Quédate en el tercer planeta…
Luis Hernández
I.
Quienes vivimos y sobrevivimos al terrorismo y la hiperinflación del desastroso gobierno de Alan García (allá por la cada vez más lejana década de los 80), sabemos bien cuán dura fue esa época en el Perú: probablemente la más terrible de su historia.
Ante esa realidad de inseguridad económica, política, social, muchos peruanos optaron por emigrar a España, Italia, Estados Unidos, Chile, sobre todo. Los que quedamos, en medio de las tinieblas y el caos, con un país que se caía a pedazos, que se desangraba, iniciamos otra lucha: la de levantarlo, reconstruirlo: había que seguir viviendo. No sospechábamos que al poco tiempo enfrentaríamos durante una década el gobierno corrupto de Alberto Fujimori y su banda.
Por aquellos difíciles años, muchos jóvenes nos aferrábamos a la vida a través de la música y la lectura, resistíamos. La música como resistencia ante esos espacios y tiempos oscuros de angustia, de desesperanza, de muerte y de mucha tristeza. La luz de la música, su magia, nos cobijaba, era como una casa querida a la que volvíamos: ella generosamente nos brindaba energía, optimismo, fuerza. Si una certeza entonces tuvimos, los que sobrevivimos, fue que a nosotros todo había de costarnos siempre el doble: era nuestro signo, la marca que nos distinguiría de otras generaciones…
Ha corrido tanta agua desde entonces… Los jóvenes de aquellos tiempos de destrucción y desesperanza vivimos ahora nuestros años otoñales, muchos incluso ahora son abuelos, pero no olvidamos ni olvidaremos aquellos tiempos duros que, con todo el sufrimiento que significó, nos hizo más fuertes, más resistentes. ¿Una prueba?, aquí estamos, no hemos dejado de seguir luchando.
II.
Es una mañana algo fría la de este viernes 19 de mayo de 2023, una mañana lamentablemente triste. Abro los ojos y me entero, a través de un comunicado de Johnny Marr, la noticia de la muerte de Andy Rourke, el eterno bajista de The Smiths, uno de los grupos musicales que más admiro junto a The Beatles, Led Zeppelin, Depeche Mode, Radiohead, Joy Division, R. E. M., Cigarettes After Sex y un puñado más.
Una cosa tengo muy clara: si algo debo agradecer en esta vida es la música, en especial la de The Smiths, agrupación originada en la industriosa ciudad de Manchester. Su música, sus canciones me acompañaban en esos tiempos duros donde el sol parecía no querer salir y el cielo se había retirado de nuestras palabras. ¿Me acompañaban, dije? Me siguen acompañando, alimentando. La música de The Smiths es una de las grandes experiencias de mi vida, y eso se agradece.
¿Qué hizo entrañable para mi vida las canciones de The Smiths? Por lo general las letras de sus canciones no son optimistas, son más bien tristes, nostálgicas, sombrías, oscuras (“Mi madre no escucha a The Smiths / sin embargo es tan oscura como ellos”), pero innegablemente eran (y son) bellas: la voz melodiosa de Morrissey, la guitarra etérea de Johnny Marr en combinación perfecta con el bajo de Andy Rourke y la sólida batería de Mike Joyce me conmovían, me hacían sentir vivo, acompañado a la distancia.
Rememoro aquellas tardes y noches de mi adolescencia de lecturas enfebrecidas y largas jornadas musicales: me tumbaba en mi cama con un libro o en esa soledad de mi cuarto me ponía a escuchar sus canciones, navegaba en ellas, sin saber qué decían sus letras. Pero había una emoción en cada canción, cada una de ellas tocaba fibras sensibles y ocultas en vaya uno a saber qué profundidades. Es decir, había una comunión muy particular, una suerte de entendimiento más allá del idioma. ¿Cómo explicar eso? No tengo palabras.
La partida de Andy Rourke me ha llenado de una tristeza sin fondo: algo de nosotros se va con él. Creo que los que vivieron esos tiempos y quienes se afincaron en la música de estos cuatro muchachos entenderán si digo que la Parca se ha equivocado al posar su fría mirada en el bueno de Andy Rourke (los que lo conocieron, dicen, que era un buen tipo, poseedor de un humor inclaudicable), uno de aquellos seres signados por “el estigma crudelísimo de la música” (como alguna vez escribió el poeta y músico Luis Hernández).
Su calidad como bajista no está en discusión, es reconocida su importancia e influencia en músicos posteriores. Pero si de pruebas se trata, bastaría, para calibrar su enorme calidad como músico, escuchar su línea de bajo en la canción There Is A Light That Never Goes Out. Ese fraseo que acompaña a la voz de Morrissey lo pinta como lo que realmente era: un músico grandioso...
III.
Lamentablemente la vida es como es y no como uno quisiera. Andy ha partido y lo que deseo para él, ahora que se fue en silencio, es que aquella lejana música que un día nos alumbrara, invada con nuevos colores los espacios donde se vive sin sombra, que su nuevo camino esté sembrado de muchas sonrisas...
Descansa en paz, querido Andy. Los que aquí quedamos continuaremos escuchando tu música, celebrándote.
Continuará…
Morada de Barranco, 20 de mayo de 2023
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