martes, 20 de mayo de 2025

LA INCREÍBLE HISTORIA DE FRANZ KAFKA Y UNA MUÑECA

 

 


                                                            El habitado mundo roído por el sueño…

                                                                                   Raúl Deustua

 

 

 

   El mes de mayo va transcurriendo. El frío poco a poco ingresa a nuestras vidas, el frío y la humedad. Estamos en otoño. Hay días que amanecen cubiertos de una fina niebla y presta a esta geografía una atmósfera de misterio que vuelve a Barranco en un espacio atractivo. Pero hay todavía días de sol, algo así como si el verano se resistiese a partir, son días de luz engañosa pues el frío va ejerciendo de a pocos su dominio y hay que protegerse de él, abrigarse.





   Esta última semana he tenido unos días de descanso por las vacaciones escolares. Estos días han sido providenciales después de largas jornadas de trabajo, días libres en los que, como de costumbre, Rita y yo hemos salido temprano para caminar por el malecón o, a veces con la compañía de nuestra hija, bajar a la playa y en el trayecto conversar, reír, tomar fotos.






   Ya en casa, me abandono al placer de la lectura. Quiero comentar que hace unos días terminé de leer una novela ambientada en la Primera Guerra Mundial: Sin novedad en el frente, obra del alemán Erich Maria Remarque publicada en 1929 con notable éxito de ventas. Una novela dura, realista sobre los horrores por las que pasa Paul Bäumer, un joven soldado alemán de diecisiete años en el frente de batalla. La novela es en realidad un texto antibelicista cuya circulación fue prohibida en la Alemania nazi por considerar que presentaba una imagen negativa de Alemania, incluso fue uno de los libros quemados en actos públicos en 1933, como parte del plan de la “Aktion wider den undeutschen Geist”; o sea, el plan de “Acción contra el espíritu antialemán”.  El autor que era visto como traidor tuvo que exiliarse ese mismo año. Mucho se puede comentar de esta novela, pero no es el momento ni el espacio.





   Paralela a esta lectura he ido leyendo lenta, pausadamente (como creo que debe ser cuando de poesía se trata) un libro publicado en 1931, hablo de Cinema de los sentidos puros, del poeta Enrique Peña Barrenechea. Junto a él, dos obras. Una a la que vuelvo cada que puedo: Otras tardes, libro que recoge cinco cuentos del peruano Luis Loayza; entre ellos, uno de los cuentos que más amo y para mí, uno de los mejores de la literatura peruana: Enredadera. El otro libro es la trilogía de Agota Kristof: Claus y Lucas, voy por la primera novela: El gran cuaderno.





   Pero sobre el libro del cual quiero comentar algo más es una novela de Jordi Sierra I Fabra: Kafka y la muñeca viajera. El libro llegó a mis manos casi por casualidad (pero esa es otra historia). La novela se basa en un hecho real ocurrido al escritor checo Franz Kafka, un año antes de que la tuberculosis se lo llevara, hablamos del año 1923. El encontrarme con este libro provocó que postergara momentáneamente la lectura de la obra de Agota Kristof.





   Sabía algunas cosas de este libro, pero no fue hasta que mi hija me preguntó si tenía el libro. No lo tenía y empecé a “perseguir” el libro hasta que hace pocos días lo hallé o él me halló. Casi inmediatamente lo empecé a leer. Hoy que lo terminé de leer debo comentar que es una historia muy tierna que pinta de cuerpo completo la humanidad de Franz Kafka, ese escritor de perturbadoras historias que se anticipan a los grandes horrores por los que pasaría la humanidad unos años después y que, lamentablemente, siguen ocurriendo.





