sábado, 8 de octubre de 2022

DÍAS DE CINE

 


                                                           Hay un lugar adonde se van todas las miradas.

                                                                                                       Xavier Abril




   La temperatura por estos días está variable. Hay horas en que hace frío (sobre todo muy de mañana y en las noches) y el ambiente está cargado de brumas, tanto así que no se puede ver bien unos pocos metros más allá de tus ojos. En otros momentos, el sol despliega sus rayos invadiendo con su luz todos los rincones y hace improbable, con su intensidad, todo amago de sombra. Estamos en otoño y recién en dos meses estará instalándose el invierno en estos predios marinos de Barranco. Sin embargo, el invierno ya se anuncia con estos fríos matutinos y nocturnales.





   Justamente, aprovechando las bajas temperaturas de las mañanas, como en los viejos tiempos, he vuelto al cine de Rohmer, Eric Rohmer, el gran cineasta francés de la Nouvelle Vague. De sus más de veinte películas filmadas, reconozco que he visionado unas catorce o quince películas. Hace unos seis años, cómo olvidarlo, me embarqué en ellas. Nos embarcamos, diré mejor. El descubrimiento de cada una de sus cintas fue todo un acontecimiento para mí y para mi hermano Arturo.





Luego de esa seguidilla de catorce o quince películas, hemos vuelto, cada cierto tiempo, a uno que otro film del director francés para reafirmar esa pasión por el cine sencillo y sabio de Rohmer que no ha de fenecer. Entonces desfilan en mi recuerdo algunas de sus películas que más amo: Mi noche con Maud, La rodilla de Clara, La buena boda, Paulina en la playa, El rayo verde, Cuento de invierno, Cuento de verano, Cuento de otoño, por mencionar algunas.




   Desde hace unas tres semanas, en esas mañanas brumosas y de bajas temperaturas, como hace seis años, salgo de la cama como un sonámbulo y voy al televisor, película en mano y en absoluto silencio, acompañado de una humeante taza de café, me abandono a las imágenes del cine de Rohmer: ese cine sencillo que sabe aprovechar al máximo sus recursos, ese cine que se afinca en sus diálogos nada pretenciosos pero que con precisión van definiendo a los personajes, ese cine donde algunos rostros se repiten obsesivamente en sus amadas películas. Actores, actrices, sobre todo actrices. Diría yo que así como se habla de “las chicas de Almodóvar”, tendría que hablarse de “las chicas de Rohmer”, las chicas inteligentes y firmes pero también (aunque parezca contradictorio) frágiles y llenas de dudas de Rohmer: Marie Riviere, Beatrice Romand, Amanda Langlet, Arielle Dombasle, Francoise Fabian, son algunas de ellas...








   Así escribía hace unos nueve años sobre mis citas con el cine. Antes de la pandemia, solía tener mis sesiones con el séptimo arte los domingos en la tarde o, como escribo en los párrafos anteriores, los días libres (fines de semana, feriados, vacaciones), muy de mañana, cuando el Sol recién asomaba y desplegaba tímidamente su rubia cabellera. Estas eran sesiones solitarias donde, si era temporada de frío, me abrigaba bien y acompañado de una taza de café, visionaba películas que amaba (y amo) no solo de Rohmer, también de Angelopoulos, Kieslowski, Ford, Ozu, Hitchcock…





   Por el encierro de 2020, me acostumbré junto a Rita a visionar religiosamente películas a eso de las 10:00 de la noche, de lunes a viernes. Esporádicamente los sábados y domingos (a cualquier hora). Así ha sido desde entonces, casi tres años de cine a diario, o casi a diario. Estas sesiones sirvieron para reafirmar mi amor por el western (en mi infancia los llamaba películas de vaqueros) y un, voy a llamarlo así, “descubrimiento” que me dejó deslumbrado con sus historias oscuras y sus imágenes de luz y sombra: el cine noir. Tanto así que este descubrimiento me llevó a escribir una entrada sobre la femme fatale del cine negro (Verónica Lake, Bárbara Stanwyck, Gene Tierney, Joan Bennett, Gloria Grahame, Lauren Bacall, Rita Hayworth y una larga lista de bellas y letales mujeres).





