¿Los ha compuesto un tejedor, un alarife, un
carpintero, un labrador, un herrero?
Azorín
En varias oportunidades he comentado sobre el gusto que sienten los
jóvenes escolares cuando se les cuenta historias, cuentos, anécdotas, leyendas,
mitos. Es un buen recurso para motivarlos en el desarrollo de las clases (sobre
todo si el tema que se viene es árido) y para inducirlos hacia la lectura y para
que se sacudan, de manera placentera, de ciertos prejuicios sobre esta, entre
otras cosas.
En estos días, por ejemplo, en el desarrollo de las clases de Literatura
y de Filosofía, con los alumnos de 5to año, empleo los riquísimos y motivadores
mitos grecorromanos. Hay que verles las caras de contentos, los ojos llenos de
un brillo especial cuando se les dice que un nuevo mito de Grecia o Roma es el
que se les va a contar. Aunque ya se lo esperan porque los temas que se están desarrollando
son sobre Literatura Clásica y los inicios de la filosofía occidental.
Con 4to año empleo, sobre todo, la poco conocida mitología prehispánica de
nuestro país, pues en este grado se estudia Literatura Peruana. Entonces, en un
afán de crear una atmósfera propicia para el desarrollo de los temas, hago
desfilar una serie de mitos y leyendas de nuestro antiguo territorio.
Con los alumnos de 1ro, 2do y 3ro de secundaria utilizo historias de
procedencia diversa, aunque también no desaprovecho la oportunidad de contar muchas
historias que expresan la cosmovisión de los diversos grupos humanos que han
habitado nuestro territorio desde épocas inmemoriales (pienso, por ejemplo, en
Caral con sus 5 000 años de antigüedad).
Hoy quiero, justamente, embarcarme en tres viejas historias del Perú,
historias que por cierto he contado durante años y que han servido un poco (o
mucho) para que los jóvenes puedan reconocer los múltiples rostros de nuestro
pueblo, reconocer que esas historias, cuyo origen se pierde en las
oscuridades luminosas de los viejos tiempos prehispánicos (en algunos casos), explican su entorno (una montaña, un río, una isla, en fin) y nos explican a nosotros mismos, hombres
del siglo XXI.

Por eso es que, más que oír mi voz, quiero que en esta oportunidad se
oigan esas voces desconocidas que emergen de espacios temporales lejanos, pero
tan actuales y necesarias: el primero de ellos es un relato mochica, es decir,
una antigua historia de la costa. El segundo relato es de la sierra, cuenta los
orígenes de la cultura Chavín, maravilla que tuve la oportunidad de conocer el
año pasado, visita que sirvió para alimentar, más aún, la admiración y el
respeto por ese pueblo que supo trabajar la piedra. El último relato es de
nuestra misteriosa e inextricable selva, es un relato aguaruna que cuenta cómo
es que aparecieron en ese territorio el jaguar, que nosotros los peruanos
llamamos también otorongo.
Van, entonces, estas tres historias.
LA IGUANA Y LA LUNA
Hace muchos años, pero muchos años, en la
costa norte del Perú, cuando el Perú no se llamaba así, existió un pueblo
laborioso que construyó en medio del desierto enormes pirámides con barro. Los
mochicas, que ese es el nombre de este pueblo trabajador y creativo, eran
magníficos agricultores pues convirtieron grandes extensiones de desierto en
tierra cultivable, y también eran magníficos ceramistas, orfebres y tejedores.
Los mochicas tuvieron muchos dioses, pero
la divinidad a la que más adoraban era la Luna, a quien llamaban Si y era
considerada más poderosa que el Sol.
Sucedió que un día amaneció como nunca, el
cielo estaba limpio, tan limpio que ni un brochazo de nube adornaba el
firmamento. Sólo el Sol esplendoroso brindaba
su luz y su calor. Y así pasaban los días, pero todos los días eran iguales. Ni
una nube en el cielo, solamente el poderoso Sol castigando con sus rayos que
caían como metal derretido.
Durante mucho tiempo dejó de llover. La
sequía ya empezaba a apoderarse de las tierras de cultivo y amenazaba de muerte
a todos los seres vivos: muchos árboles se secaban, algunos animales
abandonaban el territorio en busca de mejores tierras. La misma gente pensaba
que también tendría que hacer lo mismo si es que no quería morir, pero la pena
de abandonar sus humildes casas, sus magníficos templos y sus tierras demoraba
la marcha.
Como ya no había casi qué comer y beber, el
sacerdote imploraba desde una pirámide a la Luna el regreso de las nubes y con
ellas las lluvias. Nada. Hizo sacrificios de animales, incluso de prisioneros,
para que el corazón de la Luna se apiade de sus hijos. En vano. La Luna estaba
sorda a los pedidos de su pueblo.
Cuando ya todo parecía perdido, sucedió algo
sorprendente. Dos niños del sufrido pueblo mochica jugaban, jugaban
despreocupados como lo hacen los niños de cualquier tiempo o lugar.