   Según se sabe, Kafka se había mudado a Berlín con su nueva pareja, Dora Diamant. Ambos solían salir a caminar por un parque cercano, el parque Steglitz, fue allí donde un día vieron a una niña que lloraba desconsoladamente. El llanto de la niña llevó a Franz Kafka a preguntarle el porqué de sus lágrimas. La niña respondió que su muñeca se le había perdido. Ante este hecho, el escritor checo le dice para consolarla que su muñeca no se ha perdido, que está de viaje. Cuando la niña le pregunta que cómo sabe él, el escritor responde que él es cartero de muñecas y que tiene una carta de la muñeca para ella, pero que la tiene en su casa y que al día siguiente en ese mismo lugar se la entregará. Es el inicio de la historia que ha de durar unas semanas.





   Escribe Jordi Sierra I Fabra al final de su novela unos “Agradecimientos”. En el primer párrafo menciona al escritor argentino César Aira, quien publicó un artículo en 2024. “La muñeca viajera” fue el impulso para aventurarse a escribir la novela. Jordi Sierra dice: “Me lanzó a escribir esta historia”. He aquí el texto:

  

 

LA MUÑECA VIAJERA


   El año pasado, después de superar los detectores de metales en un aeropuerto, oí unos gritos desgarradores que hicieron volver la cabeza a todo el mundo. Era una niñita, de tres o cuatro años, llorando con desesperación. La madre la había alzado y trataba de calmarla, en vano. Los gritos subían de volumen, cargados de una angustia que la niña, evidentemente, se empeñaba en hacer pública. Abrazaba una muñeca, gesto del que deduje lo que debía de haber pasado: los policías de seguridad le habían revisado la muñeca. Lo confirmé cuando pasaron a mi lado y oí a la madre diciéndole: «Te juro que no le hicieron nada, te lo juro…». Alguien me dijo después, cuando le conté la historia, que muñecas y juguetes son especialmente temidos en esas circunstancias, porque los secuestradores de aviones los han usado más de una vez para introducir armas. Quién sabe qué había pasado por la cabeza de esa niña al ver su muñeca en manos de los policías; quizás la habían atravesado con agujas o la habían palpado de un modo amenazante; quizás vivió una especie de violación vicaria; después de todo, las niñas depositan muchos sentimientos en sus muñecas.

   Sea como sea, la muñeca había pasado el examen, aun a costa de las lágrimas de su dueña, y ya estaba «en tránsito». La situación me recordó una historia poco conocida en la vida de Kafka.

   En 1923, viviendo en Berlín, Kafka solía ir a un parque, el Steglitz, que todavía existe. Un día encontró a una niñita llorando, porque había perdido su muñeca. Kafka inventó al instante una historia: la muñeca no estaba perdida, sólo se había ido de viaje, para conocer mundo. Y le había escrito a su dueña una carta, que él tenía en su casa y le traería al día siguiente. Y así fue: esa noche se dedicó a escribir la carta, con toda seriedad. (Dora Diamant, que cuenta la historia, dice: «Entró en el mismo estado de tensión nerviosa que lo poseía cada vez que se sentaba a su escritorio, así fuera para escribir una carta o una postal»). Al día siguiente la niña lo esperaba en el parque, y la «correspondencia» prosiguió a razón de una carta por día, durante tres semanas. La muñeca nunca se olvidaba de enviarle su amor a la niña, a la que recordaba y extrañaba, pero sus aventuras en el extranjero la retenían lejos, y con la aceleración propia del mundo de la fantasía, estas aventuras derivaron en noviazgo, compromiso, y al fin matrimonio e hijos, con lo que el regreso se aplazaba indefinidamente. Para entonces la niña, lectora fascinada de esta novela epistolar, se había reconciliado con la pérdida, a la que terminó viendo como una ganancia.

   Privilegiada niñita berlinesa, única lectora del libro más hermoso de Kafka. Me han contado, y quiero creer que es cierto, que el gran estudioso de Kafka, Klaus Wagenbach, buscó durante años a esa niña, interrogó a vecinos del parque, revisó el catastro de la zona, puso avisos en los diarios, todo en vano. Y hasta el día de hoy visita periódicamente el parque Steglitz, examina a las señoras mayores que llevan a jugar a sus nietos… La niña ya debe de ir para los noventa años, y es difícil que la encuentre. Pero el esfuerzo vale la pena. Esas cartas de la muñeca lo tienen todo para hacer soñar no sólo a un editor como Klaus Wagenbach.

