Y todo lo que diga ya es tu aurora.
José Pancorvo
Tenía
pensado escribir la continuación de la entrada anterior sobre ciertas
curiosidades de Barranco, mi morada. No será así, la parca que inesperadamente
asoma lo trastoca todo. He dejado pasar las horas para tratar de asimilar la
partida de un viejo amigo, un viejo y querido amigo, el poeta peruano José
Antonio Pancorvo Beingolea. Pero me resulta difícil.
Ahora
que ha partido, he de extrañar (es más, ya extraño) su don de gentes, la
amabilidad y sonrisa que siempre mostraba, su espíritu joven y curioso que lo
llevó a estar como una certera compañía de los más jóvenes, de los que se
iniciaban. Ya no está más con nosotros, ha partido hace dos días, pero su estro
poético pervivirá por siempre, su voz ha vencido ya a la muerte, eso lo tengo
seguro. Intentaré recordar al gran amigo.
Foto: Paria Audiovisión |
La
primera vez que vi al poeta Pancorvo fue en el suelo, puede parecer que estoy
desvariando, pero no, la primera vez que lo vi fue en el suelo, gateando, para
mayor precisión. Fue en la presentación de los dos primeros números de la
revista Tocapus, en febrero de 1993,
en el desparecido teatro Manuel Beltroy, ubicada en la también desaparecida
Lagunita de Barranco (¡ah, “juventud, divino tesoro…”!).
Recuerdo muy bien que estábamos leyendo poemas, en la mesa se hallaban
las poetas Dalmacia Ruiz Rosas, Rossella Di Paolo, entre los varones Víctor
Coral, Tulio Mora y los tres coeditores: Willy Gómez Migliaro, Pablo Landeo y
yo, cuando en eso se oyó un estrepito que asustó a todos, miramos hacia el
fondo del salón y ahí descubrimos a alguien gateando e intentando pararse, era
José Pancorvo (hombre bastante alto y entonces con sobrepeso) en cuya
silla, blanca y de plástico, las patas habían
cedido y él con toda su humanidad fue a dar al suelo. Fue la primera vez que lo
vi, aunque quizá antes ya había escuchado de él, no lo puedo precisar.
Pero
no fue la única vez en que el querido poeta fue a dar al suelo, por lo menos
frente a mí, la siguiente vez sucedió en una de las fechas del ciclo de
recitales que organizamos Willy, Pablo y yo, en la Biblioteca Municipal de
Barranco y que titulamos “Jueves será…”, allá por abril de 1994. En pleno
recital oímos un ruido semejante al del Manuel Beltroy, era el poeta Pancorvo
que había vuelto a caer y que, sospechábamos, parecía tener un pacto secreto
con el suelo. Nuestra amistad se fue afianzando pues al término de cada fecha de los recitales, en grupo nos íbamos a celebrarlo, sobre todo al bar Piselli, y ahí solía estar el entrañable José Pancorvo.
Desde
entonces mantuvimos una amistad que nos llevó a visitarnos, quizá no con la
frecuencia que uno hubiera querido, a pesar de que un tiempo fuimos vecinos, y
muy cercanos. Recuerdo que para el quinto número de Tocapus, habíamos decidido publicar entre los nueve poetas a Roger
Santiváñez, Francisco Bendezú, Alejandro Romualdo, José Antonio Mazzotti, Arturo
Corcuera y José Pancorvo. Willy lo invitó a publicar y luego José me llamó por teléfono y
concertamos una cita para conversar sobre su participación en la revista. Llegó
la noche pactada y nos fuimos a un pequeño café que funcionaba cerca a mi casa,
ahí me di cuenta de su sabiduría y su amplio corazón. Me entregó unos sonetos
que todavía conservo y que jamás salieron publicados porque, extraño sino de
las revistas, Tocapus estaba
condenado a una vida breve.
Otro recuerdo que conservo de él ocurrió en
noviembre de 2002. Mi libro En el
barranco acababa de salir de la imprenta. Decidí visitarlo una mañana en su
casa de Barranco, en la avenida San Martín. Le entregué mi libro y nos
abandonamos a una larga conversación de varias horas. Hablamos de poesía, de
literatura en general, de Arguedas y la danza de tijeras, de su pasión por el
arpa (tocó algunas piezas y hasta cantó), de la rivalidad histórica del Perú
con Chile (supongo que de nuestras coincidencias en este tema viene la
dedicatoria de uno de sus libros), de Carlos Oquendo de Amat, de su tío Manuel
Beingolea (de quien me obsequió un libro), en fin, larga y deslumbrante charla.
