viernes, 30 de noviembre de 2012

HISTORIAS DE ZORROS







                              En vano será igualmente que vayan de un lado a otro llamando: “¡Atoj! ¡Atoj!”.
                                                                                                     Edgardo Rivera Martínez





   Ocurrió que una tarde, hace algunos años atrás, mi abuelo llegó a casa de mis padres. Habíamos terminado de almorzar cuando mi padre decidió (algo extraño en él) abrir un par de botellas de cerveza. Es en ese instante que llegó el abuelo y recuerdo nítidamente una expresión suya al ver las cebadas sobre la mesa: “Parece que me hubiera avisado mi zorro”. No entendí. Luego pregunté a mi madre a qué se había referido el abuelo al decir ello. “Es una frase de la sierra, respondió mi madre, es como decir que una voz te avisa de algo bueno que te va a ocurrir”. El zorro. Raposa la llaman en otros países; en algunas zonas de los Andes del Perú, atoj.
   Desde muy niño había leído y escuchado historias de zorros, todas ellas de origen europeo. Pero llegó el día en que a mis manos llegó una vieja edición de Fábulas Quechuas cuyo recopilador fue Adolfo Vienrich. Allí descubrí parte de la riqueza de la narrativa oral del Perú. Entre esas fábulas, un puñado de historias cuyo personaje protagónico era el zorro o atoj. Algunas de ellas eran de origen prehispánico. Pero en todas ellas un sabor ingenuo se percibía y ese era (y es) uno de sus encantos. Como en el caso de las historias de zorros de origen europeo, en estos relatos quechuas el zorro (símbolo de la astucia, de la trampa, de las malas artes) siempre termina perdiendo. Curioso.
   Me digo que quizá los incas, a través de estas sencillas historias, querían advertir al escucha que tuviera cuidado, que una conducta como la del zorro podía llevarle a terminar como él: aleccionado si es que no adolorido y hasta quizá muerto. Recordemos, son fábulas y su carácter didáctico es indudable, varios de estos relatos tienen su moraleja: 


Para un zorro sabihondo hay un sapo malicioso. (De: El zorro y el sapo)

El jactancioso hablador por su boca se condena. (De: El puma y el zorro)

Esto nos enseña que uno debe estar satisfecho con aquello que la naturaleza le otorga. (De: La huachua y la zorra)


   En una de las maravillosas historias de Dioses y hombres de Huarochirí, libro que recoge parte de la cosmovisión del hombre de los Andes, se cuenta la historia de Cuniraya Viracocha quien enamorado hasta no más va tras de Cavillaca y su hijo, preguntando a todo aquel que se cruza si no los ha visto pasar. En un tono que recuerda a ciertos pasajes de la Biblia encontramos estas líneas:

“Luego  se  encontró (Cuniraya Viracocha)  con  un zorro, y el zorro le dijo: “Ella ya está muy lejos; no la  encontrarás”.  Cuniraya  le  contestó: “A ti, aun cuando camines  lejos de  los  hombres,  que han de odiarte, te perseguirán; dirán:“Ese zorro infeliz”, y no  se  conformarán  con  matarte;  para su  placer pisarán tu cuero, lo maltratarán”.

   Pobre zorro, condenado hasta por los viejos dioses del antiguo Perú.
   Con la llegada de los conquistadores, el zorro no es un personaje ajeno a los comentarios de los cronistas. Pensemos en el hiperbólicamente llamado “Príncipe de los cronistas”, aquel de la frase feliz que decía algo así como (cito de memoria): “Mientras mis compañeros de armas descansaban, yo cansaba mi brazo escribiendo”. Sí, me refiero a Pedro Cieza de León, quien pergeñó estas líneas sobre los zorros:

“Y lo  que  más  se   ve   es  algunas  raposas,  tan engañosas, que aunque haya gran cuidado en guardar las cosas,  adondequiera  que  se aposenten españoles e  indios  han  de hurtar,  y  cuando no hallan qué, se llevan  los látigos  de las cinchas de los caballos o las riendas de los frenos”. 

