La primera afición que tuve por los
libros vínome del placer de leer las fábulas…
Michel de
Montaigne
Cuando escolar, nunca tuve la suerte de
hallar en los colegios en que estudié (y fueron cuatro) a profesores que
contaran historias. No tengo en la memoria la imagen de alguien contándome
algún cuento, alguna leyenda, algún mito en un salón de clases. Cuando pienso en
estas experiencias orales, inmediatamente viene a mi recuerdo mi casa. En casa
sí se contaban historias, como lo he dicho en varias oportunidades. Mi padre
aprovechaba algunas noches en que estábamos sentados en la mesa familiar y nos
contaba apasionantes historias que nos hacían olvidar nuestro entorno y todo,
milagrosamente, se convertía en escenario de las aventuras que nos contaba el
querido papá Isaac.
Cuando empecé a trabajar en las aulas, me di
cuenta que los jóvenes siempre estaban dispuestos a escuchar historias. Así,
ante esa certeza, empecé a contar historias como motivación y no me arrepiento.
Los alumnos se han acostumbrado a ellas y no hay clase que empiece sin antes
haber contado algún cuento, leyenda, mito, tradición. Ya es de ley, ellos lo
exigen. Digamos que creé esa necesidad y tengo que estar siempre preparado con
alguna nueva historia.
Hace poco me ocurrió algo curioso. Iba
contando una historia española en el salón de primero de secundaria, cuando de
pronto algún alumno (todo me hace suponer que fue un alumno de cuarto de
secundaria) deslizó, en el salón en el que estaba, un papel con un mensaje.
Recuerdo que una alumna levantó la hoja y empezó a reír, interrumpiéndome. Le
llamé la atención, pero la alumna me extendió la hoja sin que se le borrara la
sonrisa. Tomé la hoja y esto era lo que en ella había:
Sonreí, no tenía otra, sonreí y guardé la
hojita. Di las gracias (mentalmente) porque ese pedido de la hoja demostraba
que estaba logrando, por lo menos en lo que a mis cursos se refiere, desterrar
de las cabezas de los alumnos ese temor que algunos profesores despertamos en
los alumnos, ese temor que luego se convierte en rechazo: rechazo al profesor,
al curso, a todo aquello que se relacione con el colegio (la lectura, por
ejemplo).
He mencionado a la lectura. No es gratuita
esa mención. Entre otras cosas, cuando cuento historias busco que los alumnos
de manera indirecta se acerquen a los libros, a la lectura, sin temor, con la
confianza y la convicción de saber que están pisando territorio amigo. Alguna
vez, hace ya varios años, lo logré (y lo digo sin jactancia) con mi hermano
menor: de tanto contarle historias, se convirtió en un lector, en un buen
lector, así como mi padre lo logró con mi hermana y conmigo. Debo decirlo: Yo
soy lector no por el colegio sino por mi padre.
Que un joven lea no como obligación es un grandísimo
triunfo. Ha sido y es uno de mis constantes empeños. Jorge Eslava escribió en
uno de sus últimos libros esta idea: “Tratemos de que el estudiante asuma,
desde el principio, la lectura como un acto de felicidad y comunicación”. Pero, la lectura, ¿para qué? No como fin,
obviamente, sino como medio, como puente, como “herramienta de sociabilización”
que permita el desarrollo de otras capacidades, la expresiva por ejemplo.
El mismo Jorge Eslava dice, unas líneas más
adelante, de la cita anterior: “Lo que importa ahora es insistir en la
necesidad de que los docentes, a pesar del maltrato social y económico,
comprendan que leer no es solo un ejercicio para incrementar el vocabulario y
exhibir una mayor cultura general, sino un arma de resistencia contra la
animalidad y una auténtica conquista humana”. Tamaña labor la que debemos
enfrentar a diario con los jóvenes.
Mientras tanto, sigo contando. Líneas arriba
decía que estaba relatando a los alumnos de primero una antigua historia
española. “El peral de la tía Miseria”, ese es el título del cuento, que por
cierto tuvo muy buena acogida. Es una historia de carácter oral y como tal
presenta inestabilidad textual, característica propia de este tipo de textos; es
decir, existen varias versiones de la misma historia (ocurre también con los
romances medioevales). La versión que conocía es la de un bello libro: “Cuentos
populares españoles”, edición de José María Guelbenzu. La he buscado en internet
y no la he encontrado, hallé, más bien, diversas versiones. La más cercana a la
del libro mencionado es la que consigno a continuación.
EL PERAL DE LA TÍA MISERIA
La tía Miseria era una pobre anciana que vivía de
la limosna. Tenía un hijo, llamado Ambrosio, que andaba por el mundo, también
pidiendo. Y poseía un perro mil razas, que la acompañaba en la pequeña choza en
que habitaba. Junto a la misma tenía un peral, del que obtenía poco fruto, pues
los chavales del pueblo le robaban las peras nada más madurar.
