“La misma mesa antigua y holgada, de nogal...”
Abrahan Valdelomar
I.
Ando por estos días leyendo a Enrique Vila-Matas. Mac y su contratiempo es la primera obra suya que leo. La novela desarrolla la obsesión de un tipo llamado Mac por reescribir y mejorar la primera novela (que hoy le avergüenza) a un escritor vecino suyo de apellido Sánchez. Entre sus páginas me he topado con estas líneas que transcribo: “Uno no empieza por tener algo de lo que escribir y entonces escribe sobre ello, sino que el proceso de escribir propiamente dicho es el que permite al autor descubrir lo que quiere decir”. Me detengo en la última línea.
En estos días he venido pensando sobre qué asunto escribir para la entrada de este mes de julio que ya acaba. Iba postergando. Con los últimos días del mes encima estoy dando vueltas y vueltas, es como si todas las ventanas y puertas estuvieran cerradas a la posibilidad de ver algo que me lleve a escribir. Preciso: las ganas están, lo que no percibo es sobre qué escribir. Quizás ese sea el tema: escribir sobre la imposibilidad de escribir cuando no se encuentran temas: ¿en la medida que lo haga iré descubriendo lo que quiero decir? Ojalá acierte Vila-Matas.
II.
Por estos últimos tiempos he procurado leer libros de cuentos. Ahora que tengo Todos los cuentos de Clarice Lispector, voy saboreándolos lentamente, pienso en el libro titulado Felicidad clandestina, en el cuento de mismo nombre que me dejó inquieto. Me esperan los cuatro tomos con los cuentos completos de Anton Chéjov, de quien leí básicamente antologías; los siete cuentos de William Faulkner que conforman ¡Desciende, Moisés!, un libro de lectura postergada desde los años de universidad; los cuentos completos de Augusto Monterroso, ese maestro de la brevedad a quien tanto admiro.
Quiero releer Catedral de Raymond Carver, libro que me dejó sorprendido en enero o febrero de 2021; es decir, en plena pandemia. A pesar de la traducción de Anagrama que está plagada de españolismos, lo releeré. ¿Otros libros? Solo para fumadores y Silvio en el rosedal de Julio Ramón Ribeyro y dos de José Emilio Pacheco: El principio del placer y El viento distante. Y paramos de mencionar que no se trata de elaborar tediosas listas de lecturas.
III.
Así, sin darme cuenta voy escribiendo estos apuntes breves. ¿Con qué fotos acompañaré esta entrada? ¿Le tomaré fotos a los libros que voy mencionando? Creo que mejor será colgar algunas fotos que he venido tomando muy de mañana cuando salgo a caminar con Rita (sobre todo las de la arbolada calle Domeyer, que tanto me gusta y está tan ligada a mi infancia y adolescencia). Esas caminatas me brindan tranquilidad, alegría, que es lo que vengo necesitando por estos tiempos de salud frágil. Por otro lado, tranquilidad, alegría, entre otras cosas, es lo que siento cuando me pongo a leer junto a mi biblioteca...
IV.
Andamos estos últimos dos días conmovidos con la película Érase una vez en América de Sergio Leone. Sus imágenes cargadas de nostalgia me conmueven, me llevan a la reflexión. Pienso en el paso inevitable del tiempo, en las amistades que dejé de ver, en mi padre que partió hace cuatro años y me hace una falta sin fondo, en mi familia…
El cine, el cine…, no podría vivir sin él. Suena exagerado, pero aquellos que aman realmente al cine (y no solo la películas, como decía un amigo bloguero) entenderán a lo que me refiero…
V.
Estoy a la cacería de algunos libros: Todos los jóvenes son tristes de Francis Scott Fitzgerald, Fiesta en el jardín, En la bahía y En un balneario alemán de Katherine Mansfield, Nadie encendía las lámparas de Felisberto Hernández, Un hombre bueno no es fácil de encontrar y Todo lo que asciende tiene que converger de Flannery O’Connor, los libros donde se encuentren El nadador y La monstruosa radio de John Cheever... Como se puede ver, todos ellos son libros de cuentos. Lo dije, estoy embarcado en su lectura, será porque yo...
VI.
He mencionado algunos libros de cuentos (“cuentarios” les llaman últimamente, no me gusta mucho la palabrita). Hay dos cuentos a los que vuelvo. Cada cierto tiempo me aproximo a ellos, siento la necesidad de hacerlo. La urgencia de su lectura es, para mí, como un acto de limpieza. Me refiero a Los ojos de Judas de Abraham Valdelomar y Enredadera de Luis Loayza. Alguna vez afirmé que eran dos de los mejores cuentos de la literatura peruana, para algunos puede ser una exageración, pero tengo mis sospechas de no estar alejado de la verdad...
Es probable que el día de mañana, muy temprano, cuando Rita y Kathia estén todavía durmiendo, cual si fuera un fantasma, me levante y en silencio me dirija a la cocina, me prepare un café caliente, oscuro y delicioso, sin azúcar (como debe ser) y me vaya directamente a la mesa, la que me vio desde niño y hoy es testigo de estos tiempos otoñales, a saborear no solo el café. Que esos cuentos siempre me acompañen.
VII.
Ojalá haya acertado Vila-Matas…
Continuará…
Morada de Barranco, 26 de julio de 2023
No soy muy amante del cine últimamnete y eso que mi nieto mayor está estudiando audiovisuales y dirección. Muchas gracias por tu visita a mi blog. Agradezco mucho tus bellos comentarios. Un abrazo desde Madrid
ResponderEliminarGracias, Katy. Tu blog me resulta un descanso visual y siempre acudo a ver las maravillas que cuelgas. Un abrazo a la distancia.
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