   Leo y releo y me es inevitable sonreír, la última línea es graciosísima. Es de imaginar a los zorros desesperados por comer, y al no encontrar nada para saciarse hurtan hasta las correas y los látigos de cuero: tremendo hambre el de los zorros. También imagino la desazón de los españoles: sus caras, las maldiciones que les deben haber echado a los astutos zorros. Y no se me termina de borrar la sonrisa.
   Sin embargo, conforme iban llegando libros que recopilaban narraciones orales del Perú, fui descubriendo que también había historias donde el atoj sale bien parado, triunfador, ¿cómo explicar ello? Difícil. ¿Identificación con el eterno perdedor? Vaya uno a saber. Pero allí están las historias donde por fin el astuto vence, como muchas veces sucede en la realidad. Y la verdad, para qué negarla, eso me pone contento, por fin el pobre atoj se sale con la suya.
     Hubo un tiempo en que iba a la cacería de historias de zorros, adonde llegaba (Canta, Tarma, Concepción, Jauja, Arequipa...) preguntaba si alguien sabía de una historia que no conociera. Incluso ahora que mencioné a mi querido abuelo memorioso, recuerdo que un día le pregunté si sabía alguna historia de zorros y me contó La princesa Sumaccttica, vieja leyenda cusqueña que se cuenta en Lucre y donde uno de los personajes se llama Atoj Rimachi (cuya probable traducción sería: zorro hablador).
   Pero la intención de esta entrada no es hacer un recorrido exhaustivo sobre la presencia del zorro en la historia y en la literatura del Perú. Supongo que llegará el momento en que profundicemos este tema. Estas líneas son solo una introducción para mostrar un pequeño grupo de relatos orales peruanos del querido zorro, el viejo atoj.
   Sirva, pues, esta entrada como motivación para acercarnos un poquito más a este animalito, milenario personaje de tantas historias que se cuentan en estas tierras frente al Mar del Sur.
  

EL ZORRO Y EL QUIRQUINCHO

   Un día hicieron sociedad el zorro y el quirquincho.
   El zorro dio su chacra al quirquincho para que la sembrara a medias.
   Como el quirquincho tiene fama de ser poco inteligente, pensó el zorro que se aprovecharía de su trabajo, y le dijo:
   -Este año, compadre, será para mí todo lo que den las plantas arriba de la tierra y para usted lo que den abajo.
   -Bien, compadre-, contestó el sembrador.
   El quirquincho sembró papas. Tuvo una magnífica cosecha y al zorro le toco una cantidad de hojas inservibles.
   Al año siguiente el zorro, molesto por el mal negocio, le dijo a su amigo:
   -Este año, compadre, como es justo, será para mí lo que den las plantas debajo de la tierra y para usted lo que den arriba.
   -Bien, compadre, será como usted dice.
   El quirquincho sembró trigo. Llenó su granero de espigas y al pobre zorro le tocó una cantidad de raíces inútiles.
   -No me dejaré burlar más- pensó el zorro. Y le dijo al compadre:
   -Este año, ya que usted ha sido tan afortunado con las cosechas anteriores, será para mí lo que den las plantas arriba y debajo de la tierra. Para usted será lo que den en el medio.
   -Bien, compadre, ya sabe que respeto su opinión.
   El quirquincho sembró maíz. Sus graneros se llenaron nuevamente de magníficas mazorcas y al zorro le correspondieron las flores y las raíces del maizal.
   El zorro tuvo que vivir en la última miseria. Ése fue el castigo por su mala fe.

                                                                                                             Anónimo


LA ZORRA Y EL JAGUAR

   El jaguar hizo todo lo posible para realizar todos sus propósitos. Día y noche acechó a la zorra por los lugares en que ella solía cazar, dormir y caminar. Nunca consiguió caerle encima.
   Hasta que un día el jaguar, después de pensar mucho, dijo:
   -Me voy a fingir muerto, los animales vendrán a ver si es cierto, la zorra también vendrá y entonces la atraparé…
   Todos los animales, al saber que el jaguar había muerto, fueron a su cueva, entraron en ella, y viéndolo tendido de largo a largo, decían:
   -El jaguar ha muerto; gracias sean dadas a Tupa (dios de la selva), ahora ya podemos pasear…
   La zorra también fue a la cueva, pero no entró y sí preguntó desde afuera:
   -¿Ya estornudó?
   Los animales le respondieron:
   -¡No!
   Entonces la zorra les advirtió:
   -Yo sé que un difunto, al morir, estornuda tres veces.
   El jaguar la oyó, y sin darse cuenta de las intenciones de la zorra estornudó tres veces.
   La zorra se rió y dijo:
   -¿Quién ha visto que alguien estornude después de muerto?
   Y se fugó, lo mismo que todos los animales.
   Y hasta ahora el jaguar no ha podido atrapar a la zorra, porque es muy astuta.