Un día llegó a la puerta de su casa un hombre pobre y, como helaba
fuera, la tía Miseria lo acogió en la choza. Compartió con él lo poco que tenía
para cenar y le fabricó un rudimentario jergón para que pudiera dormir. Al
despertar, por la mañana, también le ofreció un humilde desayuno.
El pobre, agradecido, se dirigió entonces a Miseria diciéndole:
-En vista de tu noble corazón, voy a concederte un deseo pues, aunque
me veas vestido como un pobre, en realidad soy un ángel del cielo.
Aunque Miseria no quería nada, el santo insistió y, entonces, se acordó
la anciana del peral:
-Éste es mi deseo -dijo-: que cuando alguien suba al peral, no pueda
bajar sin mi permiso.
Al instante le fue concedido el deseo, y fue la idea tan definitiva que,
al cabo de poco tiempo, tras algunos palos de bastón y no pocos jirones en sus
ropas, no volvió a acercarse al peral un solo zagal.
Así pasaron largos años, hasta que un hombre alto y seco, con una
guadaña, se acercó a la puerta de la choza y comenzó a llamar a la tía Miseria:
-Vamos, Miseria, que es hora.
Miseria, que reconoció rápidamente a la Muerte, no pareció estar muy de
acuerdo: —¡Hombre, ahora que empezaba a disfrutar algo de la vida! —le dijo.
¿Por qué no me haces el favor de cogerme esas cuatro peras del árbol, mientras
yo me preparo para el viaje. La Muerte, ingenua, se dispuso a coger las peras
y, como estaban en todo lo alto, no tuvo más remedio que subir al árbol. En ese
momento escuchó la carcajada de Miseria que, asomada a la ventana, le decía:
-¡Muerte fiera, ahí te quedarás hasta que yo quiera!
Y quiso Miseria que allí se quedara, hiciera calor o helara, durante
muchos años. Tantos que en el mundo empezó a sentirse la falta de la Muerte.
Nadie moría, ni en las guerras, ni por enfermedad, ni por vejez. Había ancianos
de más de trescientos años, en estado tan penoso que ellos mismos buscaban
poner fin a su vida.
Algunos se tiraban por los precipicios, otros al mar, otros se arrojaban
a las vías del tren, pero ninguno lograba su propósito y los hospitales se llenaban,
sin poder atenderlos a todos.
Así hasta que la Muerte vio pasar por allí cerca a un médico, antiguo
conocido y amigo de ella: —¡Eh, viejo amigo, acércate y observa mi estado!
¡Duélete de mi situación! ¡Avisa a las gentes del pueblo y venid a cortar este
maldito árbol!
Al poco llegaron los vecinos, armados con sus mejores hachas. Todo lo
intentaron, pero nada logró hacer la mínima mella en el tronco. Y todos los que
quisieron bajar de allí a la Muerte, sólo consiguieron quedarse con ella
colgados. Entonces empezaron a rogar a la vieja Miseria que se apiadase de
ellos, de los que tanto sufrían y que permitiera bajar del peral a la Muerte y
a sus acompañantes. Tanto insistieron que al fin cedió la tía Miseria, aunque
con una condición: -Que no te acuerdes de mí ni de mi hijo Ambrosio hasta que
te llame por tres veces.
Accedió la Muerte, y bajó, y comenzó a cumplir con todo el trabajo que
tenía pendiente, lo que la tuvo ocupada durante muchas semanas. Todos los que
debieran haber muerto, veían llegar su hora. Todos menos la anciana y su hijo,
que por eso viven todavía la miseria y el hambre.
(Adaptado sobre versiones de A. Rodríguez Almodóvar y
J. M.a Guelbenzu).
Continuará…
Morada de Barranco, 13 de julio de 2014.
Que buena historia y ver las imágenes de mi salón me trae viejos recuerdos! :') su redacción me encanto.
ResponderEliminarExcelente ,Orlando, que motives a los niños al maravilloso mundo de la lectura, dicen que el que lee, nunca estará sólo, el libro será su mejor amigo... Felicitaciones por tus libros de cuentos.
ResponderEliminarUn abrazo
Muy buena historia!
ResponderEliminarBueno, bueno, como siempre una satisfaccion leer tus apuntes un abrazo hermano
ResponderEliminarGracias, Yzavo. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias por leer mis entradas, María Candel. Sigo tu blog que me parece muy bueno. Un abrazo a la distancia.
ResponderEliminarGracias, Fiorella. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias por leerme, Franklin. Un abrazo.
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