jueves, 29 de septiembre de 2016

LAS MANCHAS DE LA LUNA: UNA HISTORIA MEXICANA Y UNA HISTORIA PERUANA







                                                                       y en un rincón
                                                                       LA LUNA CRECERÁ COMO UNA PLANTA
                                                                                          Carlos Oquendo de Amat






   Siempre he pensado que no hay mejor forma para iniciar una clase que contar alguna historia: una leyenda, un mito, una fábula, en fin, historias que permitan a los alumnos echar a volar su imaginación. Una de las mejores experiencias es ver sus jóvenes rostros perdidos gratamente en los vericuetos del relato. Como alguna vez me lo dijera un alumno: “Cuando lo escucho contar una historia, lo imagino todo, es como ver una película en mi cabeza: imagino los rostros, los paisajes, todo”. Lo vengo haciendo desde siempre, son ya veintidós años de historias, veintidós años viendo sus rostros, escuchando cómo sus manos golpean las carpetas mientras que sus voces repiten con insistencia: “¡Historia, historia, historia…!”. Hace unos días dije en un salón a manera de broma, de paso para ver sus reacciones: “Hoy no contaré nada, no me sé una historia nueva”. De pronto la voz de un alumno se dejó escuchar: “No, usted tiene que contar una historia, no puede romper la tradición”. Impagable.






   Por estos días he venido contando un par de historias que tienen un tema en común: la Luna, la Luna y sus manchas. Hace mucho, una alumna me preguntó a boca de jarro: "Profesor, ¿por qué la Luna tiene manchas?". En el momento no supe responder, pero le prometí que averiguaría. Lo hice, solo que lo mío no fue una explicación científica, acudí a algunas leyendas y zanjé el asunto.







   Muchas culturas en el mundo han creado diversas leyendas que cuentan cómo es que le aparecieron estas manchas a la Luna. Historias muy antiguas algunas de ellas, pero que a pesar del tiempo transcurrido no han perdido su encanto, para nada. Por ejemplo, los antiguos mexicanos contaban historias como esta:





QUETZALCOATL, EL CONEJO Y LA LUNA


   El dios Quetzalcoatl (la Serpiente Emplumada) se había disfrazado de hombre, así disfrazado se fue a recorrer el mundo. Una noche, cansado y hambriento por la larga caminata se sentó bajo un árbol. De pronto vio junto a él a un conejo que comía hierba. El conejo, al ver al hombre hambriento, invitó a Quetzalcóatl para comer un poco de ella, pero el dios le dijo que él no comía hierba. Entonces, generosamente, el roedor le dijo que si no le apetecía la hierba que comiera de su cuerpo, aquella sugerencia sorprendió al dios. Como una forma de agradecimiento, el dios Quetzalcoatl quiso que todo el mundo supiera de este pequeño y generoso animal, que se acordaran por siempre de él, así fue que elevó al conejo hasta el cielo, tan alto que con el cuerpo del animal tocó la Luna y quedó su silueta marcada en ella. Desde entonces la Luna lleva esa mancha para siempre.







   Nuestro país no podía ser ajeno a este tipo de relatos. El nuestro es un territorio milenario donde se han tejido muchos mitos, leyendas y fábulas que han llegado hasta nuestros días y conservan asombrosamente toda su frescura. Precisamente, hace un par de días he venido contado a mis alumnos una de esas historias del antiguo Perú y quedaron encantados, sus comentarios lo demostraban. Esta es la historia:







