domingo, 24 de noviembre de 2013

UN AVENTURERO DE EMOCIONES


 

                                                                                  (a este bueno aventurero de emociones)
                                                                                             Carlos Oquendo de Amat

 


 

   Se acercan las fiestas, estamos apenas a un mes. La temperatura está cambiando de a pocos. Por momentos se siente calor, aunque hay días en que amanece preciosamente nublado. Por estas fechas, el trabajo suele aumentar: hay que corregir informes, preparar exámenes, elaborar registros, en fin, toda esa labor propia para dar término al año lectivo. En medio de tanto trabajo agotador y estresante, los libros me acompañan y brindan momentos de relajación, de soberano placer en casa. Entonces sucede lo de siempre: cada que pienso en las lecturas en las que estoy embarcado, se me hace imposible no recordar y citar ese soneto endecasílabo del maese Quevedo:


Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos.

Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.

Las grandes almas que la muerte ausenta,
de injurias de los años vengadora,
libra, ¡oh gran don Joseph!, docta la imprenta.

En fuga irrevocable huye la hora;
pero aquella el mejor cálculo cuenta,
que en la lección y estudios nos mejora.
 
 

   Mencioné a la lectura (la relectura, en realidad), a los libros que me permiten (voy a parafrasear a Quevedo) conversar con los difuntos y escuchar con mis ojos a los muertos: Diario educar, por ejemplo, ese libro tan lleno de  sabiduría y vida del gran Constantino Carvallo que siempre tiene algo nuevo que decirnos para los que bregamos a diario con los escolares; La realidad y el deseo, fabuloso título que recoge toda (o casi toda) la producción poética del irascible y solitario Luis Cernuda: hay palabras escritas con dolor, con sangre, con urgencia y cuyas huellas son indelebles, incluso para los lectores y a ellas regresamos cada que podemos, cual si fuera una cita que siempre queda inconclusa, como con este poema de Cernuda, el eterno insatisfecho:


DONDE HABITE EL OLVIDO

Donde habite el olvido,
en los vastos jardines sin aurora;
donde yo sólo sea
memoria de una piedra sepultada entre ortigas
sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

Donde mi nombre deje
al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
donde el deseo no exista.

En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
no esconda como acero
en mi pecho su ala,
sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.

Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
sometiendo a otra vida su vida,
sin más horizonte que otros ojos frente a frente.

Donde penas y dichas no sean más que nombres,
cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
disuelto en niebla, ausencia,
ausencia leve como carne de niño.

Allá, allá lejos;
donde habite el olvido.






 



 
   He mencionado dos libros, no son los únicos, cerca a mi cama, en el escritorio, andan los libros que leo o que están en compás de espera, listos a recibir la curiosidad de mis ojos, puedo mencionar El mundo de ayer, las memorias de Stefan Zweig, hoy en día un escritor algo olvidado (injustamente, por cierto) al que mis alumnos de 5to han descubierto y sabido disfrutar a través de Carta de una desconocida y Mendel, el de los libros. Debo también mencionar a Leyendas medievales de Hermann Hesse, Ensayos de Luis Loayza y 5 metros de poemas del apasionante y elusivo Carlos Oquendo de Amat. Son algunos de los varios libros que voy leyendo, saboreando sus palabras, disfrutando de esa gran fiesta que es la aventura de leer.
 
 










   Pero también tendría que mencionar al cine. Soy un incondicional, un apasionado de este arte, pero hablo del buen cine, no del otro, del descartable, el que se complace en las piruetas y en piruetas se queda, soy de los que no están dispuestos a perder su tiempo con películas insustanciales, aquellos filmes que lo único que quieren es tontearte con historias que responden a esquemas de los que nunca salen.
 



 

  Amo el cine, sí, sé que este es el espacio en el que transito abandonado a “las grandes felicidades”, territorio en el que completamente sumido en sus imágenes navego feliz y realizado, sus predios no solo me prodigan diversión sino reflexión, descubrimiento, reconocimiento de nuestras múltiples máscaras: lo reconozco, en él “vivo” la intensidad y el fuego de esas vidas ficticias, pero tan conmovedoras, tan inquietantes y tan reales.
 
 

   Algo que me propuse este año, como profesor, fue introducir el cine, lo reitero, el buen cine en las aulas: que las grandes películas entren en la vida de mis alumnos. Es así que este año, estos jóvenes adolescentes han disfrutado, se han conmovido con películas como Los olvidados y Un perro andaluz de Luis Buñuel, El gabinete del doctor Caligari de Robert Wiene, M (El vampiro de Düsseldorf) de Fritz Lang, Los cuatrocientos golpes de Francois Truffaut, La noche del cazador de Charles Laughton, Tiempos modernos, El pibe, Luces de la ciudad, La quimera del oro de Charles Chaplin, El hombre mosca de Harold Lloyd, Ser o no ser de Ernst Lubitsch y ahora, quizá como última película, ¡Qué bello es vivir! de Frank Capra.