Ese día llegué a mi casa con dos libros suyos, obsequios de José, me refiero a Profeta el cielo y Tratados Omnipresentes Perfec Windows, ambas con generosas
dedicatorias.
Algunas
de las cosas que recuerdo de esa larga conversación fue que él me dijo que no
veía televisión, que no le gustaba y cuando hablábamos de los libros de Arguedas,
de cómo la obra del autor de Los ríos
profundos de alguna o muchas maneras era una muestra de que el Perú era un
país fracturado, le pregunté a boca de jarro si había leído Visión de Anáhuac del mexicano Alfonso
Reyes, me dijo que no conocía el texto. Cuando le dije que ese ensayo era casi la
contraparte de la obra de Arguedas, que era como una prueba de cómo los
mexicanos habían asumido su pasado y su presente con más armonía que los
peruanos, quedó interesado en leerlo. Le prometí hacerle llegar las fotocopias
del escrito de Reyes, lamentablemente por descuido mío no sucedió así.
Días
después, para ser más preciso, el 16 de diciembre, se iba a realizar un recital
con la participación de varios poetas peruanos, entre ellos Leopoldo Chariarse,
en el Centro Cultural Ricardo Palma de Miraflores. Decidí ir y obsequiar
algunos ejemplares. Recuerdo que fue una tarde soleada y que luego de ir a las
casas de Antonio Cisneros y Washington Delgado, como era todavía temprano, caminé
por varias calles miraflorinas haciendo hora hasta llegar a la avenida Larco.
Una vez llegado al Centro Cultural de Miraflores, entretenido me encontraba
viendo unos carteles en el hall cuando escuché una voz potente: “¡Orlando
Granda!”, giré y descubrí que quien me hablaba era el poeta José Pancorvo. Al
enterarse de por qué estaba allí me dijo: “Chariarse está hospedado en un hotel
muy cerca de aquí, si quieres vamos y te lo presento”. Acepté.
Nos encaminamos al hotel cuyo nombre he
olvidado. Leopoldo estaba en el hall del hotel con el poeta Alfonso Cisneros Cox (recuerdo que él
estaba acompañado de una bella chica). Cuando nos acercábamos, no sé por qué razón,
Chariarse se puso de pie y se alejó, al rato regresaría. Mientras tanto, José
Pancorvo me presentó a Cisneros Cox, algo conversamos, ya no recuerdo qué,
supongo que de literatura japonesa. Alfonso ya era reconocido, entonces, como un connotado haijin. Me llamó la atención la cabellera completamente blanca de
Alfonso Cisneros, un hombre relativamente joven por esos tiempos. Recuerdo que
le obsequié mi libro que recibió complacido. Hace unos pocos años ocurrió su
prematura muerte y lo lamenté mucho.
Al
regresar Leopoldo Chariarse, Pancorvo me lo presentó: un hombre cordial y fino
en el trato y con una sorprendente apariencia juvenil. En mi morral había
llevado un libro suyo, me refiero a la primera edición de Los ríos de la noche, del año 1952. Cuando Chariarse vio el
ejemplar, se emocionó mucho y me comentó algo que ya sabía: "Este libro tiene
un dibujo de Sérvulo Gutiérrez". Le pedí una dedicatoria que él con
gentileza aceptó.
Como
ya se acercaba la hora de la presentación, nos dispusimos a ir al centro
cultural. Era ya de noche. Alfonso Cisneros Cox y su acompañante se despidieron
(luego los vería en el auditorio). Leopoldo Chariarse, José Pancorvo y yo nos
dirigimos al local caminando entre calles penumbrosas. Cuando intenté ingresar
al auditorio con mi morral me lo impidieron, me dijeron que tenía que dejarlo
encargado en el hall. No acepté ese hecho, llevaba algunos libros que quería
entregar a algunos poetas asistentes. No me lo permitieron, a pesar de mi
protesta, incluso José reclamó y hasta el mismo Leopoldo Chariarse protestó. Pero
era la regla, así que saqué algunos ejemplares y dejé el morral. Ya adentro nos
separamos. A la distancia vi a Pancorvo conversar animadamente con una bella
señorita. Tenía ese don de socializar y caer bien. Allí donde llegaba José
Pancorvo siempre era bien recibido.