                                                                                                          Anónimo


EL ZORRO Y EL HUAYCHAO

   Hace muchísimos años el zorro tenía la boca menuda y no era chismoso. Un día andaba de paseo y vio un huaychao que cantaba sobre un cerro. Éste era pequeñito como un zorzal y tenía el plumaje gris claro y al cantar movía alegremente las plumas blancas de su cola.
   El zorro se quedó mirando el pico largo y aflautado del ave y le dijo mañosamente:
   -¡Qué hermosa flauta amigo huaychao, y qué bien tocas! ¿Podrías prestármela sólo por un momento? Yo la tocaré con mucho cuidado.
   El ave se negó, pero el zorro zalamero insistía tanto que al fin el huaychao le prestó su pico, recomendándole que para tocar se cosiera el hocico a fin de que la flauta se adaptara mejor.
   Y así, sobre el monte, el zorro se puso a cantar soplando la flauta. Después de un rato, el huaychao reclamó su pico, mas el zorro se negó. Decía el ave:
   -Yo sólo la uso de hora en hora y tú la tocas sin descansar.
   El zorro no entraba en razones y soplaba y soplaba incansablemente para un público de pequeños animales que se habían reunido en torno suyo.
   Al ruido se despertaron unos añases y salieron de sus cuevas, subieron al cerro en animada pandilla, al ver al zorro tocando se pusieron a bailar y bailaron con ellos todos los animales del campo. El zorro no pudo guardar la seriedad por mucho tiempo y de pronto rompió a reír y al hacerlo se le descosió el hocico mucho más de la medida y éste le quedó grande y rasgado de oreja a oreja.
   El huaychao antes de que el zorro se recuperara de la sorpresa, recogió su pico y echó a volar.
   Desde entonces, según cuentan, se quedaron los zorros con la boca enorme castigo de su abuso de confianza.

