La dedicatoria se suprime a petición de parte.
Juan José Arreola, Palindroma
Disfruto de unos días de
vacaciones que me sirven para ponerme al día en mis lecturas, para ver todo lo
relacionado con la edición de mi próximo poemario que saldrá en una semana y
media, una edición muy bella y pulcra, minimalista (como los antiguos libros). Por
fin veré este libro en mis manos, será como la llegada de un nuevo hijo, luego
de una larga, largísima espera. Por cierto, Donde
mi calle acaba está dedicado a Rita, my
love, mi musa. Comentaré que justo hace un par de días llegó a mi correo la
portada del libro: sencillamente encantado, contento (el collage es mío).
Michael Ende es un escritor alemán a cuyo
nombre inmediatamente se le relacionan dos títulos, en sus más de veinticinco
obras publicadas, me refiero a Momo
(1973) y La historia interminable
(1979). Ambas obras pertenecen a lo que podría denominarse el género fantástico
y están dirigidas a un público juvenil (aunque en realidad son obras para cualquiera que desee abandonarse a la lectura). El día de
hoy, hojeaba un librito suyo, menos conocido que los anteriormente mencionados,
pero muy bueno: El secreto de Lena
(1971). No voy a comentar sobre la historia que se cuenta, quiero referirme al
texto que se encuentra en las solapas del libro, es una reseña simpática,
cargada de humor y con mucha espontaneidad, lo cito:
Le gusta la pintura: Goya, Brueghel, Klee,
El Bosco, y los surrealistas, como su padre, Edgar Ende, como De Chirico, como
Magritte. Ama el Japón y las tortugas. Le preocupan los que se sienten
prisioneros del tiempo –y del reloj-, el exceso de racionalismo, la necesidad
imperiosa de consumir. Fuma en pipa, se considera un perezoso empedernido, cree
fervientemente en la fantasía y afirma que ningún libro –ni siquiera los
realistas- refleja la realidad, porque todos dan la visión subjetiva del autor,
son frutos espléndidos de su imaginación. Admira a Shakespeare, Goldoni,
Dostoievski, Stevenson, Kafka, Borges, Tolkien… Cuando se pone a escribir, solo
le interesa contar una historia. Trabaja como un pintor: a partir de una idea,
de la que surgen las demás, hasta llegar a la obra final, un espejo donde se reflejará
el lector. Para él, escribir es toda una aventura. Su nombre es Michael Ende.
Fantástico, en pocas líneas toda, o casi
toda, la personalidad del autor alemán fallecido en 1995. Luego de la lectura
de esta fresca reseña, recordé algunos textos curiosos (llámense reseñas,
dedicatorias, advertencias…) de ciertos libros de autores peruanos. El primero
que se me viene al recuerdo es uno de José Santos Chocano, El Cantor de
América, quien en su libro Alma América,
de 1906, colocó esta advertencia:
Téngase por no escritos cuantos libros de
poesía aparecieron antes con mi nombre.
De
un plumazo se deshacía de los ocho libros ya publicados… aunque después no
tendría inconveniente alguno para escoger algunos de esos poemas desestimados y
ya corregidos volverlos a publicar en su siguiente libro que tituló con
arrogancia: Fiat Lux (1908).
Como
no se trata de citar de manera exhaustiva, supongo que olvidaré algunos casos, pero
uno que se viene a la memoria es Carlos Oquendo de Amat, autor de un solo
libro: el mítico 5 Metros de Poemas
(1927). Como se sabe, este libro vanguardista expresa de manera sutil e irónica
una gran crítica al sistema capitalista desde el mismo título (esa necesidad imperiosa de consumir,
como decía Ende). Si analizamos el sugestivo título del poemario, caeremos en
la cuenta que Oquendo alude con humor a que la misma poesía podría venderse por
metros como cualquier otro artículo mensurable. En este maravilloso “libro objeto”, cuya
dimensión aproximada a los cinco metros aludiría también a la cinta de
proyección de una película, se encuentra esta dedicatoria delicada, amorosa, tierna:
Estos poemas inseguros como mi
primer hablar dedico a mi
madre
y luego en la siguiente ¿página? (recuérdese
que el cuerpo del libro es una cinta plegada) encontramos esta recomendación fresca y juguetona:
abra el
libro como quien pela una fruta (respeto la ortografía)
Grande, Oquendo, como
dicen los futboleros.
Un compañero generacional,
gran amigo de Oquendo, Xavier Abril, publicó en 1931 un libro con prosas
poéticas titulado Hollywood (todavía
falta estudiar los vasos comunicantes entre La
Casa de Cartón y el libro de Abril), este libro vanguardista, impregnado
con las influencias del cine, tiene en la portada un grabado de la gran pintora
surrealista Maruja Mallo (nada menos que colaboradora de Dalí y Buñuel en Un perro andaluz). El libro tiene bajo
el título de ACLARACIÓN Y ESPERANZA el siguiente texto que en algo hace
recordar la advertencia de Chocano:
Doy por no escrito este libro. Mejor
dicho: acaba de morir.
En cierto modo, el público es
su autor responsable.