   Se acercan ya los bimestrales y el siempre esperado invierno se aleja. Mis queridos tutoriados de 5to deben ver una película que a mí me sabe a gloria. Hablo de M, el vampiro de Düsseldorf, película en blanco y negro filmada en 1931 por el director austriaco Fritz Lang. Guardo la esperanza de escuchar, después de que la vean, buenos y entusiasmados comentarios, como ha sucedido con otros filmes que han visionado como parte de las exigencias del curso que dicto...





   Son líneas escritas en setiembre de 2013. Visionar películas es una exigencia del curso de Comunicación que dicto hasta el día de hoy, pero no solo para mis alumnos de 5to, también para los de 2do, 4to (y en algún momento, para los de 3ro). Pedirles que vean algunas películas (esos que llaman clásicos) es enfrentarme con un sinfín de reparos de los alumnos: ¿Por qué películas mudas?, ¿por qué en blanco y negro?, ¿por que hablan tanto los personajes?, ¿por qué no están dobladas las películas?…, en fin.





   Parafraseo lo que decía un amigo blogero español: Muchos aman las películas y no el cine. En efecto, aquí en el Perú priman los intereses puramente comerciales, si de cine se trata. Muchas películas que circulan por cines de países vecinos no se ven en el Perú, son tachadas como aburridas y poco atractivas para taquillas jugosas. La pobreza del listín cinematográfico de Lima me avergüenza muchas veces. Lamentablemente se ha condicionado al público (salvo excepciones) a consumir lo que en otros países llaman “filmes palomiteros” (y aquí, cancha, pop corn); es decir un cine insustancial, descartable, pasajero.





   Pero también ocurren situaciones que dan para la esperanza. En ese afán porque los jóvenes vean buen cine, fui testigo de ciertos momentos inolvidables que me produjeron una gran alegría (esto antes de la pandemia). Por ejemplo, cuando mis alumnos intercambiaban sus puntos de vista y aclaraban sus dudas y hablaban (así, voz en cuello) sobre El gabinete del Dr. Caligari de Robert Wiene, Los Olvidados de Luis Buñuel o sobre Los cuatrocientos golpes de Francois Truffaut o comentaban con una alegría conmovedora Tiempos Modernos de Charles Chaplin. Yo sonreía complacido de que estos jóvenes ya no hablaran, si se trataba de cine, solo de Rápidos y furiosos y otras películas de esa misma laya (ojo, no es malo visionarlas, lo malo es si solo se ven este tipo de películas, aclaro). Pequeños triunfos no del profesor sino de estos adolescentes que se atreven a transitar por otros predios. Bueno, se echó la semilla, ahora solo resta esperar.





   Volviendo a mis comentarios sobre mis sesiones de cine, debo comentar que en estas últimas semanas hemos visionado vari as joyas cinematográficas que nos dejaron más que complacidos, por ejemplo: Fargo (1996) de Joel Coen, A but de souffle ( Al final de la escapada o Sin aliento , 1959) de Jean-Luc Godard, Chichi ariki ( Picnic at Hanging Rock (Picnic en Hanging Rock, 1975) de Peter Weir, Dolor y gloria (2019) de Pedro Almodóvar, L. A. Confidential (Los Ángeles confidencial, 1997) de Curtis Hanson, Bad Day at Black Rock (Conspiración de silencio, 1955) de John Sturges, Letjat Zhuravli (Cuando migran las grullas, 1957) de Mikheil Kalatozov, Había un padre, 1942) de Yasujiro Ozu … Películas todas ellas que te brindan una alegría tan profunda, un gozo cargado de esperanzas.