                                                               Recopilado por José María Arguedas


EL RATÓN Y EL ZORRO

   Érase una vez un rey y este rey castigaba duramente a su hortelano, cada vez que al ir a su jardín encontraba que las flores habían sido arrancadas. Le decía el rey al hortelano:
   -¿Por qué no cuidas bien el jardín?
   -Su Majestad- le respondía el hortelano-, no dejó de cuidar el jardín ni un solo día. No sé qué animal arranca las flores.
   Entonces, el hortelano todos los días esperaba en el jardín para averiguar qué animal arrancaba las flores; hasta que un día, al estar observando el jardín, sorprendió a un ratón que se dedicaba a arrancar las flores, pero no pudo atraparlo ni hacer nada.
¿Qué hizo entonces el hortelano? Pues armó una trampa con un tejido embadurnado de brea, y la colocó en el hueco por donde salía el ratón.
   De esta manera, un día lo atrapó sobre el tejido con brea; pero no lo mató al ratón, sino más bien le dijo:
   -¡Hola ladronzuelo! Conque tú eras el arrancaba las flores de las plantas del rey. ¿No?
   Luego lo colgó con un cordel de una viga para el que el rey lo vea. En seguida el hortelano fue a avisar al rey. Y cuando llegaron con látigo para castigar al ratón, en lugar de él encontraron colgado de la viga al zorro.
   Cuando el ratón estaba colgado, el zorro pasaba por allí y le dijo:
   -¡Oye Diego! ¿Qué haces allí colgado?
   -¡Oye tío!- le contestó Diego-. Si yo te contara lo que me ha pasado.
   Y luego el ratón le contó al zorro:
   -Solamente porque no quiero casarme con la hija del rey, me han colgado aquí en esta viga. Tal vez tú quisieras casarte con la hija del rey.
   -¡Qué sonso!- exclamó el tío-. ¿Y por qué no quieres casarte con la hija del rey? Bien, te voy a desatar. ¡Bájate! Ahora yo voy a subir. Tú me amarras y yo me casaré con ella.
   Luego el zorro se hizo amarrar de la viga. Cuando el rey y el hortelano llegaron, éste le dijo:
   -¡Hola! Conque te has convertido en un zorro cabeza larga- y lo azotaron allí mismo. El zorro comenzó a gritar:
   -¡Sí, voy a casarme! ¡Sí, voy a casarme! ¡Sí, voy a casarme!
   El rey seguía golpeándole diciendo:
   -¿Y con quién te vas a casar?
   El zorro se puso a gritar más:
   -¡Con tu hija me voy a casar! ¡Ya no me pegues tanto!
   A duras penas el zorro logró escapar, cuando ya estaba a punto de morir. Una vez que escapó dijo:
   -¿Dónde encontraré al Diego ése? Donde lo encuentre lo voy a comer.
   Con grandes ganas de comérselo, el zorro buscaba al ratón, con un hambre que ya se moría. Por fin, lo encontró a Diego en una pampa con yerba muy menuda y le dijo:
   -¡Conque tú me engañaste diciendo que no querías casarte con la hija del rey! ¿No? Ahora pues te voy a comer.
   Entonces Diego rogó al tío:
   -Todavía no me comas pues, hermanito, yo te voy a llevar a un sitio donde hay mucho que comer.
 De esta manera, Diego se lo llevó a tío a un gran banquete.
   -Cuidado con que los perros me muerdan- le advirtió el zorro al ratón.
   -Te meterás pues muy a escondidas- le dijo el ratón.
   Entonces entraron al lugar del banquete, pero los perros salieron y desgarraron las carnes del tío. Para entonces el ratón ya había huido. El zorro se desprendió con dificultad de la boca de los perros y escapó; y, ahora sí, se puso a buscar a Diego con unas ganas tremendas de comérselo. Lo estaba buscando terriblemente enojado y, por fin, lo encontró al ratón
apoyado sobre una pared y sosteniéndola con mucho empeño. El astuto y travieso ratón le dice al pobre zorro:
   -¡Todavía no me comas! Te contaré una cosa antes. Esta pared está por desplomarse y aplastar al mundo, y con él a todos nosotros. Así le dijo el ratón al zorrito sonso.
   -¡Ay, Diego!- exclama el zorro-. Estoy que me muero ya de hambre. Tráeme  pues de algún sitio algo de comer. Mientras tanto yo estaré sosteniendo esta pared para que no nos aplaste.
   Entonces, Diego se fue dejando al zorro apuntalando la pared. Y al irse todavía advirtió al zorro:
   -No te vayas a mover ni siquiera un poquito. Porque si no, se cae la pared y moriremos aplastados.
   El zorro estuvo sosteniendo la pared sin moverse nadita, ya casi muerto de hambre. Llegó al atardecer, y el zorro seguía apuntalando el muro. Llegó la noche, y seguía sosteniéndolo, ya casi vencido por el sueño, temeroso de que el muro se desplomara, pero la pared no se movía ni una nadita. El astuto ratón, después de haber arruinado en todo al zorro, se había ido por ahí en busca de comida. Después de dos o tres días, el zorro, dándose valor, dio un salto lejos del muro y éste no se desplomó. ¿Por qué habría de desplomarse? Ni siquiera dio señal alguna de caerse. El zorro se fue indignado en busca del ratón. Por fin, lo encontró en una pampa. El ratón estaba cavando un hoyo. Entonces el tío le dijo:
