sábado, 29 de abril de 2017

LA RELECTURA DE DOS NOVELAS BREVES






                                                         Entonces el cielo se adueñó de la noche.
                                                                                                Juan Rulfo






   Luego de varias semanas de calor, este se va alejando de a pocos. El frío aparece (y se le siente) tímidamente hasta cobrar confianza y establecer (espero lo más pronto posible) su reino tan esperado. Tantas veces lo he dicho: prefiero el frío invierno al calor veraniego de Lima que con su humedad hace insoportables los días y las noches.






   Estos últimos días de cambios en la temperatura han sido también de mucho trabajo: preparar clases, revisar cuadernos, elaborar pruebas mensuales, corregir quince juegos de exámenes no es poca cosa, esta última labor es de las más extenuantes, estamos hablando de un aproximado de 450 pruebas de los dos colegios donde trabajo. Pero a pesar de la labor estresante, siempre me doy tiempo para visionar películas los domingos por las tarde junto a Rita y para la lectura placentera, sobre todo de novelas breves y de poesía (mucha poesía).  






   Si hablo de lectura, por ejemplo, mencionaré que hace una semana he releído dos veces una novela breve de Carlos Fuentes, me refiero a Aura, obra publicada en 1962  y que había tenido la oportunidad de leerla hace mucho y entonces su lectura no me impresionó en lo más mínimo, es más, ni me acordaba que había prestado el libro a alguien de cuyo nombre no quiero ni acordarme y jamás me lo devolvió. Sin embargo, la obra nuevamente llegó a mis manos por esas cosas que tiene la vida, de manera inesperada.






   La historia de Felipe Montero me atrapó. La narración en segunda persona (por cierto ¿quién es el que lo cuenta?) te atrapa: un día Felipe lee en un periódico que están necesitando a un joven historiador que tenga conocimientos del idioma francés, de preferencia que haya estado en Francia, la comida y la recámara están aseguradas, 3 000 pesos de sueldo. Como dice el personaje, solo faltó que colocaran su nombre: “Se solicita Felipe Montero”. Pero no va a la dirección que consigna el aviso, otro debe haberse presentado ya. Sin embargo, al día siguiente el aviso vuelve a aparecer con un cambio: ahora son 4 000 pesos de sueldo. Para alguien que como profesor gana 900 pesos, el pago es más que atractivo.






   Felipe Montero acude y conoce la mansión oscura donde vive una anciana extraña, esposa de un general muerto hace sesenta años, con la compañía de su sobrina Aura, una joven bella y de inquietantes ojos verdes (como los tiene la anciana, solo que marchitos) que se encarga de servir a su tía… A partir de ahí se desarrolla una historia en la que Felipe Montero quiere “rescatar” por amor a Aura y construir una vida en común con ella hasta que él hace un gran descubrimiento y nosotros los lectores ahora lo comprendemos todo, o casi todo. Más que recomendable la lectura de esta obra de Carlos Fuentes, escritor de quien algunas de sus obras (especialmente sus extensas novelas) se me han caído de las manos.






   Inmediatamente terminada esta nouvelle inicié otra relectura, esta también una novela breve y también de autor mexicano: Pedro Páramo de Juan Rulfo. Lo tenía pensado hace mucho y por razones diversas lo iba posponiendo hasta que llegó el día y ando por la mitad del libro, disfrutando lentamente ahora ya no tanto lo que se cuenta sino cómo se cuenta la historia de Juan Preciado y otros personajes: me refiero al trabajo con el lenguaje de esos fragmentos aparentemente caóticos.






   Leo y en realidad paladeo cada frase, cada palabra que está ubicada con una precisión matemática (poética, diría yo) que conduce inevitablemente al disfrute. Al leer esta novelita (el diminutivo expresa afecto), en realidad novela monumental, uno se engaña: termina uno pensando que así como hablan los personajes hablan los mexicanos, pero no es así.






   El hablar de los personajes no es más que parte de la ficción, labor de alguien, en este caso, el entrañable Juan Rulfo, que trabajó con la materia de lenguaje en estado incandescente y así nos lo entregó (unas ganas de poner aquí lo que el maese Walt Whitman escribiera: “Quien toca este libro toca un hombre”, por cierto, cito de memoria): Tengo para mí, y no tengo ningún temor en decirlo, que el gran poeta de México no es el frío y casi siempre plano Octavio Paz o la barroca Sor Juana Inés de la Cruz (para mí mejor poeta que el primero): el gran poeta mexicano es ese hombre tímido llamado Juan Rulfo que apenas escribió un par de libros. Esto no es novedad, muchos mexicanos (y de otras nacionalidades) lo saben hace mucho.






   Tengo pensado releer, luego de terminar Pedro Páramo, la otra obra de Juan Rulfo: su libro de cuentos titulado El llano en llamas, luego de este libro continuaré con la relectura de una novela breve de José Emilio Pacheco: Las batallas en el desierto. Y así voy e iré entre lecturas por estos días. En realidad, entre relecturas (que es lo mejor de la lectura, eso lo tengo claro). Por cierto, líneas arriba escribí que estaba leyendo poesía, mucha poesía, es cierto, pero sobre esto escribiré en la siguiente entrada.








   Continuará…






                                              Morada de Barranco, 29 de abril de 2017.




  

    

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