría, por el tenor de su mensaje de respuesta, colijo que fue así. Quiero rescatar esos entrañables y sentidos versos que hace ochenta años le escribiera en Arequipa el atormentado Martín Adán al indefenso y sensible Carlos Oquendo de Amat, por cierto, dos leyendas de la poesía peruana, o, si se quiere, dos poetas con leyenda.







CARLOS OQUENDO DE AMAT



Vivía sin corazón;
vivía de su respiro;
tenía, como el gorrión,
el corazón de suspiro. 

Cuando bebía su té,
nunca comió su tostada;
era de ayuno y de fe
como una enamorada.

Murió como doce veces;
pedía dinero, bajo;
y brincaba de altiveces
por el mundo y el carajo.

Le nombraban al reír:
todos lo sabían loco: 
él juglaba hasta morir,
y uno le pagaba poco.

¡Cómo no se volvió prudente
con la sensatez lobuna!
Era tan inteligente
y manso como la luna.

Hizo verso que lloraba
como Dios ha de llorar,
ternura que declinaba
muy antes de comenzar,
como el sol que sí acaba,
que no acaba, en el mar. "









   Continuará…







                                           Morada de Barranco, 29 de junio de 2016.







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