   El llanto de mi niña del aeropuerto enlazaba con el de la niña del parque Steglitz, a ochenta años de distancia. Uno tiende a sonreír frente al llanto de los niños, porque sus dramas nos parecen menores y fáciles de solucionar. Para ellos no lo son. Y hacer el esfuerzo de entrar en las relatividades de su mundo se equivale con el trabajo de entrar al mundo de un artista, donde todo es signo.

   El contrato de una niña con su muñeca es un contrato semiótico, una creación de sentido, sostenida en la tensión del verosímil y la fantasía. De ahí que la anécdota no sea casual: Kafka fue el más grande descubridor de signos en la vida moderna. Reiner Stach señala con mucha pertinencia, en su biografía de Kafka, que para el escritor no se trata sólo de saber observar, sino que es preciso descubrir los signos ocultos en lo que se observa. La elogiada precisión quirúrgica de la mirada de Kafka se hacía escritura en la transmutación de lo visible en signo.

La desaparición del libro de las cartas de la muñeca, por mucho que la lamentemos, deberíamos verla como un signo positivo. Es el elemento que, por su ausencia, da sentido al resto de la obra, que es una saga de desapariciones cuya presencia en forma de relatos, de escritura, tiene por función cerrar la herida de la pérdida.

   Por poco que lo pensemos, esta función fue la que dio origen a los cuentos que se le contaban a los niños, para enseñarles a temer el mundo, y al mismo tiempo para que aprendieran que el mundo había existido antes que ellos, y seguiría existiendo sin ellos. Fue esta función terapéutico-didáctica la que realizó la obra de Kafka, y por eso con él se cerró el ciclo histórico de la literatura infantil. Sus cuentos de hadas hicieron anacrónicos todos los demás, y el siglo XX, por causa de él, no tuvo sus Perrault ni sus Andersen (ni su Dickens). Pero lo tuvo a Kafka, y es suficiente.

 

César Aira. Publicado el 8 de mayo de 2004 en el suplemento Babelia, del diario El País.


 

 



   Un año después, en 2005, el escritor estadounidense Paul Auster escribe sobre este hecho en un libro suyo, este es el fragmento:

 

 

PAUL AUSTER Y LA MUÑECA DE KAFKA

 

   Todas las tardes, Kafka sale a dar un paseo por el parque. La mayoría de las veces, Dora, su pareja, lo acompaña. Un día, se encuentran con una niña pequeña que está llorando a lágrima viva. Kafka le pregunta qué le ocurre, y ella contesta que ha perdido su muñeca. Él se pone inmediatamente a inventar un cuento para explicarle lo que ha pasado. “Tu muñeca ha salido de viaje», le dice. “¿Y tú cómo lo sabes?”, le pregunta la niña. “Porque me ha escrito una carta”, responde Kafka. La niña parece recelosa. “¿Tienes ahí la carta?”, pregunta ella. “No, lo siento”, dice él, “me la he dejado en casa sin darme cuenta, pero mañana te la traigo.” Es tan persuasivo, que la niña ya no sabe qué pensar. ¿Es posible que ese hombre misterioso esté diciendo la verdad?

   Kafka vuelve inmediatamente a casa para escribir la carta. Se sienta frente al escritorio y Dora, que ve cómo se concentra en la tarea, observa la misma gravedad y tensión que cuando compone su propia obra. No es cuestión de defraudar a la niña. La situación requiere un verdadero trabajo literario, y está resuelto a hacerlo como es debido. Si se le ocurre una mentira bonita y convincente, podrá sustituir la muñeca perdida por una realidad diferente; falsa, quizá, pero verdadera en cierto modo y verosímil según las leyes de la ficción.

