sábado, 28 de septiembre de 2024

RESCATES (APUNTES DISPERSOS)

 


                                                               Este es el mar que nace de mí mismo.

                                                                         Enrique Peña Barrenechea




   Rescates, así he titulado a esta entrada que corresponde al mes de setiembre, mes del inicio de la primavera (se supone), aunque las bajas temperaturas no nos dejen avizorar la cercanía de la estación primaveral. He "rescatado" (de ahí el título) cuatro textos sobre diversos asuntos, apuntes dispersos escritos en el transcurso de estos últimos meses: una vieja historia maya, una breve alabanza al café, un apunte sobre el haiku y una historia sobre un poema escrito a inicios de la década del 90 del siglo pasado. 






   Viéndolo bien, de los cuatro textos, por lo menos tres de ellos están relacionados con mis caminatas por el malecón de Barranco junto a Rita, esas salidas tan esperadas y tan reconfortantes que me permiten entrar en comunión con la naturaleza, a pesar del frío reinante de un invierno (de los más fríos de los últimos años) que, según pronostican, se ha de alargar por varias semanas más. Con frío o sin él, he aquí esta pequeña selección.






I. UNA BREVE HISTORIA MAYA


   Fue en una de esas caminatas por el malecón de Barranco, uno de esos fines de semana sin apuros de horarios y responsabilidades, en que descubrimos en nuestra ruta, un día soleado, lo recuerdo bien, entre flores, ramas y hojas, a un colibrí, su presencia insistente y cercana llevó a mi hija a fotografiarlo infinidad de veces, la avecilla sinceramente parecía posar. Confiada en que no le haríamos daño, iba, volvía, se alejaba y regresaba a nosotros sin miedo (en tanto Rita y yo comentábamos sobre su belleza delicada y tornasolada). Entonces recordé, al ver la cercanía del picaflor (kenti, lo llaman en la sierra), que los mayas tenían una bonita y pequeña historia sobre el origen de tan diminuta ave.

   Dicen que los dioses mayas habían ya creado todo lo existente, pero se dieron cuenta que no habían creado a un ser que realizara una labor: la de mensajero de los buenos pensamientos y los buenos deseos.

   Al no contar con barro ni maíz, los dioses tomaron una piedra verde y tallaron una diminuta flecha de jade, la colocaron en la palma de la mano de uno de ellos y luego soplaron. La flechita en el aire se transformó en colibrí.

   Los hombres, al enterarse de la existencia de la bella ave, decidieron cazarla por sus bellas plumas, pero los dioses lo prohibieron y amenazaron con castigar al que osara hacerlo. Esta es la razón por lo que no hay colibríes en jaulas, dicen.

   La historia no termina aquí, los mayas también decían que si ves a un colibrí volar cerca a ti es porque alguien te está enviando buenos pensamientos o buenos deseos, y ese alguien puede estar vivo o... muerto, porque los colibríes tienen la facultad de volar con absoluta libertad por este mundo o por el mundo de los que ya partieron.

Nota: por cierto, la foto es de Kathia.






II. EN ALABANZA DEL CAFÉ


   El café. La verdad es que soy un asiduo consumidor de esta bebida, muy afecto a su color que me recuerda el misterio de la noche. Su amargor acaricia mi paladar y me hace pensar en la semejanza entre este y la vida. Una taza de café involucra para mí casi siempre una buena compañía y la alegría de una conversación que es siempre descubrimiento, afectos. Confieso que me gusta el café pasado porque es la única manera que sé prepararlo. Detesto el café en lata, el instantáneo, me parece ofensivo su sabor artificial, su acidez me hace pensar en un limón de plástico. No sabría explicarlo, pero su inmediatez lo torna sospechoso, intrascendente, vacío. Preparar una taza de café implica muchas cosas: buen ánimo, paciencia, gusto, cariño, amor: es todo un rito del que carece ese café artificial que no me dice nada, nada importante quiero decir.

   Sé que el café me hace daño, pero si no lo tomo aquí, ¿dónde lo voy a tomar después?, entonces bebo las tazas que mi organismo resista; es decir, un poco antes de empezar a caminar por los techos, como si fuera mosca. A diferencia de otros, puedo tomar café antes de dormir, a mí no me produce insomnio. Para mí, que estoy a la cacería de imágenes, el café me resulta de gran ayuda. Por eso hago mías las palabras de alguien que con precisión oportuna dijo: "No es que el café me dé insomnio, es que me hace soñar despierto". Así ha sido siempre, así seguirá siendo…

   ¿Puede haber algo mejor que tomar una taza de café recién pasado? Sí, tomar una segunda taza de café recién pasado, humeante, sin azúcar, acompañado de Rita y mi hija, en medio de una charla y de risas, como sucede en casa cada atardecer que de pocos deja de serlo para volverse noche, oscura como la taza de café que complacido bebo mientras estas líneas escribo.






