El habitado mundo roído por el sueño…
Raúl Deustua
El mes de
mayo va transcurriendo. El frío poco a poco ingresa a nuestras vidas, el frío y
la humedad. Estamos en otoño. Hay días que amanecen cubiertos de una fina
niebla y presta a esta geografía una atmósfera de misterio que vuelve a
Barranco en un espacio atractivo. Pero hay todavía días de sol, algo así como
si el verano se resistiese a partir, son días de luz engañosa pues el frío va
ejerciendo de a pocos su dominio y hay que protegerse de él, abrigarse.
Esta última semana he tenido unos días de descanso por las vacaciones escolares. Estos días han sido providenciales después de largas jornadas de trabajo, días libres en los que, como de costumbre, Rita y yo hemos salido temprano para caminar por el malecón o, a veces con la compañía de nuestra hija, bajar a la playa y en el trayecto conversar, reír, tomar fotos.
Ya en
casa, me abandono al placer de la lectura. Quiero comentar que hace unos días
terminé de leer una novela ambientada en la Primera Guerra Mundial: Sin
novedad en el frente, obra del alemán Erich Maria Remarque publicada en
1929 con notable éxito de ventas. Una novela dura, realista sobre los horrores
por las que pasa Paul Bäumer, un joven soldado alemán de diecisiete años en el
frente de batalla. La novela es en realidad un texto antibelicista cuya
circulación fue prohibida en la Alemania nazi por considerar que presentaba una
imagen negativa de Alemania, incluso fue uno de los libros quemados en actos
públicos en 1933, como parte del plan de la “Aktion wider den undeutschen
Geist”; o sea, el plan de “Acción contra el espíritu antialemán”. El autor que
era visto como traidor tuvo que exiliarse ese mismo año. Mucho se puede
comentar de esta novela, pero no es el momento ni el espacio.
Paralela a
esta lectura he ido leyendo lenta, pausadamente (como creo que debe ser cuando
de poesía se trata) un libro publicado en 1931, hablo de Cinema de los
sentidos puros, del poeta Enrique Peña Barrenechea. Junto a él, dos obras.
Una a la que vuelvo cada que puedo: Otras tardes, libro que recoge cinco
cuentos del peruano Luis Loayza; entre ellos, uno de los cuentos que más amo y
para mí, uno de los mejores de la literatura peruana: Enredadera. El
otro libro es la trilogía de Agota Kristof: Claus y Lucas, voy por la
primera novela: El gran cuaderno.
Pero sobre
el libro del cual quiero comentar algo más es una novela de Jordi Sierra I
Fabra: Kafka y la muñeca viajera. El libro llegó a mis manos casi por
casualidad (pero esa es otra historia). La novela se basa en un hecho real
ocurrido al escritor checo Franz Kafka, un año antes de que la tuberculosis se
lo llevara, hablamos del año 1923. El encontrarme con este libro provocó que
postergara momentáneamente la lectura de la obra de Agota Kristof.
Sabía
algunas cosas de este libro, pero no fue hasta que mi hija me preguntó si tenía
el libro. No lo tenía y empecé a “perseguir” el libro hasta que hace pocos días
lo hallé o él me halló. Casi inmediatamente lo empecé a leer. Hoy que lo
terminé de leer debo comentar que es una historia muy tierna que pinta de
cuerpo completo la humanidad de Franz Kafka, ese escritor de perturbadoras
historias que se anticipan a los grandes horrores por los que pasaría la
humanidad unos años después y que, lamentablemente, siguen ocurriendo.
Según se
sabe, Kafka se había mudado a Berlín con su nueva pareja, Dora Diamant. Ambos
solían salir a caminar por un parque cercano, el parque Steglitz, fue allí
donde un día vieron a una niña que lloraba desconsoladamente. El llanto de la
niña llevó a Franz Kafka a preguntarle el porqué de sus lágrimas. La niña
respondió que su muñeca se le había perdido. Ante este hecho, el escritor checo
le dice para consolarla que su muñeca no se ha perdido, que está de viaje.