 





















   Han quedado esperando su turno (el próximo año será su tiempo) películas tan hermosas como Stromboli y Alemania, año cero de Roberto Rossellini, Tuyo es mi corazón (Notorius) y Sombra de una duda de Alfred Hitchcock, El hombre quieto y Que verde era mi valle de John Ford, alguna película de Éric Rohmer, pienso en Cuento de invierno y por cierto, algún western, supongo que Río Bravo de Howard Hawks o Centauros del desierto de John Ford, por mencionar solo dos.


 
 
 








   Pero se trata de no correr, de avanzar con paso lento y seguro. Sé que sucederá dentro de poco, que seguiré escuchando, como en este año, a los jóvenes hablar sobre las películas que han visionado: sus comentarios apasionados, sus afectos o desafectos por determinados personajes... En silencio me quedaba escuchando sus palabras y sonreía y celebraba el triunfo, no mío por cierto, sino de ellos, de estos jóvenes que tienen el atrevimiento de transponer las barreras de un cine conformista y puramente comercial, hueco.
 
 

   Falta exactamente un mes para la Navidad, los días irán pasando (“como tranvías”, decía el poeta Francisco Bendezú), mientras de a pocos iré saliendo del trabajo que se agolpa por esta temporada y, para variar, continuaré embarcándome en ciertos libros y en ciertas películas que me depararán el edén aquí en el tercer planeta, eso lo tengo más que seguro.
 
 








   Continuará…

 
 

                                     Morada de Barranco, 24 de noviembre de 2013.
 
 
 
 

jueves, 14 de noviembre de 2013

SORPRESAS DE LA VIDA (¿COINCIDENCIAS?)






                                                                         ETERNA Juventud  Vejez ETERNA
                                                                                     Carlos Oquendo de Amat

 

 


   Hace unos días me reuní con algunos de mis ex compañeros de colegio (Alfredo Sosa, "Lito" Flores, "Quique" Vaca y el "Loquito" Herrera). Buen momento para conversar y recordar los tiempos en que fuimos mozos indocumentados y atrevidos: desfilaron inevitablemente en nuestra charla los nombres de nuestros antiguos profesores, sus curiosos sobrenombres, algunas anécdotas que motivaron las risas; infaltables fueron los comentarios apasionados sobre las tristezas que desde hace mucho nos deja el fútbol peruano que no clasifica a un mundial desde el año 1982. Pero sí un momento hubo en que la nostalgia nos embargó, fue cuando hablamos sobre los cinco cines que antes existieron en Barranco y que alimentaron con sueños y fantasías a los niños y adolescentes que fuimos, y que hoy ya adultos otoñales, lamentablemente, solo nos queda recordarlos: Premier, Barranco, Raimondi, Zenith, Balta. El día de hoy, si se quiere ver alguna película reciente, hay que ir hasta Chorrillos o Miraflores ya que Barranco no tiene ni un cine.
 



 
 
   Por coincidencia (¿coincidencia?), muy temprano, el día de hoy visioné por segunda vez, luego de algunos meses, una película de Yazujiro Ozu: El sabor del sake, film de 1962. Llamó mi atención aquellas escenas donde, tal como me ocurriera a mí hace unos días, se reúnen varios ex compañeros de colegio, adultos ya, otoñales, con nietos algunos. Entre botellas de cerveza, whisky y sake, en una de esas reuniones conversan, beben y ríen con un antiguo profesor a quien apodaban Calabaza. Es probablemente de entre todos, el personaje más conmovedor: un hombre ya anciano, frágil, con una hija solterona y una vida sumida en la mediocridad. Es este profesor quien embriagado dice ante sus ex alumnos estas palabras que caen como un mazazo: “Al final de la vida el hombre se queda solo”. Inquietante frase, para alguien que, como yo, ya ha empezado a pintar canas. Es así el cine: a veces nos remite hacia algunos instantes de nuestras vidas o nos pinta por adelantado lo que nos espera.




 
 

   Hace unos instantes mencioné la palabra “coincidencia”, no sé realmente si sucedan. Pero al mencionar esta palabrita se vino al instante un recuerdo que, a pesar de mis dudas, me lleva a pensar que a veces sí suceden. Corría el año 1999, verano de 1999. Rita y yo estábamos en todos los ajetreos de nuestro matrimonio. Habíamos decidido casarnos en un templo colonial. Lamentablemente la iglesia del Monasterio de Jesús, María y José del centro de Lima quedó descartada. Así que, luego de analizar las posibilidades, decidimos que el matrimonio tenía que ser en la iglesia Santiago Apóstol de Surco, iglesia sobreviviente a la guerra con Chile. El problema era que ninguno de los dos vivía en ese distrito, y para casarnos allí, teníamos que presentar un recibo de consumo de agua o luz de Surco como prueba de que pertenecíamos a esa jurisdicción.




