martes, 28 de febrero de 2017

NOVELAS BREVES DE AUTORES PERUANOS II





                                                             Una calle desierta como lo es una ola…
                                                                                             Martín Adán







   Es curioso, comentaba hace poco que el calor estaba insoportable, que se vivía un verano como jamás hubo otro. Pero hace unos días, Lima se vio sorprendida por una fuerte lluvia nocturna que duró seis horas, algo casi imposible pues Lima es una ciudad en la que prácticamente no llueve y si algo cae, es una lluvia menudita que acá la llamamos, con una palabra que a mí me gusta mucho, garúa. Supongo que serán los efectos del calentamiento global todos estos desórdenes impensables hasta hace poco. Pero con sol o con lluvia, uno continúa disfrutando de los últimos días de las vacaciones.







   Decía en la entrada anterior que por estos días tenía preferencia por la narrativa breve, cuentos, novelas cortas (nouvelles). Sobre todo estas últimas, novelas como Siempre hay caminos, Los Ingar y Los cachorros son ejemplos plenos de calidad, de solidez en su brevedad. Si me preguntaran, en estos momentos, a cuáles considero las mejores novelas breves escritas por peruanos, respondería que esas tres novelas y dos más: La iluminación de Katzuo Nakamatsu y La conciencia del límite último. Son las que he leído, las que conozco.





   Entiendo que por ahí deben haber varias novela breves escritas por autores peruanos que no conozco, es más que probable. Por lo pronto sé de una que está en compás de espera, me refiero a Salón de belleza de Mario Bellatín. He leído buenos comentarios sobre esta nouvelle, pero para opinar algo sobre ella debo, primero, leerla, espero que pronto, el libro está en mi escritorio.






   Carlos Calderón Fajardo publicó una joya narrativa en el año 1990: La conciencia del límite último. Una novela breve que cuenta la increíble historia de un reportero policial (el “Flaco” Calderón) que inventa sus reportajes, que para satisfacer el morbo de los lectores de un diario sensacionalista debe crear las historias de más y más crímenes que saldrán publicados en su columna titulada “Crónica del crimen insólito”. De pronto el “Flaco” Calderón empieza a recibir extrañas y misteriosas cartas que le confirman que los crímenes imaginados se han hecho realidad y lo que es peor, que ocurrirán crímenes más terribles. Como se puede colegir, La conciencia del límite último, bien podría ser una típica novela policial o fácilmente una novela fantástica, precisamente uno de los méritos de Carlos Calderón Fajardo es que supo equilibrar muy bien lo real con lo fantástico y brindarnos una de las novelas peruanas más apasionantes y espléndidas de los últimos treinta años. Gabriel Ruiz Ortega escribió sobre esta novela: “En su brevedad, La conciencia… exhibe el suficiente poder de obnubilar, cuestionar y confundir al lector. Esta experiencia de la lectura no es gratuita, puesto que siendo uno de los primeros libros del autor, este ya sabía a lo que iba, qué era lo que anhelaba proyectar más allá de una historia enraizada en la tradición de la novela enigma, es decir, partiendo de esa base genérica se permitió más de una licencia para literalmente transitar por los registros realistas y fantásticos, valiéndose de un personaje de mente endemoniada que debía inventar historias, en principio por necesidad económica y poco después por el oscuro placer de inventarlas”.






   Corría el año 2008 cuando el escritor Augusto Higa Oshiro publicó una novela breve que fue considerada con justicia la más destacada de ese año, me refiero a La iluminación de Katzuo Nakamatsu, novela que aborda la sicología compleja y atormentada de un nikkei afincado en Lima, específicamente en el barrio popular de La Victoria. Katzuo Nakamatsu, viejo profesor de la Universidad San Marcos de donde es despedido arbitrariamente, viudo y solitario, acosado por los fantasmas del pasado, es un personaje que en medio de sus cavilaciones se va aislando por completo, incluso de su comunidad, se vuelve un marginal vestido a la manera antigua, como Etsuko Untén y el poeta Martín Adán, dos de los personajes que más admira y que representan el desgarramiento existencial en medio de una ciudad gris que curiosamente le prodigará a Katzuo el satori, la iluminación final. En una entrevista, Augusto Higa comenta: “Desde los veinte años sabía que tenía que escribir una novela sobre japoneses, en la medida en que soy descendiente de japonés. Yo hacía experimentos, intentos, estudiaba la inmigración japonesa y nunca salía la historia, porque las circunstancias históricas no estaban dadas. Éramos muy extraños. Ahora somos una población amestizada, conozco a descendientes de japoneses que radican en Huancayo, se sienten andinos; otros, en la selva, quieren a su tierra. Yo solo reflejo a un tipo de descendiente de japonés, muy concreto, que es mi caso; ya otros narradores, como (José) Watanabe, reflejan otras realidades”. Gran novela.






   Ya para terminar, debo expresar que si algo me intriga es ¿por qué razón Julio Ramón Ribeyro no escribió una novela breve? Me intriga y me parece raro que una obra suya no figure en una relación de grandes nouvelles. La respuesta es sencilla, simplemente nunca escribió una y lo lamento, estoy más que seguro que si la hubiera escrito, esta sería magnífica, pero en fin, son puras especulaciones y allí lo dejamos.









   Continuará…







                                             Morada de Barranco, 28 de febrero de 2017.









   

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