domingo, 30 de septiembre de 2012

CACTUS: UN ASUNTO ESPINOSO





                                                          Fieras inofensivas de la vegetación.
                                                                                  Mariano Iberico




   Se cuenta en algunos pueblos de la sierra del Perú un relato sobre el origen del arco iris motivado por la presencia de un cactus de flores amarillas. Esta historia de la narrativa oral cuenta lo siguiente:




   En tiempos remotos hubo una joven que vivía en los Andes del Perú. Muy temprano, como todos los días, había salido para llevar su ganado a pastar. En esa búsqueda de buenos pastos para sus animalitos pisó sin darse cuenta un cactus que crece en las alturas, su pie entonces empezó a sangrar y un dolor insoportable hizo que rompiera en un llanto incontenible. Pero al rato, con mucho cuidado y cojeando, se fue hasta el río que muy cerca pasaba. Una vez allí, lavó su herida con mucho cuidado. De pronto el agua se volvió roja como su sangre, esto provocó la sorpresa de la joven que asustada vio luego cómo se elevaba del río un vapor que conforme tomaba altura se tornaba de diversos colores y cobraba la forma de un arco que terminaba detrás de un cerro muy, pero muy alto. Al rato empezó a lloviznar, pero la lluvia no duró mucho y cuando dejó de llover apareció entre las nubes un sol esplendoroso. Tanto se distrajo con este espectáculo maravilloso que pronto la niña olvidó el dolor y se levantó para ver a sus animales. Así fue como descubrió que el cactus que había pisado empezaba a florecer, inmediatamente la niña tomó algunas de esas flores amarillas y adornó su negra cabellera y se puso a bailar y cantar. Dicen que desde entonces existe el arco iris en el mundo.




  Por estos días estuve revisando algunos libros de historia y me he encontrado con algunas fotos donde se refleja la relación del antiguo hombre de estas tierras con los cactus (por ejemplo, el conocido San Pedro con propiedades alucinógenas). El cactus (algunos de ellos, se entiende) “tiene una larga tradición en la medicina tradicional andina. Algunos estudios arqueológicos han hallado evidencias de su uso que se remontan dos mil años, a la cultura Chavín. Era utilizado por los nativos en las festividades religiosas por sus propiedades alucinógenas debido a la gran cantidad de alcaloides que tiene, especialmente mescalina. Se preparaba una bebida que generalmente se mezclaba con otras plantas enteógenas. Actualmente es extensamente conocido y utilizado para tratar afecciones nerviosas, de articulaciones, drogodependencias, enfermedades cardíacas e hipertensión, también tiene propiedades antimicrobianas.





   El hombre de estas tierras milenarias expresó su relación con el cactus a través de diversas manifestaciones artísticas, por ejemplo, del arte lítico de la cultura Chavín.




   La cerámica de la cultura Nazca al sur de Lima.




   O la cerámica moche al norte del Perú.





   Incluso en la costa, a orillas del mar, destaca el famoso “candelabro”, dibujo gigantesco realizado en la arena que algunos atribuyen a la cultura Nazca (aunque ciertas voces niegan esta posibilidad y dicen que es posterior).




  
   Pero de lo que quiero escribir ahora es sobre el cactus y algunos poetas peruanos. Porque así como me he topado con fotos de ceramios, esculturas, etc., desde hace mucho me he venido encontrando con poemas cuyo tema es el cactus, esa planta originaria de América (se dice que solo en el Perú hay más de 250 especies de cactus). De ese pequeño universo de poemas con asunto “espinoso”, he seleccionado a cuatro poetas, cuatro poemas que corresponden a diversas etapas del desarrollo de la poesía en el Perú del siglo XX. Iniciamos, entonces, este pequeño itinerario.