   -¡Oye Diego! Esta vez sí te tengo que matar, te tengo que comer.
   -¿Qué dices tío? –le preguntó el astuto ratón-. Me han dicho que ya no tarda en caer una lluvia de fuego. A todo el mundo, a toditos, nos va a quemar. Por eso estoy haciendo este hueco, quizá podré escapar metiéndome en él.
   Y el zorro le dice a Diego:
   -Entonces ayúdame a hacer un hueco para mí, puesto que soy grande.
   Con gran empeño primero hicieron un hueco grande para el zorro; y éste en seguida se metió y se midió en el hueco cuidadosamente, y viendo que cabía en él le dijo a Diego:
   -Ahora hazme el favor de taparme.
   ¿Y qué hizo el astuto Diego? Le echó tierra y unas cuantas piedras encima. También acomodó algunas espinas en los bordes del hueco y se marchó rápidamente. El pobre tío estuvo metido cuatro o cinco días dentro del hoyo, temeroso de la lluvia de fuego. Casi muerto de hambre, dio un manotazo hacia fuera sobre las espinas y dijo:
   -Verdaderamente está lloviendo fuego.
   El zorro se quedó así en el hueco asustado con la lluvia de fuego. Cada vez que sacaba la mano, las espinas lo hincaban y seguía repitiendo:
   -Es verdad que está cayendo una lluvia de fuego.
   Casi muerto de cansancio, empujado por el hambre, el zorro, recogiendo todas sus fuerzas, dio un salto, y allí, afuera, descubrió que la lluvia de fuego eran sólo espinas. ¿Y que hizo el pobre tío? Terriblemente enojado se encaminó en busca de Diego para devorarlo por todas las trastadas que le había hecho. Por fin, lo encontró en cierto lugar comiendo tranquilamente un pedacito de papa. Diego, sorprendido, se tiró de costado aparentando estar muy decaído y a punto de morir, a fin de que el tío de compasión no se lo comiera. El tío le habló así:
   -¡Oye Diego! ¿Por qué me haces tantas bromas? ¿Por qué pues me das tantos maltratos? Ahora sí, con todo gusto te voy a comer.
   Entonces, Diego se postró de rodillas ante el tío y le imploró su perdón con toda el alma:
   -¡Padrecito, niñito, hermanito! No me comas pues. Ahora mismo te llevaré a un sitio donde he visto que hay comida.
   Entonces, el tonto tío le dice:
   -Bueno, pues, te perdonaré así. Pero en seguida debes llevarme a ese sitio donde hay comida, que ya me estoy muriendo de hambre.
   Luego Diego le explicó al tío:
   -Espera por favor hasta que se ponga bien oscuro. A la luz del día, el dueño de casa te puede atrapar y matar.
   -¡Ay! Ya no puedo aguantar el hambre hasta que anochezca –le dijo el tío a Diego.
   -Aguanta no más tu hambre. Si vamos de día te atrapará el dueño y sus perros te morderán –le dijo Diego.
   -Bueno, pues. Así esperaré hasta que oscurezca –dijo el tío.
   Cuando anocheció, Diego llevó al tío a una casa cercana y allí le dijo:
   -No entres. Todavía están comiendo. Hay una pareja de viejos y también un borrego. Espera que yo ya te avisaré.
   El zorro se puso a esperar detrás de la casa muy hambriento. Mientras tanto el ratón ya estaba comiendo una mazamorra de leche del plato de los viejos, quienes ni se daban cuenta de ello. Después de terminar de comer, la vieja le dijo al viejo:
   -Te guardaré esta mazamorra de leche para que comas mañana antes de salir a pastar a las ovejas.
   Diego estaba oyendo lo que decían los viejos y cuando ellos se fueron a dormir, cerrando la puerta de la cocina, Diego hizo pasar al tío hacia la cocina por la puerta del corral de las ovejas y le dijo:
   -Esta es la olla con mazamorra de leche. Come rápido.
   El zorro se comió la mazamorra de un golpe; para eso había metido la cabeza en la olla y cuando terminó no la pudo sacar de ella.
   -¡Oye Diego! -llamó al ratón-. Alcánzame alguna cosa. Mi cabeza no puede salir de la olla.
   Luego le alcanzó un terroncito.
   -¡Oh! ¿Cómo me alcanzas esto? -dijo el tío- Con esto no voy a partir la olla. Dame algo grande con qué romperla.
   Pero Diego le alcanzó un pedazo de coronta.
   -¡Oye! ¿Por qué me alcanzas esto? -dijo el tío- Con esto o voy a romper la olla.
   Entonces Diego le dijo al tío:
   -Será mejor que vayamos a una piedra grande y blanca. Allí golpearás tu cabeza.
   Y lo llevó adonde estaba la piedra, pero ésta no era una piedra de verdad sino la cabeza del viejo, sus pelos eran blancos como la fibra de cabuya. Diego llevó al tío a esa “piedra blanca” para que golpeara su cabeza contra ella. El tío con toda su fuerza dio un golpe con la olla, y ésta se hizo añicos en la cabeza del pobre viejo, que se rompió en cuatro o cinco partes. Los viejos se despertaron asustados y en la confusión el viejo comenzó a golpear a la vieja diciéndole:
   -¡Conque habías guardado la mazamorra diciéndome que era para tu inca! ¿No?
   La cabeza del viejo chorreando leche y sangre no le permitía ver. Mientras tanto el zorro se robó una oveja y así finalmente pudo saciar su hambre con toda una oveja.

