sábado, 30 de mayo de 2015

SI DE NOVELAS SE TRATA...





                                                                                               El mundo me es insuficiente.
                                                                                                                       Martín Adán






   Termina ya el mes de mayo y debo escribir la segunda entrada del mes. Entre este frío que se cuela en mi faro y que me invita a beber una aromática taza de café, la pregunta que se impone, la pregunta de rigor es: “¿De qué escribir?”. Cada vez siento que escasean los temas (perdonen la palabrita de marras que algunos detestan). Desfilan ante mí algunos posibles, pero no me convencen, mejor dicho, no quiero escribir sobre esos asuntos, no me nace, no por lo menos ahora. Me doy cuenta que no solo es hallar el “tema” sino tener ganas de escribir sobre ello. Menudo problema en el que ando en esta tarde en el que me encuentro solo (Rita y Kathia han salido).








   De pronto, en una página de internet encuentro, más bien diría, aparece ante mis ojos una traducción de un poema de Mark Strand, realizada por Eduardo Chirinos. El poema del libro Solo una canción, es providencial. Leamos:


FICCIÓN


Pienso en las vidas inocentes
de las personas que habitan las novelas, de las que saben
que morirán una vez que la novela termine. Cuan diferentes
son de nosotros. Aquí, la luna mira hacia abajo torpemente,
a través de dispersas nubes, sobre el pueblo dormido,
y el viento arremolina hojas secas
y alguien -es decir, yo-, hundido en su silla, hojea
ansiosamente las páginas que quedan, sabiendo que no hay
tiempo para el hombre y la mujer en el cuarto alquilado,
para la luz roja sobre la puerta, para el arco iris
que arroja su sombra contra el muro; no hay tiempo
para los soldados bajo los árboles que bordean el río,
para los heridos arrastrados de muy lejos
a las ciudades del interior donde serán hospedados.
La guerra que dolió tantos años llega a su final,
y todo lo que pasa llegará a su final, excepto una presencia
difícil de definir, una señal, como el olor de la hierba
tras una noche de lluvia o los restos de una voz
que nos deja saber vagamente,
sin desesperanza, que si el final llega, también pasará.









   Como se dice, un “poemón”. Quedo cavilando en los primeros versos (en realidad en todo el poema), pero los primeros versos me jalan, pienso en ellos y los releo, su sencillez me impresiona, quedan grabados en mi memoria que no se cansa de repetirlos una y otra vez, una y otra vez:


Pienso en las vidas inocentes
de las personas que habitan las novelas, de las que saben
que morirán una vez que la novela termine. Cuan diferentes
son de nosotros…










   Por coincidencia, hace unos días, un amigo me envió un mensaje en el que me preguntaba a boca de jarro cuáles eran mis novelas preferidas (¿cuál coincidencia?, se preguntarán, ya lo explicaré). En el momento no tuve la respuesta precisa. Uno cambia de gustos constantemente, un día nos gusta un libro, otro día nos gusta más otro, en fin, hablar sobre nuestras preferencias en libros, mejor dicho, en novelas resulta un asunto peliagudo. Sin embargo, puedo decir que tengo mis preferidos, a pesar de todo.








   Hace unos años había otros libros en estas listas que uno suele hacer y que no necesariamente las escribe, mas en esencia persisten las novelas que sé me acompañarán siempre. Tengo para mí que esas novelas permanecerán, no porque sean clásicos (que todos los son) sino porque me gustan, he disfrutado con ellos leyéndolos, releyéndolos (que es la mejor manera de disfrutarlos): esos libros han sido endemoniadamente entretenidos, y cuando digo “entretenidos” involucro muchas cosas más, no solo el banal disfrute que se puede encontrar en cosas menos sustanciales: he disfrutado y me he conocido más. No es poca cosa.








   No están todas las novelas que amo, hay algunas más (¡oh, Conde de Montecristo y Moby Dick!, ¡ah, El mundo es ancho y ajeno y Crimen y castigo!, están ausentes), pero debo mencionar solo entre diez o doce novelas, ese es el rango de mi lista. Así que menciono a mis doce novelas favoritas (el orden no dice nada, aunque debo reconocer que mi novela favorita es Rojo y Negro).


