domingo, 22 de noviembre de 2015

UN VIEJO LIBRO Y ALGUNOS POEMAS DE FERNANDO PESSOA





                                                                        El poeta es un fingidor…
                                                                              Fernando Pessoa







   Allá por los ochenta, en la primera mitad de esa década, ocurrió que mis ojos se toparon con la pasta de tres libros de poemas. El primero de ellos era Paroles, o sea Palabras, el mítico poemario de Jacques Prévert, el siguiente era una Antología Poética de Saint-John Perse, el tercero era Poemas de Pessoa (tal y como aparece en la pasta). Los tres editados en la Argentina por la Compañía General Fabril Editora.















   El hecho ocurrió en la librería de viejo del señor Laguna, entonces uno de los paraísos de los amantes de los libros, ubicada en el jirón Puno, en el zaguán de la vieja casona del presidente más joven que había tenido el Perú, me refiero a Felipe Santiago Salaverry, padre del poeta romántico Carlos Augusto Salaverry, militar que muriera fusilado en Arequipa. Aún lo recuerdo, los libros estaban en el estante de la izquierda y ni bien los vi procedí a comprarlos. En esos años, los libreros de viejo no te "sacaban un ojo" por alguno de sus libros. Hallabas joyas y estaban asequibles, al alcance del bolsillo de un joven universitario ansioso de lecturas.









   De los poetas Prévert y Saint-John Perse ya había leído algunos de sus textos, sobre todo en algunas antologías, entre las que recuerdo mencionaré al inolvidable librito titulado Poesía del siglo XX (Centro Editor de América Latina S. A., del año 1969) donde aparecen, entre varios vates, los dos primeros poetas mencionados. Revisando ahora esas antologías, algunas bastante antojadizas por cierto, caigo en la cuenta que en ninguna de ellas aparece Fernando Pessoa. Cosa bastante previsible entonces, Pessoa era por esos años el secreto mejor guardado de Portugal.










   Sin embargo, no fue en este libro de pasta verde donde leería por vez primera los poemas de Fernando Pessoa, recuerdo que por esos años publicaron en un número de El Caballo Rojo, suplemento cultural del diario Marka dirigido por el poeta Antonio Cisneros, un poema del portugués titulado Al volante… (“Al volante del Chevrolet por la carretera de Cintra…”), ese fue mi primer contacto con su poesía y el despertar de mi curiosidad por saber más sobre el personaje y leer la poesía "oculta" de Pessoa.














   Luego de muchos años, debo reconocer que Poemas de Pessoa no me decepcionó, todo lo contrario, fue una magnífica puerta de ingreso al “mundo de Pessoa y sus máscaras: Álvaro de Campos, Alberto Caeiro y Ricardo Reis”, sus heterónimos más conocidos. El libro satisfizo mi afán por leer más poemas de Pessoa y desde esos cada vez más lejanos años he conservado en la memoria, yo que la tengo tan mala, algunos de los versos de este poeta extraño (¿qué gran poeta no lo es?) y que cada que puedo los repito: “No tengo ambiciones ni deseos / Ser poeta no es una ambición mía / Es mi manera de estar solo” o “No soy nada. / Nunca seré nada. / No puedo querer ser nada. / Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo.” o “Una vez amé, pensé que me amarían, / Pero no fui amado. / No fui amado por la única gran razón: / Porque no tenía que ser...”.














   Incluso, pasadas ya tantas lunas, aún suelo guardar todo artículo periodístico o de revista sobre el poeta lusitano, también he procurado comprar libros con las diversas traducciones de su poesía (tengo por ahí incluso un suplemento del diario La República con versiones de Octavio Paz) y a su poesía siempre que puedo acudo como quien lo hace a una vieja casa amiga: Pessoa es uno de mis poetas predilectos, un poeta de cabecera cuyos escritos siempre me sorprenden.














   Justo el día de hoy, en la preparación de esta entrada, encontré en la revista virtual Letras. s5 un artículo titulado Pessoa(s), de Rodolfo Alonso, el señor mencionado es el traductor de la poesía de Pessoa en el libro que me acompaña algo más de treinta años, entre las líneas de ese texto, el autor dice: “Los argentinos bien podríamos preciarnos de haberlo ‘descubierto’.  O, al menos, de haber sido de los primeros en hacerlo. Mucho antes de que empezara su consagración, cuando hasta en Portugal era casi desconocido, en 1961 Fabril Editora publica en Buenos Aires la primera traducción de Fernando Pessoa (1888-1935) en América Latina.