 1. UNA BALADA DE MANUEL GONZÁLEZ PRADA




   En 1935, se publica póstumamente en Santiago de Chile un libro de versos de Manuel González Prada (Lima, 1844 -1918) titulado Baladas peruanas, donde se pone de manifiesto su postura proindigenista. Curiosamente a González Prada se le recuerda más como prosista, gracias a sus libros Pájinas libres (1894) y Horas de lucha (1908), que como poeta. Sin embargo, el poeta no le va a la zaga al prosista luchador y contundente. González Prada, como poeta, es un adelantado a su época. Se constituye en innovador y en un “forjador de una nueva sensibilidad”, según un apunte de Ricardo González Vigil. Mientras sus contemporáneos peruanos aprovechaban las retóricas fuentes de poetas españoles de segundo orden, él era un devoto lector y traductor de poetas franceses (Gautier, Nerval, Baudelaire), alemanes (Goethe, Schiller, Heine), ingleses (Shelley, Byron). Éstas y otras lecturas, más su curiosidad estética lo llevan a experimentar con el rondel, el triolet, la villanela franceses; la espenserina inglesa; los cuartetos persas; el laude, la balata, el rispetto, el ritornelo italianos, etc. Dos libros suyos, publicados tardíamente, Minúsculas (1901) y Exóticas (1911) lo ubican en el camino del Modernismo y se convierten en los primeros antecedentes de la moderna poesía peruana posterior (la de Eguren, Vallejo, Oquendo de Amat, Abril, Westphalen y tantos más). Con Baladas peruanas aparece el indio peruano desde otra perspectiva, ya no la visión romántica, idealizada, casi de postal, sino el ser humano cargado de injusticias, inmerso en la historia y paisaje propios. En los muchos textos que conforman este libro inaugurador, hallamos poemas como La flecha del Inca, El mitayo, Cura y corregidor, Canción de la india, El maíz y… una breve leyenda en verso que en esta oportunidad nos interesa por el tema:


LOS CACTOS

Las indomables hordas de la selva
Hierven, se ayuntan en espesos bandos,
Y juran guerra, muerte y exterminio
A los tranquilos pueblos de los llanos.

Y dicen: -“Besaremos a sus hijas,
Sus casas talaremos y sembrados,
Y la inmortal Serpiente adoraremos
Al arruinado pie de los santuarios.

Ni tú, potente Sol inaccesible,
La ruina detendrás y los estragos:
Si ellos son las palomas indefensas,
Nosotros, los halcones y milanos”.

Parten, y salvan ardorosos yungas,
Hondas quebradas, ríos y nevados,
Y de las altas cumbres desafían
A las felices tribus de los llanos.

Agitan ya las hondas, ya se lanzan;
Mas mueve el Sol la omnipotente mano,
Y las salvajes hordas se detienen,
Transfiguradas en bravíos cactos.


                              De: Baladas peruanas.
                            Ediciones de la Biblioteca Universitaria. Lima, 1966. Página 35.






2. UN POETA PUNEÑO





   En los años veinte del siglo pasado, Puno era un foco cultural y poético vanguardista de primer orden, debido a la existencia de un circuito cultural que permitía a los intelectuales puneños recibir publicaciones recientes de Europa vía Buenos Aires-La Paz. Los jóvenes de entonces, empapados de espíritu renovador enarbolaron las banderas del vanguardismo literario (dadaísmo, surrealismo, cubismo, ultraísmo, etc.) y la preocupación por expresar su realidad paisajista y social.  Este afán de hacer confluir la herencia andina con aires cosmopolitas dio origen a la corriente artística llamada Indigenismo o vanguardismo indigenista que tuvo enorme influencia en los poetas de Cuzco, Arequipa, Cajamarca y Bolivia.

   Es el año de 1920, cuando los hermanos Peralta, Arturo (que tomaría el seudónimo de Gamaliel Churata) y Alejandro fundan, a orillas del lago Titicaca, con Dante Nava, Emilio Vásquez, Alberto Cuentas Zavala, Emilio Armaza, Julián Palacios, Luis de Rodrigo y otros jóvenes puneños más el Grupo Orkopata (vocablo quechua-aymara que quiere decir “encima del cerro” o “la parte alta del cerro”).

   El Grupo Orkopata tuvo como órgano de difusión de sus ideas y trabajos entre los años 1926 y 1930 una de las revistas más importantes del vanguardismo latinoamericano: el Boletín Titikaka. En sus 34 números editados publicaron también los más connotados poetas e intelectuales de Latinoamérica, basta mencionar a un puñado de ellos para calibrar la trascendencia de esta publicación: César Vallejo, Carlos Oquendo de Amat, Alberto Hidalgo, Enrique Peña, José Carlos Mariátegui, Víctor Raúl Haya de la Torre, José María Eguren, Jorge Basadre, Luis Valcárcel, entre los peruanos; Jorge Luis Borges, Pablo Neruda, Xavier Villaurrutia, Oliverio Girondo, Mario de Andrade, Pablo de Rokha, entre los latinoamericanos.