1. Rojo y Negro, de Stendhal.







2. Los miserables, de Victor Hugo.







3. Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift







4. Guerra y Paz, de León Tolstoi.







5. En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust.







6. Los ríos profundos, de José María Arguedas.







7. La cartuja de Parma, de Stendhal.







8. Pedro Páramo, de Juan Rulfo.








9. Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll.







10. El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra.







11. El gran Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald.







12. El Gatopardo, de Guiseppe Tomasi di Lampedusa.








    Ya para terminar, debo expresar que en lo personal, la lectura ha sido para mí una forma de conocerme más o de reconocerme (esas múltiples máscaras que nos acompañan), como lo mencioné en párrafo anterior, de saberme un ser que muchas veces ha olvidado, por el tráfago de la vida práctica y material, algunos aspectos aparentemente insustanciales. La lectura, territorio del cual no se sale incólume. Cómo podría quedar uno impasible luego de esas horas eternas de lectura (de conversación, diría yo) donde, abandonando la realidad real, me identificaba con las ambiciones y dudas de Julián Sorel de “Rojo y Negro”, las peripecias de Jean Valjean o de Fabrizio del Dongo, del astuto Ulises que con el nombre de “Nadie” engaña a Polifemo*, de Ernesto (el niño de “Los ríos profundos”) y su sensibilidad a flor de piel, de Rastignac desafiando desde una colina al mundo, del niño sensible de "En busca del tiempo perdido" que tanto ansía el beso de la madre, de Juan Preciado que deambula entre muertos para descubrir que él también lo es, de Ismael que es testigo de la obsesión del capitán Ahab, del conde de Montecristo y su esperado regreso para saldar cuentas, de Pierre Bezujov que descubrirá que toda partida en realidad es un regreso... en fin, podría pasarme el tiempo mencionando personajes que me recuerdan cómo fui, títulos que me dicen cómo soy.




   Una vez Oscar Wilde dijo: “La muerte de Lucien de Rubempré es el gran drama de mi vida”. Para alguien que no ha disfrutado de la lectura de, por ejemplo, la novelística francesa, rusa, inglesa, norteamericana del siglo XIX, esta cita de Wilde puede resultar exagerada, pero es que muchos de estos personajes ficticios pueden dejar (y dejan) una huella perdurable en nuestras vidas, incluso mucho más marcada que las que podrían dejar personas de carne y hueso: a mucha gente que conocí las he olvidado, a los personajes que acabo de mencionar (y otros más que quedaron en el tintero), están y estarán siempre presentes en mi vida. Dice el poema de Strand:


Pienso en las vidas inocentes
de las personas que habitan las novelas, de las que saben
que morirán una vez que la novela termine. Cuan diferentes
son de nosotros…


   “Las que saben / que morirán una vez que la novela termine”, sí, pero que nosotros sabemos bien que bastará con volver a abrir el libro para tenerlos nuevamente vivos, eternamente vivos en la fugacidad de esta vida que nos es, muchas veces, insuficiente, como dice sabiamente el verso de Martín Adán.






   Continuará…




                                                        Morada de Barranco, 30 de mayo de 2015.





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* La Odisea, como bien sabemos no es una novela sino una epopeya, un poma narrativo.






4 comentarios:

  1. He logrado toparme con algunos de mis libros predilectos durante esta lista y siempre es grato coincidir en gustos literarios con otros. Decirle, también, que concuerdo con usted: una obra literaria puede conseguir crear en nosotros una gama de emociones infinitas que nos invitan a la capacidad de reflexión e introspección; posee la inimitable característica de sumergirnos y compenetrarnos en historias, vidas, experiencias y pensamientos de otras personas de una estilizada y sorprendente forma textual para dejarnos imperecederas huellas e indelebles recuerdos que evocar.

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  2. Gracias, Ale. Muchas gracias por tu visita a esta humilde bitácora. Que gusto leer tus líneas, la madurez de tu pensamiento. Un abrazo y me quedo con la ganas de saber cuál es tu lista.

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  3. Siempre es un gusto leerlo, Orlando. ¿Mi propia lista? Soy sincera al decirle que la idea no se me había ocurrido, pero suena muy tentador: tomaré la iniciativa. Cuando la tenga consumada; no dude en que se la haré presente. Igualmente, un abrazo.

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  4. Esperaré, entonces esa lista, me agradará leerla.

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