   Que fue, al mismo tiempo, la primera en castellano de todos sus heterónimos. El reconocimiento llegó incluso a Portugal, donde esa edición argentina tuvo el honor de ser celebrada en Lisboa por Maria Aliete Galhoz, que en 1963 dijo: ‘Rodolfo Alonso nos restituye un poeta a través del amor de otro poeta.’






   Cuando Aldo Pellegrini (1903-1973) siendo yo tan joven me ofreció, a fines de 1959, seleccionar y traducir una amplia antología de Fernando Pessoa, recuerdo que fue arduo convencer a su cuñado, Francisco Caetano Dias. Como si su familia se avergonzara de ese extraño pariente, de vida más que anónima, que recluyó bajo la humilde apariencia de esporádico traductor de correspondencia extranjera para casas comerciales la gestación de su “drama en gente”, la múltiple obra de creación que lo poblaba…”. Joyita la que tengo en casa.






   Por coincidencia, hace unos días, más precisamente el miércoles 18, al desarrollar la clase de Poesía moderna con los chicos de 5to, leímos algunos poemas de Pessoa y sus heterónimos. Percibí en varios de mis tutoriados un interés particular por la poesía del portugués: debo suponer que terminaron no solo sorprendidos sino también conmovidos. Encontrarse, por ejemplo, con Poema en línea recta donde con un lenguaje sencillo, coloquial, una voz les habla desde el mismo centro de sus preocupaciones e inseguridades, debió ser fascinante para ellos. Varios percibieron y notaron que la lectura se tornó no solo en sorpresa sino en descubrimiento y también compañía: Pessoa (con ese poema y otros) se volvió en uno de los suyos, porque solo uno de los suyos hubiera sido capaz de expresar esa sensación de incomprensión, inutilidad, imperfección y postergación que muchas veces invaden los días de los adolescentes. Bien por este encuentro, lo celebro. La poesía del gran Pessoa, para cualquiera, es siempre una magnífica estancia del propio descubrimiento y del reconocimiento de esas máscaras que nos habitan.















   Quiero compartir esos textos que me permitieron ver, complacido, algunos gestos en los rostros de mis alumnos que me demostraban que a medida que leían algo estaba sucediendo en ellos. Esta experiencia es, digamos, uno de los hechos que hacen impagable la labor de profesor: ver a los jóvenes ingresar a nuevos espacios que les permita la reflexión, el autoconocimiento y por qué no el soñar. He aquí los tres poemas de esa bella experiencia con mis alumnos.

  













POEMA EN LÍNEA RECTA



Nunca conocí a alguien que se hubiera dado un porrazo.
Todos mis conocidos han sido campeones en todo.

Y yo, tantas veces grosero, tantas veces cerdo, tantas veces vil,
yo tantas veces incontestablemente parásito, indisculpablemente sucio,
yo, que tantas veces no he tenido paciencia para darme un baño,
yo, que tantas veces he sido ridículo, absurdo,
que he pisoteado públicamente las alfombras de la etiqueta,
que he sido grotesco, mezquino, sumiso y arrogante,
que he sufrido insultos y callado,
que cuando no he callado, he sido más ridículo todavía;
yo, que he resultado cómico a las criadas de hotel,
yo, que he sentido los guiños de los mozos de carga,
yo, que he hecho vergüenzas financieras, pedido prestado sin pagar,
yo, que cuando la hora del golpe sonó, me agaché
esquivando la posibilidad del golpe;
yo, que he sufrido la angustia de las pequeñas cosas ridículas,
yo verifico que no tengo igual en todo esto en este mundo.

Toda la gente que yo conozco y que habla conmigo
nunca tuvo un acto ridículo, nunca sufrió un insulto,
nunca fueron sino príncipes —todos ellos príncipes— en la vida...