EL ZORRO Y LA LUNA


   El zorro andaba preocupado, no encontraba la solución para un problema suyo. Buscó ayuda y la encontró. Bajo un árbol de pacae, se encontraba un anciano disfrutando de esta dulce fruta que crece en vainas a manera de pequeños algodones blancos con pepa negra del tamaño del pallar. El zorro se le acerca al anciano y le dice que está buscando consejo. El anciano deja de comer y mirándolo fijamente le pregunta cuál es su problema. El astuto animal le responde que andaba enamorado y que el ser que ama está distante y que por más que grite para declarar su amor, por la distancia que hay entre los dos, no le escucharía. ¿Qué puedo hacer?, preguntó el zorro al anciano. Este le respondió de esta manera:
-Y ¿quién es la afortunada?
-Es la Luna, respondió el zorro.
-Bien, lo que vas a hacer es lo siguiente: sube a la cima de una montaña y verifica que sea la más alta, si no lo es, baja y sube hasta encontrar “El techo del cielo”; es decir, la montaña más alta, una vez ahí, espera a que se esconda el Sol y aparezca la noche. Cuando la noche llegue, verás el espectáculo más hermoso de tu vida: tendrás a tu amada frente a ti y ahí le declararás tu amor.
   El zorro agradecido se despidió del anciano y ni bien vio la primera montaña la subió entusiasmado. Una vez en la cima, vio a su alrededor y comprobó que había una montaña más alta. Rápidamente bajó y subió a otra, una vez arriba, volvió a comprobar que había otra montaña más alta. Y así estuvo un largo rato, subiendo y bajando hasta que, a pesar de su cansancio, subió a una montaña que resultó ser la más alta, había llegado a lo que el anciano llamaba “El techo del cielo”. Nervioso se sentó en la cima y esperó que el Sol se ocultara. Cuando el día se fue y llegó a noche, pudo ver el espectáculo más hermoso de toda su vida: tenía frente a él el enorme disco plateado de la luna. Temblando y casi tartamudo empezó a hablarle a Luna, dio unos pasos y cayó al vacío. Como la Luna quería seguir escuchando lo que el zorro le decía, alargó sus brazos y agarró al zorro en el aire, lo levantó hasta la altura de sus ojos y al ver su tamaño pequeño, sus facciones finas, lo abrazo. Desde entonces el zorro no ha querido bajar y está junto a su amada. Por esa razón es que desde entonces, cuando sale la luna llena, uno puede verle una mancha, es la silueta del zorro que vive feliz su amor con la Luna.






   Ambas historias son leyendas antiguas, ambas historias expresan a su manera los afanes del hombre por explicar lo que ante sus ojos les resultaba un misterio. Al no contar con la ciencia y tecnología, apelaron a su mentalidad mágica, religiosa para explicar el origen, en este caso, de las manchas de la Luna, como lo dije, ambas historias las he contado y los alumnos han disfrutado al escucharlas, les ha gustado, en la primera, la generosidad del pequeño animalito y en la segunda, la persistencia del amor del zorro hasta lograr su felicidad. Bien por los alumnos y su disfrute que a mí me deja, todavía, más contento.









   Continuará…








                                              Morada de Barranco, 29 de setiembre de 2016. 







domingo, 25 de septiembre de 2016

¿QUIÉN PARA LA DESTRUCCIÓN DE BARRANCO?







                                                          “¿No son necesarios los recuerdos?”.
                                                                                     César Moro








   Esta entrada será breve. Las imágenes que acompañarán al texto hablarán por sí solas. Estas líneas expresan una denuncia cargada de indignación: la destrucción de Barranco (como de otros muchos lugares del Perú que está bajo el dominio del descuido y la indiferencia) continúa y parece ser que nadie es responsable de nada: quienes deben salvaguardar de la destrucción el patrimonio se encuentran como atados de manos y así justifican su inacción;  quien destruye, actúa aprovechando del descuido de las autoridades pertinentes y “disimula” su reprochable actitud bajo documentos muchas veces fraguados o interpretando la ley con una “libertad” que es un atentado contra la memoria de nuestro país, que pareciera poco a poco va desapareciendo por incuria nuestra.















   Hace unos días, regresaba de una diligencia y constaté con estupor que habían iniciado la destrucción de un emblemático rancho barranquino ubicado en la avenida Lima. En la puerta se encontraban unos tipos con apariencia de ser los dueños que conversaban alegremente, todo parecía indicar que celebraban la decisión de desaparecer este bello ejemplo de arquitectura republicana y que, supongo, les significaría una jugosa cantidad de dinero.