      Esta semana próxima estoy de vacaciones, días propicios para frecuentar nuevamente las nada convencionales películas de Luis Buñuel, un predilecto de predilectos. Volver a su cine es siempre una celebración , un disfrute pleno compartido con Rita. Debo confesar que he visto todas las películas del aragonés, pero como todo clásico, en cada oportunidad se descubre algo nuevo o no percibido en oportunidades anteriores, como ocurre también con los libros, con ciertos libros, preciso. Para estos días que se vienen, estoy pensando en Los olvidados , Él , Ensayo de un crimen , Viridiana , El ángel exterminador , Subida al cielo , La ilusión viaja en tranvía …, títulos , algunos de ellos, con aires poéticos y muy tentadores, pero esto ya lo comentaremos en la próxima oportunidad. Por lo pronto, a disfrutar.






   Continuará…



                                                     Morada de Barranco, 8 de octubre de 2022.





viernes, 9 de septiembre de 2022

DOS APUNTES DE ESTOS DÍAS

 


I.


                                                                         Del alba en la marea, por la costa bravía,

                                                                         oí unas voces hondas de melancolía.

                                                                                                    José María Eguren




   En la entrada anterior comenté dos cosas: mis largas y relajantes caminatas por el malecón de Barranco y cómo había quedado en el recuerdo el mes de agosto como el mes de las cometas. Las caminatas han continuado. En tanto conversamos y nuestros ojos por momentos se abandonan a la amplitud del paisaje marino, aprovecho y tomo fotos, muchas fotos (¿qué rancho barranquino estaré viendo por última vez?).









   Se van acumulando en la cámara fotográfica innumerables testimonios de un Barranco que de manera acelerada va transformando su perfil arquitectónico: imágenes de calles (encantadora calle Doméyer), casonas (viejos ranchos de adobe, madera, quincha y yeso), árboles (eternos ficus de sombras acogedoras), los cada vez más numerosos modernos edificios, el cielo perlado (“panza de burro”, decía Sebastián Salazar Bondy), el mar misterioso cuyos límites se diluyen entre la bruma...









   Ya en casa, veo las fotos en la pantalla de la computadora, muchas de ellas (no solo del mar) con imágenes de contornos difuminados por la neblina, fantasmales. En efecto, las imágenes invernales capturadas por mi cámara me muestra paisajes inquietantes, pareciera escapados de los poemas de José María Eguren, quien supo ver esta geografía no solo con los ojos. La neblina aposentada en las calles, parques y plazuelas tornan a este pequeño territorio junto al mar en territorio propicio para las sospechas.









   En una de mis últimas caminatas, mis ojos se posaron en el larguísimo muro bajo que separa a la vereda de los jardines que van hacia el acantilado. Un viejo e interminable muro de piedra, en algunos sectores carcomidos por la erosión. Lo primero que pienso es en como l as piedras de este muro han sido testigos de parte de mi infancia, de mi adolescencia… y ahora de mi madurez. No m iento ni exager o .










   Algunas de las experiencias que marcaron mi vida ocurrieron en el malecón de Barranco: mi asombro de niño al ver por primera vez el mar, las salidas nocturnas con mis amigos de adolescencia para escapar un poco del control de nuestros padres , las confidencias esperanzadas o angustiantes por los primeros amores…, ahora último, ya en el otoño de mi vida , estas caminatas inolvidables salpicadas de entrañables conversaciones junto a Rita. Y ese muro perimetral siempre como testigo.










   Cuando niño, solía trepar (mucha palabra para tan bajo muro) y lo recorría a veces corriendo largos trechos con amigos o solo en tanto el viento golpeaba mi rostro . El punto de partida era a la altura del Parque Castilla y de ahí hasta donde mi resistencia me lo permitiera, hacia el norte, hasta el Malecón Paul Harris. Ahora, lo reconozco ya resignado, con cierta dificultad trepo e inmediatamente bajo d el murito, no vaya ser un mal calculo o movimiento acarree alguna consecuencia.