Cada uno de ellos contaba sus frijoles de
colores para ver cuál de los dos tenía más… de pronto, algo distrajo su
atención, era una iguana verde que descansaba sobre un tronco seco de
algarrobo. Los niños se olvidaron de los frijoles de colores, se olvidaron de
la competencia, se olvidaron de todo y empezaron a perseguir al asustado
animalito.
Tan entusiasmados estaban los niños por
atrapar a la iguana, que no se dieron cuenta que se alejaban del pueblo. Y
corrían, corrían detrás de la iguana. Esta para escapar de sus perseguidores se
metió a un hueco que había en la tierra. Inmediatamente los niños empezaron a
cavar con sus manos, se ayudaron con piedras, con ramas secas, con lo que
hallaron para agrandar el hueco y sacar al reptil. Pero no lo encontraron.
Entonces sucedió que los niños descubrieron
que la tierra del fondo del hueco estaba húmeda. Emocionados llamaron a gritos
a la gente del pueblo. Pero nadie podía escucharlos porque estaban algo
alejados, así que uno de ellos tuvo que regresar y avisar del hallazgo a los
mayores.
Cuando los mayores recibieron la noticia del
hallazgo, no lo podían creer, en realidad no lo querían creer porque pensaban
que sólo era un juego de niños, pero tanta fue la insistencia del niño que
decidieron acompañarlo hasta el lugar con algunas herramientas.
Al constatar, que efectivamente, al fondo
del hueco había tierra húmeda, cavaron y cavaron hasta que sorpresivamente
salió, como si fuera una pequeña palmera, un chorro de agua. Tanta agua había
que el sediento pueblo mochica pudo saciar su sed, regar sus casi abandonadas
chacras y sembrar de nuevo. Ése fue un día de fiesta inolvidable.
Al día siguiente, como un acto de justicia,
los mochicas hicieron una estatua de la iguana con el mismo barro del pozo. Una
vez hecha la imagen, la llevaron a la pirámide donde estaba el altar de la
Luna. Sacaron la escultura de la diosa
Luna, que no les había ayudado durante la sequía, y en su lugar colocaron el de
la iguana que les había salvado la vida y a la que llamaron Fur.
LOS
YACURUNAS
Todas las mañanas el Sol salía complacido
de ver cómo resplandecía su luz en las nieves eternas de la cordillera, amaba
el verse reflejado en las lagunas que se cobijaban en las altas cimas como
espléndidos espejos.
Por esos lejanos tiempos, el viento dormía
apaciblemente entre los riscos y las grandes profundidades de los Andes, otras
veces confiado abandonaba su morada y se alejaba para jugar alegre con las
aguas de los inmensos océanos.
Pero ocurrió que un día ese viento apacible
de la Cordillera de los Andes se reveló contra el dios Sol: sucedió que un día
vio, como nunca lo había hecho, la belleza de las cimas de la cordillera
iluminadas por el Sol y quedó muy enamorado de esas inmensas alturas donde el
cóndor es amo y señor.
Mas al ver su amor no correspondido, preso
de los celos, el viento abandonó su serenidad, salió de su morada con furia mal
contenida, como quien escapa de un largo encierro.
Fue así como las cimas de la Cordillera de
los Andes se vieron cubiertas de pronto por un manto oscuro: grandes
tempestades invadieron las montañas, los truenos estallaban incansablemente en
tanto el cielo se iluminaba con furiosos relámpagos y una lluvia pertinaz
alimentaba la cólera de los ríos que impetuosos y turbios invadían la selva
provocando destrucción.
El Sol molesto por la rebeldía del viento,
iluminó los Andes como nunca antes lo había hecho. Un calor insoportable
derretía las grandes nieves, enormes bloques de hielo se desplomaban de los
nevados, las lagunas antes quietas como espejos se desbordaron haciendo temblar
la tierra, arrastrando rocas, grandes trozos de montañas, todo lo que
encontraba a su paso causando ruina y desolación.
La selva toda se cubrió de lodo. Árboles
gigantescos se elevaron, reptiles extraños habitaron sus troncos y ramas.
Animales jamás vistos aparecieron en la húmeda selva: gigantescas boas,
rugientes jaguares, ya nada fue igual, ahora todo era miedo y espanto.
Así fue como la muerte llegó a la selva, y
muchos de los yacurunas, gente laboriosa que desde hacía tiempo vivía en
ella, perecieron arrastrados por las
inundaciones, devorados por esos extraños animales o por fiebres desconocidas.
Los yacurunas que sobrevivieron se vieron
obligados a abandonar sus casas, alejarse para siempre de la selva amenazante y
terrorífica. Así empezó la gran travesía. Pero ni aun escapando de ella
estuvieron a salvo.
En medio de una espesa niebla, muchos más
murieron en el camino: algunos perecieron ahogados en los torrentosos ríos o
devorados por las insaciables pirañas,
otros murieron en los pantanos atacados por feroces reptiles o cuando ya
pensaban que estaban seguros se vieron picados y devorados por miles de grandes
y voraces hormigas conocidas como tambochas. El sufrimiento parecía no tener
fin.