                                                                    Recopilado por Max Uhle
                                                             Traducido por Edmundo Bendezú
                                                                    De: Literatura quechua.


EL OSO Y EL ZORRO

   Había una vez en el monte una familia de osos. En la casa vivían el marido, la mujer y una hija. Un día pasó por allí el zorro Pascual y pidió trabajo. El oso aceptó. Y lo trataba muy bien, como si fuera su compadre.
   Cierta vez que estaban yendo a trabajar al campo, el oso le pidió al zorro:
   -Compadre, lleve estas dos lampas, por favor.
   Pero el zorro vivo no las llevó. Cuando ya habían caminado un buen trecho y estaban lejos de la casa, el oso percatándose del olvido, preguntó:
   -¡Compadre! ¿No has traído las lampas?
   A lo que el astuto Pascual contestó:
   -No, compadrito. No las traje, pero no se preocupe, regresaré y traeré las dos.
   Entonces, retornó presuroso a la casa donde la osa y su hija se encontraban solas. Y el zorro gritó:
   -¡Compaaadreee! Me estás haciendo regresar por las dooos, ¿no es cierto?
   A lo que el oso, gritando también, respondió:
   -¡Sí! ¡Por las dooos!
   El muy ladino de Pascual se aprovechó y le hizo el amor a ambas: a la mamá y a la hija. Después que hubo terminado cogió las dos lampas y tranquilamente fue a reunirse con el oso.
   Todo el día trabajaron en la chacra. Y ¡todo el día pasaron hambre! Porque la osa no apareció con la comida.
   Por la tarde, al finalizar las labores, debieron volver a casa, pero Pascual pretextando algo, se quedó en el campo, en tanto el oso muy hambriento, inició el regreso.
   Al llegar, modestísimo, inquirió:
   -Oye, mujer, ¿por qué no trajiste la comida?
   -Y tú, ¿por qué ordenaste que el zorro “se atreviera” con las dos?- replicó ella también muy enojada.
   -¡No! ¡No es verdad!- se sorprendió el oso y enterándose por su esposa de lo ocurrido, salió indignado corriendo tras el zorro tramposo.
   Entonces, lo fue a buscar al cerro.
   -Voy a ir a su cueva y lo voy a esperar ahí dentro- mascullaba vengativo.
   Efectivamente, así lo hizo. Al ubicar la casa del zorro penetró al hueco y esperó echado al fondo en completo silencio.
   Al rato, llegó Pascual, quien sospechando que el oso pudiera estar cerca, empezó a decir frente al cerro unas cuantas frases a modo de saludo:
   -¡Estoy viniendo a mi casa de roca! ¡He llegado a mi casa de roca!- y como nadie le respondiera, en voz alta continuó- ¡Qué raro que el cerro no me haya contestado como siempre: “Ven hijo nomás, entra”. ¡Algo extraño está sucediendo! ¡Probemos otra vez!- y de nuevo se puso a repetir- ¡Estoy viniendo a mi casa de roca! ¡Ya llegué!
   Y el oso que había estado calladito, deseando no ser descubierto, no pudiendo más, desde dentro contestó:
   -¡Ven hijo nomás! ¡Entra a tu casa de roca!
   Pascual riendo se burló.
   -¡Ajá, compadre! ¡Así que estabas aquí durmiendo!- y echó a correr a toda velocidad hacia otra loma.
   El oso salió disparado de la cueva jurando:
   -¡Ahora sí lo voy a atrapar!
   Lo buscó por todas partes, pero el zorro había desaparecido. Hasta que un día en que Pascual se asoleaba tumbado en unos pajonales, lo agarró.
   -¡Compadre! ¡Vamos a la casa!- le exigía.
   -¡No! ¡No puedo ir, compadre! ¡Está muy lejos!- argumentaba el zorro.
   -¡Tiene que venir! ¡Tiene que venir!- continuaba insistente el oso.
   -¡No! ¡No! ¡Está muy lejos! Nos vamos a cansar caminando.- Y como el oso persistiera, aunque de mala gana, Pascual aceptó- Bueno. Iremos. Pero mejor vayamos por arriba, volando.
   -¡Imposible!- exclamó el oso- ¡Nosotros no sabemos volar!
   A lo que el zorro replicó:
   -¿Ve usted esas avecillas, los lequechos? Ellos están caminando por los aires, tal como yo les enseñé. Entonces, iremos por lo alto.
   Y arrancando unas pajas, se las amarró a los brazos y empezó a aletear.
   -Si usted quiere, compadre, vaya a pie. Yo iré por delante volando.
   El oso temiendo cualquier cosa si el zorro llegaba antes, se animó y aceptó volar. Entonces, el zorro amarró también pajas a sus brazos, diciéndole.
   -Vamos a subir hasta la punta de esa loma. De allí lo empujaré para que vuele. Yo volaré por detrás suyo.
   El oso efectivamente trepó el cerro y el Pascual, retrocediendo, tomó gran impulso y le dio un tremendo empujón.
   ¡El compadre oso no voló! Sino que cayó en el barranco y se murió.
   El zorro se las ingenió para quedarse con su mujer y su hija, y siguió viviendo así nomás.

                                              De: Cuentos de nuestros abuelos quechuas
                               Recopilado de comunidad campesina por Cecilia Granadino.


