lunes, 30 de marzo de 2015

AUGUSTO MONTERROSO Y UN ESCRITOR MEXICANO







                        Al principio la Fe movía montañas solo cuando era absolutamente necesario…
                                                                                                         Augusto Monterroso







   Por estos días, un calor insoportable nos aplasta. Nunca, que yo recuerde, Lima había soportado temperaturas tan altas como 31°, 33°… Hace unos años, que en verano la temperatura llegara a 28° ya era algo terrible, la gente indignada (y sofocada y las “damas” barranquinas, abanico en mano) hablaba sobre el calor insoportable (los más antiguos hablaban de castigos divinos), sobre el bochorno que te produce esa sensación pegajosa de sentir cómo la ropa se te pega en el cuerpo a pesar de haberte bañado hace pocos minutos, una sofocación, que en mí deriva en terribles dolores de cabeza, que no abandona ni siquiera en la noche, porque estas también son calurosas y faltos de aire. En otras palabras, no solo son las altas temperaturas sino también la alta humedad de nuestra capital que nos conduce hacia los bochornos que vuelven casi una tortura vivir los días de este verano calcinante.








   Supongo que debemos estar pagando los tremendos desarreglos que los humanos le hemos prodigado a nuestro querido tercer planeta, son las consecuencias del calentamiento global que nos conducirá irremediablemente a la destrucción, a la desaparición. Suena terrible y hasta tremedista, pero no hay exageración en lo que digo: en estos instantes ya estamos pagando lo que la estupidez humana ha sido capaz de hacer con el único lugar que tenemos para vivir.








   Pero a pesar de las altas temperaturas, a pesar de los dolores de cabeza, del bochorno y los sudores, uno debe aprovechar de sus vacaciones y se debe lanzar confiado a la refrescante piscina que resulta el mundo de la lectura, mejor dicho, de la relectura. Ocho libros en dos meses no ha sido poca cosa. Ocho libros que me hacían olvidar momentáneamente los calores de este verano insoportable La mayoría de estos libros han sido relecturas, como lo dije: Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll; Los ríos profundos, de José María Arguedas; Los adioses, de Juan Carlos Onetti; Visión de Anáhuac y otros textos, de Alfonso Reyes, son algunas de esas obras.





   Uno de los libros deliciosos que he releído y disfrutado a rabiar ha sido La oveja negra y demás fábulas de Augusto Monterroso (Editorial Santillana, 1992). Breve libro de breves textos. Fábulas modernas cargadas de un humor sutil, punzante y filudo. Me aventuro a decir que todos sus libros (que no llegan ni a diez) son disfrutables, pero de todos ellos, este libro de fábulas va a la cabeza. Juguetón como pocos, juguetón pero crítico: entre ironía e ironía siempre se desliza un garrotazo  a la cabeza de la estupidez humana reinante. Uno se siente a gusto con este libro de Augusto. Es lo que se dice, un libro impagable.








   Monterroso: digno heredero de algunos caballeros ingleses y de algunas obras inglesas como Los viajes de Gulliver, del maese en ironías Jonathan Swift (aunque él no era inglés, como bien sabemos) y de esos diálogos chispeantes entre el Quijote y Sancho Panza, por mencionar un par de obras que le dejaron profundas huellas. Siempre he creído que a Monterroso todavía no se le da el sitial que se merece. Fue un escritor de pocos libros, pocos pero qué libros, todos ellos de una inteligencia en el empleo del humor, que es una muestra palpable de inteligencia, más si esta se la aplica a uno mismo, reírse de uno, no tomarse tan en serio y abandonar solemnidades y almidones que nos hacen parecer esculturas de palo. Especialidad de Monterroso esto del humor, sino recordemos, estas líneas de un texto titulado Estatura y Poesía de su libro Movimiento perpetuo:








