domingo, 20 de noviembre de 2011

POR LAS SENDAS DEL JAPÓN



                                                                                         UN SUSPIRO DETRÁS DE LA MAÑANA
                                                                                                               Carlos Oquendo de Amat



   Cinco de la mañana. Domingo 20 de noviembre. Rita y Kathia duermen. Hay un silencio, diría casi absoluto, no solo en casa. Sentado a la mesa (la vieja y sólida mesa de madera oscura que antes fue de mis padres y que nos acompaña desde hace trece años) con algunos libros que hojeo lentamente. Libros de haikus. La ocasión es propicia para sumergirme en el misterio de la palabra de los japoneses.


Casa del poeta Eguren en Barranco.

   Desfilan ante mí: Basho, Buson, Issa, Shiki, Sora, Onitsura… Como si nunca hubiera experimentado la lectura de haikus me sorprendo de su brevedad, solo tres versos, diecisiete sílabas en total y tras su lectura… el deslumbramiento. Lo decía Octavio Paz: “El pequeño haiku es un mundo de resonancias, ecos y correspondencias”. En medio de este oportuno silencio percibo en estos diminutos poemas el afán de volver imperecedero lo fugaz, de tornar perdurable lo efímero, de capturar la eternidad de un momento. En suma, haiku igual poesía de contrastes. Veamos algunos, que en esta mañana particular, nuevamente me han vuelto a sorprender:


Grillo despierto:
sé el guardián de mi tumba
cuando haya muerto…


De no estar tú,
demasiado enorme
sería el bosque.


Para el mosquito
también la noche es larga,
larga y sola.

                    Kobayashi Issa


Ante los crisantemos
dudaron un instante
las tijeras…


Tarde de otoño
 sentado en la penumbra
pienso en mis padres.

                Yosa Buson


Ando y ando.
Si he de caer, que sea
entre los tréboles.

      Sora


Ah, si volteo
ese caminante ya
no es sino bruma.


En todo el monte
yerbas nuevas reflejan
el sol naciente.

                  Masoaka Shiki

Este camino
ya nadie lo recorre,
salvo el crepúsculo.


Nadie puede ser
bajo las flores del cerezo
completamente desconocido.


En ruiseñor
sueña que se convierte
el grácil sauce.

                           Matsuo Basho


   Palabra, pero también sonido, mejor dicho música: me he animado a escuchar música budista del Japón, el título del disco compacto es grandilocuente: The best of flauta japonesa. En realidad son dos discos que nunca dejaré de agradecer a mi querida amiga editora Carmen Noblecilla.





   Escucho conmovido la flauta y no puedo reprimir la idea de cuan semejante es su sonido e intensidad al de una quena de un haravicu andino. Y pienso en mi abuelo Julio de 94 años que está nuevamente en Lima: lúcido, hablador, sabio. Siempre me conmovió la pequeñez de su cuerpo y la eterna alegría de sus pasos. Incansable, incluso en su soledad. Sé que ya hace mucho no toca una guitarra, que ahora vive inmerso en otros sonidos, que la música que hoy escucha ya no es sensorial sino la de sus recuerdos: hace casi dos años que se fue mi abuela Belén y resuenan en mis oídos lo que me contaron que dijo en el velorio, allá en el mítico Cusco: “Como te has atrevido a dejarme”. Más de setenta años de convivencia  y siete hijos no son poca cosa para la vida de un hombre. En ese reproche había todo un universo acumulado en el corazón: pena, dolor, amistad, complicidad, amor… en definitiva, todo lo que cualquier mortal desearía vivir una vez que ha sido hallado por el amor (“Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien / cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío...”, no escribió acaso Luis Cernuda).




   Japón. Los extraños sinos de la vida: hace poco visioné algunas películas de directores japoneses: El intendente Sansho de Kenji Mizoguchi; El sabor del sake de Yasujiro Ozu; Vivir de Akira Kurosawa… y sin buscarlo ahora leo haikus y escucho melodías japonesas.









   Siempre me ha llamado la atención la manera sabia como este país ha sabido conjugar la modernidad con la tradición: es extraña, pero sabia: una cosmópolis como Tokio transitada por una viandante en kimono. Para un país tan racista y quebrado como el nuestro, quizá sería bueno imitar ese ejemplo de tolerancia, de aceptación del diferente: "La cultura es las culturas", escribió alguien. En fin, ya habrá oportunidad para tratar esos asuntos.








   Dejo de ver los libros y me abandono a la placidez desollante de la música. El sonido agudo de la flauta excava no sé qué profundidades insondables. Me es imposible explicar (como una suerte de Aleph se agolpan imágenes de mis abuelos, de mis padres, de mis hermanos, de mi hija, de la mujer que amo y lo es todo). No hay palabras, solo siento una emoción que se expresa en lágrimas… lo demás es silencio.




   Continuará…


                                    Morada de Barranco, 20 de noviembre de 2011.

4 comentarios:

  1. Mi amiga Mercedes Calvo me envía este correo desde Uruguay:

    Apreciado Orlando:
    He estado tratando de entrar en tu blog directamente desde el mío pero, no sé por qué, no me habilita esa vía, de modo que lo hago desde google. Quería decirte que disfruté especialmente tu entrada sobre los haikus. Desde Uruguay te acerco uno, de nuestro Mario Benedetti, que me gusta mucho:

    No sé tu nombre
    sólo sé la mirada
    conque lo dices.

    Creo que, más allá de la métrica especial -5-7-5- un haiku es otra cosa: apresar un instante como sólo la filosofía oriental puede hacerlo. Pero, de todas maneras, me resultan tiernos estos versos de Benedetti y quise compartirlos contigo.

    Un abrazo uruguayo
    Mercedes

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  2. Gracias Mercedes por tus palabras.
    Tienes toda la razón, un haiku trasciende el mero hecho de la métrica del 5 / 7 / 5 . El Haiku de Benedetti me gustó mucho. Te envío uno de un peruano llamado Javier Sologuren que escapa a las consabidas medidas silábicas:

    Nada dejé en la página
    salvo la sombra
    de mi inclinada cabeza.

    Un fuerte abrazo te envío desde mi morada en Barranco y a la espera de tu visita.

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  3. Algunos de los poemas que nos muestras son tremendamente buenos. ¿Cómo agradecerte su descubrimiento?
    Sigo disfrutando de tu calma.
    Felicidades por tener ese abuelo Julio. Un abrazo para él y otro agradecido para ti.

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  4. Gracias por tus bellas palabras. Es lo bueno de este medio: contactarse con personas que de alguna manera comparten pensamientos, sentires. Ya lo dijo alguna vez Basho en un haiku:

    Bajo las flores del cerezo
    nadie es
    completamente desconocido.

    Sí, pues, estamos hermanados por la sensibilidad.
    Un fuerte abrazo desde mi morada en Barranco (le haré llegar tu saludo a mi querido abuelo Julio.

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