   Al día siguiente, Kafka vuelve apresuradamente al parque con la carta. La niña lo está esperando, y como todavía no sabe leer, él se la lee en voz alta. La muñeca lo lamenta mucho, pero está harta de vivir con la misma gente todo el tiempo. Necesita salir y ver mundo, hacer nuevos amigos. No es que no quiera a la niña, pero le hace falta un cambio de aires, y por tanto deben separarse durante una temporada. La muñeca promete entonces a la niña que le escribirá todos los días y la mantendrá al corriente de todas sus actividades.

   Ahí es donde la historia empieza a llegarme al alma. Ya es increíble que Kafka se tomara la molestia de escribir aquella primera carta, pero ahora se compromete a escribir otra cada día, única y exclusivamente para consolar a la niña, que resulta ser una completa desconocida para él, una criatura que se encuentra casualmente una tarde en el parque. ¿Qué clase de persona hace una cosa así? Y cumple su compromiso durante tres semanas, Nathan. ¡Tres semanas! Uno de los escritores más geniales que han existido jamás sacrificando su tiempo (su precioso tiempo que va menguando cada vez más) para redactar cartas imaginarias de una muñeca perdida. Dora dice que escribía cada frase prestando una tremenda atención al detalle, que la prosa era amena, precisa y absorbente. En otras palabras, era su estilo característico y a lo largo de tres semanas Kafka fue diariamente al parque a leer otra carta a la niña. La muñeca crece, va al colegio, conoce a otra gente. Sigue dando a la niña garantías de su afecto, pero apunta a determinadas complicaciones que han surgido en su vida y hacen imposible su vuelta a casa. Poco a poco, Kafka va preparando a la niña para el momento en que la muñeca desaparezca de su vida por siempre jamás. Procura encontrar un final satisfactorio, pues teme que, sin no lo consigue, el hechizo se rompa. Tras explorar diversas posibilidades, finalmente se decide a casar a la muñeca. Describe al joven del que se enamora, la fiesta de pedida, la boda en el campo, incluso la casa donde la muñeca vive ahora con su marido. Y entonces, en la última línea, la muñeca se despide de su antigua y querida amiga.

   Para entonces, claro está, la niña ya no echa de menos a la muñeca. Kafka le ha dado otra cosa a cambio, y cuando concluyen esas tres semanas, las cartas la han aliviado de su desgracia. La niña tiene la historia, y cuando una persona es lo bastante afortunada para vivir dentro de una historia, para habitar un mundo imaginario, las penas de este mundo desaparecen. Mientras la historia sigue su curso, la realidad se transforma.                                                      

Paul Auster. Tomado de: Brooklyn Follies, Booket 2016 (el autor incluyó la historia en 2005 en el libro).

 

   No he tenido el más mínimo deseo con esta entrada de adelantar el contenido de la novela, he escrito estas líneas para que se animen a leer Kafka y la muñeca viajera, recuerden, no solo es lo que se cuenta sino cómo es que se cuenta, los recursos lingüísticos que emplea el escritor y eso también es muy importante (por cierto, encontré este archivo en PDF y el enlace es el siguiente: https://mariajosenicolas.wordpress.com/wp-content/uploads/2012/01/kafka-y-la-muneca-viajera-jordi-sierra-i-fabra.pdf). Sirvan estas líneas también para que se embarquen en la lectura o relectura de las monumentales novelas de Franz Kafka: La metamorfosis, El proceso, El castillo, América (que también circula como El desaparecido) *. Así sea.







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* Por cierto, estas tres últimas novelas se salvaron del fuego, pues antes de morir, Kafka pidió a su mejor amigo, el también escritor Max Brod, que las quemaran sin ser leídas. El último deseo de Kafka no se cumplió y Max Brod las hizo publicar con la autorización del padre del escritor checo.

 

   Continuará…

 

 

                                                       Morada de Barranco, 20 de mayo de 2025