   Sin empinarme, mido fácilmente un metro sesenta. Desde pequeño fui pequeño. Ni mi padre ni mi madre fueron altos. Cuando a los quince años me di cuenta de que iba para bajito me puse a hacer cuantos ejercicios me recomendaron, los que no me convirtieron ni en más alto ni en más fuerte, pero me abrieron el apetito. Esto sí fue problema, porque en ese tiempo estábamos muy pobres. Aunque no recuerdo haber pasado nunca hambre, lo más seguro es que durante mi adolescencia pasé buenas temporadas de desnutrición. Algunas fotografías (que no siempre tienen que ser borrosas) lo demuestran. Digo todo esto porque quizá si en aquel tiempo hubiera comido no más sino mejor, mi estatura sería más presentable. Cuando cumplí veintiún años, ni un día menos, me di por vencido, dejé los ejercicios y fui a votar.
   De todos es sabido que los centroamericanos, salvo molestas excepciones, no han sido generalmente favorecidos por una estatura extremadamente alta. Dígase lo que se diga, no se trata de un problema racial. En América hay indios que aventajan en ese sentido a muchos europeos. La verdad es que la miseria y la consiguiente desnutrición, unidas a otros factores menos espectaculares, son la causa de que mis paisanos y yo estemos todo el tiempo invocando los nombres de Napoleón, Madero, Lenin y Chaplin cuando por cualquier razón necesitamos demostrar que se puede ser bajito sin dejar por eso de ser valiente.
   Con regularidad suelo ser víctima de chanzas sobre mi exigua estatura, cosa que casi me divierte y conforta, porque me da la sensación de que sin ningún esfuerzo estoy contribuyendo, por deficiencia, a la pasajera felicidad de mis desolados amigos. Yo mismo, cuando se me ocurre, compongo chistes a mi costa que después llegan a mis oídos como productos de creación ajena. Qué le vamos a hacer. Esto se ha vuelto ya una práctica tan común, que incluso personas de menor estatura que la mía logran sentirse un poco más altas cuando dicen bromas a mi costa. Entre lo mejorcito está llamarme representante de los Países Bajos y, en fin, cosas por el estilo. ¡Cómo veo brillar los ojos de los que creen estarme diciendo eso por primera vez! Después se irán a sus casas y enfrentarán los problemas económicos, artísticos o conyugales que los agobian, sintiéndose como con más ánimo para resolverlos…






   Un maestro en la auto ironía, sin lugar a dudas. Pero quiero regresar a La oveja negra y demás fábulas. El último texto del libro, probablemente uno de los que más me gusta, es uno al que ni bien termine de leerlo por vez primera, ya hace una buena punta de años, lo relacioné con un callado y legendario escritor mexicano. “Tiene que ser él, no puede ser otro que él”, me decía una y otra vez, “el zorro tiene que ser él”. Nunca he dejado de pensar que este breve texto es un grandioso homenaje al autor de esos dos libros que siempre me acompañan, que siempre nos acompañarán: la novela Pedro Páramo y el libro de cuentos El llano en llamas. ¿Equivocado? No, bastará con leer esa fábula para caer en la cuenta que todos los referentes están ligados al gran Juan Rulfo.





EL ZORRO ES MÁS SABIO


   Un día que el Zorro estaba muy aburrido y hasta cierto punto melancólico y sin dinero, decidió convertirse en escritor, cosa a la cual se dedicó inmediatamente, pues odiaba ese tipo de personas que dicen voy a hacer esto o lo otro y nunca lo hacen.
   Su primer libro resultó muy bueno, un éxito; todo el mundo lo aplaudió, y pronto fue traducido (a veces no muy bien) a los más diversos idiomas.
   El segundo fue todavía mejor que el primero, y varios profesores norteamericanos de lo más granado del mundo académico de aquellos remotos días lo comentaron con entusiasmo y aun escribieron libros sobre los libros que hablaban de los libros del Zorro.
   Desde ese momento el Zorro se dio con razón por satisfecho, y pasaron los años y no publicaba otra cosa.
   Pero los demás empezaron a murmurar y a repetir “¿Qué pasa con el Zorro?”, y cuando lo encontraban en los cocteles puntualmente se le acercaban a decirle tiene usted que publicar más.
—Pero si ya he publicado dos libros —respondía él con cansancio.
—Y muy buenos—le contestaban—; por eso mismo tiene usted que publicar otro.
   El Zorro no lo decía, pero pensaba: "En realidad lo que éstos quieren es que yo publique un libro malo; pero como soy el Zorro, no lo voy a hacer".
   Y no lo hizo.









   Continuará…




                                                  Morada de Barranco, 30 de marzo de 2015.







 

2 comentarios:

  1. Que interesante leer, una de sus muchas entradas que tiene en su blog, tiene toda la razón sobre este calor insoportable, y sobre algunas obras que a mencionado, y no e tenido la oportunidad de leer todas, que interesante :), muchos exitos chinin!!

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  2. Gracias, Norma, por leerme y por comentar. Siempre es bueno saber que visitas mi blog. Un abrazo, "Pecas".

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