Cuando la niña le pregunta que cómo sabe él, el escritor responde que él es
cartero de muñecas y que tiene una carta de la muñeca para ella, pero que la tiene en su casa y que al día siguiente en ese mismo lugar se la entregará. Es
el inicio de la historia que ha de durar unas semanas.
Escribe
Jordi Sierra I Fabra al final de su novela unos “Agradecimientos”. En el primer
párrafo menciona al escritor argentino César Aira, quien publicó un artículo en
2024. “La muñeca viajera” fue el impulso para aventurarse a escribir la novela.
Jordi Sierra dice: “Me lanzó a escribir esta historia”. He aquí el texto:
LA MUÑECA VIAJERA
El año pasado, después de superar los
detectores de metales en un aeropuerto, oí unos gritos desgarradores que
hicieron volver la cabeza a todo el mundo. Era una niñita, de tres o cuatro
años, llorando con desesperación. La madre la había alzado y trataba de
calmarla, en vano. Los gritos subían de volumen, cargados de una angustia que
la niña, evidentemente, se empeñaba en hacer pública. Abrazaba una muñeca,
gesto del que deduje lo que debía de haber pasado: los policías de seguridad le
habían revisado la muñeca. Lo confirmé cuando pasaron a mi lado y oí a la madre
diciéndole: «Te juro que no le hicieron nada, te lo juro…». Alguien me dijo
después, cuando le conté la historia, que muñecas y juguetes son especialmente
temidos en esas circunstancias, porque los secuestradores de aviones los han
usado más de una vez para introducir armas. Quién sabe qué había pasado por la
cabeza de esa niña al ver su muñeca en manos de los policías; quizás la habían
atravesado con agujas o la habían palpado de un modo amenazante; quizás vivió
una especie de violación vicaria; después de todo, las niñas depositan muchos
sentimientos en sus muñecas.
Sea como sea, la muñeca había pasado el
examen, aun a costa de las lágrimas de su dueña, y ya estaba «en tránsito». La
situación me recordó una historia poco conocida en la vida de Kafka.
En 1923, viviendo en Berlín, Kafka solía ir
a un parque, el Steglitz, que todavía existe. Un día encontró a una niñita
llorando, porque había perdido su muñeca. Kafka inventó al instante una
historia: la muñeca no estaba perdida, sólo se había ido de viaje, para conocer
mundo. Y le había escrito a su dueña una carta, que él tenía en su casa y le
traería al día siguiente. Y así fue: esa noche se dedicó a escribir la carta,
con toda seriedad. (Dora Diamant, que cuenta la historia, dice: «Entró en el
mismo estado de tensión nerviosa que lo poseía cada vez que se sentaba a su
escritorio, así fuera para escribir una carta o una postal»). Al día siguiente
la niña lo esperaba en el parque, y la «correspondencia» prosiguió a razón de
una carta por día, durante tres semanas. La muñeca nunca se olvidaba de
enviarle su amor a la niña, a la que recordaba y extrañaba, pero sus aventuras
en el extranjero la retenían lejos, y con la aceleración propia del mundo de la
fantasía, estas aventuras derivaron en noviazgo, compromiso, y al fin
matrimonio e hijos, con lo que el regreso se aplazaba indefinidamente. Para
entonces la niña, lectora fascinada de esta novela epistolar, se había
reconciliado con la pérdida, a la que terminó viendo como una ganancia.
Privilegiada niñita berlinesa, única lectora
del libro más hermoso de Kafka. Me han contado, y quiero creer que es cierto,
que el gran estudioso de Kafka, Klaus Wagenbach, buscó durante años a esa niña,
interrogó a vecinos del parque, revisó el catastro de la zona, puso avisos en
los diarios, todo en vano. Y hasta el día de hoy visita periódicamente el
parque Steglitz, examina a las señoras mayores que llevan a jugar a sus nietos…
La niña ya debe de ir para los noventa años, y es difícil que la encuentre.
