martes, 1 de noviembre de 2022

UN PEQUEÑO ÁRBOL

 


                                                                                    En la curva del camino…

                                                                                         José María Eguren



   “En la curva del camino...” dice un verso de José María Eguren, poeta mayor del Perú. Y en una curva de mi camino por el malecón de Barranco descubrí un joven árbol al borde del acantilado: pequeño, solitario, disparando sus ramas al espacio para aferrar entre ellas, pareciera, un poco de cielo y de eternidad; de fondo, un mar gris y calmo con su relajante música sin tiempo, una invitación para sentarme junto a Rita al borde del acantilado y al ritmo de esa música perder la mirada en un mar que por efecto de la bruma carece de horizonte.








   La serena imagen del arbolito, curiosamente, se me tornó inquietante. ¿Era acaso una metáfora de la resistencia?, me pregunto. Muchos árboles del malecón tienen sus troncos en posiciones, creo yo, donde el viento marino torció sus troncos; por lo general, en posición opuesta al mar y al viento marino que pareciera haberlos doblegado. Este joven árbol no. Entonces decidí hacer una captura del atrevido arbolillo que tan asombrados nos tenía a Rita y a mí.














   Cada que transito por la curva del Malecón Souza, en esas mis caminatas que suceden unas tres veces a la semana (sin “un jovial y paseandero sol barranquino”), gusto de ver incansablemente desde diversos ángulos a este pequeño árbol que ha sabido resistir los embates del viento persistente. Lo imagino, a veces, como un solitario lector empeñado en descifrar los mensajes de un mar misterioso, muchas veces cubierto por una bruma que lo torna fantasmal (al árbol y al mar): un solitario escucha, imagino, complacido con el sonido de las olas marinas y sus secretos, como lo he sido yo en diversas etapas de mi vida.





   En una oportunidad, al ver su imagen, se me vino a la memoria las pinturas del romántico alemán Caspar David Friedrich, quien solía pintar a sus personajes de espaldas, con sus miradas perdidas a la distancia, como tratando de desentrañar misteriosos mensajes en el horizonte, como creo que el arbolillo lo hace o como cualquiera de nosotros lo podría hacer. Sea como fuere, este arbolillo solitario me permite, en un juego de imaginación, muchas conjeturas.














   Ya en casa, veo las imágenes de mis capturas (obsesivamente le he tomado varias fotos desde diversos ángulos) y recuerdo que por estos días releo, luego de muchos años, la poesía de Antonio Machado (“Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido / -ya conocéis mi torpe aliño indumentario-…”) y al leer sus poemas siento volver a aquellos años de adolescencia, sobre todo a esas tardes frías en las que bien abrigado leía en mi cuarto como un poseso, abandonado a los versos sencillos y sabios del maestro sevillano: hay poemas que te marcan como hay libros que signan una etapa de tu vida, uno de esos libros es "Campos de Castilla", libro que me acompañó un buen trecho de mi adolescencia con sus nostalgias y reflexiones.





   Entre encinas y olivos que pueblan este libro, hay un poema que siempre amé y es "A un olmo seco". Ese “ejército de hormigas en hilera” del poema de Machado me hacía recordar al delgado tronco añoso de una parra que, a la puerta de la casa de mis padres, parecía vigilarla, mientras un ejército de hormigas en hilera recorría los recovecos de su tronco que hasta hace poco se mantenía algo inclinado ya por el peso de los años (hoy de la parra solo queda el recuerdo de su compañía y los hermosos y deliciosos racimos de uva que por varios años disfrutamos).





   Y en esos empeños de releer, ya no solo a Machado, cayó en mis manos "Sendas de Oku" del maese japonés Matsuo Basho (en la ya clásica traducción de Octavio Paz y Eikichi Hayashiya) y entre sus páginas me topé con un puñado de haikus y su profunda sabiduría, que como frescos y breves aires renuevan las cargadas atmósferas. Para comprobarlo, este par de poemas:


Vuelvo irritado

-mas luego, en el jardín:

El joven sauce.

Oshima Ryota





Mientras lo corto

veo que el árbol tiene

serenidad.

Issekiro


   Textos breves y serenos, sabios. Pero ¿haiku?, se preguntará alguno. Así se le llama a a un poemita de origen japonés: tres versos sin rima y solo diecisiete sílabas en total. Cuando en alguna oportunidad hablé de ellos a unos alumnos, en una clase de literatura japonesa, recuerdo su extrañeza, sus preguntas: “¿Qué?, ¿es que algo se puede decir en solo tres líneas?”… Acostumbrados como estamos a la palabrería, a cualquiera sorprende la brevedad del haiku (como en su momento me sorprendió la estética diminuta del arte de los bonsáis, y acá nuevamente nos topamos con los árboles).


Crece inclinándose

al cielo inmenso,

árbol de invierno.

Takahama Kyoshi


"Crece inclinándose / al cielo inmenso / árbol de invierno", lo repito, casi paladeando cada verso, cada palabra, cada sílaba. Sus versos resuenan en mí, una sensación agradable me invade y el deseo de hacer lo que los haijin, antiguos maestros de haiku hacían: copiar el poema y dejarlo colgado en el arbolito solitario de la foto. Lo intentaré.












   Lo maravilloso de estos poemas diminutos son sus versos precisos y profundos en la sencillez de sus palabras. Poesía esencial, desnuda, sutil, minúsculas capturas de algunas aristas de la realidad que no se perciben o que a muchos se les escapa: la eternidad de los instantes, los llamé alguna vez. Su lectura nos llena de asombro (que nos recuerda al asombro en nuestros descubrimientos de cuando niños). Los japoneses llaman "satori" a esa experiencia de iluminación que nos lleva a descubrir y a entender un poco más el sentido de nuestra existencia. No es poca cosa, sino leamos el siguiente haiku de Matsuo Basho:






Bajo las flores del cerezo

nadie es completamente

desconocido.





   Sencillo el poema, sí. En apariencia. Como todo arte que se respete, este haiku de buena ley exige esfuerzo, en este caso del lector. “Bajo las flores del cerezo / nadie es completamente / desconocido”, repito lo versos lentamente con la esperanza de hallar una puerta, una ventana, un pequeño resquicio por donde entrar y desentrañar lo que en su sencillez se me oculta. Su dificultad es una invitación para enfrentarla, como suele ocurrir en realidad con la vida misma.







   Continuará…



                                                Morada de Barranco, 1 de noviembre de 2022.



2 comentarios:

  1. Los poemas encajan perfectamente con aquel arbolito solitario. Mi favorito es: "Crece inclinándose / al cielo inmenso / árbol de invierno", genial!!
    Espero siga escribiendo. :)

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  2. Gracias, Kat. Siempre son bienvenidos tus comentarios. Ese haiku cayó preciso para ese solitario arbolillo.
    Seguiré escribiendo, este blog es para mí una permanente y terca alegría.
    Abrazos.

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