U n n i ñ o e c h a e l a g u a d e s u m i
r a d a
Carlos Oquendo de Amat
Quien pudiera, con el
solo deseo, regresar a aquellos tiempos donde bastaba con salir de casa y,
entre los muchos cines, escoger uno donde proyectaban no las películas recién
estrenadas sino aquellos filmes que volvían a cartelera porque había la buena
costumbre de los reestrenos. Hoy se ha perdido eso. También los cines. Ya no
existen los antaño conocidos cines de barrio, esos cines del pueblo donde se
podía ver como la cosa más natural del mundo alguna joya fílmica. Hasta la
televisión (no hablo del cable) ha perdido la sana costumbre de pasar grandes
películas, hoy su programación está plagada de programas descartables, lo que
se dice televisión basura. Una lástima.
Lejanos los días en que los canales competían
por ver quién pasaba programas que captaran el interés de la teleaudiencia
ofreciendo, las más de las veces, programas de calidad. Hoy es el puro “rating”
sin importar a costa de qué. Todo este comentario viene a raíz de lo siguiente:
amante del cine como soy, debo reconocer que muchas de las películas que he
visionado no han sido en los cines sino en la televisión. Tiempos en los que uno
podía toparse en las pantallas en blanco y negro con películas como: El hombre quieto; Moby Dick; La noche del
cazador; El hombre de Río; El salario del miedo; Algo para recordar; Fugitivos;
Te querré siempre; El trompetista; Imitación a la vida; Matar un ruiseñor; Los
pájaros; La semilla del mal; Raíces profundas; ¿Qué fue de Baby Jane?; El
apartamento; y un largo etcétera.
En esos cada vez más lejanos tiempos, la
televisión se había convertido en un saludable complemento de las salas de
cine. Sin embargo, el cine se ha hecho para verse en el cine. Nada puede
compararse a la atmósfera de una sala de proyección (a los más antiguos escuché
decir cinema), ni siquiera la tranquilidad de la casa podría competir: ya de
por sí, el tener frente ti a una pantalla reducida le resta méritos a lo que
fueras a ver, y no hablo, obviamente de la calidad de aparatos ni de los
filmes, hablo de dimensiones, de espacios y lo que a su alrededor gira.
Los tiempos nuevos han cambiado muchas
cosas, incluso ir al cine: para la mayoría se ha vuelto un acto casi mecánico
en el que no importa qué se va a ver con tal que la película ofrezca
persecuciones con carros (o sin ellos), balas por doquier, explosiones para todos los gustos, sangre (mucha sangre), muertos en cantidades industriales, todo esto
sazonado con una grandísima fuente con pop corn y vasos con bebidas gaseosas.
En otras palabras, la gente asiste a los cines a comer y para abandonarse a
aquellas películas vertiginosas de cámaras nerviosas que aturden. Como leí hace
poco en un blog amigo: últimamente a la gente “les gusta las películas, pero no
el cine”. Estoy completamente de acuerdo.
Si algo desearía que ocurriera por estos
días es que algún cine, de esos antiguos que todavía por allí sobreviven,
programe la proyección de ciertas películas (por mencionar solo las del cine
sonoro) que son entre mis preferidas las que más amo. Que no quepa duda que
religiosamente cumpliría con ese ya casi olvidado rito de ir al cine y estaría
en primera fila para visionar emocionado, nervioso, películas como:
1.
Entre muchas de John Ford (pienso en Centauros
del desierto, Las viñas de la ira
o ¡Qué verde era mi valle!) una en
particular: El hombre quieto, imagino
ya a mis ojos extraviados entre los verdes de Innisfree y el rojo cabello de la
bellísima y temperamental Maureen O’hara.
2.
Dos películas de Jean-Luc Godard: Al
final de la escapada y Pierre, le fou.
Una en blanco y negro (¡ah, esa aparición de Jean Seberg con el cabello corto anunciando
al New York Herald Tribune en Champs Elysées!), la otra en colores destellantes envolviendo
la figura de una de las grandes musas de la nouvelle vague: Anna Karina, la de los
bellos ojos almendrados.
3.
El espíritu de la colmena de Víctor
Erice, conmovedora película que resulta una maravillosa exploración, dentro de
un pueblo desolado en la meseta castellana, de cómo el cine marca a una niña (Ana
Torrent) a través de un personaje como el monstruo de Frankenstein en las duras épocas de la posguerra española. La
soledad atormentada y contenida que gobierna las vidas de los personajes habla,
en realidad, de espacios compartidos pero cargados de fracturas.
4.