Pero el esfuerzo vale la pena. Esas cartas de la muñeca lo tienen todo para
hacer soñar no sólo a un editor como Klaus Wagenbach.
El llanto de mi niña del aeropuerto enlazaba
con el de la niña del parque Steglitz, a ochenta años de distancia. Uno tiende
a sonreír frente al llanto de los niños, porque sus dramas nos parecen menores
y fáciles de solucionar. Para ellos no lo son. Y hacer el esfuerzo de entrar en
las relatividades de su mundo se equivale con el trabajo de entrar al mundo de
un artista, donde todo es signo.
El contrato de una niña con su muñeca es un
contrato semiótico, una creación de sentido, sostenida en la tensión del
verosímil y la fantasía. De ahí que la anécdota no sea casual: Kafka fue el más
grande descubridor de signos en la vida moderna. Reiner Stach señala con mucha
pertinencia, en su biografía de Kafka, que para el escritor no se trata sólo de
saber observar, sino que es preciso descubrir los signos ocultos en lo que se
observa. La elogiada precisión quirúrgica de la mirada de Kafka se hacía escritura
en la transmutación de lo visible en signo.
La desaparición del libro
de las cartas de la muñeca, por mucho que la lamentemos, deberíamos verla como
un signo positivo. Es el elemento que, por su ausencia, da sentido al resto de
la obra, que es una saga de desapariciones cuya presencia en forma de relatos,
de escritura, tiene por función cerrar la herida de la pérdida.
Por poco que lo pensemos, esta función fue
la que dio origen a los cuentos que se le contaban a los niños, para enseñarles
a temer el mundo, y al mismo tiempo para que aprendieran que el mundo había
existido antes que ellos, y seguiría existiendo sin ellos. Fue esta función terapéutico-didáctica
la que realizó la obra de Kafka, y por eso con él se cerró el ciclo histórico
de la literatura infantil. Sus cuentos de hadas hicieron anacrónicos todos los
demás, y el siglo XX, por causa de él, no tuvo sus Perrault ni sus Andersen (ni
su Dickens). Pero lo tuvo a Kafka, y es suficiente.
César Aira. Publicado el
8 de mayo de 2004 en el suplemento Babelia, del diario El País.
Un año
después, en 2005, el escritor estadounidense Paul Auster escribe sobre este
hecho en un libro suyo, este es el fragmento:
PAUL AUSTER Y LA MUÑECA DE KAFKA
Todas las tardes, Kafka sale a dar un paseo
por el parque. La mayoría de las veces, Dora, su pareja, lo acompaña. Un día,
se encuentran con una niña pequeña que está llorando a lágrima viva. Kafka le
pregunta qué le ocurre, y ella contesta que ha perdido su muñeca. Él se pone
inmediatamente a inventar un cuento para explicarle lo que ha pasado. “Tu
muñeca ha salido de viaje», le dice. “¿Y tú cómo lo sabes?”, le pregunta la
niña. “Porque me ha escrito una carta”, responde Kafka. La niña parece
recelosa. “¿Tienes ahí la carta?”, pregunta ella. “No, lo siento”, dice él, “me
la he dejado en casa sin darme cuenta, pero mañana te la traigo.” Es tan
persuasivo, que la niña ya no sabe qué pensar. ¿Es posible que ese hombre
misterioso esté diciendo la verdad?
Kafka vuelve inmediatamente a casa para
escribir la carta. Se sienta frente al escritorio y Dora, que ve cómo se
concentra en la tarea, observa la misma gravedad y tensión que cuando compone
su propia obra. No es cuestión de defraudar a la niña. La situación requiere un
verdadero trabajo literario, y está resuelto a hacerlo como es debido. Si se le
ocurre una mentira bonita y convincente, podrá sustituir la muñeca perdida por
una realidad diferente; falsa, quizá, pero verdadera en cierto modo y verosímil
según las leyes de la ficción.