EL ZORRO Y EL CÓNDOR

   Un cóndor contemplaba el paisaje de la cordillera nevada, de pie en un peñasco. Estaba feliz, porque con la primavera le había brotado un hermoso plumaje.
   Al verlo, el zorro se le acercó y luego de saludarlo le dijo:
   -¡Qué linda su espalda, tío! ¡Blanca como la nieve!
   El orgulloso rey de los andes apenas le hizo caso y con desgano le respondió:
   -¿Te gusta?
   -Mucho, tío… Yo quisiera que mi espalda fuera igual.
   -Es fácil- le respondió el cóndor-. Si quieres te ayudo.
   En la noche subieron hasta la cumbre de una montaña, donde la nieve era abundante.
   -Si quieres que tu espalda sea blanca, tienes que echarte sobre el hielo, boca arriba-, le dijo el cóndor.
   El zorro, feliz porque su deseo se cumpliría, se tumbó de espaldas sobre el hielo.
   De rato en rato, el rey de los andes le preguntaba si sentía frío, y el zorro le decía que no. ¡Tan grande era su deseo de tener una espalda blanca que negaba sentir frío! Porque en verdad estaba tiritando.
   Las horas fueron pasando. A la madrugada, el cóndor le volvió a preguntar. Y el desventurado zorro apenas le dijo un débil no. Al amanecer ya no le contestó. El pobre hacía rato que se había muerto.

                                                                     Cuento tradicional ancashino
                                                                            Marcos Yauri Montero


EL ZORRO Y EL DILUVIO

   En tiempos remotos, el mundo estuvo a punto de desaparecer. Resulta que un llama se enteró que el mar había decidido inundar todo. El llama lloraba y lloraba. Cuando su dueño lo escuchó llorar, lo golpeó muy enojado porque no encontraba razón alguna para sus lágrimas. Entonces el animalito como humano empezó a hablar:
   -Durante cinco días el mar inundará todo y todo perecerá.
   El hombre asustado, inmediatamente alistó comida como para cinco días, cogió su llama y con su familia se fueron hasta un lugar muy alto: el cerro Huillcacoto. Grande fue su sorpresa al ver que en la punta de este cerro estaban apiñados el puma, el huanaco, el cóndor, la serpiente, el zorro y todos los otros animales.
   Al poco tiempo el agua empezó a caer y caer y los animales y hombres apretados se aferraban a la vida en la punta del Huillcacoto, ellos sabían que allí el agua no les alcanzaría. A pesar de todo, sí hubo uno que se mojó. El asustadizo zorro por más que trepaba, incluso sobre los otros animales, resbalaba, volvía a subir y resbalaba. Preocupado en no caer dejó su rabo colgado hasta que el agua logró tocar el extremo de su cola y lo mojó, por esa razón se volvió negra.  
   Después de cinco días el agua bajó y secó. El mar había matado a todos los hombres y animales, salvo los que estuvieron en la punta del Huillcacoto (entre ellos el descuidado zorro). Ellos se encargaron de poblar nuevamente el mundo.

                           Versión anónima tomada de Dioses y hombres de Huarochirí
                                          El título del fragmento es del compilador


LA ZORRA Y LA PARIGUANA

Dicen que antiguamente hablaban los animales y las plantas, en ese tiempo una zorra que recién había retenido sus crías, viendo los hijos de la pariguana en colores quiso que sus hijos sean parecidos, por lo que fue a preguntar a la pariguana ,cómo hace para que sus hijos sean de tan bonitos colores, a lo que la pariguana respondió , que eso era fácil y que si desea puede hacer un horno de terrones como para la huatia de papa, tendría que atizar hasta que el horno esté bien caliente, luego lo pone allí a sus hijos y lo tapa con tierra, y debe esperar que reviente tres veces, y cada reventón significaba una figura. Así esperó hasta que reviente tres veces destapando los terrones encontró que sus hijos estaban achicharrados, entonces llorando se fue en busca de la pariguana para vengarse, merodeó por las orillas del lago donde estaba la pariguana, pero no pudo entrar al agua, entonces pensó que tomando todo el agua podía atrapar a la pariguana, a lo que por tanto tomar agua se le abultó tanto su estómago, por lo que estuvo correteando, y como allí había muchas espinas decía.-Pinchamë paja bravas, pínchame espina, a lo que al momento al pasar por las chilliwas se pinchó con una espina por lo que se reventó el estómago del animal muriendo al instante.
Nunca seamos envidiosos ni ambiciosos.