   En la adolescencia, el muro ya no era pista de carreras, a hora se había transformado en banca,una banca que siempre mira ba hacia el mar. Entre cigarrillos (que abandonécon aciertohace muchos años) y atardeceres, mis amigos y yo nos explayábamos en largas conversaciones,mientras nuestras miradas se perdían en épicas puestas de sol y cielos de leyenda. Han transcurrido los años,y el muro que ya no trepo continúa siendo una banca donde junto a Rita recuerdo aquellos años en que fui feliz e indocumentado.












II.



                                                                Sube, sube / la cometa / por la lírica nube…

                                                                                              José María Eguren




  A gosto ha concluido hace muy poco. Setiembre ha iniciado con algunos días luminosos, anuncio de la primavera que se a vecin a. El mes de los vientos concluyó , así era llamado agosto en el pasado, justamente por la presencia de esos vientos era temporada de cometas, hoy lamentablemente ausentes. Viejos tiempos donde los niños se divertían con muy poco, pienso en la canga hecha con un humilde palo de escoba, el teléfono elaborado con latas de leche y una cuerda, las cometas de carrizo o de sacuaras que alegraban el cielo gris de Lima, juguetes todos ellos fabricados por las mismas manos de los niñoso jóvenes.






   Las cometas… las comprabas o las fabricabas. Fabricar cometas entonces, no solo era contar con un juguete que te aseguraba horas de diversión, también podía prodigar algunos ingresos para ayudar en casa con algunos gastos. Los muchachos de esos años solían realizar r arduas expediciones a los cañaverales de Surco oa los pantanos de Chorrillos: era necesario contar con el carrizo o la sacuara, materiales primordiales para el esqueleto de las cometas . Obtenidos algunos de estos dos elementos, con pabilo, papel de cometa y el engrudo ( una cola artesanal elabor ada con harina y agua) se fabricaban con esmero y mucha imaginacion los coloridos barriles, pavas, estrellas, aviones…, hablo de los modelos mas comunes de las cometas.






   Un recuerdo especial. Quien no contaba con esos materiales para fabricar cometas o porque simplemente no sabía hacerlas, se fabricaba una cometa muy humilde, sin armazón: con una sencilla hoja de cuaderno e hilo de coser se contaba con el “cambucho” y con él a extender la alegría con su vuelo.






   Algunos jóvenes se especializaron de tal manera en la fabricación de las cometas ligeras, que las hacían en serie con una creatividad, rapidez y perfección asombrosas. Fabricadas en cantidad, las vendían para la diversión de los hijos de sus vecinos o las llevaban a los mercados y algunos comerciantes de juguetes se las compraban en cantidad (los jóvenes fabricantes, obviamente regresaban a sus casas con pingües ganancias).






   La fama de estos chicos llegaba hasta lugares alejados de sus casas, no era raro ver algunos automóviles lujosos estacionados en las puertas de sus humildes casas: miraflorinos o sanisidrinos acudían para comprar lo que sus manos no podrían hacer. Horas después, esas cometas alegraban el cielo de esos distritos vecinos de Barranco.






   Quienes vivimos esas épocas, ¿acaso podemos olvidar las competencias en el vuelo de las cometas? Se competía por ver quién las  volaba más alto o por ver quién triunfaba en las peleas de cometas en “las ciegas alturas”, como decía Eguren. Otra imagen inolvidable: la de las cometas que nunca se pudieron recuperar y enredadas en los cables de luz o en los postes. Ahí quedaban meses envejeciendo, lentamente, deteriorándose de a pocos hasta desaparer, hasta volverse nada…





   Recuerdos. Pasos que damos (no solo metros más o metros menos) mientras conversamos y nuestros ojos se complacen en paisajes urbanos, marinos, muchas veces brumosos: geografía que habitamos y nos habita: incursiones hacia aquellos espacios cuyos fantasmas cálidos afloran y pueblan estos primeros días de setiembre, todavía fríos, sí, pero ya inolvidables.







   Continuará…




                                            Morada de Barranco, 9 de septiembre de 2022.