Al día siguiente, Kafka vuelve
apresuradamente al parque con la carta. La niña lo está esperando, y como
todavía no sabe leer, él se la lee en voz alta. La muñeca lo lamenta mucho,
pero está harta de vivir con la misma gente todo el tiempo. Necesita salir y
ver mundo, hacer nuevos amigos. No es que no quiera a la niña, pero le hace
falta un cambio de aires, y por tanto deben separarse durante una temporada. La
muñeca promete entonces a la niña que le escribirá todos los días y la
mantendrá al corriente de todas sus actividades.
Ahí es donde la historia empieza a llegarme
al alma. Ya es increíble que Kafka se tomara la molestia de escribir aquella
primera carta, pero ahora se compromete a escribir otra cada día, única y
exclusivamente para consolar a la niña, que resulta ser una completa
desconocida para él, una criatura que se encuentra casualmente una tarde en el
parque. ¿Qué clase de persona hace una cosa así? Y cumple su compromiso durante
tres semanas, Nathan. ¡Tres semanas! Uno de los escritores más geniales que han
existido jamás sacrificando su tiempo (su precioso tiempo que va menguando cada
vez más) para redactar cartas imaginarias de una muñeca perdida. Dora dice que
escribía cada frase prestando una tremenda atención al detalle, que la prosa
era amena, precisa y absorbente. En otras palabras, era su estilo
característico y a lo largo de tres semanas Kafka fue diariamente al parque a
leer otra carta a la niña. La muñeca crece, va al colegio, conoce a otra gente.
Sigue dando a la niña garantías de su afecto, pero apunta a determinadas
complicaciones que han surgido en su vida y hacen imposible su vuelta a casa.
Poco a poco, Kafka va preparando a la niña para el momento en que la muñeca
desaparezca de su vida por siempre jamás. Procura encontrar un final
satisfactorio, pues teme que, sin no lo consigue, el hechizo se rompa. Tras
explorar diversas posibilidades, finalmente se decide a casar a la muñeca.
Describe al joven del que se enamora, la fiesta de pedida, la boda en el campo,
incluso la casa donde la muñeca vive ahora con su marido. Y entonces, en la
última línea, la muñeca se despide de su antigua y querida amiga.
Para entonces, claro está, la niña ya no
echa de menos a la muñeca. Kafka le ha dado otra cosa a cambio, y cuando
concluyen esas tres semanas, las cartas la han aliviado de su desgracia. La
niña tiene la historia, y cuando una persona es lo bastante afortunada para
vivir dentro de una historia, para habitar un mundo imaginario, las penas de
este mundo desaparecen. Mientras la historia sigue su curso, la realidad se
transforma.
Paul Auster. Tomado de: Brooklyn Follies, Booket
2016 (el autor incluyó la historia en 2005 en
el libro).
No he tenido el más mínimo deseo con esta entrada de adelantar el
contenido de la novela, he escrito estas líneas para que se animen a leer Kafka y la muñeca viajera, recuerden, no solo es
lo que se cuenta sino cómo es que se cuenta, los recursos lingüísticos que
emplea el escritor y eso también es muy importante (por cierto, encontré este
archivo en PDF y el enlace es el siguiente: https://mariajosenicolas.wordpress.com/wp-content/uploads/2012/01/kafka-y-la-muneca-viajera-jordi-sierra-i-fabra.pdf).
Sirvan estas líneas también para que se embarquen
en la lectura o relectura de las monumentales novelas de Franz Kafka: La metamorfosis, El proceso, El castillo, América (que también circula
como El
desaparecido) *. Así sea.
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* Por cierto, estas tres últimas novelas se salvaron del
fuego, pues antes de morir, Kafka pidió a su mejor amigo, el también escritor
Max Brod, que las quemaran sin ser leídas. El último deseo de Kafka no se
cumplió y Max Brod las hizo publicar con la autorización del padre del escritor
checo.
Continuará…
Morada de Barranco, 20 de mayo de 2025