                                                                          Narrado por Gumercinda Sahua


LA ZORRA Y LA LUNA

   Para las manchas de la Luna decían (los incas) otra fábula. (…) Dicen que una zorra se enamoró de la Luna viéndola tan hermosa, y que, por visitarla, subió al cielo, y cuando quiso echar mano della, la luna se abrazó con la zorra  y la pegó a sí, y que desto se le hicieron las manchas.

                                                                De: Comentarios Reales de los Incas
                                                                            Inca Garcilaso de la Vega


   Continuará…



                                                   Morada de Barranco, 30 de noviembre de 2012.





lunes, 12 de noviembre de 2012

RECUERDOS DE LUCRE Y DE SU RÍO


                    



                    En las paredes agrietadas de desconsuelo, trepan la yedra y el tiempo.
                                                                                             Xavier Abril




   Si una casa recuerdo por estos días es la de mis abuelos. Casa a la que llegué desde Lima luego de cinco años y precisamente con esa edad. Fue una estadía corta de un par de semanas o algo más. Tiempo breve, sí, pero que me dejó algunas experiencias inolvidables: los diversos colores de la quinua alrededor de una de las chacras de mi  abuelo, el misterio de la laguna de Huacarpay, el descubrimiento cargado de miedo y asombro de los relámpagos y truenos. Hoy, mejor dicho, en estos momentos me habita el recuerdo de esa casa entrañable de paredes blancas y balconcito celeste, de cara al río y su eterno murmullo.






   ¿El recuerdo? Sí, nada más que el recuerdo. Ocurrió que en verano de 2010, la crecida del río Lucre la destruyó. Con las aguas, el lodo y las piedras se fueron la tienda y sus dulces magníficos, el pasadizo sombrío y breve, el  querido patio donde tantas veces corrí y dejé libre mi risa, el huerto donde parecía crecer el verde en todos sus matices, rincones amados que nunca más volveré a ver.










   Desde ese lejano viaje a las tierras antiguas del Cusco nunca más pude regresar. Hoy si lo hiciera sería para visitar la tumba de los abuelos y lo poco o nada que queda de su casa. En realidad nada. Es una pena. Mi hermano me contaba que unos meses antes del desastre (creo que octubre de 2009), el abuelo decía orgulloso a mi mamá y a mis hermanos: “¡Ah, mi casa!”. Los abuelos amaban su casa, allí habían hecho su vida desde 1939, allí habían nacido y crecido sus siete hijos… Hoy tengo que hablar de ella como un espacio o territorio lejano, lo peor, desaparecido.










   Los abuelos han partido. Una sensación de fragilidad y fugacidad me embarga, nos embarga, en realidad. Como lo escribí en la entrada anterior, ya jamás ocurrirá que llegue a Lucre y mis abuelos en su casa como esperando para compartir alguna conversación, algunas risas, algún pan preparado por las manos mágicas de mi abuela, la alegría, su amor inconmensurable. Ellos se han ido y Lucre es herida.










   En esta noche nostálgica, si algo más recuerdo de ese ya lejano viaje es cuando nos íbamos a dormir al segundo piso. Un balcón y una pequeña ventana miraban hacia el río, que entonces, no estaba canalizado. Su voz, diría mejor, sus voces insistentes e inquietantes lo invadían todo, incluso mis sueños. Entonces sucedía que en medio de la noche abría los ojos. Todos dormían, los únicos despiertos éramos el río y yo. Aguzaba el oído, intentaba descifrar sus mensajes hasta que ese rumor me llevaba nuevamente hacia el sueño. 










   Así fue todas las noches que dormimos en Lucre. Incluso alguna vez me atreví a levantarme y con sigilo me aproximé a una de las ventanas (ya no recuerdo cuál) en el afán de mirar el río, de descubrir su rostro nocturno. Imposible, la noche me lo ocultaba. Regresaba nervioso, entonces, a la cama con un extraño sabor a derrota por no haber columbrado su faz que se abría camino entre la noche, por no haber desentrañado su mensaje que era territorio prohibido para los que veníamos de lejos.










   Ese río Lucre que desde siempre recorrió el pueblo dejando el tajo de su cauce, ese río atravesado por un puente diminuto de piedra que es el orgullo de los lucreños, angosto río, cobijo de pececillos que el abuelo gustaba saborear. Eterno mensajero cuyos murmullos me llenaban de asombro e inquietud por lo oscuro y misterioso de sus mensajes.










   Río Lucre, unas veces padre y otras verdugo.











   Continuará…


                                                Morada de Barranco, 12 de noviembre de 2012.



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Nota: Debo agradecer las fotos a mi hermano Arturo.