 
 

   Inmediatamente pensamos en una ex compañera de trabajo que vivía en ese distrito, ella podría prestarnos el recibo, pero no sabíamos exactamente dónde residía. El plazo para presentar el documento se vencía, si no cumplíamos con ese requisito tendríamos que buscar otra iglesia y nuestro matrimonio ya no podría ser en febrero, último mes de vacaciones. Recuerdo que caminábamos por la plaza de Surco viejo, desesperados porque no sabíamos cómo encontrar a Carmen, a quien hacía buen tiempo que no veíamos. Pensábamos que un golpe de suerte (¿existe la suerte?) haría que coincidiéramos en alguna calle con ella.


 
 


   En la vida, hay ocasiones en que uno hace cosas que después no se atrevería a volver a hacer. Pero hoy que recuerdo, me parece ver todo como en una película: cruzábamos por una esquina de la Plaza de Surco, cuando a manera de broma se me ocurrió, a la luz del día, empezar a gritar el nombre de Carmen. Supongo que los viandantes me escucharían sorprendidos. Yo me desgañitaba, mientras Rita, nerviosa, me decía que me callara: “¡Car-men, Car-men, Car-men…!", gritaba. De pronto, a mitad de pista, un taxi se para sorpresivamente junto a mí y del carro baja, oh sorpresa, Carmen. No nos quedó más que reír con Rita por lo que acababa de ocurrir, ¿coincidencia?
 



 

 
   Hace unas semanas, al preparar algunas clases, encontré este texto entre varios recortes de periódicos que conservo como material pedagógico, ¿el tema?, por coincidencia, coincidencias:
COINCIDENCIAS HISTÓRICAS
El secretario de Lincoln, de apellido Kennedy, le aconsejó no ir al teatro donde lo asesinarían. La secretaria de Kennedy, de apellido Lincoln, le aconsejó insistentemente no ir a Dallas donde lo matarían. Lincoln fue elegido congresista en 1846. Kennedy en 1946. Lincoln fue elegido presidente en 1860. Kennedy en 1960. Las esposas de ambos perdieron hijos en la Casa Blanca. Ambos presidentes fueron asesinados por sureños y ambos presidentes fueron sucedidos por sureños de un mismo apellido: Andrew Johnson, que sucedió a Lincoln, nació en 1808. Lindon Johnson, que sucedió a Kennedy, nació en 1908. Ambos presidentes murieron de un balazo en la cabeza y ambos fueron asesinados un viernes. John Wilkes Booth, asesino de Lincoln, nació en 1839. Lee Harvey Oswald, asesino de Kennedy, nació en 1939. Lincoln fue muerto en un teatro llamado Kennedy. Kennedy fue asesinado en un auto marca Lincoln. Booth asesinó a Lincoln en un teatro y corrió para esconderse en un almacén donde fue capturado. Oswald asesinó a Kennedy desde un almacén y corrió a esconderse a un teatro donde fue capturado. Ambos asesinos fueron asesinados antes de sus juicios.
 






   Podría pensarse, como muchos dicen, el mundo es chico, así que cruzarse con personas o ciertos sucesos son naturales que ocurran: como lo que posteé hace unas semanas sobre el trébol de cuatro hojas y una hojita de calendario con la fecha de mi cumpleaños que los encontré sorprendentemente en un libro de 1866. O como aquella vez cuando trabajé en Bruño como personal estable y entre los compañeros me topé con dos personas ligadas de una u otra manera a mi vida: una chiquilla de 22 años, Carmen Noblecilla, cuyo novio (y ahora esposo) había sido mi compañero de estudios y, sorpresas que te da la vida, una antigua amiga de infancia de Rita a quien ella no veía hacía muchas lunas. O si de sorpresas se trata, tengo como tutoriada a una alumna que estoy seguro que dentro de poco será una aplicada y brillante estudiante de medicina, Vesna Striseo, cuyo padre resultó ser, y nos dimos cuenta luego de que le contara algunas experiencias escolares que por coincidencia "Tito" también se las había contado, un ex compañero de primaria con quien estudié tres años y a quien dejé de ver casi cuarenta años y hoy, ¿pequeño es el mundo?, lo veo más a menudo, como no lo hice durante cuatro décadas. ¿Coincidencias de la vida? Vaya uno a saber. Pero suceden y uno acaba soberanamente sorprendido.



 

 





   Continuará…

 

 

                                Morada de Barranco, 14 de noviembre de 2013.