Damos
un gran salto en el tiempo y nos ubicamos en la década del 70. Año 1974,
Vladimir Herrera, poeta puneño afincado en el Cuzco, publica su libro Mate de Cedrón. En la contraportada del
libro, junto a una foto del poeta en la plaza San Francisco de Lima, se
encuentra un texto muy ocurrente a manera de reseña. Texto que, según me enteré
hace muy poco, fue creado por el poeta chileno Jorge Teillier, grandísimo
honor:
Vladimir Herrera
nació en Lampa en 1950 bajo el signo de Sagitario. Paseó por las universidades
de Cuzco, San Marcos, La Católica y el Pedagógico de Santiago de Chile
escuchando hablar de Derecho y Antropología. Su flor preferida es el
Crisantemo, su número de suerte el 13, el libro que le recomienda leer a los
poetas mayores: “La Condición Humana. “Haraui”, “El Comercio”, “Eros”, han
publicado sus poemas. Espera que para 1990 este libro se haya agotado.
Es
curioso, pero hacia el año 92 o 93, en una feria de libro en Barranco, Willy Gómez Migliaro y yo encontramos dos ejemplares de Mate de
Cedrón, los compramos para luego asistir a la
presentación de un libro en la ya desaparecida librería El Portal de Barranco. Entonces todavía se podía encontrar ejemplares de ese libro plomo plata, hoy es casi imposible. Se cumplió el deseo del autor, aunque con una diferencia de años.
Según contó Róger Santibáñez a una mancha de poetas del 90, Luis Alberto Castillo era llamado Geniecillo Dominical
de la Poesía. Gracioso apelativo que celebramos con sonrisas una noche en la
Plaza Municipal de Barranco, luego de que culminara una fecha del ciclo de recitales que con Willy y Pablo llamamos Jueves será... El poeta piurano publicó en 1977 su breve poemario
titulado Melibea & otros poemas
(donde justamente está ese bello poema Melibea
negada por las palomas…). Aún me llama la atención las dimensiones del libro: 11,5 X 17 centímetros, de pasta
amarilla. En la contraportada se encuentran estas líneas que en su momento celebré e hice mías:
En el poema la única
realidad es el lenguaje: la idea al servicio de la poesía y no la poesía al
servicio de la idea.
Escribo no en
función de libros sino del poema como una totalidad independiente de otros
textos. Pero no soy culpable si después pienso lo contrario: sucede que ahora
lo más importante es escribir, escribir, escribir… todo lo demás es accesorio.
Vivir es también
accesorio.
Comienzo de los 80, para mayor precisión: 1981. Carmen Ollé publica su
primer libro: Noches de Adrenalina, libro que hasta el día de hoy consagra a Ollé como una de las grandes poetas de nuestra poesía. En la contratapa ella escribe estas líneas confesionales con las que muchas mujeres se identificaron:
No escribo sino para
extirpar algunas obsesiones, para hurgar en la desolación de la infancia y
pulverizar o comprender el pasado. A través de la línea confesional de Leiris y Bataille quiero llegar a mirarme
y abolir complejos y vergüenzas, en la creencia permanente en el valor de las
mujeres.
Ese mismo año 81, un joven sanmarquino
publica su primer libro, ganador de los Juegos Florales – San Marcos 1980. Hablo
de José Antonio Mazzotti y de su libro Poemas
no recogidos en libro. El libro tiene la particularidad de tener en la
contratapa no una foto sino cuatro fotos del autor, curiosidad que no he vuelto
a ver en otro libro. En la carátula del libro hay una recomendación entre
paréntesis, recomendación que no sé por qué me recuerda un poco (salvando
distancias y extensiones) a ese TABLERO DE DIRECCIÓN de Rayuela: “A su manera este libro es muchos libros…”, cito:
(léase
este libro de todas las formas que el título sugiera)
Hacia 1982, Pedro Escribano publicó su libro
Manuscrito del viento, desde entonces,
según sé, lo ha reeditado varias veces. Este breve libro tiene una dedicatoria
contundente dirigida al padre que dice:
A mi padre,
hermoso y rotundo como una patada.
Mariela
Dreyfus publicó su primer libro en 1984: Memorias
de Electra. Es un poemario delgado, en realidad una plaquette, de apenas doce poemas donde indaga
sobre su cuerpo, su sexualidad, temas muy en boga por esos años entre muchas
poetas peruanas. El libro concluye con un par de líneas que me llevaron a pensar en una cierta jactancia juvenil del acto creativo, o tal vez solo fuera un dato informativo, en todo caso, solo la poeta lo sabe:
Estos poemas fueron
escritos entre
los 20 y los 22 años,
en la ciudad de Lima.
Año 1991, una joven e irreverente Montserrat
Álvarez publica su libro negro titulado Zona
Dark. Bajo una foto en contrapicada, donde se ve a Montsserrat que echa el
humo de un cigarrillo, hay un breve texto escrito de puño y letra como si fuera
con tiza blanca sobre una pizarra negra que dice lo siguiente:
En el año de 1991,
fecha de tantas muertes y nacimientos,
yo, la bien o mal llamada Montsserrat,
por todos conocida y deplorada,
por todos conocida y deplorada,
decidí escribir, para las
humanidades venideras,
unas líneas que no significan
nada en absoluto.
Debo
suponer que deben haber más casos curiosos, solo he consignado los de autores
peruanos, los que recordé y los que estaban a la mano. Mientras tanto, ya para
concluir esta entrada, debo confesar que ya escribí mi reseña, la que saldrá en
mi libro en unos días, no fue sencillo, luego de larga brega lo pude terminar y
obviamente no diré qué escribí, esa será una pequeña sorpresa. Espero.
Continuará…
Morada de Barranco, 15 de octubre de 2014.
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