   Es de suponer que la sombra de alguna constructora estaba detrás de todo, frotándose las manos veía ahí donde solo hay una casona un enorme y "práctico" condominio; es decir, el dinero moviendo voluntades a la espera de más dinero. La voracidad de estas constructoras (que no les interesa nada que no sea el vil metal) y la ligereza de los herederos de estas antiguas propiedades están cambiando aceleradamente el perfil arquitectónico de este distrito tradicional. Hay sectores que para mí, viejo barranquino, se me hacen extraños, no los reconozco: desaparecen ranchos republicanos de comienzos del siglo XX o casas erigidas en los cincuenta o sesenta, todo es arrasado para en su lugar levantar condominios gigantescos, impersonales. Nada se salva, ni los acantilados.















   Es lamentable, pero con Barranco está sucediendo lo que le ha pasado a Miraflores. Los edificios nos invaden y quitan personalidad a este pequeño territorio junto al mar. Cada vez es más pequeño el espacio tradicional, pareciera que solo quisieran conservar las zonas aledañas, inmediatas al Puente de los Suspiros, todo lo demás debe desaparecer mientras “alegremente” se llenan las arcas de las constructoras. Nadie para esto. Incluso las autoridades callan y su silencio los hace cómplices.















   Aún tengo en la memoria las palabras de un ex alcalde, de ingrata recordación, quien en una actuación de un colegio donde laboraba, micrófono en mano, se lamentaba por no poder cobrar más impuestos (como lo hacía Miraflores) porque “Barranco tenía muchas casonas antiguas y pocos locales comerciales”, así lo expresó con el mayor desparpajo el alcalde de marras cuyo nombre no voy a mencionar porque lo que se merece es el olvido. Con las diferencias del caso, pero ese tipo de gente es la que ha gobernado desde siempre Barranco.















   Regresando a la casona de la avenida Lima, una vez enterado del intento de destrucción del ranchito, expresé mi protesta y publiqué unas líneas y unas fotos en las redes sociales. La intervención de Javier Alvarado Layme, viejo amigo del colegio, parece ser detuvo la destrucción gracias a sus contactos. Pero el rancho está ahí, medio destruido ya que le quitaron parte de sus balaústres y sus cenefas, destruyeron la escalera de madera de la entrada y parece ser, dentro de la construcción ya habían iniciado su demolición. 




















   Ha pasado algo más de un mes y la casona se mantiene en esa situación. ¿Quién se encargará de su restauración? ¿Es que alguien puede destruir lo que la ley prohíbe y no devolverlo a su estado anterior? ¿Le sucederá a esta casona lo que a otras? ¿El tiempo concluirá lo que unas manos culpables iniciaron? Pienso en ese rancho que está tapiado hace años en la plazuela de los bomberos, o esa casona de estilo morisco que tapiado se cae a pedazos en la avenida San Martín o en esos ranchos (uno de ellos fue colegio) en la calle 28 de Julio, por mencionar algunos ejemplos.



















   Curiosamente, luego de mucho tiempo, me topé con un libro que recoge las prosas de César Moro: Los anteojos de azufre. En la página 100 (Arboricidio, arquitectura y música) hallo estas líneas: “La destrucción sistemática de edificios, de mansiones, de aspectos evocadores, de recuerdos, ¿o no son necesarios los recuerdos?, inmediatamente reemplazados por los ‘volúmenes’ de cemento de la arquitectura llamada ‘funcional’…”. Con dolor lo digo, cuán actuales son las líneas, las palabras indignadas del gran poeta que vivió sus últimos años en Barranco. 



















   Ya para concluir, cito las últimas líneas del texto de Moro: “Desde estas columnas hago un llamado a todo ser humano de corazón bien puesto; a los artistas, a los poetas, para que, aunando sus esfuerzos provoquen una verdadera cruzada en defensa de los fueros del silencio, del respeto a la ciudad…”. Ojalá se oyeran las palabras del poeta.



















   Continuará…








                                    Morada de Barranco, 25 de setiembre de 2016.