III. LA BREVEDAD DEL HAIKÚ


   El haiku es un poemita de origen japonés: tres versos, diecisiete sílabas (5 / 7 / 5), ausencia de rima. Cuando en alguna oportunidad hablé de él a unos alumnos, recuerdo su extrañeza, sus preguntas: “¿Qué?”, “¿es que algo se puede decir en solo tres líneas?”… Acostumbrados como estamos a la palabrería, a cualquiera sorprende la brevedad del haiku.

   Estos pequeños poemas más que decir, callan: sus silencios hablan, mejor dicho, nos hablan. Yo acudo a los haikus como quien a un manantial: sus aguas frescas, cristalinas, refrescan y brindan esa quietud necesaria para alguien que necesita de un momento de reflexión y de tranquilidad.

   Sin forzar mucho la memoria, asoma en su brevedad este haiku que tanto dice:


Vuelvo irritado

-mas luego, en el jardín:

el joven sauce.


   El haiku de Oshima Ryota, un haijin japonés del siglo XVIII, puede ser un sendero que nos conduzca hacia una reflexión serena tan necesaria en estos días complicados y de tantas responsabilidades. En fin, habría mucho que escribir sobre este asunto…






IV. HISTORIA DE UN POEMA MÍO


   Era el año 1991, por esos tiempos tuve una amiga de nombre Rosario, sus amigos la llamábamos Charo. Aún lo recuerdo, una noche conversamos largo; entre otras cosas, me contó su duda de viajar al Japón donde su novio la esperaba (eso significaba dejar a la familia, a los amigos, al país) o viajar a Estados Unidos y empezar todo desde cero; es decir, una nueva vida. Fue una bella y conmovedora conversación. Recuerdo muy bien que al día siguiente, muy de mañana, en casa, me puse a escribir, tenía los primeros versos, me agradó el ritmo que poseía, incluso empleé una jerga (yunaites por Estados Unidos), luego, casi de manera fluida salió el poema entero, le agregué un epígrafe del poeta japonés Matsuo Basho, unas breves correcciones y ya estaba. Cuando lo releí en voz alta y llegué a los dos últimos versos, estos me hicieron llorar amargamente, lo digo sin melodrama (recuerdo que en ese momento sonaba en la radiola de casa una canción de Madonna: La isla bonita). Por entonces andaba solo, una relación había fracasado, me iba mal en lo laboral, el país se iba a la mierda, en fin, el horizonte tenía para mí solo penumbras (la historia bonita con Rita vendría después)... Sin embargo, el poema salió redondo, con su propia luz (lo digo sin jactancia). Cuando lo mostré a mis amigos poetas, lo celebraron y quienes me lo escuchaban leer terminaban conmovidos. Había escrito, me lo dijeron muchos, el poema de mi vida. Eso me hizo mucho daño porque sentí durante mucho tiempo que no podría escribir algo parecido a su intensidad y precisión. Hoy sé que no es así, que la poesía es también perseverancia, lucha con la palabra; es decir, trabajo, mucho trabajo.

   A pesar de las flores que recibió el poema (incluso fue publicado en Transparencia, revista dirigida por Arturo Corcuera) nunca encontró su sitio en ningún libro mío... Muchos años después, puedo decir que hoy su sitio está en una novela que he retomado después de una larga para. Este es el poema donde menciono a mi amiga de entonces y de la que no he vuelto a saber más (la foto que acompaña al texto es de esos años, curiosamente me la tomó ella).



HAIKU EN LAS ROCAS


                      

                                                        Mientras veía el camino que acaso iba

                                                        a separarnos para siempre en esta

                                                        existencia irreal, lloré lágrimas de adiós…

                                                                                    Matsuo Basho




No te vayas Charo

no te vayas a los yunaites

anda al Japón

                             pero vuelve

y si no vuelves

                             escribe:

                                             Niebla en la tarde:

                                             acuden los recuerdos

                                             de días distantes

Si te marchas

                            Charo

sentado

                   en un muelle de Barranco

                                                                   me llegarán

                                las luces de Tokio

                                                   esquivando la bruma del día

y me diré:

                  Matsuo Basho no lo dijo

pero tal vez lo pensó

                                     confundir un haiku entre las rocas

                                     es nada fácil

                                     pero un haiku no escrito en la arena

                                     vale

                                     todo lo escrito en la arena

                                     es borrado por el ruido del mar

                                                                                        o

                                     por el vuelo rasante de las gaviotas

                                     y escribo:

                                                         El sol como una yema

                                                         se cae en el mar

                                                         ¡Plop! Anochece

No te vayas Charo / no te vayas

                         y si te vas

                                              no regreses

                                                                         sola:

La soledad es una pizarra negra

                                                          donde nadie escribe






   Continuará…



                                         Morada de Barranco, 28 de setiembre de 2024