   De los orkopatas hay un poeta que, en esta oportunidad, nos interesa, nos referimos a Luis de Rodrigo, seudónimo de Luis Rodríguez, nacido en Juliaca en 1904. Este poeta obtuvo en 1926, con su poema Himno al Ande, el primer premio del Ateneo de la Juventud de Arequipa, fue asiduo colaborador en las principales revistas de la época: Amauta, Variedades, Mundial, La Sierra entre otras. Caracteriza a la poesía de Luis de Rodrigo el uso de palabras nativas, diminutivos, onomatopeyas y una musicalidad cercana al huayñu así como la expresión de sentimientos del hombre del altiplano, pero con una formalidad hispana (en varios poemas) que recuerda mucho a la poesía popular,  hablamos específicamente de los romances (versos de arte menor: octosílabos), estos poemas anuncian ya una corriente emparentada con el   Indigenismo pero más regionalista y tradicional llamada cholismo. En 1944 publicó un libro de poemas, fiel a la prédica indigenista de los años veinte, titulado Puna (recopilación de textos escritos entre 1925 a 1934). Falleció en Lima en 1989. Como una muestra de su poesía seleccionamos un texto de tema amoroso, tierno y cargado de dulzura provinciana, andina, donde juega rol importante un cactus (el sankayo) propio de la zona. Leamos:



CANCIÓN DE AMOR DE LA MALIKA


Espinita de sankayo,
si me hieres en los dedos,
-¡acacau!-
no me hieras en el alma,
espinita de sankayo,
que yo vengo por tu flor.

Me está llamando el amor
desde el cerro de colores:
si no me diese tu flor,
espinita de sankayo,
pues hiérenos a los dos.

Sankayo es tu boca –dijo-
enloquecido el Silbico,
y mordió hasta sangrar
mi boquita de sankayo
tras la parva del quinual.
…………………………

Día tras día, más besos,
noche tras noche más miel
que sobre el pecho me brinca,
siento la risa del viento
que desde lejos me grita:
¡amor tiene alas, cholita,
no se las abras Malika!
……………………….

De pena aúlla mi sunka,
pues el Silbico se fue
con su charango de amor.
…………………………..

Espinita de sankayo,
ya no te siento en los dedos,
ya no te siento en los pies,
pero me hieres el alma,
me punzas el corazón
-¡acacau!-
espinita del sankayo.

                                          
                                 De: Poesía indigenista
                            Primer Festival del Libro Puneño. Lima, 1959. Páginas 97-98.






3. UN POEMA BREVE DE WASHINGTON DELGADO






   El poeta Washington Delgado publicó en 1965 un breve libro de poemas titulado Parque (Ediciones La Rama Florida, colección dirigida por el también poeta Javier Sologuren). Entre los treinta y cuatro poemas, donde es evidente la influencia de la poesía española, hay dos poemitas bajo el mismo título: Hai-Kai, que es la forma como en español se le llama a los breves poemas japoneses de sólo tres versos conocidos como haikus. En realidad, Washington Delgado bajo cada título consigna no un hai-kai, sino dos. Claro está, cada uno de ellos cumple con cierta formalidad requerida para esta clase de poemas: tres versos, relación con la naturaleza, concisión, delicadeza y sugerencia, aunque la métrica en los poemas de Delgado es libre y no se sujeta a los cánones métricos del 5 / 7 /5. De los dos poemas, el que nos interesa es el segundo, pero antes de transcribirlo es necesario detallar el siguiente dato bibliográfico, en 1970, Washington Delgado reúne bajo el título de Un mundo dividido todos sus poemarios publicados entre los años de 1951 a 1970. En este libro, el poemario Parque ofrece algunos cambios, por ejemplo, presenta con nuevos títulos los dos poemas referidos anteriormente, el primero ahora se llama La hoja y el segundo se titula Cactus. Leamos:


CACTUS

El cactus, primavera,
te desafía
a dura guerra.

Guerra perdida:
tras espinas enhiestas
la florecilla.