El tiempo pasó, nos veíamos esporádicamente, pero cada vez que coincidíamos, nos dábamos un tiempito para charlar. Siempre sentí que el poeta José Pancorvo me tenía una gran consideración, cosa que le agradezco. Era, definitivamente, un hombre de gran fineza y siempre dispuesto a la conversación y al intercambio de ideas, una mente abierta, como se dice.
Algunos años después, en 2014, cuando mi libro Donde mi calle acaba salió publicado, lo busqué para pedirle que sea uno de los presentadores del libro. A quienes pregunté me dijeron que ya no vivía en Barranco. Pero nadie me daba razón de él. Nunca lo llegué a ubicar. Me quedé con la espina porque para la presentación había pensado en Willy Gómez Migliaro, Omar Aramayo y José Pancorvo. Nunca más lo vi hasta que me enteré hace dos días de la triste noticia de su muerte. Como me escribió Pablo Landeo desde Francia, el día de ayer: “Me queda de él (de José) su grandeza de poesía y los pocos momentos que compartimos, allá en los tiempos de Tocapus”. He querido recordarte con una sonrisa, a pesar del dolor. Lo he intentado, caro amigo.
Algunos años después, en 2014, cuando mi libro Donde mi calle acaba salió publicado, lo busqué para pedirle que sea uno de los presentadores del libro. A quienes pregunté me dijeron que ya no vivía en Barranco. Pero nadie me daba razón de él. Nunca lo llegué a ubicar. Me quedé con la espina porque para la presentación había pensado en Willy Gómez Migliaro, Omar Aramayo y José Pancorvo. Nunca más lo vi hasta que me enteré hace dos días de la triste noticia de su muerte. Como me escribió Pablo Landeo desde Francia, el día de ayer: “Me queda de él (de José) su grandeza de poesía y los pocos momentos que compartimos, allá en los tiempos de Tocapus”. He querido recordarte con una sonrisa, a pesar del dolor. Lo he intentado, caro amigo.
Continuará…
Morada de
Barranco, 1 de marzo de 2016.
Claro y descriptivo,mi amigo Orlando, un abrazo es una pena también la partida de Pancorvo, el poeta...
ResponderEliminarGracias, Franklin, hermano, por leerme y comentar, Un abrazo fuerte.
ResponderEliminarOrlando, hoy me acabo de enterar la irreparable perdida de mi querido amigo Jose Pancorvo del quien guardare un profundo recuerdo de su persona,de un gran amigo y literato, te agradesco tan buen articulo que has publicado en su memoria, nunca nos hemos cruzado en algun encuentro con Jose, ya que tus vivencias son similares a las que yo he vivido, la ultima vez que lo vi fue cuando le invite a que vea la pelicula Gloria del Pacifico,basada en la guerra con Chile, que fue de su agrado e inclusive le obsequio 2 libros suyos al director de la pelicula Juan Carlos Oganes,nos despedimos ese dia, sin saber que seria la ultima vez que lo viera, amante de la Danza de las Tijeras, Arguediano, hablaba varios idiomas sin haber ido a un instituto de enseñanza,patriota de corazon y descendiente de 2 presidentes de la Republica, samurai confeso,poeta a carta cabal, tanto mas que pudiera decir de Jose, solo en silencio y oracion orare por su eterno descanso, hasta siempre mi gran amigo Jose Pancorvo :(
ResponderEliminarEl querido amigo José Pancorvo partió. Era una persona especial con la que se podía conversar de diversos asuntos, parecía estar preparado para hablar de cualquier tema: con sabiduría, con conocimiento, con humildad y con ese don de gentes que hacía de él una persona simpática. Se le extraña, a pesar de que ya no coincidíamos y nos habíamos dejado de ver con la frecuencia de antes, pero la amistad continuaba, siempre lo sentí como un amigo, sigue siendo mi amigo.
ResponderEliminarUn abrazo, Martín y gracias por tu comentario.
Orlando, que tal, te escribí un correo, agradecería tu respuesta, quedo atento
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