Hay dos películas de Eric Rohmer a las que acudo siempre transido de emoción y
me gusta visionarlas bajo dos condiciones: al amanecer y en invierno, ¿por
qué?, no sabría decirlo con precisión, solo sé que así las disfruto mucho. Las
películas a las que me refiero son El
rayo verde y La rodilla de Clara
(por allí cerca, merodeando están Mi
noche con Maud y Cuento de otoño).
Estas dos películas (como todas las de Rohmer) siempre me han sorprendido
porque son muestra palpable de cómo hacer un magnífico cine con economía de
recursos.
5.
La mirada de Ulises, bello título de
una película de Theo Angelopoulos, las indagaciones y la larga marcha del
protagonista, “A” (magnífico Harvey Keitel), por hallar las bobinas de una
película en un territorio (los Balcanes) dominado por la violencia y la muerte:
el cine como metáfora de las eternas búsquedas del hombre habitante de las
periferias.
6.
En 1950, Luis Buñuel filma una película que muestra el otro rostro de México,
no el de charros y canciones, sino el real, el de las grandes desigualdades, el
de los adolescentes y niños sobreviviendo en medio de una urbe fragmentada,
agresiva, violenta: Los olvidados
arranca máscaras y nos muestra aquella faz terrible que la revolución mexicana
no había solucionado.
7.
Hitchcock filmó muchas películas, de todas ellas escojo una, Vértigo (podría agregar cuatro o cinco películas,
pienso en La ventana indiscreta, Con la
muerte en los talones, Rebeca, Los pájaros, Notorius). Vértigo es una película que ofrece con precisión, el turbador mundo
de un policía retirado y obsesivo: John Scottie Ferguson (James Stewart) en su
relación con Madeleine (Kim Novak) y su posterior intento de reencarnar en una
segunda muchacha al amor perdido. Intensa como pocas, Vértigo es la metáfora de la recuperación del amor de entre los
muertos.
8.
Krysztof Kieslowski, el gran director polaco, filmó un puñado de películas
misteriosas, poéticas como Tres Colores:
Azul, Blanco, Rojo o El Decálogo,
este último un proyecto de diez capítulos basado en los Diez Mandamientos
(aunque hecho para televisión). Pero la película que quisiera ver es La doble vida de Verónica, film donde la
poesía visual de Kieslowski se despliega para contarnos la historia de dos
muchachas (Irene Jacob en el doble papel de Weronika en Polonia y Veronique en
París) que no solo guardan un físico idéntico sino gustos afines que las
acercan a pesar de las distancias.
9.
Las alas del deseo o también conocida
como Cielo sobre Berlín, del alemán
Wim Wenders, es una película donde un ángel rebelde renuncia a su inmortalidad
por amor a una trapecista, pero la historia no solo es la de este ángel
inconforme sino también aborda temas cuyo espectro es más amplio, los aspectos
sociales y políticos sobre el destino trágico de una Alemania fragmentada,
separada por un muro.
10.
Probablemente el mejor western de todos
los tiempos sea Río Bravo de Howard
Hawks, este es un film cuya historia sencilla indaga sobre el poder de la
amistad y como esta se robustece para enfrentar el peligro constante: el asedio a la comisaría
por parte de una gavilla de delincuentes que quiere liberar al hermano menor
del jefe. A diferencia de las películas de John Ford, la historia de Río Bravo se desarrolla en escenarios
mínimos (un pequeño pueblo de Texas, una calle, el hotel, la comisaría), suficientes
para expresar a este gran western con
plenitud.
11.
La piel suave de Truffaut, es una de
las películas que más he visto y cada vez me gusta más, su sencillez puede
resultar engañosa, sin embargo es de esas películas que expresa con madurez la
ingobernabilidad del hombre por algunos anhelos y obsesiones. Jean Desailly y Francoise
Dorléac en estado de gracia (sobre toda esta última: inolvidable su mirada
cargada de tristeza) construyen con sus personajes (Pierre y Nicole) una
historia de amor e infidelidad cuyo final terrible no deja nunca de
asombrarnos.
Podría agregar algunas películas más a esta
breve selección, por ejemplo: Laura, Ser
o no ser, ¡Qué bello es vivir!, Sed de mal, Viaje a Italia, Algo para recordar,
El fantasma y la señora Muir, Cantando bajo la lluvia, M, La mamá y la puta,
Persona y muchas más. Probablemente en otras ocasiones y bajo otras
circunstancias los títulos seleccionados variarían y es que, como decía un
personaje bastante conocido por estos lares, “las grandes películas nos hablan,
pero no siempre las escuchamos con la misma actitud o interés”.
Continuará…
Morada de Barranco, 11
de marzo de 2013.
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