4.  VIAJE A UN POEMA DE ÓSCAR LIMACHE




                                                                                                

   La Generación del 80 agrupa a un número considerable de buenos poetas que desarrollaron en esos difíciles años discursos poéticos variados que van desde un coloquialismo y narratividad hasta el erotismo (campo explorado, sobre todo, por las mujeres) e intimismo, poetas representativos de esta generación son Róger Santiváñez, José Antonio Mazzotti, Rossella Di Paolo, Patricia Alba, Eduardo Chirinos Arrieta, Domingo de Ramos, Mariella Dreyfus, Óscar Limache, por mencionar solo algunos de estos poetas.
   Uno de ellos, el poeta Óscar Limache (Lima, 1958) resultó ganador del primer premio en la IV Bienal de Poesía COPÉ 1988, con su libro Viaje a la lengua del puercoespín (Ediciones COPÉ, Lima, 1989.). El libro de la primera edición está dividido en cinco partes y contiene más de ochenta poemas. Llama la atención en la primera sección del libro, cuyo título es Las ciudades invisibles, que todos los poemas que lo conforman llevan nombres de ciudades del mundo (actuales y algunas ya desaparecidas), ciudades que, hasta donde sé, el poeta Óscar Limache no las conocía si no era por libros y películas.

   Delfos, Marsella, Zurich, Bagdad, Roma, Teherán, Éfeso, Pekín, Estocolmo, Budapest, Trieste, Venecia, Bombay, Ginebra… son algunas de las ciudades por donde transita la imaginación del poeta que transforma estas urbes en planos verbales, curiosamente algunos de los poemas van acompañados de planos urbanos, quizá para sugerir ya no solo un itinerario mental o verbal.

   Pero, de todo el libro, lo que nos interesa es la tercera sección del poemario titulado Venas propias. Hay allí un poema, el primero, cuyo título es Autorretrato con púas (22 años). En él, la voz poética, valiéndose de un símil, asume la imagen de una planta, en este caso de un cactus. La voz del poema se presenta, entonces, como los cactus que cultiva: arisco y poco dado al trato con sus semejantes (“alto / seco / espinoso / frío / hiriente…”), de allí el título del poema, que anticipa el cuerpo del poema.

   Mas el texto poético no concluye allí, el poema de dieciséis versos posee dos partes, la primera es aquella que ya comentamos donde la voz asume su semejanza con los cactus. La segunda parte se inicia en el noveno verso con la conjunción adversativa “pero”: los versos siguientes presentan ya no a una voz poética que se anunciaba cortante, agresiva, evasiva, sino a alguien que se vale de sus espinas para aparentar una hostilidad pero como mecanismo de defensa, mecanismo que con ciertas personas queda de lado para mostrar su ángulo gentil y delicado, representado en el poema a través de “una flor amarilla”.

   Leamos, entonces, este bello poema de Limache que con un lenguaje sencillo expresa y deja al descubierto ciertos ángulos misteriosos de nuestra psicología.


AUTORRETRATO CON PÚAS (22 AÑOS)


                                                 Para Gigi

Soy
como los cactus
que cultivo
alto
seco
espinoso
frío
e hiriente
pero
maldición
no puedo
evitar
de vez en cuando
darte
desde mi centro
una flor amarilla





   Así concluye esta diminuta muestra temática de la poesía peruana. Cuatro voces embarcadas en un asunto nada nuevo en la historia y cultura del Perú: los cactus. Pero esta vez no los cactus materiales, tangibles, sino estos a través de las palabras, los ritmos, los silencios.






   Continuará…



                                             Morada de Barranco, 30 de setiembre de 2012.

domingo, 16 de septiembre de 2012

ALGUNAS HISTORIAS ANÓNIMAS






                                   ¿Quién os ha imaginado y qué voces os han cantado…?
                                                                                                 Azorín




   Siempre me llamó la atención aquellas obras cuyos autores son anónimos, las motivaciones que llevaron a permanecer incógnitos, pienso en las jaryas mozárabes, por ejemplo, poemillas escritos en un español muy antiguo y mezclado con ciertas palabras árabes. El contenido de estos breves poemas es amoroso generalmente y fueron creados en el siglo XI. Yo que no soy muy dado a recordar poemas, sin embargo, hay uno que conservo en la memoria y que utilizo mucho en mis clases de Tercero:


Tan’t amare, tan’t amare,
habib, tan’t amare,
enfermaron uelios gaios
e dolen tan male.