Sin embargo, a pesar del dolor y la
presencia de la muerte que los acechaba, los más fuertes y aguerridos
continuaron con la larga y lenta marcha hacia el Oeste, hacia las alturas,
guiados por el chauin, ave enorme que
pese a las densas neblinas indicaba el camino con su fuerte graznido.
Así abandonaron las inmediaciones del río
Marañón, atravesaron elevadas montañas, caminaron por nuevas tierras donde el
frío imperaba, esperanzados marchaban siguiendo la ruta del río Mosna hasta que
por fin llegaron a una tierra que se extendía en las cercanías del río
Huachecza.
En esta tierra acogedora y benigna, los
sufridos y aguerridos yacurunas fundaron una ciudad en la que construyeron un
magnífico templo de piedra que contaba con una plaza circular y al que
ornamentaron con impresionantes y coloridas piedras esculpidas en homenaje a
sus dioses.
Los yacurunas bautizaron a esta tierra
fértil y apacible como Chavín, en homenaje a esa gigantesca ave que
generosamente los guió a este nuevo territorio desde la peligrosa e insegura selva.
EL
OTORONGO Y LOS AGUARUNAS
Estaba un niño jugando, soplando hacia
arriba cuando de pronto cayó cerca de él un animalito gracioso, era un cachorro
hermoso y raro, jamás visto en la selva.
El cachorro vivía ahora con el niño y su
madre y creció un poco. Cuando la mamá iba a la chacra, el niño se quedaba en
la casa, allí el cachorrito lo cuidaba. Pero sucedió que un día en que la mamá
estaba trabajando la tierra, escuchó unos quejidos de su hijo. Abandonó el
trabajo y se fue a su casa rápidamente. Al entrar a ella descubrió que el
cachorro se estaba comiendo al niño.
-¡No te comas a mi hijito, no te lo comas! –
decía la angustiada madre.
Cogió un palo y con él quiso matar al
cachorro. Cuando le iba a meter un golpe, sorpresivamente el cachorro creció
hasta hacerse un jaguar u otorongo adulto.
Asustada, la mujer salió despavorida de su
casa. El felino la perseguía con deseos de comérsela. En la persecución, el
poderoso animal mató gente, ya sean hombres o mujeres y se los comía. Los más
aguerridos aguarunas se reunieron para matar al jaguar, pero al final
terminaron escapando de la furia del animal. Era imposible vencerlo: era
fuerte, grande, astuto, veloz.
Así fue como todos los aguarunas escapaban
de la furia y hambre del jaguar. Entre los que huían se encontraba una muchacha
que tenía una enorme llaga en la pierna. Ella escapaba con su madre, pero al
ver la dificultad con que su hija corría, le dijo:
-No puedes correr, mejor quédate y que el
animal te coma.
-Está bien – dijo la muchachita.
La chica regresó a su casa y se encerró. Esa
misma noche, el otorongo fue a su casa pero no pudo entrar. El felino le pidió
que abriera la puerta y ella se negó. Entonces el jaguar se quitó una manta que
llevaba en el lomo y que en la selva llaman puenuma, inmediatamente el animal
se convirtió en hombre.
-Abre la puerta- le dijo-, no te haré daño.
La muchacha abrió la puerta. El felino que
ahora era hombre se puso la puenuma y al instante se convirtió en jaguar.
-No me tengas miedo, cásate conmigo- le dijo
a la chica.
La muchacha se quedó a vivir con el felino y
cada vez que se volvía otorongo le lamía la herida de la pierna y de a pocos
fue sanando.
Como el jaguar salía todos lo días a matar,
regresaba con mucha carne para la muchacha. Un día trajo tanta carne que al
mostrarle le dijo:
-Llama a tu mamá y dale esa carne. Yo voy a
salir por varios días.
Cuando la madre de la chica llegó, se
alimentó con la carne, luego le dio a su hija una piedra y le tejió una
escalera para subir a los árboles.
-Calienta esta piedra- le dijo la madre-,
cuando el otorongo esté dormido después de comer, se la metes en el hocico para
que así se muera. Luego nos avisas soplando el caracol.
La chica hizo caso a su madre. Cuando el
jaguar regresó le preguntó qué era eso que estaba en el fuego, ella respondió que era un camote. El animal
comió y luego se echó a dormir con el hocico abierto, roncaba tremendamente. De
eso se aprovechó la chica y le metió la piedra por el hocico abierto, después
muy rápido se subió a un árbol gigantesco por la escalera que su madre había
tejido.
El jaguar despertó adolorido y sin poder
respirar. Intentó subir por la escalera y no pudo. Allí no más se murió. La
muchacha tomó el gran caracol y sopló para que la gente regresara.
Pasado un tiempo, la chica dio a luz a un
jaguar. Cuando los parientes de la muchacha se enteraron, quemaron al hijo.
Pero cada gota de sangre que caía al suelo se convertía en otorongo y escapaba
a la espesura de la selva. Los familiares de la chica tuvieron cuidado de que
ya no cayera la sangre, pero como los dos primeros huyeron al monte, estos
fueron el origen de que ahora hayan tantos jaguares u otorongos en la selva.
Continuará…
Morada de Barranco, 18 de abril de 2014.