¡Quién me concediera oír de alguien la voz humana
confesando no un pecado, sino una infamia;
contando, no una violencia, sino una cobardía!
No, son todos el Ideal, si los oigo y me hablan.
¿Quién hay en este ancho mundo que me confiese que una vez fue vil?,
Oh príncipes, hermanos míos,

¡Arre, estoy harto de semidioses!
¿Dónde hay gente de este mundo?

¿Entonces solo soy yo el que es vil y está equivocado en esta tierra?

Podrán las mujeres no haberlos amado,
pueden haber sido traicionados: ¡pero ridículos nunca!
Y yo, que he sido ridículo sin haber sido traicionado,
¿cómo puedo hablar con mis superiores sin titubear?
Yo, que he sido vil, literalmente vil,
vil en el sentido mezquino e infame de la vileza.

















SI YO MURIERA JOVEN…

Si yo muriera joven,
Sin poder publicar libro alguno,
Sin ver la cara que tienen mis versos en letra impresa,
Pido que, si se quisiesen molestar por mi causa,
No se molesten.
Si así ocurrió, así es verdad.

Aunque mis versos nunca sean impresos
Tendrán su propia belleza, si fueran bellos.
Pero no pueden ser bellos y quedar por imprimir,
Porque las raíces pueden estar bajo la tierra
Pero las flores florecen al aire libre y a la vista.
Tiene que ser así por fuerza. Nada puede impedirlo.

Si yo muriera joven, oigan esto:
Nunca fui sino una criatura que jugaba.
Fui gentil como el sol y el agua,
De una religión universal que sólo los hombres no conocen.
Fui feliz porque no pedí ninguna cosa,
no procuré hallar nada,
Ni hallé que hubiese más explicación
Que la de que la palabra explicación no tiene ningún sentido.

No deseé sino estar al sol o a la lluvia,
Al sol cuando había sol
Y a la lluvia cuando estaba lloviendo
(Y nunca la otra cosa)
Sentir calor y frío y viento,
Y no ir más lejos.

Una vez amé, pensé que me amarían,
Pero no fui amado
no fui amado por la única gran razón:
Porque no tenía que ser.
Me consolé volviendo al sol y a la lluvia,
Y sentándome otra vez en la puerta de casa.
Los campos, al fin, no son tan verdes para los que son amados
Como para los que no lo son.
Sentir es estar distraído.




















AUTOPSICOGRAFÍA


El poeta es un fingidor.
Finge tan profundamente
Que hasta finge que es dolor
El dolor que de veras siente.

Y quienes leen lo que escribe,
Sienten, en el dolor leído,
No los dos que el poeta vive
Sino aquél que no han tenido.

Y así va por su camino,
Distrayendo a la razón,
Ese tren sin real destino
Que se llama corazón.


















   Es el enigmático Pessoa y sus múltiples máscaras quien con el misterio y el encanto de su poesía, de su palabra, va atrayendo sin proponérselo, a cuentagotas, a sus devotos lectores del mundo entero. Fiel a sus palabras, Fernando Pessoa, hasta el día de hoy y creo que para siempre, ha de seducir con lo que hay en su silencio. Él lo dijo, y se está cumpliendo.


















   Continuará…







                                           Morada de Barranco, 22 de noviembre de 2015.







2 comentarios:

  1. Fernando Pessoa lleva un buen tiempo rondando por mi mente y yo ni idea de porqué. Había olvidado los poemas que leímos, hasta ahora que andaba de curiosa por su blog.

    Se sintió bien leerlo de nuevo. Recordé cómo se me hizo imposible no sonreír prácticamente todo Poema en Línea Recta, sobre todo en la parte donde dice "¡Arre, estoy harto de semidioses!/¿Dónde hay gente de este mundo?". Hasta ahora no sé si es gracioso o soy yo la pendeja... en fin, me pone de buen humor. Creo que si hay algo que vale la pena recordar, son ese tipo de cosas. I have no regrets, sir ;)

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  2. Alyssa, que bueno que no te arrepientas. Pessoa siempre es un buen territorio. A él vuelvo cada que puedo; es decir, casi siempre. Nunca me decepciona, como tampoco Vallejo, Celan y Pound. Gracias por tu curiosidad y por dejar rastros de tu paso por esta bitácora. Un abrazo y sin arrepentimientos.

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