   Que traducido a un español contemporáneo dice así:


Tanto amar, tanto amar,
amigo, tanto amar,
enfermaron unos ojos antes alegres
y que ahora duelen tanto.


   También, como recordamos, hay otras obras medioevales españolas cuyos autores se desconocen, allí están el Cantar de mio Cid y los romances viejos.  Con respecto al primero, incluso se dice que no sería uno el autor sino varios juglares. Sea una u otra la verdad, suelo frecuentar, desde que lo descubrí y hablamos de una buena punta de años, un texto de Azorín incluido en su libro Al margen de los clásicos titulado El cantor del Cid donde con una prosa sencilla nos hace imaginar a quien sería el único autor, habitante solitario de un pueblo con “callejuelas tortuosas y sombrías”, pergeñando “misteriosamente sobre unos blancos cueros” los versos donde “se cuentan las hazañas portentosas de un héroe”.




   Sobre los romances viejos mucho se ha escrito, lo que yo pueda decir sobre ellos nada nuevo agregaría al asunto, sabido es que estos no consignan autores, razón por la que Azorín se hacía estas preguntas: “”Estos romances populares, ¿los ha compuesto realmente el pueblo? ¿Los ha compuesto un tejedor, un alarife, un carpintero, un labrador, un herrero? O bien, ¿son estos romances la obra de un verdadero artista, es decir, de un hombre que ha llegado a saber que el arte supremo es la sobriedad, la simplicidad y la claridad?”. Entre los romances que han llegado a nuestros días y que suelo leer y analizar con mis alumnos están Romance del enamorado y la muerte, Romance del desengaño, La misa de amor y uno de los romances más breves que haya leído, me refiero al siguiente:


ROMANCE DEL PRISIONERO

Que por mayo era, por mayo,
cuando los grandes calores,
cuando los enamorados
van servir a sus amores,
sino yo, triste, mezquino,
que yago en estas prisiones,
que ni sé cuándo es de día,
ni menos cuándo es de noche,
sino por una avecilla
que me cantaba al albor;
matómela un ballestero.
¡Dele Dios mal galardón!




   Una obra de 1554, la novela picaresca El Lazarillo de Tormes conserva hasta el día de hoy su autor en el anonimato, aunque por allí alguna vez se le atribuyó a diversos personajes como un tal Alfonso de Valdés. Los temas tratados en la obra (críticas a la sociedad y a la Iglesia) es probable que hayan llevado al autor a la decisión de publicarla sin su nombre para evitar castigos.




   Aquí, en el Perú, también hay textos de carácter anónimo, toda la literatura prehispánica tiene esta condición (mitos, leyendas, fábulas, poemas como los harauis, huayñus, aya taquis, etc.). He aquí uno de ellos:


HARAUI

Una paloma
yo he criado,
con toda el alma
la he querido,
por eso ahora
me abandona
sin que le diera
ningún motivo.


   De la época de la caída del Tahuantinsuyo,  trancribo un par de coplas creadas no por indígenas sino probablemente por toscos y vulgares soldados de la Conquista y de la guerras civiles entre los conquistadores (para mayor precisión, entre pizarristas y almagristas).


COPLA

Pues señor gobernador
mírelo bien por entero
que allá va el recogedor
y aquí queda el carnicero.




COPLA

Almagro pide la paz,
los Pizarro, guerra, guerra;
ellos todos morirán
y otro mandará la tierra.


  El anonimato de estas coplas se puede explicar y justificar, como en el caso del autor del Lazarillo, pues se trató de evitar represalias por las denuncias y burlas que se ejercían.




   Pero, ¿adónde quiero llegar con esta introducción sobre algunas obras de autores anónimos? Porque es a un punto al que quiero llegar. Bueno, contaré que hace ya muchos años, en mis incansables búsquedas de libros di con una joya preciada en una librería de viejo: Obra poética de César Moro. Hasta allí nada nuevo ni especial. Como suele suceder con ciertos libros de segunda, uno puede encontrar dentro de ellos algunas cosas curiosas. Recuerdo que, por mencionar un caso, una vez al comprar un viejísimo libro del poeta ecuatoriano Jorge Carrera Andrade Registro del mundo, publicado en Quito del año 1940, encontré entre sus páginas una tarjeta del poeta presentándose como Cónsul General del Ecuador.







   Mas lo que quiero contar está relacionado con el libro de César Moro. Hojeaba yo el libro antes de pagar por él cuando hallé una doblada hoja amarilla y escrita a máquina, no la leí, solo la dejé donde estaba. Una vez que el libro fue mío, al llegar a casa, me dispuse a leer la hoja que contenía dos breves cuentos y un tercero inconcluso (con apenas tres líneas tipeadas). Debo reconocer que los cuentos me agradaron, sus finales sorpresivos me sorprendieron. Inicié entonces una búsqueda para dar con el autor de los cuentos y hasta el día de hoy no he dado con él. ¿Quién los escribió? ¿Adónde fue o fueron a parar las otras hojas donde probablemente estaba el nombre del autor? ¿Quién lo puso allí? Hoy estos breves cuentos como las primeras obras que mencioné, salvando distancias, se mantienen con autor anónimo y ese misterio les presta un cierto encanto.




   Tuve, sí,  la precaución de pasar ambos textos a mi computadora hace unos siete años, de ese archivo que había olvidado los rescato y lo pongo a la luz y consideración de los amigos lectores. Ya para terminar con mis líneas, debo decir que la hoja amarilla con los cuentos se me  traspapeló con la reciente mudanza y, supongo, que algún día lo he de encontrar.




EL REGRESO DE ARCHIBALDO

   Archibaldo regresó después de mucho tiempo a su casa. Era allí donde había crecido y compartido juegos con sus hermanas y algunos amigos. Lo que más extrañaba de ella era su cuarto, su cama pegada a la pared, los pocos libros acomodados en un librero de madera, su pequeña pero entrañable colección de estampillas.
   Entró con facilidad a la casa. En medio de la oscuridad avanzó con seguridad: ninguna duda, ningún tropiezo, en realidad se la sabía de memoria. Caminó despacio por la sala y el comedor, muy pero muy despacio y sin hacer ruido, no quería despertar a nadie, no quería asustar a nadie. En el camino reconoció algunos adornos, ciertos cuadros, un viejo espejo.
   Una vez en el patio, vio la puerta del cuarto de sus papás y la de sus dos hermanas, y al fondo, casi escondida, la puerta de su dormitorio. Emocionado se dirigió hasta ella. Entró silenciosamente. Todo estaba oscuro, pero no tenía necesidad de prender la luz, sentía que podía ver todo: su cama, su pequeña mesa, la foto de cuando tenía diez años, sus libros… todo estaba igual, igual que antes de su partida. Emocionado se dijo: “Estoy de nuevo en casa”.
   Caminó hasta el librero, y cuando estuvo a punto de agarrar uno de sus libros sintió pasos que se aproximaban hacia su cuarto o hacia el baño, que estaba al frente. Se puso nervioso, muy nervioso. Los pasos estaban cada vez más cerca, de pronto una tos le hizo saber que era su madre quien se acercaba. Deseó salir y abrazarla, decirle que le amaba y que siempre había pensado en ella, pero no podía hacerlo, por más que quisiera, no podía hacerlo.
   Al sentir que la puerta de su cuarto lentamente se abría tomó la decisión de escapar. Y así lo hizo: como quien introduce las manos en el agua, salió de la casa como había entrado, es decir, a través de la pared.



LA ESPERA

   Desde hace mucho tiempo, Francisco quería ver un fantasma. Sucedió que un día se enteró que el  más famoso fantasma de su ciudad era uno que sentado en las gradas, en la entrada de la iglesia principal, parecía esperar muy elegante y nervioso a alguien. Francisco había intentando desde hacía varias semanas ver al fantasma y nada. Sin embargo, algo le decía que esta noche sería la ocasión en que podría verlo por fin. Se preparó como nunca y llegó muy nervioso hasta el lugar de las apariciones, se sentó como de costumbre en una de las gradas de la iglesia y esperó, esperó… y nada, el fantasma no apareció. “¡La próxima vez lo veré!”, pensó. Y cansado por tanto esperar, Francisco se alejó lentamente, confundiéndose poco a poco con la neblina y la oscuridad… hasta meterse en su sepultura.





   Continuará…



                                      Morada de Barranco, 16 de setiembre de 2012.